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Para un monográfico sobre el surrealismo en Aragón publicado por El Día de Aragón, que luego se recogió en el libro, La línea y el tránsito, entrevisté por escrito a Don Luis o Luisito, como indistintamente se le llamaba, con el que mantuve una fecunda correspondencia. En la breve interviú da muestras del espíritu transgresor, juguetón y humorístico, que siempre fue su santo y seña.

—¿Cuándo comienzas a interesarte por el surrealismo?

—Después de la guerra. Con Alfonso Buñuel, Doña María Portolés de Buñuel tenía muy bien guardadas y cerradas en cajas, todas las pertenencias de Luis: documentos, libros, películas, etcétera. Alfonso, secretamente, abría una de las cajas y sacaba algo de su contenido. Todo lo que había en las cajas lo leímos de pe a pa, estudiándolo y comentándolo. Luis tenía una de las mejores bibliotecas de surrealismo, con dedicatorias de todos los autores: Bretón, Elouard, Aragón, Tzara, etcétera. Un tesoro, vamos. Un día salió hasta un manuscrito de poesías de García Lorca.

—¿Cuál fue tu contacto con los surrealistas en París?

Poco. Picasso me presentó a Aragón y a Cocteau en el Père­ Lachaise, cuando enterraban a Paul Eluard, el 20 de noviembre de 1952. A quienes veía con frecuencia era a Honorio García Condoy, a Oscar Domínguez y al secretario de Picasso, Jaime Sabartés. A Miró lo conocí en Barcelona cuando me hacía escapadas al Liceo. Me lo presentó Prats, el sombrerero. A Dalí, en 1975, en el Hotel St. Regis de Nueva York, en compañía de Gala. A José Gutiérrez Solana y a Benjamín Palencia, en el año 1941, en Madrid, cuando trabajaba en las zahurdas de Plutón (sucursal del Banco de Aragón).

Háblanos de tus libros, exposiciones y actividades desde tu marcha de Zaragoza a los Estados Unidos.

—He hecho uso del surrealismo en mis treinta años de enseñanza en los Estados Unidos con resultados muy positivos. Un ejemplo: cuando expliqué en la Universidad de Yale a Unamuno, fui con el ojo derecho cubierto con gasas y esparadrapo. Al final de la clase escribí en la pizarra la frase de Unamuno «Creer es crear». Me quité el esparadrapo y la gasa y los estudiantes vieron que nadie me había pegado una hostia, que es lo que ellos habían pensado durante toda la clase. En las reuniones de los antiguos alumnos de Yale me han recordado que en su vida se olvidarán de Unamuno. Pues para algo sirve el surrealismo, ¿no te parece? No sólo para dar por el culo a los rinocerontes hembras o para repetir en las letanías del rosario «agua con anís» en vez de ora pro nobis.

—¿Crees que el carácter o la cultura aragonesa han sido proclives a la llamada sensibilidad surrealista?

—En 1947 invité a José Camón Aznar a hablar en la Academia Miral de la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza sobre José Gutiérrez Solana. En el banquete que le dimos en el Restaurante Flor, de la plaza de España, en compañía de Rafael Gastón Burillo, Pedro María Ágreda y Antonio Ruiz de Elvira, nos dijo que el surrealismo era producto aragonés y que había nacido en Aragón. Años más tarde, repitió lo mismo Eusebio García Luengo, «en Aragón el surrealismo es planta espontánea»,  pensamiento que incluí al comienzo de mi Ciudadano del mundo (La biblioteca de la Univer­sidad de Zaragoza tiene copia de los programas de la Academia Miral, de la que yo era secretario). Lo que decía Camón es verdad. Ahí están los dos bilbilitanos: Marcial y Gracián. Hay un epigrama del primero que describe la chorra de un gachó que era tan «gallarda» que cuando se le empinaba tocaba la punta de su nariz. Y no digamos nada del conceptista. Luego Goya, el milagro de Calanda y Buñuel.

—Pese a las proclamas teóricas del movimiento, ¿crees que la llamada actitud surrealista se vincula más a la inteligencia que a la espontaneidad?

—Aquí habría que dar suelta al intelecto, dejando así a la exacta inteligencia que ahuecara con espontaneidad en mi poroso cerebro, que es como se me quedó después del aneurisma que tuve, con coma y todo, pero sin punto final. Mala yerba nunca se ablanda.

—¿Hubo en la Zaragoza de los años cuarenta un círculo de intelectuales interesados en el surrealismo?

—Claro, el más importante de España. El «sumo pontífice» era Alfonso Buñuel. Y sus acólitos, Manuel Derqui, Miguel Labordeta, Julio Navarro, Javier Calvo Lorea, Eduardo Cirlot (que estaba haciendo la mili en Zaragoza) y este humilde servidor de usted. Este grupo era mucho más importante que el de las Islas Canarias, que ya es decir.

—¿Cuál es tu imagen de Miguel Labordeta? ¿Y de Alfonso Buñuel?

—Eran mis dos tipos cojonudos, únicos. Todo lo que pudiera decir es poco. Eran dos íntimos amigos y podría contar tanto, que no sé por dónde empezar. Ya perdonarás. Pero si te puedo decir otras cosas más sencillas. Por ejemplo que después de confesarme y comulgar me la meneo todas los viernes, por ser habeas corpus de Venus, a las dos de la tarde bajo un sauce llorón, con aullidos mortales y sacándome del hueso todo el freudiano tuétano ad libitum. Por la noche, en el cuarto de los suplicios cumplo con mis religiosos deberes conyugales, entregando mi habeas corpus a mi joven mujer, María, guapa y buena de verdad y usted que lo vea.

(Publicado en Javier Barreiro, La línea y el tránsito, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1990, pp. 304-306).

