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(Publicado en La cadencia del mundo. Homenaje a Rosendo Tello, Zaragoza, Olifante, 2022, pp. 29-48).

Rosendo Tello con su gato Horus, a fines de 1984

El escaso brillo de la poesía aragonesa en el siglo XX no favoreció que los estudios y artículos dedicados a ella fueran abundantes con la excepción de los referidos a Miguel Labordeta, aunque deba señalarse que la inmensa mayoría aparecieron años después de su temprana muerte. El caso de Rosendo Tello, pese a que los comentaristas señalaran desde el primer momento su buen pulso poético, no es diferente. Ha sido a partir de sus obras completas publicadas en 2005 cuando, al general reconocimiento tributado a su obra, se añadió una mayor atención crítica. Este trabajo pretende acercar al lector cuál fue la respuesta crítica y la percepción de la obra del poeta en una sociedad como la del último franquismo y los más de cuarenta años constitucionales en los que la poesía iba a ocupar un lugar cada vez más oscuro en la sociedad y en los medios de comunicación, aunque algo tuvieran que ver estos en esa forzada marginación. Sin embargo, ya se ha advertido que en el caso de este poeta su estimación fue creciendo hasta que el siglo XXI lo recibiera ya convertido en el poeta vivo aragonés más respetado. Al menos, esa ha sido la opinión común.

Si la poesía es marginal, cuanto más no lo será su crítica. Por ello, resultaría ilusoria la pretensión de exhaustividad en las reseñas y textos aquí recogidos. No he realizado para ello ninguna búsqueda especial sino que todo el material procede de mi archivo, favorecido por el medio siglo que con el autor he mantenido una relación muy frecuente y muy amistosa. Y bien sabe él que ese asunto nunca ha interferido en mis valoraciones críticas aunque este trabajo no recoja apenas mis juicios sino los de otros dedicados a opinar sobre poetas. Discúlpenme, pues, aquellos a cuyos textos no he llegado.

Ese muro secreto, ese silencio (1959), el primer libro del poeta, fue comentado en el número inicial de Despacho literario[1], correspondiente a la primavera de 1960 (“Bajo el signo de Tauro”, rezaba su data en la cabecera). En la página 10 y con la firma de M. (Antonio Fernández Molina), el escritor manchego que más tarde se afincaría en Zaragoza, comenzaba su reseña vinculando al libro con el surrealismo ya que, aunque hubiese pasado de moda, “la mayor parte del arte poético vigente (…) si no es surrealismo (no digo precisamente dogmático) procede de él”. Para el crítico, en el caso de Tello, su desembarco en la vanguardia no era intencionado y, por ello, albergaba una mayor originalidad: el surrealismo había venido hacia él.

AFM hacía  notar que, en un primer libro, el poeta con “extraordinaria intuición se ha puesto al día sin antecedentes” y, pese a la escasa originalidad de los temas, de raíz intimista, existía “un lirismo personal, libre y balbuciente que es una sorpresa continua”, para afirmar a continuación que ese balbuceo era el acierto máximo y perfecta, la arquitectura del poema. Señalaba asimismo su vinculación con San Juan de la Cruz y algunos poetas metafísicos, su huida del lado oscuro para apoyarse en la esperanza y el humanismo y concluía sin ambages que se trataba de “uno de los más bellos y originales que se han escrito en los últimos años”. A pesar de titular su reseña como “Poesía en libertad” el crítico encontraba “una aparente falta de ambición” pero expresaba su confianza, copiando un fragmento en el que el poeta anunciaba otro futuro: “Despertaré otro día /con nuevo rostro ya el timón airado”. 

Como anécdota poco conocida, el 10 de julio de 1960, Rosendo protagonizó la entonces famosa sección “La cárcel de papel” del semanario humorístico La Codorniz (1941-1978) por la autoría de este libro, al que se identificaba con un crucigrama, por lo que se le condenaba sin costas[2].

Diez años transcurrirían hasta la publicación de Fábula del tiempo (1969), cuyos versos continúan la temática iniciada en el libro anterior, fundada en la tierra, la familia, el paso del tiempo… Luis Horno Liria, que durante tantos años ejerció la crítica literaria en Heraldo de Aragón, dentro de coordenadas ideológicas muy conservadoras pero con honestidad y tino crítico, se rebeló contra el silencio, lanzando, de paso, alguna leve andanada contra cierta crítica, llamémosle, objetivista:

Que yo sepa, hasta ahora este libro no ha obtenido ningún comentario de la crítica nacional. Dicha «crítica” tiene confeccionados escalafones –el método para encasillar suele ser pintoresco- y estos no se modifican así como así. Por lo visto, en esos escalafones no fue incluido el nombre de Rosendo Tello. O tal vez, si fue incluido, este libro ha parecido de difícil lectura y alegremente se lo ha orillado. Fábula del tiempo tiene, en efecto, algunos poemas que no encajan en el patrón corriente, de estas fechas, de este país, de las “ordenanzas” dictadas por tal o cual teorizante religiosamente oído. Pero el libro es bueno, está muy bien dosificada la cantidad que lleva de emotividad mediante el expurgo de un lenguaje exigente, de un personal gusto por la matización sutil y el empleo de simbolismos, que pueden ser oscuros en ciertos momentos, pero que siempre alcanzan sorprendentes giros de bella sinteticidad…[3],

Finalmente, el libro alcanzó también su espacio en  la revista Poesía Española, reseñada por el poeta y abogado gaditano Juan de Dios Ruiz Copete, y en la zaragozana Catarsis, por un joven alumno de Rosendo, Eudaldo Casanova. Pero el espaldarazo lo obtuvo de Salvador Espríu que habló de un alto y raro poeta y puso sus sonetos a la altura de los grandes maestros castellanos. Sin embargo, Rosendo se distanció posteriormente de estas obras iniciales y consideró la siguiente, Libro de las fundaciones (1974), como la primera de la que se sentía satisfecho. Puede decirse, además, que fue este libro el que consagró a Rosendo como uno de los primeros poetas aragoneses. En cuanto a su recepción, fueron sus compañeros del café Niké los más activos. Manuel Pinillos, crítico de poesía de Heraldo de Aragón durante varios lustros, le dedicó en su periódico una larga reseña:

Ha escrito Rosendo Tello con este libro lo mejor, lo más sólidamente construido y emitido de cuanto tiene publicado hasta hoy. El libro no es de los que se nos apoderan en una primera lectura sino que precisa un más detenido contacto con él (…) Todo el proceso del libro (…) está orientado a una búsqueda del propio conocimiento, del conocimiento del sí, hacia la consecución de un hallar las propias orientaciones en el profuso océano del ser, para ir en derechura hasta fundar algo con el mayor arraigo[4].

José Antonio Labordeta en las páginas del quincenario Andalán, tan lejanas ideológicamente al decano de los diarios aragoneses, ponderó también El libro de las fundaciones, con el que Rosendo estrenaba publicación en una colección de poesía de índole nacional tan importante como lo fue El Bardo entre 1964 y 1974[5]. Por cierto que, en el número 4 de Andalán, Tello comentó muy favorablemente el libro 87 poemas del gran poeta cartagenero José María Álvarez, sobre todo conocido desde su inclusión en la antología de J. M. Castellet, Nueve novísimos[6]. En su número siguiente, el nuevo periódico aragonés publicaba en su última página un virulento ataque, “La crítica y sus fantasmas”, a la reseña del poeta, por parte de Mariano Anós, hombre de teatro y entonces destacado miembro del PCE en Aragón. En la parte inferior de la página se daba oportunidad de contestación al  embestido que respondía con el escrito que tituló “Diálogo de sordos”, pero tanto el lugar en la página como la tipografía privilegiaban el escrito del actor[7].

También Félix Ferrer en Nueva España y Leopoldo de Luis en Pueblo, se ocuparon del poemario. Escribía el poeta cordobés:

La calidad verbal de la poesía de Tello Aina, sus abstracciones —aun partiendo de una contemplación concreta— parecen querer decir, como todo, hasta la hermosura es fundible, y, como el fuego, el propio creador de tan luminosas creaciones, las consume. Otras son como unas alas de ceniza lo que pone a las cosas, para dejarles caer en imposibles vuelos. Pero en cada caso, es un estremecimiento de belleza lo que nos transmite, al ponernos en contacto- con esa absorta contemplación de la tierra y de la llama, a través de un verso sabio de palabras y de ritmos.[8]

Publicado en 1975, Paréntesis de la llama se escribió entre septiembre de 1969 y julio de 1970, es decir, antes del Libro de las fundaciones. Su génesis fue la contemplación desde la colina de San Jorge en Huesca de un incendio de rastrojos al atardecer, que se funden con la puesta del sol. Guillermo Gúdel, que colaboraba con Luciano Gracia en la impresión de la Colección Poemas, cuyo número 19 acogió el poemario, escribía para Heraldo de Aragón:

El poeta, por serlo, padece el maleficio de acercarse a la luz, de quemarse en ella, no como mariposa ilusa o seducida por un misterio fatuo, sino porque sus ansias somáticas lo llevan en búsqueda de sí mismo, de esa verdad que siente dentro de un corazón que le exige dicciones más altas o más claras –más inquietas también- para que la armonía de la vida penetre en todos sus latidos o para rebelarse contra aquello que juzgue oneroso o terrible.  Así, Rosendo Tello se quema, (…) arde ante la oscuridad de su destino o ante los ritos más hermosos de la naturaleza (…) a través de un idioma singular, semiextraño y, sin embargo, cierto, lo mismo que el motivo que lo sujeta al suelo, único espacio dable para las vibraciones del ser afines y contrarias: la paciencia y la ira, la risa y el dolor, la existencia y la muerte, toda esa gran hoguera del sentimiento vivo que sube en humo y llama de oraciones o cantos creado por el culto al lenguaje ideal[9].

