Posts etiquetados ‘José Camón Aznar’

Para un monográfico sobre el surrealismo en Aragón publicado por El Día de Aragón, que luego se recogió en el libro, La línea y el tránsito, entrevisté por escrito a Don Luis o Luisito, como indistintamente se le llamaba, con el que mantuve una fecunda correspondencia. En la breve interviú da muestras del espíritu transgresor, juguetón y humorístico, que siempre fue su santo y seña.

—¿Cuándo comienzas a interesarte por el surrealismo?

—Después de la guerra. Con Alfonso Buñuel, Doña María Portolés de Buñuel tenía muy bien guardadas y cerradas en cajas, todas las pertenencias de Luis: documentos, libros, películas, etcétera. Alfonso, secretamente, abría una de las cajas y sacaba algo de su contenido. Todo lo que había en las cajas lo leímos de pe a pa, estudiándolo y comentándolo. Luis tenía una de las mejores bibliotecas de surrealismo, con dedicatorias de todos los autores: Bretón, Elouard, Aragón, Tzara, etcétera. Un tesoro, vamos. Un día salió hasta un manuscrito de poesías de García Lorca.

—¿Cuál fue tu contacto con los surrealistas en París?

Poco. Picasso me presentó a Aragón y a Cocteau en el Père­ Lachaise, cuando enterraban a Paul Eluard, el 20 de noviembre de 1952. A quienes veía con frecuencia era a Honorio García Condoy, a Oscar Domínguez y al secretario de Picasso, Jaime Sabartés. A Miró lo conocí en Barcelona cuando me hacía escapadas al Liceo. Me lo presentó Prats, el sombrerero. A Dalí, en 1975, en el Hotel St. Regis de Nueva York, en compañía de Gala. A José Gutiérrez Solana y a Benjamín Palencia, en el año 1941, en Madrid, cuando trabajaba en las zahurdas de Plutón (sucursal del Banco de Aragón).

Háblanos de tus libros, exposiciones y actividades desde tu marcha de Zaragoza a los Estados Unidos.

—He hecho uso del surrealismo en mis treinta años de enseñanza en los Estados Unidos con resultados muy positivos. Un ejemplo: cuando expliqué en la Universidad de Yale a Unamuno, fui con el ojo derecho cubierto con gasas y esparadrapo. Al final de la clase escribí en la pizarra la frase de Unamuno «Creer es crear». Me quité el esparadrapo y la gasa y los estudiantes vieron que nadie me había pegado una hostia, que es lo que ellos habían pensado durante toda la clase. En las reuniones de los antiguos alumnos de Yale me han recordado que en su vida se olvidarán de Unamuno. Pues para algo sirve el surrealismo, ¿no te parece? No sólo para dar por el culo a los rinocerontes hembras o para repetir en las letanías del rosario «agua con anís» en vez de ora pro nobis.

—¿Crees que el carácter o la cultura aragonesa han sido proclives a la llamada sensibilidad surrealista?

—En 1947 invité a José Camón Aznar a hablar en la Academia Miral de la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza sobre José Gutiérrez Solana. En el banquete que le dimos en el Restaurante Flor, de la plaza de España, en compañía de Rafael Gastón Burillo, Pedro María Ágreda y Antonio Ruiz de Elvira, nos dijo que el surrealismo era producto aragonés y que había nacido en Aragón. Años más tarde, repitió lo mismo Eusebio García Luengo, «en Aragón el surrealismo es planta espontánea»,  pensamiento que incluí al comienzo de mi Ciudadano del mundo (La biblioteca de la Univer­sidad de Zaragoza tiene copia de los programas de la Academia Miral, de la que yo era secretario). Lo que decía Camón es verdad. Ahí están los dos bilbilitanos: Marcial y Gracián. Hay un epigrama del primero que describe la chorra de un gachó que era tan «gallarda» que cuando se le empinaba tocaba la punta de su nariz. Y no digamos nada del conceptista. Luego Goya, el milagro de Calanda y Buñuel.

—Pese a las proclamas teóricas del movimiento, ¿crees que la llamada actitud surrealista se vincula más a la inteligencia que a la espontaneidad?

—Aquí habría que dar suelta al intelecto, dejando así a la exacta inteligencia que ahuecara con espontaneidad en mi poroso cerebro, que es como se me quedó después del aneurisma que tuve, con coma y todo, pero sin punto final. Mala yerba nunca se ablanda.

—¿Hubo en la Zaragoza de los años cuarenta un círculo de intelectuales interesados en el surrealismo?

—Claro, el más importante de España. El «sumo pontífice» era Alfonso Buñuel. Y sus acólitos, Manuel Derqui, Miguel Labordeta, Julio Navarro, Javier Calvo Lorea, Eduardo Cirlot (que estaba haciendo la mili en Zaragoza) y este humilde servidor de usted. Este grupo era mucho más importante que el de las Islas Canarias, que ya es decir.

—¿Cuál es tu imagen de Miguel Labordeta? ¿Y de Alfonso Buñuel?

—Eran mis dos tipos cojonudos, únicos. Todo lo que pudiera decir es poco. Eran dos íntimos amigos y podría contar tanto, que no sé por dónde empezar. Ya perdonarás. Pero si te puedo decir otras cosas más sencillas. Por ejemplo que después de confesarme y comulgar me la meneo todas los viernes, por ser habeas corpus de Venus, a las dos de la tarde bajo un sauce llorón, con aullidos mortales y sacándome del hueso todo el freudiano tuétano ad libitum. Por la noche, en el cuarto de los suplicios cumplo con mis religiosos deberes conyugales, entregando mi habeas corpus a mi joven mujer, María, guapa y buena de verdad y usted que lo vea.