Sobre Luis García-Abrines, también puede verse en este blog: https://javierbarreiro.wordpress.com/2016/06/20/la-palabra-oculta-de-aragon-luis-garcia-abrines/

La publicación de los primeros originales poéticos de uno de los líricos más potentes del siglo XX, que también fue el mejor crítico de arte contemporáneo de su época y uno de los mayores simbólogos del siglo, debería constituir un acontecimiento. Es muy dudoso que lo sea pero la edición en Zaragoza de Pájaros tristes merece no sólo el reconocimiento a sus factores sino una indagación más compleja que las noticias que aquí se den. Cirlot publicó su primer cuaderno poético, Seis sonetos y un poema de amor celeste, en 1943, recién regresado a Barcelona. En 1939 había salido de un campo de concentración y al año siguiente marchó a Zaragoza para cumplir su servicio militar con el ejército vencedor. En la capital del Ebro entró en contacto con Alfonso Buñuel, Luis García-Abrines, Pilar Bayona, José Camón Aznar y algún otro elemento del escaso reducto intelectual que había quedado en la urbe tras el desastre. Sus vivencias zaragozanas resultaron decisivas en el hallazgo de sus caminos poéticos.

Antón Castro, que abrió el camino a esta edición, centra en las páginas preliminares la actividad de Cirlot en Zaragoza durante el periodo 1940-1943. La figura de Pilar Bayona era para el grupo una especie de musa que, además, les permitía vivir excelsas audiciones de piano que a Cirlot, que había estudiado música y que hasta 1950 se dedicó regularmente a ella, le sumieron en rendida fascinación. Incluso, puede que, como Alfonso Buñuel y Luisito García-Abrines, anduviera cerca de la pulsión amorosa. Fuese como fuera, Cirlot dedicó a Pilar Bayona una versión manuscrita –y parece que única- de Pájaros tristes, que sus herederos encontraron entre los papeles de la pianista. También, un soneto dedicado a ella y un breve poema a Scriabin. El libro está fechado en 1941, es decir, dos años antes de los primeros textos publicados por Cirlot. El soneto, en 1942.

Pájaros tristes (Oiseaux tristes) toma el título de la cuarta pieza de una obra de Ravel, Miroirs, que, según se dice, Pilar Bayona interpretaba como nadie. Otro de nuestros grandes olvidados, el citado García-Abrines, pianista y musicólogo -además de aportar a la edición material gráfico y un elocuente dibujo, El alma de un músico, que Juan Eduardo le dedicó en 1941- nos proporciona también en un breve texto claves preciosas de esta pieza raveliana, que completa Julián Gómez contextualizando la obra en la actividad de Pilar Bayona.

Los once poemas de Pájaros tristes exhiben ya muchos de los rasgos del estilo cirlotiano y nos lo muestran en una suerte de recogido éxtasis que da lugar a textos que resultarían muy ilustrativos en una antología poética de la inmediata posguerra. Hay todavía un eco lorquiano pero no olvidemos que del granadino y del barcelonés son los mejores sonetos salidos de pluma española en el siglo pasado. El origen impresionista de los textos, que no desdeña la asonancia, produce que abunde la sinestesia y el sonido ocupe un lugar cenital. Pero concurren también algunas imágenes surrealistas y varios de los símbolos que Cirlot amplificaría en su poesía posterior. La espiritualidad de los pájaros, también elementos fálicos y símbolos del amante metamorfoseado, se combina con la presencia de elementos tan característicos del Cirlot posterior como son las rocas y las grutas que nos asoman al centro del abismo interior.

Los poemas dedicados a Pilar Bayona y Scriabin, en especial este último, son también altamente ilustrativos de la génesis de su mundo lírico. Jaime Parra escribió recientemente que la pasión del poeta por este músico ruso que trató de hallar una suerte de sinestesia global de las artes, significó “la primera ordenación de su sistema poético y a la vez su primera inmersión en un misticismo esotérico cargado de simbolismo”.

En suma, este libro nos da la clave de las preocupaciones estéticas del poeta que en 1944 escribiera: “Tuvo que ser la música –Maurice Ravel con sus pájaros tristes-, quien desvelara para mí mi propio tesoro encerrado” o, como diría a José Cruset en 1967: “La música ha intervenido en la génesis de mi poesía tanto o más que las influencias poéticas”, citando allí mismo “al prodigioso y desconocido Scriabin”.

El libro se completa con varias fotos cedidas por García-Abrines y un instructivo epílogo de Antonio Fernández Molina, que quedó pronto atraído por la  multiforme e intensa personalidad del poeta catalán, y que tanto tiene que ver con la tan atrayente como necesaria línea editorial de los Libros del Innombrable. Sería de una inconsciencia culpable no tenerlos en cuenta como muestra de una actividad intelectual independiente, rigurosa y ajena a los programados localismos que tanto abundan hoy.

 

CIRLOT EXCLUIDO

La inquisición a la poesía de Cirlot ha sido largamente demorada. Su destellante perfección, la complicación de su empeño, la monumental incultura emanada y extendida durante la dictadura y el interés de los funcionarios de la poesía por acotar su terreno propio hicieron que la vocación de soledad que todo poeta hermético trasciende tuviera en Cirlot un exponente único. La marginación otorgada al poeta, por parte de los dispensadores de certificados, andaba plena de coherencia. Exclusión y ostracismo que Cirlot asumió enriquecido y sin ningún aspaviento. Ni siquiera la excelente antología preparada por Azancot suscitó el interés de los estudiosos. Bien es verdad que no existía en este país una corriente crítica capaz de enfrentarse con instrumentos propicios a una hermeneusis ardua y compleja. Tan sólo al cuarto de siglo de su muerte unos cuantos admiradores, secretos a la fuerza, y, probablemente, estimulados por la situación sepulcral de la poesía en España empezaron a tramar algún acercamiento.