Paréntesis de la llama contenía también uno de los poemas más conocidos y conmovedores de Rosendo, “Elegía”, dirigido a su padre, que luego reproducirían distintas antologías: Aula de poesía (1975), Navales (1978), Pérez Lasheras (1996)…

La primera de estas antologías lo era exclusivamente de la poesía editada por Tello y recogía poemas tanto de sus dos libros anteriores como de los dos venideros[10]. Fue realizada por el propio autor a instancias del Aula de Poesía, entidad dependiente de la Delegación Provincial de Cultura, lo que mostraba que el poeta ya gozaba del reconocimiento que remacharán sus próximos libros. En la antología de Ana María Navales se historiaba brevemente la poesía aragonesa del siglo XX pero no se hacían juicios literarios, que sí incluiría más tarde Pérez Lasheras. Entre ambas, como un homenaje a la Peña poética surgida en torno al café Niké, el ayuntamiento zaragozano editaría OPI – NIKÉ. Cultura y arte independiente en una época difícil (1984). El primero de sus dos tomos estaba dedicado a la poesía y, en vez de enviar una muestra cronológica de su trabajo, Rosendo decidió incluir en él sus “Elegías a Dania”.

Tras Paréntesis de la llama, aparecería Baladas a dos cuerdas, escrito entre 1969 y 1973, editado en 1979. Entre los ecos que suscitó, resulta destacable el artículo de Enrique Molina Campos, poeta y crítico gaditano, que en la revista Hora de Poesía dio a luz el que hasta entonces era el artículo más extenso que se había publicado sobre el poeta, “Rosendo Tello y el valor de la palabra en la poesía aragonesa”, que satisfizo especialmente al sujeto comentado:

…una cosmovisión organizada y consumada se formula en y por un lenguaje cuyo choque consigo mismo alza un universo de belleza autónoma que, a su vez, revierte sobre la intención comunicativa del acto poético creador. La cosmovisión se representa identificando sus términos con los de la “geografía física” de Aragón, de suerte que queda establecida una vasta y cargada simbología, mucho más allá de la proyección individual sobre la naturaleza contemplada, mucho más sustantiva que el “paisaje-estado-de alma”.[11]

Luisa Capecchi reseñó Baladas a dos cuerdas en la revista Cal y, muy poco después, dedicó al poeta un breve estudio en el que se constataba:

…resulta ser el poeta aragonés que más que cualquier otro y sin ninguna demagogia, habla de la tierra aragonesa, no sólo empleando un vocabulario puntual para ella, sino evocando y excavando en sus rituales campesinos, confundiéndose por completo dentro de esta raíz de la cual parece no querer aislarse ni un solo instante, sino, al contrario, penetrarle hasta el fondo, hasta, y aquí surge lo universal, su personal y mítica reelaboración.[12]

A partir de aquí va a incrementarse la atención prestada al escritor de Letux, no sólo por sus cinco libros ya publicados y la evidente y compartida creencia en la calidad de su obra sino porque en 1977 había aparecido la revista de poesía Albaida, dirigida por Rosendo y la citada Ana María Navales, que albergaba poemas y reseñas poéticas. Con esto, sus directores pasaron a ser más conocidos y valorados, dada la especial idiosincrasia de la sociedad literaria española, que siempre ha favorecido el aplauso o palmeo a quien controla algún medio, aunque sea tan enclenque como una revista poética de provincias. Otra cosa es que, en este caso, Albaida tuviera un excelente nivel, al menos, en la parte crítica. En sus cinco números publicados entre 1977 y 1979 –dos de ellos dobles, con lo que se llegó al número 7- Rosendo Tello incluyó sendos estudios dedicados a Miguel Labordeta, Francisco Brines, Ramón de Garciasol, Juan Gil-Albert y “Cuatro poetas aragoneses”.

Meditaciones de medianoche (1982) constituye un poemario sensorial de perfecta armonía y cadencia en el que la introspección poética nos conduce a un universo onírico donde pugnan las potencias de la luz y de la sombra. Fue, sin duda, el libro con más fortuna crítica de los publicados por el poeta hasta el momento: Ángel Guinda en El Día, Clemente Alonso Crespo en Andalán, Miguel Luesma en Heraldo de Aragón y Manuel Estevan, de nuevo en El Día de Aragón, fueron los autores entusiastas de las reseñas publicadas por aragoneses. Javier Lentini, fundador y director de Hora de poesía, en 1984 le dedicó el trabajo titulado  “La poesía íntima de Rosendo Tello” y Heraldo de Aragón volvió a dedicar espacio al libro a través de un comentario de Jesús Ferrer Solá. En 1986 Javier Barreiro publicaba el ensayo más extenso sobre el libro, “Rosendo Tello, una poesía de la reverberación”, en la revista de la Universidad de Mayagüez, Cruz Ansata.

Pasarían ocho años hasta la publicación de la siguiente obra, Las estancias del sol (1990), escrito quince años atrás y que constituía la última de la pentalogía que había iniciado con Paréntesis de la llama y Libro de las fundaciones. Cinco libros que constituyen una meditación sobre el ser personal y colectivo de la tierra, como ser metafísico-poético y físico-cultural, en palabras del propio poeta.

El poemario se compone de nueve estancias –como los círculos del Dante- en las que culmina su recorrido solar.  Se trata de un viaje por espacios mágicos e ilusorios hacia la infancia y hacia el amor, hacia su propia constitución ancestral en la que se conjugan la tierra, la poesía, lo masculino y lo femenino, el sol y el agua, los regímenes diurno y nocturno. Pero, siempre, la búsqueda de la luz, el símbolo del ideal por excelencia, el intento de entender a través de la poesía, la certeza de no entender…

Una nueva generación se había incorporado a los reseñistas literarios. Manuel Vilas, Antonio Pérez Lasheras y María Pilar Martínez Barca comentaron el libro en Heraldo de Aragón, está última, en dos ocasiones, mientras Antón Castro lo analizaba en El Día y Manuel Estevan escribía en Turia:

No hay esencialidad, objeto cósmico o matiz agorafílico que no refulja a lo largo de las nueve densas composiciones. La lectura de estas requiere una intensa atención de principio a fin (…) Rosendo Tello ha tomado Lezama Lima y, por ende, del barroco moderno el hilo idiomático a través del cual se desliza el objeto exterior de las frases: ritmos e hipérboles incluidos[13].

Manuel Estevan en este artículo y otros comentaristas ya habían expresado la opinión de que Rosendo Tello se situaba en el primer lugar -o, si no, muy cerca- de los poetas de Aragón. Sin embargo, seguía siendo difícil para un poeta de la España de fines del siglo XX obtener salida a su producción en las fechas en las que daba sus libros por concluidos. Así, Rosendo Tello hubo de ir acogiéndose a la edición de plaquettes. En 1992 el Ministerio de Educación y Ciencia, para celebrar la inauguración del Curso Académico, editó 500 ejemplares de Caverna del sentido, 10 estrofas de catorce versos alejandrinos de gran belleza y hondura lírica. En 1996, con motivo de su jubilación, el Instituto José Manuel Blecua de Zaragoza, en el que oficiaba de Catedrático de Lengua y Literatura Española, dio a las prensas una serie de 21 poemas con el título, Confesiones en vísperas de domingo. En el mismo año, la Galería Lourdes Jáuregui de Zaragoza publicó otro breve opúsculo, Oráculos, que anticipaba los poemas de Augurios y leyendas de un tiempo que se va.

En 1996 aparecía Antología aragonesa contemporánea de Antonio Pérez Lasheras, en la que Tello figuraba junto a 21 poetas, varios de ellos ya fallecidos. Además de la selección de poemas, incluía una biobibliografía y un análisis de la obra de los antologados. En las páginas dedicadas a Tello el antólogo expresa algunos reparos referidos especialmente, a la primera parte de su obra:

Hay, pese a todo lo dicho, un deseo, un ansia, un anhelo en la poesía de Tello de elevación, a través de un proceso de simbolización, hacia una cierta densificación en sus contenidos. Simbolización que implica un intento de construir una particular mitología personal, no siempre suficientemente rotunda (…) El otro intento de elevación por parte de la poesía de Tello estriba en la voluntad de dotarla de un cierto soporte filosófico, en el que se entretejen las concepciones del primer Heidegger (que ya movieron a Miguel Labordeta a dar solidez a su poesía) con un cierto existencialismo escéptico y casi burlón, unido a ciertas veleidades antropológicas en las que el poeta busca la explicación fabulosa (recordemos uno de sus títulos) de ese mundo mítico que concibe como principio de toda la humanidad[14].