(Publicado en Javier Barreiro, La línea y el tránsito, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1990, pp. 304-306).

Sobre Luis García-Abrines, también puede verse en este blog: https://javierbarreiro.wordpress.com/2016/06/20/la-palabra-oculta-de-aragon-luis-garcia-abrines/

 


Comunicación Académica nº 1546 a la Academia Porteña del Lunfardo, publicada en el Boletín de la misma. Buenos Aires 6 de septiembre 2001.

Quien fue el primero y más grande de los vanguardistas españoles, Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1888-Buenos Aires, 1963), ya había hecho amplias referencias al tango en su novela Policéfalo y señora (Madrid, Espasa Calpe, 1932) y en otras varias ocasiones aisladas a lo largo de su variopinta obra. El prestigioso crítico José Camón Aznar escribió acerca de la narración citada: «Nunca se ha expresado como en estas páginas la pasión del tango, la languidez apasionada de su baile, ni la calidad musical del acordeón» (Ramón Gómez de la Serna en sus obras, Madrid, Espasa Calpe, 1972, p. 362). La novela plantea el contraste entre el Viejo Mundo convencional y el mensaje renovador de las vanguardias: «Son ustedes los únicos para aceptar lo que no se ha dicho nunca y para apadrinar lo que el viejo mundo rechaza», dice Perfecto, su protagonista, lo que, en cierto modo, podría ser premonitorio de la posterior trayectoria de Ramón. Y, sobre el efecto de la música tanguera:»El alma es como una esponja y hay que apretarla de vez en cuando para que suelte lo que ha sorbido… Yo después de oír acordeones me siento mejor». Hay también en la obra una danza de la muerte protagonizada por unos esqueletos bajo los rayos X, que recuerda alguna de las carátulas humorísticas de los tangos de tema médico.

Anatomía-Partitura

Pero es en Interpretación del tango, Ultreya, Santa Fe, 1949, cuando Gómez de la Serna trata con especificidad el tango y es, además, cronológicamente, una de las primeras obras dedicadas a la disquisición sobre el mismo. De hecho, muy pocos libros anteriores habían sido dedicados íntegramente a reflexionar sobre esta música. De cierta entidad sólo recuerdo los de Vicente Rossi, Cosas de negros (1926), Carlos Vega, El tango andaluz y el tango argentino (1932), los hermanos Bates, La historia del tango (1936) y Julián Centeya, El misterio del tango (1946). Y, como se ve, son textos, en su mayoría, más históricos que ensayísticos.

Gómez de la Serna debió conocer el tango desde su entrada efectiva en España en torno a 1911 y ya se ha dicho que hay referencias pasajeras sobre el mismo en varios de sus muy numerosos libros. Interpretación del tango es obra escrita desde el sentimiento y, sobre todo, desde la impresión, que es lo propio de Gómez de la Serna, que era mucho más un impresionista que un narrador, un definidor, más que un historiador. No hay que buscar en él la verdad histórica del tango sino su impacto en un espíritu tan original como el suyo. Por supuesto, que muchas de sus entrevisiones pueden ser discutidas, pero tiene también innegables aciertos como cuando concede alto protagonismo a lo negro y destaca a Vicente Rossi como una de las mejores cosas –son sus palabras- que ha dado el tango, con lo que coincidirá Borges; o cuando encuentra en el fado una ráfaga tanguera. Lo mismo, cuando proclama que el tango nace como baile y exclama aquello de «¡Todo está tan reciente que en nuestros días está aún en la evolución adolescente!».

A Ramón le interesaba de igual manera la música que la letra y es ilustrativo repasar los tangos que cita: “La cabeza del italiano”, “Mi noche triste”, “No te engañes corazón”, “Tomo y obligo”, “Milonguita”, “La última copa”, “Malevaje”, “Esta noche me emborracho” y “Alma en pena”, que elogia especialmente, como admira a Discépolo en el campo de la composición. Nótese que se trata de tangos todos cantados por Gardel, del que dice: «La voz de Gardel era una herida en su rostro y nos acordamos siempre de su voz llagada». Reproduce también la “Milonga para Gardel”, además de otras dos: “Milonga triste” y “Entre la vida y la muerte”. Son estas tres y la “Payada entre Gabino y Vázquez” las únicas letras que contiene el libro.

Entre las múltiples razones que podemos encontrar de la afición del escritor por el tango, aparte de que sean parecidas a las que nos pueden afectar a cualquiera de nosotros, podríamos citar esa identidad cronológica en el trayecto de ambos, las estancias en la Argentina forzadas por su peculiar exilio y también lo que él llama «estilo entrecortado y picaflor que merodea aquí y allá».

El libro, que desde hace años era de difícil consecución, pese a haber sido reeditado en 1979 (Buenos Aires, @lbino y Asociados, Editores) con prólogo de León Benarós y bellas xilografías de Carlos Torrallardona, ha sido puesto de nuevo en la calle, en una edición con prólogo de Rafael Flores e ilustraciones fotográficas, por la firma madrileña Ediciones de La Tierra.