Cirlot poseía no sólo una imaginación poética en estado de excitación constante sino un repertorio exhaustivo de lo Imaginario en todos los estratos de la historia, las mitologías, la lengua y las artes. Mal podía ser comprendido en un tiempo empeñado en devaluar ontológicamente la imagen y psicológicamente la función de la imaginación. Cuando Cirlot muere, en nuestro país está en trance de imposición un estructuralismo banal y estéril jaleado, por si fuera poco, por los medios de comunicación culturalmente más influyentes.

(Reseña publicada en Heraldo de Aragón, 9-V-2002)

V. también: 

https://javierbarreiro.wordpress.com/2012/05/02/los-sonetos-de-cirlot-el-ideal-y-la-muerte/

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Con una de las piezas de su colección de cerámica precolombina(Publicado en Criaturas saturnianas nº 4, 1er. semestre 2006, pp. 221-239).

Tremendo artista y casi desconocido en su tierra, por más que algunos amigos hayan guardado la memoria, sobre todo, de sus descacharrantes anécdotas, García-Abrines es un creador a tiempo completo que ha descollado en la música, en la erudición, en la plástica y en la literatura. Sus libros, sin embargo, salvando la reedición hace unos años de su primera obra por parte de la DGA, no han circulado apenas y es de ellos de lo que queremos dejar aquí alguna constancia.

 Nacido en 1923, hijo de un otorrinolaringólogo barcelonés y de zaragozana, su abuelo paterno fue coronel, jefe de la circunscripción navarro-aragonesa de la Guardia Civil, y el materno, Rafael Calvo, presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, un único día durante la Dictadura de Primo de Rivera. Luis estudió con los jesuitas y, terminado el bachiller, se empleó en el Banco de Aragón, “las zahúrdas de Plutón”, como lo denominaría el poeta. En 1940 es destinado a Madrid, donde estudia piano con Luis Galve y se relaciona con la desbandada intelectualidad capitalina[1]. En 1942, “asqueado de mi trabajo bancario”, vuelve a Zaragoza, continúa con sus estudios musicales y hace amistad con Alfonso Buñuel, Cirlot, Miguel Labordeta y Pilar Bayona, de la que anduvo enamorado[2].

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LGA entre Pilar Bayona y Alfonso Buñuel

  A lo largo de los años cuarenta estudiará Filosofía y Letras, se interesará intelectual y vitalmente por el surrealismo y hará las milicias universitarias.  Su vinculación surrealista, aparte de visceral, surge por su amistad con Alfonso Buñuel. Juntos abrían las cajas de Luis que doña María Portolés de Buñuel tenía muy bien guardadas y allí aparecían documentos, libros, películas, objetos…, de los que ambos se empapaban.

García-Abrines en Yale

 En 1950 funda la Academia Miral de preparación universitaria y al año siguiente comienza a dar clases en el colegio Santo Tomás de Aquino, la Academia De Pedro y, como ayudante de clases prácticas de Lengua y Literatura, en la Facultad. Por tales fechas empieza a publicar ediciones críticas y eruditas de diversas obras[3]. Pese a haber militado durante la guerra en Falange Española, en 1940 se le dio la baja y, después, tuvo diversos problemas con el SEU. Por estas y otras causas, pide una beca al gobierno francés y en 1952 marcha a París para estudiar música contemporánea. En la capital francesa traba relación con Pierre Boulez, Oscar Domínguez, Jaime Sabartés, Picasso y con exilados aragoneses, como Honorio García Condoy y Fermín Aguayo. Expone en el pabellón español de la Ciudad Universitaria y conoce a la que sería su primera mujer, Margaret Junakos (Jounakos o Jaunakos, son otras grafías con las que se ha escrito su apellido)[4] con la que casó en 1954 en Madrid, poco antes de marchar definitivamente a los Estados Unidos. Allí, obtiene puesto de profesor de Literatura Española en la Universidad de Yale y, nacionalizado en 1959,vuelve un año a España para estudiar la vida y la obra del poeta áureo Juan del Valle y Caviedes[5], del que descubrió su nacimiento en Porcuna (Jaén), ya que se le creía peruano. Es entonces cuando José Antonio Labordeta publica el primer libro de Luis que hace el número 6 de su colección Orejudín: Así sueña el poeta en sus palabras (1960). Poco después abandona la Universidad de Yale y pasa a enseñar en South Central Community College de New Haven, donde permanecerá hasta su jubilación. En 1967 casa en segundas nupcias con la también profesora Marie Ellen Branchini de la que tendrá dos mellizas que se suman al hijo habido con su primera mujer.

Entre otras muchas distinciones y cargos, en 1977 el artista zaragozano ocupó la vacante dejada por Stravinsky como Académico Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Sección de música)[6] y tres años después publicó, a sus expensas en New Haven, donde vive hace casi medio siglo, su antología (1940-1970) de textos principalmente poéticos, Ciudadano del mundo (1980), del que, en especial, nos ocuparemos. En el mismo año, Pórtico publica una hermosa edición de Crisicollages para Luis Buñuel, que pasó prácticamente inadvertida, lo mismo que su último libro, por el momento, Variaciones sobre La donna e mobile (Solo -de gaita- para hombres), feroz pero bienhumorada sátira antifeminista editada por la Institución Fernando el Católico. No están los tiempos para gentes como Luis que gustan de decir y escribir lo que les viene en gana. Pero si los “ilustrados” aragoneses apenas han prestado atención a tan acreditado personaje, la ciudad de Zaragoza le concedió el título de Hijo Predilecto en 1982 y la Diputación Provincial, la Medalla de Oro de Santa Isabel en el año en que expiraba el segundo milenio. Hoy, García-Abrines vive relajadamente en Connecticut con su familia, sus libros, sus partituras, su colección de cerámica precolombina y su correspondencia con los buenos amigos zaragozanos que saben cuanto han perdido al no poder gozar de su presencia[7].                             