Tras ocho años sin editar un nuevo libro, Rosendo publica por primera y única vez en una editorial madrileña, Más allá de la fábula (1998). El poeta circula ahora en torno a su realidad más próxima y en el orbe de las experiencias personales. Del ciclo solar se regresa al nocturno vital, la decadencia y la mirada distante, con lo que la poesía se convierte en un mecanismo soteriológico, lenitivo para las desdichas del tiempo. De nuevo va a ser la generación de poetas que asomó en los años setenta, ya de edad mediana, quien preste mayor atención a la salida del libro: Manuel Estevan y Ángel Guinda, principalmente, pero se les adelantará J. A. Labordeta en la revista Trébede:

(…) Y nunca la desesperanza, aunque en lo más hondo del corazón íntimo del poeta se hundan los últimos vestigios de la sobriedad cultural que tanto a él le agrada y que en este libro emana por todas sus páginas en una lectura lenta, saboreadora del íntimo regusto de la palabra puesta detrás de la palabra, acomodándose hasta formar esa sólida estructura de los poemas que Tello Aína sabe levantar desde el hondo sótano de su mirada profunda y juzgador, embellecedora también de la realidad amarga y cotidiana que se trasforma en su íntima belleza al encontrar el justo acomodo de los versos.[15]

Augurios y leyendas de un tiempo que se va (2000) sería publicada por la editorial PRAMES, que desde entonces se convertiría en su más frecuente hogar literario. Protagonizado por el tiempo, un autor desdoblado repasa las edades de su vida. La historia se hace leyenda y el tránsito hacia la tierra, el  lugar deseado, se identifica con el tema poético por antonomasia: “el ideal inaccesible”. En esta ocasión comentaron el libro cuatro escritores nacidos en cuatro décadas diferentes. De mayor a menor, J. A. Labordeta, J. Verón, J. Bolea y J. J. Ordovás.

Consagración al alba (2004) fue el número 22 de la colección Libros de Berna, dedicada a obras líricas breves preparadas con mimo por parte de su editor Manuel Martínez Forega. El librito anticipaba poemas de sus obras en elaboración, como adelanto de lo que consideraba la tercera etapa de su lírica. El año anterior se había formado la Asociación Aragonesa de Escritores de la que Rosendo fue elegido Presidente de Honor. En 2005 dicha entidad presentó la candidatura del poeta al Premio de las Letras Aragonesas, que le fue concedido por unanimidad. Coincidió con la publicación de sus obras poéticas completas, El vigilante y su fábula. Obra poética reunida (1959-2005). Se culminaban así las aspiraciones de cualquier poeta en una sociedad tan poco amable para la poesía como la aragonesa, tampoco productora de muchos poetas de primera fila en las últimas centurias. No obstante el libro, publicado por Prames y prologado por Luis Felipe Alegre, el juglar de la poesía en Aragón desde hace medio siglo, tuvo eco y aparecieron reseñas de Javier Barreiro, Juan Bolea, José Carlos Mainer y Manuel Vilas.

A pesar de la alta valoración de la poesía de Tello, en palabras de José Carlos Mainer: “la voz más importante, rotunda y original de la poesía aragonesa de hoy”, apreciación con unos u otros matices compartida por muchos, la triste situación que en España padece la poesía y la dificultad y exigencia que la aquilatada expresión lírica de Rosendo Tello reclama al lector ha deparado que su atención crítica haya sido realmente escasa, salvo las consabidas reseñas pergeñadas a la aparición de cada libro. Creo que las diez páginas y media que Luis Felipe Alegre le dedica en su atinado prólogo son el texto más largo publicado hasta hoy sobre la poesía de este autor, como escribí por entonces:

La edición de todos los libros publicados por Rosendo Tello, más uno inédito, significa eso que se ha dado en llamar un acontecimiento. Ningún poeta aragonés del siglo XX lo había logrado en vida, si exceptuamos el caso muy peculiar de Ramón J. Sender, que en 1974 publicó en Aguilar su Libro armilar de poesías, con casi toda su obra poética, pero, por muchas razones que no son del caso, pocas cosas hay parangonables entre ambos autores.[16]

Para conmemorar la obtención del Premio de las Letras y la publicación de dichas obras completas, se dispensaron diversos homenajes al poeta y se otorgó su nombre a la biblioteca Municipal de Peñaflor, barrio rural zaragozano a 15 kilómetros de la ciudad. Como era costumbre, el Gobierno de Aragón editó un folleto[17] de 32 páginas alrededor de la vida y obra del galardonado y una antología de sus textos con el título En el corazón de la luz. Estas celebraciones, que reconocían a quien durante toda su vida había tenido a la poesía como su centro vital, culminaron en 2008 con la aparición de la primera parte de sus memorias, Naturaleza y poesía (1931-1950).

Las memorias y autobiografías de escritores aragoneses han sido escasas y, a menudo decepcionantes. Tal vez el aragonés, muchas veces excesivo en sus manifestaciones externas, blinda su intimidad y a la hora de escribir cubre con diversos mantos lo que debiera ser naturalidad, desparpajo o, simplemente, buena literatura. No es este el caso de Tello, que nos brinda una obra de altura en lo estilístico, en lo estético y en la expresión de un mundo donde lo ideal y lo sensible se acomodan en perfecta simbiosis. Quienes conocen los modos extremadamente corteses del poeta no esperarían que, por otro lado, se expresara con natural sinceridad a la hora de hablar de personas concretas, aunque siempre predominando su ingenua bonhomía. Lástima que la lentitud de Rosendo a la hora de redactar prosa y, sobre todo, el ictus que afectó a la movilidad de algunas extremidades a partir del 29 de agosto de 2009, impidiese la continuación de tan atractiva empresa. Pensemos también que, si el primer tomo recogió en más de 300 páginas sus primeros 19 años, tan parcos en acontecimientos –pueblo y seminario, casi únicamente- hubiera necesitado muchas más para contarnos su itinerario vital, misión que, así, ha quedado reservada únicamente a su poesía.

Aunque su recepción fue muy positiva, no conozco apenas reseñas de esta obra.

El conflicto que desencadena su crisis religiosa –Dios, por un lado, la Diosa Poesía, por otro- está reflejado con precisión y hondura, lo mismo que sus primeros, deslumbrantes -y difíciles- contactos con la realidad exterior urbana de una ciudad de provincias como era la Zaragoza de los años cuarenta, los de la primera y dura posguerra. El descubrimiento del cine, del universo femenino, del ámbito liberal del colegio de los Labordeta, resuelven aquella crisis (…) Esa misma capacidad de observación es empleada en la última parte del libro, la consagrada al ambiente artístico del café Niké, a la vocación vanguardista e irredenta de sus miembros (…) Rosendo estudia lo que él llama “el fuego del surrealismo” en el grupo, la pasión por la imagen original, sugerente, innovadora.[18]

En 2010 Heraldo de Aragón publicó como obra independiente Hacia el final del laberinto, el poemario que cerraba las Obras completas, inédito hasta la publicación de las mismas. Por tanto, no recibió reseñas en la prensa. Seis años después el firmante escribía:   

Libro diáfano, de prodigiosa naturalidad expresiva y en el que el estupor reemplaza a la indagación pero fértil en relámpagos, en lucidez, en precisión sustantiva. La simbología, heliosística o lunar, de la anterior poesía de Tello ha dado paso ahora a un léxico exacto y desengañado que nos recuerda al último Cernuda, las imágenes de filiación vanguardista que siempre habitaron su poesía se han convertido en reflexión desnuda, en anhelo de fundación, en distanciada mueca.[19]

En 2011 se publica El regreso a la fuente. Es ya un Rosendo Tello que, mermado en su vida social por los efectos del  ictus que casi silencia su voz, con algunas dificultades para la escritura y para lo que había sido su segunda vocación, el piano, se recluirá todavía más en su dimensión lírica. El poeta acepta vivir en su torre de marfil ensoñada y deja de lado la anodina vida cotidiana, mutándola por otra más auténtica al estar entroncada con la imaginación y la belleza.

