ERNEST HEMINGWAY: ENTRE LA LITERATURA, EL ALCOHOL Y LA VIOLENCIA

Publicado: diciembre 21, 2023 en Artículos, Literatura
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La figura humana de Ernest Hemingway (1899-1961) ha devenido en caricatura. Hasta se celebra anualmente un concurso al que se presentan los fulanos que más se parecen físicamente al novelista de Illinois y en los sanfermines aparecen majaderos con su careta. No importan sus tan imitados y rotundos cuentos, da igual que inventara alguna de la mejor literatura de su siglo. Hemingway es alguien que cazaba, bebía, iba con toreros y mujeres, se emborrachaba en Pamplona, daba publicidad a La Bodeguita de Enmedio, salía en el Life

En su caso a nadie habrá que demostrar su adscripción a la cofradía de la uva. Va una de sus múltiples declaraciones de principios, referida al periodista Gregory Clark: «(…) nunca le he visto borracho… A mí me gusta que un hombre esté borracho. Mientras no está borracho un hombre no existe verdaderamente. A mí me encanta emborracharme. Desde el principio es una sensación extraordinaria».

Hemingway, como tantos mitos del arte y de la creación, sembró la desolación entre sus cercanos. Nombraremos sólo a uno de ellos, Gregory, el más pequeño de sus tres hijos, del que el autor de París era una fiesta dijo que poseía «el lado más oscuro de la familia a excepción del mío». Fallecido en el año 2001 en una prisión del condado de Miami-Dade, el famoso Cayo Vizcaíno, Gregory se vestía de mujer, usaba el nombre de Gloria y, en una ocasión en que caminaba desnudo por el bulevar de Crandon, fue detenido y acusado de «exposición indecente». Ernest le culpó de haber contribuido a la muerte de su madre, Pauline. Se trataba de un bebedor incapaz de conservar un trabajo y tuvo una niñez más que problemática. No era de extrañar si sabemos que el novelista decidió bautizar al primero de sus hijos con el nombre de Nicanor Villalta, en homenaje al famoso y dicharachero torero de Cretas (Teruel), que salía en la tele de Franco, con su dentadura postiza, y que luego utilizó Summers en Juguetes rotos. Finalmente, se impuso la misericordia y se le sacó de pila con el nombre de John Hadley Nicanor Hemingway, que luego se convirtió en «Bumby». De cualquier modo, aquel a quien tanto le gustaba que le llamaran «Papá» poseía una facilidad inconsciente para revolverse contra quienes le querían, en un triple cóctel de egoísmo, rencor y crueldad.

Él tampoco había tenido suerte con sus padres, ella, dominante y él, inseguro. El progenitor, con el fin de que se curtiese, le inició en el deporte y en la vida al aire libre pero también le hizo presenciar alguna de sus intervenciones quirúrgicas, como aquella en que practicó la cesárea en vivo a una india, cuyos gritos y sufrimientos terribles indujeron a su marido a degollarse. Los tempranos afanes de independencia por parte de Ernest tenían, pues, sólidas motivaciones.

                Entrevistado por Marino Gómez Santos

Sabido es que Ernest no engañó a nadie y que sus fanfarronadas le sirvieron para salir mucho en la prensa pero no para que le tomaran en serio, incluso sus alardes de virilidad ocasionaron que esta se pusiera en solfa, lo que han corroborado textos inéditos sacados a la luz tras su muerte. Así lo vio Ramón J. Sender, que lo trató y lo retrató en dos de sus libros, Nocturno de los 14 y Álbum de radiografías secretas. El también gran novelista Anthony Burgess, católico y bebedor como el norteamericano, le dedicó una biografía en la que lo retrata con perspicacia:

En Cayo Hueso su objetivo fue no aparecer como un gran escritor entre los marineros y pescadores, sino mostrarse como un misterioso y peligroso hombre del Norte, un gran traficante de alcohol o jefe de
distribuidores de droga (…) le entusiasmaba que le tomasen por cualquier cosa, excepto por un escritor
Este repudio de una gran vocación se encuentra frecuentemente entre artistas anglosajones, aunque es raro entre los franceses.

Pero en cualquier lugar pueden encontrarse testimonios sobre esta aparente falta de interés por la literatura y de su afición a la bebida, auxiliada por una capacidad física que le llevaba a tolerar bien los excesos y, por tanto, a que estos fuesen desmesurados. El director del hotel que habitó en Venecia a finales de los cuarenta afirmaba que tres botellas de Valpolicella para empezar la mañana no eran nada para él. Luego, mezclaba daiquiri con whisky, martini, tequila, aguardiente… La bebida (Papa’s special) con que se obsequiaba en la famosa Bodeguita de Enmedio contenía zumo de lima, zumo de uva y ciento diez mililitros de ron. En 1958 Milt Machlin contempló cómo se echaba al coleto quince Papa’s Special entre las diez de la mañana y las siete de la tarde y, luego, se marchaba a escribir. Hemingway le contó el secreto: beber de pie.

Hunter J. Thompson entrevistó a uno de sus vecinos de Ketchum (Idaho), el último de sus domicilios, y habla de una de sus borracheras que duró tres días:

Era un gran bebedor (…) Estaba él con dos cubanos: uno era un negro enorme (…) el otro un
hombrecito muy delicado, un neurocirujano de La Habana (…) Estaban borrachos de vino y
farfullaban en español como revolucionarios (…) Hemingway sacó el mantel (…) él y el otro grande
se turnaron mientras el médico hacía de toro…

Por entonces, rondando los sesenta, tenía muy serios problemas de salud, que lo habían abocado a la esterilidad creativa, a la paranoia y que, finalmente lo llevarían a la muerte, siempre cortejada con tanto empeño por el buen narrador de Illinois. Death in afternoon es el nombre de un cocktail, que, compuesto de absenta y champán, hace honor a su nombre («muerte en la tarde»), basado en el libro que, en 1932, Hemingway publicara sobre la metafísica tauricida.

Es abrumadora la cantidad de fotografías que se hizo Hemigway empuñando un rifle, incluso la última que se le podría haber tomado en vida hubiera sido con un rifle apuntándose en la frente, lo que incide en la imagen que quería proyectar. Víctima de sí mismo, como tantos, sus libros son un acicate que nos invita a conocerlo y comprenderlo.

Publicado en Alcohol y Literatura, Menoscuarto, 2017, pp. 150-152. Con algunas adiciones.

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