Así sueña el poeta en sus palabras (fragmentos de unos evangelios apócrifos) se acoge en todo momento a los principios vanguardistas, desmitificadores y corrosivos consustanciales al autor zaragozano: la faja que envuelve el volumen proclama: “¡ATENCIÓN! ¡Advertencia importantísima! Todos los volúmenes que no lleven la huella dactilar del dedo ‘Gordo’ de la mano derecha de Luis García-Abrines, son ejemplares falsificados”. Y, efectivamente, en el ángulo inferior derecho de la página de respeto figura dicha impresión, que no se reproduce, en cambio, en los ejemplares de la segunda edición. La dedicatoria: “Para Pablo Picasso y antes para Jaime Sabartés” suprime el adverbio y la preposición centrales en esta segunda edición, que tampoco recoge la declaración estampada en esta misma página: “Siempre vuestro… y ¡pa’qué más!”

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En sus palabras de presentación: “Para constar ciertas cosas”, el autor declara antes que nada su gratitud a Alfonso Buñuel que le descubrió y enseñó el mundo de los collages pero precisa que, por razones que desconoce, no le mostró nunca los de Max Ernst, que sólo conoció al llegar a París. Ya entonces tenía confeccionados la mayoría de los que publicó en el libro, por lo que se ve precisado a informar de que las coincidencias evidentes que hay se deben a que muchas veces Ernst y él habían utilizado los mismos grabados como fuente de sus trabajos. Sea como fuere, este es el primer libro de collages editado en España, ya que aunque Alfonso Buñuel tenía más de veinte años atrás un volumen terminado, las circunstancias impidieron su edición[8]. García-Abrines elogia cumplidamente a su maestro y fulmina al otro autor español de collages que conoce: el poeta sevillano Adriano del Valle.

El título del volumen alude a la condición de vate (vaticinador) del poeta, el jaez religioso de la labor poética, como se encarga de poner en claro el propio autor: “…desde hace tiempo he usado reiteradamente, no sólo en mis obras poéticas, sino hasta en simples artículos, del lenguaje bíblico, del lenguaje mesiánico, por su fuerza de catarata mágica, insospechada y terriblemente sugestiva; esto es: ¡Profética!”.

  Los treinta ocho collages que componen la obra van acompañados de sendas leyendas en secuencia narrativa, de modo que se nos cuenta una historia, más bien alocada, a la que el lenguaje profético proporciona ese carácter trascendente que hace más cuajado el humor que profesan. Los últimos redoblan el coherente dislate surrealista, con la aparición del risible Unamuno, el editor, el propio poeta y ese pulpo que, quizá, es el motivo más recurrente en las ilustraciones. Por un lado, el pulpo gigantesco, agresivo y monstruoso, fue una imagen ampliamente utilizada por los ilustradores del siglo XIX, entre otras razones porque el tema aparece en escritores tan populares como Victor Hugo, Michelet y Julio Verne o tan míticos como Lautréamont. Como es sabido, de estos ilustradores se valieron fundamentalmente M. Ernst, A. Buñuel, L. García-Abrines y otros muchos como base para sus collages;  por otra parte, simbólicamente, el pulpo, cambiante y polimorfo, es un claro distintivo de transformación[9] –y, por tanto, símbolo creador por desenvolvimiento-, pero también de la mujer fatal, que abraza y termina por devorar a sus amantes[10].

Veinte años después, y a sus expensas, el poeta edita  Ciudadano del mundo, libro de gran formato (27’5×20’5), que es, desde su título, una obra que homenajea al espíritu de Miguel Labordeta, con el que García-Abrines tuvo larga amistad y correspondencia. En 1952 los dos crearon, y fueron los primeros inscritos, el Registro Internacional de los Ciudadanos del Mundo, con oficinas centrales en Zaragoza. Pero es que, además, la obra se adscribe a las “Publicaciones de la OPI” antes de estampar ese “Ediciones Azuara-on-Hudson, New Haven, 1980”, tan abrinesco y surrealista. Modestamente confeccionado por el propio autor, la edición es de 500 ejemplares, todos numerados –otra vez el guiño travieso y anticonvencional- con el número UNO.

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  El prólogo, “Península”, dedicado a Pepe Alcrudo e Israel Amitai, es un caligrama con la forma de España y, tras un dibujo titulado “Gallo presentando las armas”, que Picasso dedicó al autor el 10 de julio de 1952, comienza su primera parte, “Ciudadano del mundo”, que repite el título del libro, con un soneto que constituye una cantata funeral al llamado Manco de Lepanto. Pero, aunque el segundo poema tenga también la forma sonetil, no hagamos planes ni previsiones: en este caso se trata de un juego de neologismos, trucos fonéticos, erotismo entre infantil y desbravado y otro tipo de sorpresas.  No me resisto a reproducirlo:

                             Ratapún cataplán chiviori bioca.

                            Casorrán planifiel, cojón de ganga,

                             Ancristociel demón anangarranga

                             cuatro tazones cuatro de tapioca.

                             Chiviori bioca planifiel llenito

                             Sus sus quequés seséseque busto,

                             hasta que el vate muérese de gusto

                             mientras que la iza chúpale el palito.

                             Promischina mamal, culo culito,

                             tetón sesenta y nueve, como perra,

                             Taltelipén chisgarabís. Sopor.

                             Minina divina. Útero bendito.

                             Alegría. Flores. Yen Santa Guerra:

                             Amor, amor, amor y siempre amor.