Reseñado por Almudena Vidorreta en Turia y, en Heraldo de Aragón, por Antón Castro, este se refiere a la circunstancia del poeta:

Es un libro autobiográfico y casi un manual de adivinaciones, incluso de la enfermedad que (…) le ha dejado inválido de la mano derecha y casi sin habla. El libro también habla de la incertidumbre del existir y contra las ruinas del cuerpo (…) de su condición de extranjero en su propia vida, extraño de sí y extraño de todo, del pálpito de la sombra, de la vejez y de la terrible desaparición y el futuro.[20] 

Dos años después, PRAMES edita Magia en la montaña, obra deparada por la experiencia de un encuentro entre poetas y lectores celebrado en el pueblo pirenaico de Morillo de Tou en 1996. Antón Castro la reseñó de nuevo en Heraldo y Emilio Quintanilla Buey en Diario del Altoaragón:

No hay necesidad de incardinarlo en el conjunto de la obra lítica de Tello, de cuya elocución habitual se aparta en algunos aspectos. Las circunstancias en que el libro fue escrito (un breve paréntesis que comienza en otoño de 1996 y finaliza un año después), la ausencia -salvo alguna excepción- de ese peculiar tono metafísico a que el poeta nos tiene acostumbrado, la profusión de exergos o citas con que encabeza gran parte de sus poemas y la variedad tanto de registros poéticos como de temas tratados, hacen de Magia en la montaña un sugestivo mosaico con variedad de estilos y de combinaciones métricas.[21]

Unos meses más tarde Juan Marqués publicaba en la revista de la Fundación Caballero Bonald, Campo de Agramante, una larga conversación con el poeta, además de una reseña del mencionado poemario:

No se trata en absoluto de un libro de circunstancias ni, desde luego, de un libro menor, ni siquiera de un libro aparte. Es, en todo caso, un libro un poco diferente, dado que fue construido y estructurado según criterios insólitos en la obra de Tello, pero nació de la misma fuente y al final sucede que es además (…) uno de sus mejores poemarios, continente de alguno de los mejores y más sabios poemas que ha escrito nunca (…) Tello ha demorado la publicación de Magia en la montaña para ser un poco más fiel a sí mismo y continuar el ya tradicional desbarajuste, haciendo que su obra sea, aparte de un laberinto (palabra y símbolo que le gustan mucho), un puzle desordenado, sí, pero un puzle que, reunidas y repasadas sus piezas, permite contemplar con toda claridad una de las cosechas poéticas españolas más serias, conscientes y perennes del último medio siglo.[22]

Nuevamente, transcurren dos años para la publicación de otro de los mejores libros del poeta, Revelaciones del silencio, publicado ahora por Gara d’edizions, empresa fundada por Chusé Aragüés, antes, director editorial de PRAMES. De nuevo Antón Castro en Heraldo de Aragón y Javier Barreiro en Turia serán sus reseñistas.

Escribe A. Castro:

El poeta, en plenitud metafórica y lingüística, reflexiona sobre su propia vida, sobre la poesía y su condición de hacedor de imágenes, versos e historias en un libro que extiende sus hilos o sus raíces hasta ‘Ese muro secreto ese silencio’ (1959) (…)  libro compendio, en cierto modo: ese espejo, verso a verso, al que enfrenta el escritor y lo encuentra casi todo. La belleza, el silencio, la soledad, la angustia que nace de la mudez, el dolor, pero también el amor y su memoria iluminada de instantes, de presencias, de figuras como su padre y su madre (…) son los temas esenciales del volumen (…) La biografía del poeta y del hombre se funden a lo largo del corpus central de este poemario: ‘El enigma sagrado de la vida’, donde se percibe la amenaza del fin, el desgarro, la enfermedad, el insomnio pero también el destierro de la luz o la presencia de esa morada ideal para la palabra, el alma y el cuerpo.[23]

Y J. Barreiro:

La vida del poeta ha sido la contemplación, el yo, sereno observador del alma del Universo y, ahora ya, con la sabiduría de la vida cumplida, su misión es conciliar los frutos de la imaginación con la formulación de la belleza, cuya presencia a veces no se percibe, se escapa, como lo hace el misterio, llamando y huyendo. De todo esto nos habla Revelaciones del silencio, ya que la revelación es el fruto natural de la poesía, lo que en otras épocas, dimos en llamar conocimiento. Ese es el tesoro. Y, junto a la revelación del título, no puede dejar de figurar el silencio, el de su primer poemario y (…) quizá, la música que escuchamos tras la muerte. De la misma forma, el poeta espera que, cuando se haya ido, resonará en nuestra memoria su silencio (…) En toda poesía, en toda verdadera creación no puede faltar la única certeza no tangible, la integración de contrarios. El silencio y la música, otra de las obsesiones de Rosendo, enlazan de modo que nada es el uno sin el otro. Música siempre presente en la maravilla del instante, en la tristeza del recuerdo, en la armonía de nuestro pensamiento.  No todo es abstracción en Revelaciones del silencio. El lugar y la casa natales, los antepasados, los amigos, la familia, la naturaleza, a la que siempre Rosendo amó físicamente, son referencias precisas y emocionantes a lo largo de estos poemas serenos y turbadores, elementales y clásicos, por lo eterno de sus centros de atención y, claro está, por el primor de su lengua.[24] 

El mismo estudioso reproducirá poco después en la revista electrónica Imán de la Asociación Aragonesa de Escritores, uno de los más extensos artículos sobre el poeta, “Rosendo Tello por sí mismo”, donde se repasan las  versiones del autor acerca de su producción y su lugar en el mundo. 

De nuevo, como había ocurrido en esta segunda década del siglo XXI, dos años después de Revelaciones del silencio, es decir, un libro en cada año impar hasta llegar a 2017, verá la luz el que hasta hoy es el último fruto lírico del escritor, Apología simbólica del jardín, también en Gara d’edizions. Juan Domínguez Lasierra, Juan Marqués y Jesús Ferrer Solá lo reseñarán en Heraldo de Aragón, Campo de Agramante y Turia. El último concluye así su escrito:

El poeta contempla aquí (…) en su jardín de remansados recuerdos y vitales presencias, el devenir de la temporalidad, la vibración de los inolvidables instantes, los revisitados paisajes de la memoria. Con un fondo de intuible ética socrática, ecos del magisterio humanista del machadiano Juan de Mairena, la calmada cadencia cercana, y una sutil autoindagación introspectiva, Rosendo Tello nos devuelve, con sus más característicos referentes temáticos, el sabor de la mejor poesía clásica, proporcionada, simbiosis perfecta de esencialismo y temporalidad.[25]

Se verifica, pues, como la poesía de Rosendo Tello ha tenido un progresivo eco en su tierra y bastante menos en el exterior, como era previsible, dado el espacio cada vez menor que Aragón ha ido ocupando en el mosaico nacional. Podríamos extendernos considerando la producción del autor en otros géneros, especialmente, brillante en el terreno crítico, pero si nos ceñimos al título del trabajo, la recepción, comprobaríamos  que la atención a ella otorgada todavía ha sido menor.

Sin embargo, merecen, al menos, citarse algunos de los escritos más interesantes acometidos por Tello en este terreno. Sin duda, el autor más privilegiado por su atención ha sido Miguel Labordeta, del que Rosendo realizó para El Bardo la edición del póstumo Autopía (1972), el epílogo a sus obra completas en Javalambre (1972), amén de reseñas, conferencias, entrevistas y otras  intervenciones menores. Cercana a los hermanos Labordeta, está también la edición de la revista Orejudín (1958-1959), dirigida por José Antonio, que Rosendo realizó para el Gobierno de Aragón en 1991[26]. Hay además varios prólogos, generalmente para amigos poetas[27] y una cantidad no excesivamente extensa de reseñas, dada su minuciosidad, mimo y lentitud para la escritura en prosa, distribuidas por publicaciones de lo más diverso. No olvidemos tampoco, unos pocos cuentos diseminados por publicaciones efímeras[28].

Es de lamentar la no publicación de su tesis doctoral sobre Gil-Albert, así como los apuntes realizados durante varios lustros sobre la Vida de Pedro Saputo de Braulio Foz, que, aunque inacabados, conozco de primera mano. Ambos son trabajos brillantes, originales y con enfoques que la ciencia literaria en España apenas ha prodigado y deberían publicarse.

El libro donde se incluye este escrito será, sin duda, el necesario remate al asunto del que me he ocupado.

NOTAS

[1] Revista literaria de la OPI (Oficina Poética Internacional) dirigida por Miguel Labordeta.

[2] El autor de la sección solía ser el entonces popular humorista Evaristo Acevedo (1915-1997). Llama la atención que se ocupara de un primer libro tan breve y de tan escasa edición, publicado en provincias.

[3] Horno Liria (1996: 507).

[4] Pinillos (1973).

[5] José Batllo (Edición), El Bardo (1964-1974). Memoria y Antología, Barcelona, Los Libros de La Frontera, 1995.

[6] Rosendo Tello, “Temple y lección de J. M. Álvarez”, Andalán nº 4, 1 de noviembre de 1972, p. 14.

[7] Mariano Anós, “La crítica y sus fantasmas”-  Rosendo Tello, “¿Diálogo de sordos?”, Andalán nº 5, 15 de noviembre de 1972, p. 16.

[8] Leopoldo de Luis (1973).

[9] Gúdel (1975).

[10] Reseñada por Félix Ferrer (1975)

[11] Molina Campos (1979: 35).

[12] Capecchi (1980: 18).

[13] Estevan (1990: 226).

[14] Pérez Lasheras (1996: 248-249).

[15] Labordeta (1998: 66).

[16] Barreiro (2005)

[17] Rosendo Tello. Premio de las Letras Aragonesas 2005 (dir. Juan Bolea), Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2006.

[18] Giménez Corbatón (2008)

[19] Barreiro (2016).

[20] Castro (2011).

[21] Quintanilla Buey (2013).

[22] Marqués (2014).