Siguen otros dos sonetos: “A una mala poetisa”, entre lo humorístico y lo corrosivo, y “El dictador”, coloquialmente mordaz, pero, a partir de aquí, se alternan poemas que utilizan metros romanceados, verso libre, formas semicaligramáticas… con otros escritos en inglés (“Kindnapping”, “American Lift”, “Remarse Has a Sweet Taste”), en italiano (“Ti amo come tutti gli alberi”, “Solo sono chiari”), francés (“Vers toi, toujours”), algunos que mezclan inglés y español (“Death, Thou Salt Die!”) o inglés e italiano (“Love”), francés y español (“Laissez-moi chanter en paix”), español y griego (“Que se rompa pero que no se doble”)… En fin, entre otras cosas, una cumplida muestra políglota que hace honor al título de Ciudadano del mundo, que ostenta el poemario.

Junto a las formas poéticas aludidas anteriormente tenemos el poema visual (“Rock and roll con estribillo. Ejercicios de pronunciación para americanos tartamudos”), el poema aforístico (“Ciencia poética”) y otros más, como “Güiro y maracas en 6 por 8 sincopado”, dedicado al gran compositor Leonardo Balada, que utiliza jitanjáforas, aliteraciones y una ristra de recursos fónicos.

Nunca falta el humor, el toque surrealista, un deseo de espantar al burgués que tiene más de travesura infantil que de conciencia social pero también aparece la nostalgia, como en ese largo poema, “Oda a mis pájaros”, una suerte de elegía a los gorriones de Zaragoza, que prosigue en otro, también de alta tensión intelectual, titulado “Asesinato de un pájaro”, donde el yo del poeta se manifiesta nítido sin ocultamientos, transformaciones ni ambages.

A la homónima primera parte de Ciudadano del mundo, le sigue “Oraciones”, con dos poemas construidos en clave de condicionalidad y temporalidad. Luis no agota la gramatical clasificación sino que pasa a una tercera parte titulada “Poemas concretos”, que, efectivamente, son cinco cuajadas tentativas de poesía concreta. No muy lejos andan los cuatro poemas de la parte que le sucede: “Poemas para niños que no saben leer”, que da paso a “Collages”, compuesta de seis complejas composiciones que combinan el inglés y el castellano, con ocasionales incursiones en otras lenguas. Uno de ellos, “Castle in the skies”, adopta forma dialogada con intervención de seis personajes: el maestro, dos poetas, Cantinflas, Leopardi, que, muy propiamente, larga su parlamento en italiano, y Gracián, que, también como corresponde, expresa su pensamiento en frases nominales. El último de los de esta sección,  “Ahora me toca mí”, es un largo parlamento que condensa el estilo, las obsesiones, el tono y la identidad poética del autor.

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Collage inédito

Siguen cuatro microcuentos; la pieza dialogada “Linchamiento”, calificada de tragedia en un acto en la que sólo hay diez intervenciones de un abuelo, un padre y un niño, que no ocupan más de dos páginas, y un llamado “Epistolario” en el que figuran dos bienhumoradas cartas explicando “el nacimiento de mis mellizas Linda y Alicia” y el antológico “la operación de mis almorranas”; también, un corto artículo en inglés: “A Footnote Concerning Abrines in James Joyce’s Ulises” y, finalmente, uno de los textos, a la vez, más sentidos y característicos del poeta: “Elegía a mi muerte con una carta a Miguel Labordeta”, escrito con motivo de la desaparición de su amigo.

La parte final del libro: “Obra atribuida” contiene un popurrí casi dadaísta[11] en el que figura su autoepitafio, un haiku, jeroglíficos, poemas despendolados, declaraciones, biográficas y poéticas, en fin, cualquier cosa -siempre significativa, siempre inteligente- para terminar con el dibujo de una mujer desnuda sentada sobre un taburete, realizada con las teclas de la máquina de escribir.

Libro, pues, de gran complejidad, batiburrillo, caleidoscopio, vademécum de una creatividad y una sensibilidad singulares, breviario antológico de las formas poéticas del siglo XX, confesión de parte, entre otras muchas cosas, del amor a su tierra, que aparece constantemente en referencias directas e indirectas, la limitada circulación de este volumen ha impedido su conocimiento y la consabida pereza intelectual de nuestro medio para con la poesía –salvo limitadísimas excepciones- ha dado lugar a que no exista un solo estudio sobre la lírica del seguramente mayor vanguardista aragonés vivo.

Los dos últimos libros creativos de Luis García-Abrines son también de collages. Dedicado con veneración al cineasta[12] en su ochenta cumpleaños, Crisicollages para Luis Buñuel[13], en una magnífica edición de la Librería Pórtico, presenta una realización formal mucho más rica y elaborada que el volumen publicado veinte años atrás. La precisión alucinada, sustantiva y polisémica de los textos de El Criticón queda expresivamente ilustrada por los collages, que, compartiendo las mismas características, dan la nota de perplejidad y belleza. El humor del primer libro ha derivado en una sutil melancolía, en una mirada sobre el tiempo y sobre el mundo limpia como la belleza que se sueña y triste como el imperecedero ideal inaccesible.

   El humor vuelve con su última obra (1988), Variaciones sobre La donna e mobile (Solo -de gaita- para hombres). En esta ocasión los collages, también muy elaborados, ilustran citas misóginas de la literatura de todos los tiempos. Ni que decir tiene que, entre que la edición apenas circuló y el pánico a lo “políticamente correcto”, el libro, que, imagino, aún se puede conseguir, es un perfecto desconocido. Reproduciré las palabras que Ildefonso Manuel Gil dejó escritas en su solapa:

 LUIS GARCÍA-ABRINES es como pintor y como criatura humana eso que Rubén Darío llamó un “raro” y Juan Ramón Jiménez un “héroe”.

  Polifacético y original ha marcado sus creaciones plásticas y verbales con una constante exigencia de personalidad extraña, casi siempre desconcertante y siempre altamente meritoria.

  En esta colección de collages (…) disimula su devoción y respeto a la mujer con unas Variaciones sólo aparentemente antifeministas. Ese tipo de antítesis es muy característico de García-Abrines: aragonés fiel, nacionalizado norteamericano; cosmopolita que se pone el cachirulo para asistir a actos culturales al otro lado del Atlántico; ciudadano del mundo y vecino sentimental de Azuara; surrealista y erudito minucioso; profesor de literatura y tejedor de alfombras. La síntesis de toda esa serie de antítesis es la incambiable personalidad de Luis García-Abrines.

Jorge Guillén definió a LGA como “surrealista impenitente” y Camón Aznar lo llamó “último surrealista aragonés”. Sánchez Vidal habla de su “baturrismo ilustrado” y el propio Luis Buñuel estampó: “La discrepancia irracional entre las imágenes y los bellísimos textos de Gracián hace que el impacto poético sea más intenso que en los collages de Max Ernst”.

  Otro vanguardista, Antonio Fernández Molina (1983), termina así su artículo sobre LGA:

  (…) goza de la aureola de una leyenda basada en hechos reales, pues este artista lo es obre todo por su actitud vital que hace de él uno de los inventores del happening, el arte conceptual, de la actitud, etc., antes de que estas manifestaciones fueran puestas miméticamente en circulación en los medios artísticos e intelectuales. En él cada uno de sus gestos y de sus sorprendentes salidas obedecen a un impulso interior que le lleva a expresarse de insólita, original y sincera forma, con una auténtica categoría, que por encima de la valoración actual o posterior de sus obras y sus hechos, hacen de él un creador infrecuente que trasciende los límites.

  Esa actitud la ha llevado siempre a la vida cotidiana, desde que, de niños, los hermanos[14] ataviaban a la criada con casco militar hasta cuando, en la Universidad de verano de Jaca durante los años sesenta, se burlaba en una conferencia del General Franco “porque soy ciudadano americano y puedo hacerlo. ‘Vosotros, no. Os jodéis’” –se reía. Pasando por cuando desembarcaba en el aeropuerto neoyorquino vestido de baturro o, en la Universidad de Yale, explicaba a Unamuno cubierto de gasas y esparadrapo. Al final de la clase, escribía en la pizarra “Creer es crear” y se desprendía de los apósitos consiguiendo que los estupefactos alumnos no olvidasen nunca la frase unamuniana.

  Ahora que, para bien y para mal, nada sorprende a nadie, la personalidad de Luis García-Abrines es un fogonazo agudo, fugaz y estentóreo, que ilumina más de medio siglo de la compleja y disparatada cultura española que nos ha tocado vivir.

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Antes de impartir clase en su universidad

                                                                                             NOTAS

[1] Entre otros, conoció a José Gutiérrez Solana y al presidente de la Junta Teosófica de España, Eduardo Alfonso, con los que, indudablemente, habría de entenderse.

[2] Cf. Juan Eduardo Cirlot, Pájaros tristes y otros poemas, Zaragoza, Los Libros del Innombrable, 2002. En carta a LGA, Luis Buñuel, “como buen zaragozano”, reconoció haber estado también enamorado de la pianista de los catorce a los dieciocho años.

[3] La primera fue la obra de Alfonso Gómez de Figueroa, Alcázar imperial de la fama del Gran Capitán, la Coronación y las Cuatro Partidas del mundo, Madrid, Instituto “Miguel de Cervantes” del C.S.I.C, 1951; la última, por el momento, el facsímil de Antolinez de Piedrabuena (seudónimo de Fray Benito Ruiz), Carnestolendas de Zaragoza en sus tres días, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2005. Como era de prever, esta última obrita, un prodigio de amenidad y noticias curiosas, no ha suscitado interés alguno.

[4] “jounakos”, junto a “ulbenjoyos” y  “opicilos” fue una de las categorías en que la O. P. I. (Oficina Poética Internacional, fundada precisamente por Miguel Labordeta y Luis García-Abrines) dividía a sus poetas.

[5] Muchos años después publicaría su poesía: Juan del Valle y Caviedes, Obra poética (edición, introducción y notas de Luis García-Abrines Calvo, con la colaboración de Sydney Jaime Muerden), Jaén, Diputación Provincial, 1993.

[6] Entre sus publicaciones musicales es destacable la edición de la obra de Gaspar Sanz, Instrucción de música sobre la guitarra española,  Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1952.

[7] Un buen resumen biográfico, del que extraigo varios de estos datos, en Pérez Lizano (1992).

[8] Iba dedicado a Max Ernst y parece que desapareció en el Madrid de la guerra.

[9] V. C. G. Jung, Símbolos de transformación, Barcelona, Paidós Ibérica, 1982.

[10] No es este el lugar para derivar por lasmuy sugerentes interpretaciones que este símbolo podría deparar. Para los interesados, hay un libro monográficamente dedicado a este asunto, traducido al español y, además, excelente: Roger Caillois, Mitología del pulpo, Caracas, Monte Ávila, 1976.

[11] En una antología de la poesía aragonesa que sólo se publicó traducida fuera de España (1994-1995) escribí: “…constituye el típico caso de agitador poético, más cercano a presupuestos dadaístas que al surrealismo…”, lo que hoy, aunque matizaría, sigo suscribiendo.

[12] Luis Buñuel respondió con una sentida carta que reproduce J. A. Labordeta (1980).