[23] Castro (2016).

[24] Barreiro (2016a).

[25] Ferrer Solá (2018).

[26] Barreiro (1992).

[27]  De memoria, recuerdo los nombres, de Carlos Cezón, José Antonio Rey del Corral, Raimundo Salas y José Verón.

[28] Algunos títulos: “Por el jardín del sol” (Cuadernos de Aragón nº 10-11, 1978, pp. 255-265), “La mirada de Dania” (Argensola nº 87, 1979, pp. 289-306),Mombor o la mirada frenética”, Cuadernos de Aragón nº 14-15, pp. 247-259).

                                        OBRA DE ROSENDO TELLO

Ese muro secreto, ese silencio, Zaragoza, Col. Orejudín, 1959.

Fábula del tiempo, Zaragoza, IFC, 1969.

El libro de las fundaciones, Barcelona, El Bardo, 1973.

Paréntesis de la llama, Zaragoza, Col. Poemas, 1975.

Antología (1959-1975), Zaragoza, Delegación Provincial de Cultura, Col. Aula de Poesía, 1975.

Baladas a dos cuerdas, Zaragoza, IFC, 1979.

Meditaciones de medianoche, Zaragoza, Olifante, 1982.

Las estancias del sol, Zaragoza, Prensas Universitarias, 1990.

Caverna del sentido (plaquette), Zaragoza, Ministerio de Educación y Ciencia, 1992.

Confesiones en vísperas de domingo, Zaragoza, Instituto José Manuel Blecua, 1996.

Más allá de la fábula, Madrid, Huerga & Fierro, 1998.

Augurios y leyendas de un tiempo que se va, Zaragoza, PRAMES, 2000.

Consagración al alba, Zaragoza, Lola, 2004.

El vigilante y su fábula. Obra poética reunida (1959-2005), Zaragoza, PRAMES, 2005.

En el corazón de la luz (Antología), Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2006.

Naturaleza y poesía (1931-1950), Zaragoza, PRAMES, 2008.

Hacia el final del laberinto, Zaragoza, Heraldo de Aragón, 2010.

El regreso a la fuente, Zaragoza, PRAMES, 2011.

Magia en la montaña, Zaragoza, PRAMES, 2013.

Revelaciones del silencio, Zaragoza, Gara d’edizions, 2015.

Apología simbólica del jardín, Zaragoza, Gara d’edizions, 2017.

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-CASTRO, Antón, “Virtuoso insomne de Letux” (Reseña de Magia en la montaña, Heraldo de Aragón, 11-7-2013.

-QUINTANILLA BUEY, Emilio, “Magia en la montaña, el libro más cercano y vitalista de Rosendo Tello”, Diario del Altoaragón, 27-11-2013.

MARQUÉS, Juan  “Reseña” de Magia en la montaña, Campo de Agramante nº 20, primavera-verano 2014, pp. 145-147.

-CASTRO, Antón, “Del enigma poético” (Reseña de Revelaciones del silencio de Rosendo Tello), Heraldo de Aragón, 29-1-2016.

-BARREIRO, Javier, “Un legendario clasicismo” (Reseña de Revelaciones del silencio de Rosendo Tello), Turia  nº 119, junio-octubre 2016, pp. 448-449.

-BARREIRO, Javier, “Rosendo Tello, por sí mismo”, Imán nº 15, noviembre, 2016. https://revistaiman.es/2016/11/17/rosendo-tello-por-si-mismo/

-DOMÍNGUEZ LASIERRA, Juan, “El jardín, como símbolo” (Reseña de Apología simbólica del jardín), Heraldo de Aragón, 15-2-2018.

-FERRER SOLÁ, Jesús, “Del ser y del tiempo” (Reseña de Apología simbólica del jardín), Turia nº 127, junio-octubre 2018, pp. 485-487.

-MARQUÉS, Juan,  “Reseña” de Apología simbólica del jardín, Campo de Agramante nº 26, pp. 121-123.

-MARTÍNEZ FOREGA, Manuel, El viaje exterior. Ensayos censores IV, Zaragoza, Pregunta, 2020, pp. 28-30,126-127 y 200-204.

Otras entradas sobre Rosendo Tello en este blog:

ROSENDO TELLO. POESÍA COMPLETA

UNA POESÍA DE LA REVERBERACIÓN. «MEDITACIONES DE MEDIANOCHE» DE ROSENDO TELLO

La publicación de los primeros originales poéticos de uno de los líricos más potentes del siglo XX, que también fue el mejor crítico de arte contemporáneo de su época y uno de los mayores simbólogos del siglo, debería constituir un acontecimiento. Es muy dudoso que lo sea pero la edición en Zaragoza de Pájaros tristes merece no sólo el reconocimiento a sus factores sino una indagación más compleja que las noticias que aquí se den. Cirlot publicó su primer cuaderno poético, Seis sonetos y un poema de amor celeste, en 1943, recién regresado a Barcelona. En 1939 había salido de un campo de concentración y al año siguiente marchó a Zaragoza para cumplir su servicio militar con el ejército vencedor. En la capital del Ebro entró en contacto con Alfonso Buñuel, Luis García-Abrines, Pilar Bayona, José Camón Aznar y algún otro elemento del escaso reducto intelectual que había quedado en la urbe tras el desastre. Sus vivencias zaragozanas resultaron decisivas en el hallazgo de sus caminos poéticos.

Antón Castro, que abrió el camino a esta edición, centra en las páginas preliminares la actividad de Cirlot en Zaragoza durante el periodo 1940-1943. La figura de Pilar Bayona era para el grupo una especie de musa que, además, les permitía vivir excelsas audiciones de piano que a Cirlot, que había estudiado música y que hasta 1950 se dedicó regularmente a ella, le sumieron en rendida fascinación. Incluso, puede que, como Alfonso Buñuel y Luisito García-Abrines, anduviera cerca de la pulsión amorosa. Fuese como fuera, Cirlot dedicó a Pilar Bayona una versión manuscrita –y parece que única- de Pájaros tristes, que sus herederos encontraron entre los papeles de la pianista. También, un soneto dedicado a ella y un breve poema a Scriabin. El libro está fechado en 1941, es decir, dos años antes de los primeros textos publicados por Cirlot. El soneto, en 1942.

Pájaros tristes (Oiseaux tristes) toma el título de la cuarta pieza de una obra de Ravel, Miroirs, que, según se dice, Pilar Bayona interpretaba como nadie. Otro de nuestros grandes olvidados, el citado García-Abrines, pianista y musicólogo -además de aportar a la edición material gráfico y un elocuente dibujo, El alma de un músico, que Juan Eduardo le dedicó en 1941- nos proporciona también en un breve texto claves preciosas de esta pieza raveliana, que completa Julián Gómez contextualizando la obra en la actividad de Pilar Bayona.

Los once poemas de Pájaros tristes exhiben ya muchos de los rasgos del estilo cirlotiano y nos lo muestran en una suerte de recogido éxtasis que da lugar a textos que resultarían muy ilustrativos en una antología poética de la inmediata posguerra. Hay todavía un eco lorquiano pero no olvidemos que del granadino y del barcelonés son los mejores sonetos salidos de pluma española en el siglo pasado. El origen impresionista de los textos, que no desdeña la asonancia, produce que abunde la sinestesia y el sonido ocupe un lugar cenital. Pero concurren también algunas imágenes surrealistas y varios de los símbolos que Cirlot amplificaría en su poesía posterior. La espiritualidad de los pájaros, también elementos fálicos y símbolos del amante metamorfoseado, se combina con la presencia de elementos tan característicos del Cirlot posterior como son las rocas y las grutas que nos asoman al centro del abismo interior.

Los poemas dedicados a Pilar Bayona y Scriabin, en especial este último, son también altamente ilustrativos de la génesis de su mundo lírico. Jaime Parra escribió recientemente que la pasión del poeta por este músico ruso que trató de hallar una suerte de sinestesia global de las artes, significó “la primera ordenación de su sistema poético y a la vez su primera inmersión en un misticismo esotérico cargado de simbolismo”.

En suma, este libro nos da la clave de las preocupaciones estéticas del poeta que en 1944 escribiera: “Tuvo que ser la música –Maurice Ravel con sus pájaros tristes-, quien desvelara para mí mi propio tesoro encerrado” o, como diría a José Cruset en 1967: “La música ha intervenido en la génesis de mi poesía tanto o más que las influencias poéticas”, citando allí mismo “al prodigioso y desconocido Scriabin”.

El libro se completa con varias fotos cedidas por García-Abrines y un instructivo epílogo de Antonio Fernández Molina, que quedó pronto atraído por la  multiforme e intensa personalidad del poeta catalán, y que tanto tiene que ver con la tan atrayente como necesaria línea editorial de los Libros del Innombrable. Sería de una inconsciencia culpable no tenerlos en cuenta como muestra de una actividad intelectual independiente, rigurosa y ajena a los programados localismos que tanto abundan hoy.