[13] La palabra “Crisicollages” parece hacer alusión al vocablo “crisis”, con el que encabeza Gracián los diversos capítulos de El Criticón.

[14] Luisito siempre ha afirmado que el más surrealista de los García-Abrines era su hermano Paco, así como, en la familia de los Buñuel, lo era el psiquiatra Leonardo.

                                                                         OBRA

Así sueña el poeta en sus palabras (fragmentos de unos evangelios apócrifos), Zaragoza, Col. Orejudín, 1960. / Zaragoza, DGA, 2000.

Ciudadano del mundo, New Haven (EE.UU.), Azuara on Hudson, 1980.

 –Crisicollages para Luis Buñuel, Zaragoza, Pórtico, 1980.

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-Variaciones sobre La donna e mobile (Solo -de gaita- para hombres), Zaragoza, IFC, 1988.                                                                                                                           

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También puede verse en este blog:  https://javierbarreiro.wordpress.com/2020/03/16/el-surrealismo-entrevista-con-luis-garcia-abrines/                                                               

                                              BIBLIOGRAFÍA

-ALVAR, Manuel, “La donna e mobile”, Blanco y Negro, 22-I-1989.

-BALLABRIGA, Luis, «Luis García-Abrines (II)», Andalán nº 364-365, 15-IX-1982.

-BARREIRO, Javier, La línea y el tránsito, Zaragoza, IFC, 1990, pp. 304-306.

-BROTO, Julio, Diccionario biográfico musical aragonés, Huesca, Gráficas Alós, 1986, p. 46.

-COMÍN GARGALLO, Gil, «Zaragoza en Estados Unidos. El poeta Abrines», El Noticiero, 8-V-1960.

-DOMÍNGUEZ, Antonio (dir.), Voz: «García-Abrines Calvo, Luis», Gran Enciclopedia Aragonesa 2000, tomo X, Zaragoza, El Periódico de Aragón, 2000, p. 2367.

-FERNÁNDEZ MOLINA, Antonio, Voz: “García-Abrines Calvo, Luis”, Diccionario Antológico de Artistas Aragoneses 1944-1978, Zaragoza, IFC, 1983, p. 192-193.

-HORNO LIRIA, Luis, Autores aragoneses, Zaragoza, IFC, 1996, p. 212.

-LABORDETA,José Antonio, “Los collages de un ciudadano del mundo (con carné), llamado Luis García-Abrines”, Andalán nº 288, 26-IX a 2-X-1980, p. 15.

-, Voz: «García-Abrines Calvo, Luis», Gran Enciclopedia Aragonesa, tomo VI, Zaragoza, UNALI, 1981, pp. 1499-1500.

-, Los amigos contados, Zaragoza, Librería General, 1994, pp. 25-27.

-LABORDETA, Miguel, “Así sueña el poeta en sus palabras”, Despacho Literario, Zaragoza, Sagitario, 1960. Reproducido también en la segunda edición de la obra reseñada.

-PÉREZ LIZANO, Manuel, Focos del surrealismo español. Artistas aragoneses 1929-1991, Zaragoza, Mira, 1992, pp. 174-186 y 282-289.

SÁNCHEZ IBÁÑEZ, José Ángel, La edición de la poesía en Aragón 1962-2000. Aproximación bibliográfica, Zaragoza, Universidad de Zaragoza-Ibercaja, Poesía en el campus nº extraordinario noviembre 2001, pp. 135-136.

-SÁNCHEZ VIDAL, Agustín, “Luis García-Abrines, un ciudadano del mundo”, El Día de Aragón, 17-VI-1984.

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(Publicado en Diccionario de Autores Aragoneses Contemporáneos (1885-2005), Zaragoza, 2010, pp. 1039-1042).

Tomás Seral dibujado por Federico Comps

SERAL Y CASAS, Tomás Gregorio Wenceslao, Zaragoza, 28-09-1908 / Madrid, 02-07-1975
Seudónimos: Altazor
Género: Poesía

Nacido en la zaragozana calle de La Yedra, su familia era propietaria de la harinera de Alagón. Las  primeras aficiones de Tomás lo llevaron hacia la aviación y la mecánica pero, finalmente, se matriculó en la Escuela de Estudios Sociales (1930-1932), donde se graduó. Antes, con diecinueve años, había dirigido los cuatro primeros números de Vida Alagonesa, publicación consagrada a la citada localidad. Además, el número dedicado por La Novela de Viaje Aragonesa a esa villa, incluyó su breve relato Héctor y yo. Desde 1928, colaboró en La Voz de Aragón, diario en el que hizo críticas de cinematografía y literatura. Un año más tarde, publicó Sensualidad y futurismo, libro todavía no cuajado pero con rasgos prometedores. Y, en 1930, participó en la creación del primer cine-club zaragozano y fundó, con Valero Muñoz-Ayarza, Cierzo. En dicha revista, de la que entre abril y junio salieron cuatro números recogidos en edición facsímil (1995), ejerció como redactor jefe. El carácter republicano de la publicación, aparecida mientras cumplía el servicio militar, deparó que fuera trasladado a San Sebastián, donde ultimó su poemario Mascando goma de estrellas, ya decididamente vanguardista.

A partir de entonces, Seral y Casas estuvo en la punta de lanza de la vanguardia en Aragón. Impulsó los Carteles Líricos de Noreste -quizá la más importante revista literaria aragonesa de la primera mitad del siglo XX-, puso su firma en muchas de las publicaciones literarias españolas más avanzadas, así como en otras europeas y americanas, e intervino en la creación de Cuadernos de Poesía (1935), que totalizó nueve números, algunos editados después de la Guerra Civil. Al desencadenarse ésta, fue incorporado al Regimiento Gerona. Fruto de esos terribles años, concibió sus últimos poemas publicados, uno dedicado a Federico Comps, «Estar cansado tiene plumas», dado a la imprenta en la Barcelona de 1951. Cuando la contienda concluyó, Seral encargó a José Yarza la adecuación de una librería con sala de exposiciones, Libros, en la zaragozana calle Fuenclara, que trató de sustraerse a la uniformidad del ambiente. En 1945 se mudó a Madrid, donde, en colaboración con su mujer, Gloria Aranda, abrió otra librería, Clan (Calle Arenal, 18). Decorada por Alfonso Buñuel, fue una ventana para asomarse al arte nuevo en la medida que era posible en la España de los cuarenta. También funcionó como editorial, con publicaciones tan interesantes como la serie «Artistas nuevos», en cuyo número 4 aparecieron, bajo el título «Muerte española», los dibujos de su citado amigo Federico Comps, fusilado, con veintiún años, en 1936. La introducción poemática era, precisamente, del propio Tomás Seral.

En 1954, tras fundar la revista Índice, cuya propiedad pronto traspasó, se trasladó a París, donde abrió Cairel, otra librería-galería de arte. El mismo nombre puso a su nueva librería madrileña, ciudad a la que regresó en 1962. Durante todos esos años participó en iniciativas que muchas veces no cristalizaron, viajó, cultivó amistades y, episódicamente, colaboró en algunas publicaciones. Una de las últimas fue el diario zaragozano Aragón Exprés, que en 1972 le otorgó una sección con el título «¿Qué pasa?».

Si en Huesca fue Ramón Acín quien introdujo el concepto moderno de vanguardia, en Zaragoza fue Seral el creador que capitalizó el movimiento, sin una claridad diáfana, pero sí con una voluntad proclive al cambio. A pesar de su escasa producción, la poesía de Seral y Casas, estudiada por Serrano Asenjo, constituye uno de los más interesantes logros de la literatura aragonesa de la centuria. Se trata de poemas de juventud -publica su último libro, Cadera del insomnio, con tan sólo veinticinco años-, que culminan un ciclo personal, pues en sus versos postreros se advierte un descreimiento en la palabra que confirma su casi total silencio posterior. Si en la primeriza narración, Héctor y yo, no encontramos al Seral que va a ser sino, en todo caso, a alguien que trasuda un inconformismo más convencional que otra cosa, en Sensualidad y futurismo ya vemos asomar la influencia de la nueva sensibilidad desde el mismo título. La búsqueda de una expresión diferente y la carga de intelectualismo nos anuncian al poeta que en 1931 publica los «poemas bobos» de Mascando goma de estrellas. Ludismo y sentido social muy años treinta se juntan en este breve poemario de intensos aciertos y que depara un conjunto insólito en la poesía aragonesa de su tiempo. De mayor unidad y más desasosegado, Poemas del amor violento confirma la originalidad del autor y es para algunos su mejor libro, aunque no para Serrano Asenjo quien, en su certero análisis (1998b), señala que, siendo la más ambiciosa, no es la mejor de sus obras. En ella la impureza «se hace interior y contamina las peripecias de un amor hecho de gestos infantiles y de sexo a partes iguales, y plasmado en moldes neopopularistas de octosílabos y cuartetas asonantadas (…) Sus afectos envuelven un manto de ideales que los desfiguran y que llevan rápidamente al sufrimiento. Sin embargo (…) Seral supera la dolencia con una vuelta a los territorios del sueño y del deseo, que da a sus textos una serenidad, a veces fingida, pero que, en cualquier caso, no será fácil recuperar en páginas ulteriores». Los poemas de Cadera del insomnio oscilan entre el humor descreído y la agresividad, entre la inadaptación y la impotencia, en una línea de un surrealismo habitual en la poesía española de la época. Por su parte, Chilindrinas, publicado en su primera edición en Buenos Aires, constituye un rebufo de las greguerías ramonianas, donde brilla la inteligencia del autor aun sin llegar a la sorprendente brillantez del fecundo precursor de la vanguardia española. Como Serrano Asenjo ha destacado, «escribir para Seral equivale siempre a un compromiso», lo que le llevó a un grado máximo de insatisfacción y autocrítica que significó la interrupción de su valiosa obra.

                                                                                         OBRAS

Héctor y yo (novela breve), Zaragoza, La Novela de Viaje Aragonesa, nº 64 (número extraordinario dedicado a Alagón), 9-VI-1928.

Sensualidad y futurismo (prosa y verso), Madrid, Crédito Editorial Hernando, 1929.

Mascando goma de estrellas (poemas bobos), Madrid, CIAP, 1931. / Zaragoza, Guara, 1988.

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Poemas de amor violento, Madrid, Índice, 1932. / Zaragoza, Cierzo, Col. Libros de Poesía, 1933.

Cadera del insomnio -con il. de Maruja Mallo-, Zaragoza, Cierzo, Col. Cuadernos de Poesía, 1935.

Chilindrinas, Buenos Aires, La Revista Americana, 1935. / Madrid, Clan, 1953. / Zaragoza, Prensas Universitarias, 2004.

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Poesía, Zaragoza, Guara, 1988.
                                                             

                                                                                        BIBLIOGRAFÍA

-BONET, Juan Manuel, Diccionario de las vanguardias en España (1907-1936), Madrid, Alianza, 1995, p. 568.

-CASTÁN PALOMAR, Fernando, Aragoneses contemporáneos 1900-1934 (Diccionario biográfico), Zaragoza, Herrein, 1934, pp. 501-502.

-CASTRO, Antón, «Tomás Seral y Casas, un poeta del arte», Heraldo de Aragón,16-XII-2008.

-ESTEVAN, Manuel, «Lírica de Tomás Seral» (Reseña de Poesía), Heraldo de Aragón,1-XII-1988.

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