 

CIRLOT EXCLUIDO

La inquisición a la poesía de Cirlot ha sido largamente demorada. Su destellante perfección, la complicación de su empeño, la monumental incultura emanada y extendida durante la dictadura y el interés de los funcionarios de la poesía por acotar su terreno propio hicieron que la vocación de soledad que todo poeta hermético trasciende tuviera en Cirlot un exponente único. La marginación otorgada al poeta, por parte de los dispensadores de certificados, andaba plena de coherencia. Exclusión y ostracismo que Cirlot asumió enriquecido y sin ningún aspaviento. Ni siquiera la excelente antología preparada por Azancot suscitó el interés de los estudiosos. Bien es verdad que no existía en este país una corriente crítica capaz de enfrentarse con instrumentos propicios a una hermeneusis ardua y compleja. Tan sólo al cuarto de siglo de su muerte unos cuantos admiradores, secretos a la fuerza, y, probablemente, estimulados por la situación sepulcral de la poesía en España empezaron a tramar algún acercamiento.

Cirlot poseía no sólo una imaginación poética en estado de excitación constante sino un repertorio exhaustivo de lo Imaginario en todos los estratos de la historia, las mitologías, la lengua y las artes. Mal podía ser comprendido en un tiempo empeñado en devaluar ontológicamente la imagen y psicológicamente la función de la imaginación. Cuando Cirlot muere, en nuestro país está en trance de imposición un estructuralismo banal y estéril jaleado, por si fuera poco, por los medios de comunicación culturalmente más influyentes.

(Reseña publicada en Heraldo de Aragón, 9-V-2002)

V. también: 

https://javierbarreiro.wordpress.com/2012/05/02/los-sonetos-de-cirlot-el-ideal-y-la-muerte/

Hoy, 20 de junio, hace un mes de la muerte de este singular y multifacético artista a quien sus amigos llamaron Luisito y- que mañana hubiera cumplido 93 años. Sabio, humorista originalísimo, tierno y gamberro, practicó con fortuna todas las bellas artes, incluyendo el arte de la vida. Mantuve una rica correspondencia con él, con la que me divertí y aprendí mucho, tal vez porque nuestros talantes e intereses eran parecidos.

 

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Con una de las piezas de su colección de cerámica precolombina

(Publicado en Criaturas saturnianas nº 4, 1er. semestre 2006, pp. 221-239).

Tremendo artista y casi desconocido en su tierra, por más que algunos amigos hayan guardado la memoria, sobre todo, de sus descacharrantes anécdotas, García-Abrines es un creador a tiempo completo que ha descollado en la música, en la erudición, en la plástica y en la literatura. Sus libros, sin embargo, salvando la reedición hace unos años de su primera obra por parte de la DGA, no han circulado apenas y es de ellos de lo que queremos dejar aquí alguna constancia.

 Nacido en 1923, hijo de un otorrinolaringólogo barcelonés y de zaragozana, su abuelo paterno fue coronel, jefe de la circunscripción navarro-aragonesa de la Guardia Civil, y el materno, Rafael Calvo, presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, un único día durante la Dictadura de Primo de Rivera. Luis estudió con los jesuitas y, terminado el bachiller, se empleó en el Banco de Aragón, “las zahúrdas de Plutón”, como lo denominaría el poeta. En 1940 es destinado a Madrid, donde estudia piano con Luis Galve y se relaciona con la desbandada intelectualidad capitalina[1]. En 1942, “asqueado de mi trabajo bancario”, vuelve a Zaragoza, continúa con sus estudios musicales y hace amistad con Alfonso Buñuel, Cirlot, Miguel Labordeta y Pilar Bayona, de la que anduvo enamorado[2].

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LGA entre Pilar Bayona y Alfonso Buñuel

  A lo largo de los años cuarenta estudiará Filosofía y Letras, se interesará intelectual y vitalmente por el surrealismo y hará las milicias universitarias.   Su vinculación surrealista, aparte de visceral, surge por su amistad con Alfonso Buñuel. Juntos abrían las cajas de Luis que doña María Portolés de Buñuel tenía muy bien guardadas y allí aparecían documentos, libros, películas, objetos…, de los que ambos se empapaban.

 En 1950 funda la Academia Miral de preparación universitaria y al año siguiente comienza a dar clases en el colegio Santo Tomás de Aquino, la Academia De Pedro y, como ayudante de clases prácticas de Lengua y Literatura, en la Facultad. Por tales fechas empieza a publicar ediciones críticas y eruditas de diversas obras[3]. Pese a haber militado durante la guerra en Falange Española, en 1940 se le dio la baja y, después, tuvo diversos problemas con el SEU. Por estas y otras causas, pide una beca al gobierno francés y en 1952 marcha a París para estudiar música contemporánea. En la capital francesa traba relación con Pierre Boulez, Oscar Domínguez, Jaime García-Abrines en YaleSabartés, Picasso y con exilados aragoneses, como Honorio García Condoy y Fermín Aguayo. Expone en el pabellón español de la Ciudad Universitaria y conoce a la que sería su primera mujer, Margaret Junakos (Jounakos o Jaunakos, son otras grafías con las que se ha escrito su apellido)[4] con la que casó en 1954 en Madrid, poco antes de marchar definitivamente a los Estados Unidos. Allí, obtiene puesto de profesor de Literatura Española en la Universidad de Yale y, nacionalizado en 1959,vuelve un año a España para estudiar la vida y la obra del poeta áureo Juan del Valle y Caviedes[5], del que descubrió su nacimiento en Porcuna (Jaén), ya que se le creía peruano. Es entonces cuando José Antonio Labordeta publica el primer libro de Luis que hace el número 6 de su colección Orejudín: Así sueña el poeta en sus palabras (1960). Poco después abandona la Universidad de Yale y pasa a enseñar en South Central Community College de New Haven, donde permanecerá hasta su jubilación. En 1967 casa en segundas nupcias con la también profesora Marie Ellen Branchini de la que tendrá dos mellizas que se suman al hijo habido con su primera mujer.

Entre otras muchas distinciones y cargos, en 1977 el artista zaragozano ocupó la vacante dejada por Stravinsky como Académico Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Sección de música)[6] y tres años después publicó, a sus expensas en New Haven, donde vive hace casi medio siglo, su antología (1940-1970) de textos principalmente poéticos, Ciudadano del mundo (1980), del que, en especial, nos ocuparemos. En el mismo año, Pórtico publica una hermosa edición de Crisicollages para Luis Buñuel, que pasó prácticamente inadvertida, lo mismo que su último libro, por el momento, Variaciones sobre La donna e mobile (Solo -de gaita- para hombres), feroz pero bienhumorada sátira antifeminista editada por la Institución Fernando el Católico. No están los tiempos para gentes como Luis que gustan de decir y escribir lo que les viene en gana. Pero si los “ilustrados” aragoneses apenas han prestado atención a tan acreditado personaje, la ciudad de Zaragoza le concedió el título de Hijo Predilecto en 1982 y la Diputación Provincial, la Medalla de Oro de Santa Isabel en el año en que expiraba el segundo milenio. Hoy, García-Abrines vive relajadamente en Connecticut con su familia, sus libros, sus partituras, su colección de cerámica precolombina y su correspondencia con los buenos amigos zaragozanos que saben cuanto han perdido al no poder gozar de su presencia[7].                             

Así sueña el poeta en sus palabras (fragmentos de unos evangelios apócrifos) se acoge en todo momento a los principios vanguardistas, desmitificadores y corrosivos consustanciales al autor zaragozano: la faja que envuelve el volumen proclama: “¡ATENCIÓN! ¡Advertencia importantísima! Todos los volúmenes que no lleven la huella dactilar del dedo ‘Gordo’ de la mano derecha de Luis García-Abrines, son ejemplares falsificados”. Y, efectivamente, en el ángulo inferior derecho de la página de respeto figura dicha impresión, que no se reproduce, en cambio, en los ejemplares de la segunda edición. La dedicatoria: “Para Pablo Picasso y antes para Jaime Sabartés” suprime el adverbio y la preposición centrales en esta segunda edición, que tampoco recoge la declaración estampada en esta misma página: “Siempre vuestro… y ¡pa’qué más!”

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En sus palabras de presentación: “Para constar ciertas cosas”, el autor declara antes que nada su gratitud a Alfonso Buñuel que le descubrió y enseñó el mundo de los collages pero precisa que, por razones que desconoce, no le mostró nunca los de Max Ernst, que sólo conoció al llegar a París. Ya entonces tenía confeccionados la mayoría de los que publicó en el libro, por lo que se ve precisado a informar de que las coincidencias evidentes que hay se deben a que muchas veces Ernst y él habían utilizado los mismos grabados como fuente de sus trabajos. Sea como fuere, este es el primer libro de collages editado en España, ya que aunque Alfonso Buñuel tenía más de veinte años atrás un volumen terminado, las circunstancias impidieron su edición[8]. García-Abrines elogia cumplidamente a su maestro y fulmina al otro autor español de collages que conoce: el poeta sevillano Adriano del Valle.

El título del volumen alude a la condición de vate (vaticinador) del poeta, el jaez religioso de la labor poética, como se encarga de poner en claro el propio autor: “…desde hace tiempo he usado reiteradamente, no sólo en mis obras poéticas, sino hasta en simples artículos, del lenguaje bíblico, del lenguaje mesiánico, por su fuerza de catarata mágica, insospechada y terriblemente sugestiva; esto es: ¡Profética!”.

  Los treinta ocho collages que componen la obra van acompañados de sendas leyendas en secuencia narrativa, de modo que se nos cuenta una historia, más bien alocada, a la que el lenguaje profético proporciona ese carácter trascendente que hace más cuajado el humor que profesan. Los últimos redoblan el coherente dislate surrealista, con la aparición del risible Unamuno, el editor, el propio poeta y ese pulpo que, quizá, es el motivo más recurrente en las ilustraciones. Por un lado, el pulpo gigantesco, agresivo y monstruoso, fue una imagen ampliamente utilizada por los ilustradores del siglo XIX, entre otras razones porque el tema aparece en escritores tan populares como Victor Hugo, Michelet y Julio Verne o tan míticos como Lautréamont. Como es sabido, de estos ilustradores se valieron fundamentalmente M. Ernst, A. Buñuel, L. García-Abrines y otros muchos como base para sus collages;  por otra parte, simbólicamente, el pulpo, cambiante y polimorfo, es un claro distintivo de transformación[9] –y, por tanto, símbolo creador por desenvolvimiento-, pero también de la mujer fatal, que abraza y termina por devorar a sus amantes[10].

Veinte años después, y a sus expensas, el poeta edita  Ciudadano del mundo, libro de gran formato (27’5×20’5), que es, desde su título, una obra que homenajea al espíritu de Miguel Labordeta, con el que García-Abrines tuvo larga amistad y correspondencia. En 1952 los dos crearon, y fueron los primeros inscritos, el Registro Internacional de los Ciudadanos del Mundo, con oficinas centrales en Zaragoza. Pero es que, además, la obra se adscribe a las “Publicaciones de la OPI” antes de estampar ese “Ediciones Azuara-on-Hudson, New Haven, 1980”, tan abrinesco y surrealista. Modestamente confeccionado por el propio autor, la edición es de 500 ejemplares, todos numerados –otra vez el guiño travieso y anticonvencional- con el número UNO.

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  El prólogo, “Península”, dedicado a Pepe Alcrudo e Israel Amitai, es un caligrama con la forma de España y, tras un dibujo titulado “Gallo presentando las armas”, que Picasso dedicó al autor el 10 de julio de 1952, comienza su primera parte, “Ciudadano del mundo”, que repite el título del libro, con un soneto que constituye una cantata funeral al llamado Manco de Lepanto. Pero, aunque el segundo poema tenga también la forma sonetil, no hagamos planes ni previsiones: en este caso se trata de un juego de neologismos, trucos fonéticos, erotismo entre infantil y desbravado y otro tipo de sorpresas.  No me resisto a reproducirlo:

                             Ratapún cataplán chiviori bioca.

                            Casorrán planifiel, cojón de ganga,

                             Ancristociel demón anangarranga

                             cuatro tazones cuatro de tapioca.

 

                             Chiviori bioca planifiel llenito

                             Sus sus quequés seséseque busto,

                             hasta que el vate muérese de gusto

                             mientras que la iza chúpale el palito.

 

                             Promischina mamal, culo culito,

                             tetón sesenta y nueve, como perra,

                             Taltelipén chisgarabís. Sopor.

 

                             Minina divina. Útero bendito.

                             Alegría. Flores. Yen Santa Guerra:

                             Amor, amor, amor y siempre amor.

Siguen otros dos sonetos: “A una mala poetisa”, entre lo humorístico y lo corrosivo, y “El dictador”, coloquialmente mordaz, pero, a partir de aquí, se alternan poemas que utilizan metros romanceados, verso libre, formas semicaligramáticas… con otros escritos en inglés (“Kindnapping”, “American Lift”, “Remarse Has a Sweet Taste”), en italiano (“Ti amo come tutti gli alberi”, “Solo sono chiari”), francés (“Vers toi, toujours”), algunos que mezclan inglés y español (“Death, Thou Salt Die!”) o inglés e italiano (“Love”), francés y español (“Laissez-moi chanter en paix”), español y griego (“Que se rompa pero que no se doble”)… En fin, entre otras cosas, una cumplida muestra políglota que hace honor al título de Ciudadano del mundo, que ostenta el poemario.

Junto a las formas poéticas aludidas anteriormente tenemos el poema visual (“Rock and roll con estribillo. Ejercicios de pronunciación para americanos tartamudos”), el poema aforístico (“Ciencia poética”) y otros más, como “Güiro y maracas en 6 por 8 sincopado”, dedicado al gran compositor Leonardo Balada, que utiliza jitanjáforas, aliteraciones y una ristra de recursos fónicos.

Nunca falta el humor, el toque surrealista, un deseo de espantar al burgués que tiene más de travesura infantil que de conciencia social pero también aparece la nostalgia, como en ese largo poema, “Oda a mis pájaros”, una suerte de elegía a los gorriones de Zaragoza, que prosigue en otro, también de alta tensión intelectual, titulado “Asesinato de un pájaro”, donde el yo del poeta se manifiesta nítido sin ocultamientos, transformaciones ni ambages.

A la homónima primera parte de Ciudadano del mundo, le sigue “Oraciones”, con dos poemas construidos en clave de condicionalidad y temporalidad. Luis no agota la gramatical clasificación sino que pasa a una tercera parte titulada “Poemas concretos”, que, efectivamente, son cinco cuajadas tentativas de poesía concreta. No muy lejos andan los cuatro poemas de la parte que le sucede: “Poemas para niños que no saben leer”, que da paso a “Collages”, compuesta de seis complejas composiciones que combinan el inglés y el castellano, con ocasionales incursiones en otras lenguas. Uno de ellos, “Castle in the skies”, adopta forma dialogada con intervención de seis personajes: el maestro, dos poetas, Cantinflas, Leopardi, que, muy propiamente, larga su parlamento en italiano, y Gracián, que, también como corresponde, expresa su pensamiento en frases nominales. El último de los de esta sección,  “Ahora me toca mí”, es un largo parlamento que condensa el estilo, las obsesiones, el tono y la identidad poética del autor.

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Collage inédito

Siguen cuatro microcuentos; la pieza dialogada “Linchamiento”, calificada de tragedia en un acto en la que sólo hay diez intervenciones de un abuelo, un padre y un niño, que no ocupan más de dos páginas, y un llamado “Epistolario” en el que figuran dos bienhumoradas cartas explicando “el nacimiento de mis mellizas Linda y Alicia” y el antológico “la operación de mis almorranas”; también, un corto artículo en inglés: “A Footnote Concerning Abrines in James Joyce’s Ulises” y, finalmente, uno de los textos, a la vez, más sentidos y característicos del poeta: “Elegía a mi muerte con una carta a Miguel Labordeta”, escrito con motivo de la desaparición de su amigo.

La parte final del libro: “Obra atribuida” contiene un popurrí casi dadaísta[11] en el que figura su autoepitafio, un haiku, jeroglíficos, poemas despendolados, declaraciones, biográficas y poéticas, en fin, cualquier cosa -siempre significativa, siempre inteligente- para terminar con el dibujo de una mujer desnuda sentada sobre un taburete, realizada con las teclas de la máquina de escribir.

Libro, pues, de gran complejidad, batiburrillo, caleidoscopio, vademécum de una creatividad y una sensibilidad singulares, breviario antológico de las formas poéticas del siglo XX, confesión de parte, entre otras muchas cosas, del amor a su tierra, que aparece constantemente en referencias directas e indirectas, la limitada circulación de este volumen ha impedido su conocimiento y la consabida pereza intelectual de nuestro medio para con la poesía –salvo limitadísimas excepciones- ha dado lugar a que no exista un solo estudio sobre la lírica del seguramente mayor vanguardista aragonés vivo.

Los dos últimos libros creativos de Luis García-Abrines son también de collages. Dedicado con veneración al cineasta[12] en su ochenta cumpleaños, Crisicollages para Luis Buñuel[13], en una magnífica edición de la Librería Pórtico, presenta una realización formal mucho más rica y elaborada que el volumen publicado veinte años atrás. La precisión alucinada, sustantiva y polisémica de los textos de El Criticón queda expresivamente ilustrada por los collages, que, compartiendo las mismas características, dan la nota de perplejidad y belleza. El humor del primer libro ha derivado en una sutil melancolía, en una mirada sobre el tiempo y sobre el mundo limpia como la belleza que se sueña y triste como el imperecedero ideal inaccesible.

   El humor vuelve con su última obra (1988), Variaciones sobre La donna e mobile (Solo -de gaita- para hombres). En esta ocasión los collages, también muy elaborados, ilustran citas misóginas de la literatura de todos los tiempos. Ni que decir tiene que, entre que la edición apenas circuló y el pánico a lo “políticamente correcto”, el libro, que, imagino, aún se puede conseguir, es un perfecto desconocido. Reproduciré las palabras que Ildefonso Manuel Gil dejó escritas en su solapa:

 LUIS GARCÍA-ABRINES es como pintor y como criatura humana eso que Rubén Darío llamó un “raro” y Juan Ramón Jiménez un “héroe”.

  Polifacético y original ha marcado sus creaciones plásticas y verbales con una constante exigencia de personalidad extraña, casi siempre desconcertante y siempre altamente meritoria.

  En esta colección de collages (…) disimula su devoción y respeto a la mujer con unas Variaciones sólo aparentemente antifeministas. Ese tipo de antítesis es muy característico de García-Abrines: aragonés fiel, nacionalizado norteamericano; cosmopolita que se pone el cachirulo para asistir a actos culturales al otro lado del Atlántico; ciudadano del mundo y vecino sentimental de Azuara; surrealista y erudito minucioso; profesor de literatura y tejedor de alfombras. La síntesis de toda esa serie de antítesis es la incambiable personalidad de Luis García-Abrines.

Jorge Guillén definió a LGA como “surrealista impenitente” y Camón Aznar lo llamó “último surrealista aragonés”. Sánchez Vidal habla de su “baturrismo ilustrado” y el propio Luis Buñuel estampó: “La discrepancia irracional entre las imágenes y los bellísimos textos de Gracián hace que el impacto poético sea más intenso que en los collages de Max Ernst”.

  Otro vanguardista, Antonio Fernández Molina (1983), termina así su artículo sobre LGA:

  (…) goza de la aureola de una leyenda basada en hechos reales, pues este artista lo es obre todo por su actitud vital que hace de él uno de los inventores del happening, el arte conceptual, de la actitud, etc., antes de que estas manifestaciones fueran puestas miméticamente en circulación en los medios artísticos e intelectuales. En él cada uno de sus gestos y de sus sorprendentes salidas obedecen a un impulso interior que le lleva a expresarse de insólita, original y sincera forma, con una auténtica categoría, que por encima de la valoración actual o posterior de sus obras y sus hechos, hacen de él un creador infrecuente que trasciende los límites.

  Esa actitud la ha llevado siempre a la vida cotidiana, desde que, de niños, los hermanos[14] ataviaban a la criada con casco militar hasta cuando, en la Universidad de verano de Jaca durante los años sesenta, se burlaba en una conferencia del General Franco “porque soy ciudadano americano y puedo hacerlo. ‘Vosotros, no. Os jodéis’” –se reía. Pasando por cuando desembarcaba en el aeropuerto neoyorquino vestido de baturro o, en la Universidad de Yale, explicaba a Unamuno cubierto de gasas y esparadrapo. Al final de la clase, escribía en la pizarra “Creer es crear” y se desprendía de los apósitos consiguiendo que los estupefactos alumnos no olvidasen nunca la frase unamuniana.

  Ahora que, para bien y para mal, nada sorprende a nadie, la personalidad de Luis García-Abrines es un fogonazo agudo, fugaz y estentóreo, que ilumina más de medio siglo de la compleja y disparatada cultura española que nos ha tocado vivir.

  

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Antes de impartir clase en su universidad

                                                                                             

                                                                                             NOTAS

[1] Entre otros, conoció a José Gutiérrez Solana y al presidente de la Junta Teosófica de España, Eduardo Alfonso, con los que, indudablemente, habría de entenderse.

[2] Cf. Juan Eduardo Cirlot, Pájaros tristes y otros poemas, Zaragoza, Los Libros del Innombrable, 2002. En carta a LGA, Luis Buñuel, “como buen zaragozano”, reconoció haber estado también enamorado de la pianista de los catorce a los dieciocho años.

[3] La primera fue la obra de Alfonso Gómez de Figueroa, Alcázar imperial de la fama del Gran Capitán, la Coronación y las Cuatro Partidas del mundo, Madrid, Instituto “Miguel de Cervantes” del C.S.I.C, 1951; la última, por el momento, el facsímil de Antolinez de Piedrabuena (seudónimo de Fray Benito Ruiz), Carnestolendas de Zaragoza en sus tres días, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2005. Como era de prever, esta última obrita, un prodigio de amenidad y noticias curiosas, no ha suscitado interés alguno.

[4] “jounakos”, junto a “ulbenjoyos” y  “opicilos” fue una de las categorías en que la O. P. I. (Oficina Poética Internacional, fundada precisamente por Miguel Labordeta y Luis García-Abrines) dividía a sus poetas.

[5] Muchos años después publicaría su poesía: Juan del Valle y Caviedes, Obra poética (edición, introducción y notas de Luis García-Abrines Calvo, con la colaboración de Sydney Jaime Muerden), Jaén, Diputación Provincial, 1993.

[6] Entre sus publicaciones musicales es destacable la edición de la obra de Gaspar Sanz, Instrucción de música sobre la guitarra española,  Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1952.

[7] Un buen resumen biográfico, del que extraigo varios de estos datos, en Pérez Lizano (1992).

[8] Iba dedicado a Max Ernst y parece que desapareció en el Madrid de la guerra.

[9] V. C. G. Jung, Símbolos de transformación, Barcelona, Paidós Ibérica, 1982.

[10] No es este el lugar para derivar por lasmuy sugerentes interpretaciones que este símbolo podría deparar. Para los interesados, hay un libro monográficamente dedicado a este asunto, traducido al español y, además, excelente: Roger Caillois, Mitología del pulpo, Caracas, Monte Ávila, 1976.

[11] En una antología de la poesía aragonesa que sólo se publicó traducida fuera de España (1994-1995) escribí: “…constituye el típico caso de agitador poético, más cercano a presupuestos dadaístas que al surrealismo…”, lo que hoy, aunque matizaría, sigo suscribiendo.

[12] Luis Buñuel respondió con una sentida carta que reproduce J. A. Labordeta (1980).

[13] La palabra “Crisicollages” parece hacer alusión al vocablo “crisis”, con el que encabeza Gracián los diversos capítulos de El Criticón.

[14] Luisito siempre ha afirmado que el más surrealista de los García-Abrines era su hermano Paco, así como, en la familia de los Buñuel, lo era el psiquiatra Leonardo.

                                                                         OBRA

Así sueña el poeta en sus palabras (fragmentos de unos evangelios apócrifos), Zaragoza, Col. Orejudín, 1960. / Zaragoza, DGA, 2000.

Ciudadano del mundo, New Haven (EE.UU.), Azuara on Hudson, 1980.

 –Crisicollages para Luis Buñuel, Zaragoza, Pórtico, 1980.

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-Variaciones sobre La donna e mobile (Solo -de gaita- para hombres), Zaragoza, IFC, 1988.                                                                                                                           

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También puede verse en este blog:  https://javierbarreiro.wordpress.com/2020/03/16/el-surrealismo-entrevista-con-luis-garcia-abrines/                                                               

                                              BIBLIOGRAFÍA

-ALVAR, Manuel, “La donna e mobile”, Blanco y Negro, 22-I-1989.

-BALLABRIGA, Luis, «Luis García-Abrines (II)», Andalán nº 364-365, 15-IX-1982.

-BARREIRO, Javier, La línea y el tránsito, Zaragoza, IFC, 1990, pp. 304-306.

-BROTO, Julio, Diccionario biográfico musical aragonés, Huesca, Gráficas Alós, 1986, p. 46.

-COMÍN GARGALLO, Gil, «Zaragoza en Estados Unidos. El poeta Abrines», El Noticiero, 8-V-1960.

-DOMÍNGUEZ, Antonio (dir.), Voz: «García-Abrines Calvo, Luis», Gran Enciclopedia Aragonesa 2000, tomo X, Zaragoza, El Periódico de Aragón, 2000, p. 2367.

-FERNÁNDEZ MOLINA, Antonio, Voz: “García-Abrines Calvo, Luis”, Diccionario Antológico de Artistas Aragoneses 1944-1978, Zaragoza, IFC, 1983, p. 192-193.

-HORNO LIRIA, Luis, Autores aragoneses, Zaragoza, IFC, 1996, p. 212.

-LABORDETA,José Antonio, “Los collages de un ciudadano del mundo (con carné), llamado Luis García-Abrines”, Andalán nº 288, 26-IX a 2-X-1980, p. 15.

-, Voz: «García-Abrines Calvo, Luis», Gran Enciclopedia Aragonesa, tomo VI, Zaragoza, UNALI, 1981, pp. 1499-1500.

-, Los amigos contados, Zaragoza, Librería General, 1994, pp. 25-27.

-LABORDETA, Miguel, “Así sueña el poeta en sus palabras”, Despacho Literario, Zaragoza, Sagitario, 1960. Reproducido también en la segunda edición de la obra reseñada.

-PÉREZ LIZANO, Manuel, Focos del surrealismo español. Artistas aragoneses 1929-1991, Zaragoza, Mira, 1992, pp. 174-186 y 282-289.

SÁNCHEZ IBÁÑEZ, José Ángel, La edición de la poesía en Aragón 1962-2000. Aproximación bibliográfica, Zaragoza, Universidad de Zaragoza-Ibercaja, Poesía en el campus nº extraordinario noviembre 2001, pp. 135-136.

-SÁNCHEZ VIDAL, Agustín, “Luis García-Abrines, un ciudadano del mundo”, El Día de Aragón, 17-VI-1984.

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