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Publicado en Barataria nº 42, diciembre 2023.

              

El pasodoble del maestro Padilla ha constituido, con mucha distancia sobre el resto, la composición musical que más ha contribuido a la difusión del nombre del país valenciano. No deja de ser curioso que la región con mayor número de músicos por metro cuadrado de España y que brinda mayor culto al arte de Euterpe tenga un himno compuesto por un almeriense.

La popularísima composición pertenece a La bien amada, una zarzuela en dos actos que se estrenó en el barcelonés teatro Tívoli, el 15 de octubre de 1924. La obra no entusiasmó aunque las expectativas eran muchas, dada la categoría del compositor, que también dirigió la orquesta, y de los intérpretes. El público acudió al teatro pero sólo durante los primeros días. La Vanguardia despachó la pieza con una gacetilla de dos breves párrafos en la que destacaba el dúo, cantado por dos figuras como Emilio Vendrell y Cora Raga, el fox-trot y el himno a Valencia interpretado en la obra por un coro de pescadores. La obra permaneció pocas semanas en cartel y, tras una breve gira por provincias, se llevó a Madrid para ser estrenada en el Teatro de la Zarzuela (17 III-1925), con Manuel Murcia y Matilde Rossy, como principales intérpretes. Pasó aún con más pena que en Barcelona y las seis breves críticas que he reunido de los diarios más populares apenas salvan algunos de los números.

                    Maestro José Padilla

El autor del texto, José Andrés de Prada (1895-1968) ya había colaborado con Padilla en la zarzuela Sol de Sevilla, estrenada siete meses antes que La bien amada y en el mismo teatro. Su ámbito de acción fue, preferentemente, Barcelona, donde estrenó comedias y, sobre todo, revistas. Compuso canciones para Mercedes Serós, Carmen de Lirio, Pepe Blanco o Mary Santpere y en 1941 escribió un libreto para una Raquel Meller ya otoñal. El número de obras para el teatro musical que escribió supera ampliamente la cincuentena.

Volviendo al pasodoble que se convertiría en el himno que promocionaría mundialmente a Valencia, se ha asegurado que la estrenó la zaragozana Mercedes Serós (1900-1970) y que fue Mistinguette, quien, al incorporarla a su repertorio, le dio trascendencia internacional. Como hemos visto, no fue exactamente así. La estrenó un coro y el primero en grabarla fue Emilio Vendrell (discos Odeón, marzo 1925). Sin embargo, las realmente responsables de su trascendencia fueron Mercedes Serós y Mistinguette. La cupletista aragonesa y principal rival de Raquel Meller se dirigió al maestro Padilla pidiéndole una música para su presentación en París. Para ahorrarse esfuerzos, el compositor escribió a José Andrés de Prada solicitándole una nueva letra sobre el pasodoble de La bien amada. Su telegrama rezaba:

                     Mercedes Serós

“Espero urgente nueva letra coro de marineros ’Bien amada’”. Mercedes Serós. Exaltación valenciana. Título: ‘Valencia’”.  

Prada así lo hizo y Mercedes la cantó en París junto a otro título de Padilla, “Corpus Christi”. Con tanta fortuna que el himno-pasodoble fue adoptado y llevado al éxito internacional por La Mistinguette. Al volver a España, Mercedes Serós se apresuró a grabar las dos creaciones de Padilla.  En seguida, “Valencia” sería llevada al disco por figuras como Raquel Meller, Carlos Gardel, Tito Schippa, Ofelia de Aragón y muchos otros. En agosto de 1925, según el corresponsal  del diario La Libertad  en Nueva York, “se oye por todas partes”.  Al poco tiempo sabemos que se programaba por la naciente radiodifusión, entonces llamada radiotelefonía. Así, el 6 de septiembre de 1925, el conjunto The Castillian la interpreta en Radio Madrid, donde se la denomina “marcha”. Con cierto fundamento, lo de los estilos musicales nunca ha estado demasiado claro.

Parece extraño que la mejor intérprete de la canción española del siglo, Conchita Piquer,  de regreso en España tras sus años neoyorkinos, no grabara “Valencia”. La explicación la tenemos en una carta de la artista al valenciano diario Pueblo (10-5-1927), en la que a sus 21 años ya mostraba el justo orgullo y arrogancia que siempre la caracterizaron:

Se dice allí (diario El Mercantil) que, de no venir la Mistinguette a cantar el ya famosísimo cuplé llamado ‘Valencia’ en la fiesta del día 19, podía cantarlo yo. (…). En los dos últimos viajes que he hecho a París, he oído esa “tarantela napolitana” (…) que cantaba La Mistinguette en el Moulin Rouge con éxito clamoroso. La música de ese numerito, tan breve y tan frívolo,es muy agradable, esto no se puede negar. De venir La Mistinguette, el número no puede ser más digno de ella, pero de tener que sustituirla yo, me sería imposible cantar esa música tan lejana de nuestra querida Valencia y tan impropia de dedicarla a un acto solemne en estas fiestas. (…) Lo que yo no puedo hacer es cantar en una fiesta valenciana una cancioncilla que no tiene nada que ver con nuestra patria chica. 

Así las gastó siempre la Piquer, pero tengamos claro que el famoso cantable -pasodoble, himno, canción o tarantela- lo compuso Padilla para una zarzuela, se reformó para ser cantado por Mercedes Serós, lo hizo éxito mundial la Mistinguette y después, lo grabaron desde Raquel Meller o Gardel a Alfredo Kraus, pasando por Lilián de Celis, Luis Mariano, Sara Montiel, Bernabé Martí y tantos más. Por algo sería.

(Publicado en El Periódico de Aragón, 17 de mayo de 2020 y Diario de Mallorca, 18-V-2020)

Si atendemos a Álvaro Retana, historiador, compositor, letrista, modisto, figurinista, ilustrador, novelista y máximo pontífice del cuplé, Mercedes Serós fue “la más completa estrella de variedades de su tiempo –los años veinte-, pues reunía belleza, figura, juventud, distinción, una voz preciosa, una mímica impecable y, además, era consumada bailarina, derrochando gracia en su coreografía”.  A su agraciado rostro y talle, unía unos brillantes ojos negros que hicieron a Ángel Zúñiga escribir que parecía “una muñeca de cera o de porcelana”. Añádase a ello una versatilidad y facilidad para ponerse al día, que le permitió afrontar todos los estilos del cuplé y otras modalidades musicales que triunfaron en la década feliz: fox, shimmy, charlestón, tango, java, rumba, danzón…, sin que por eso desdeñase en su repertorio la tradición en forma de tonadilla, chotis, pasodoble, jota o sardana. Millonaria por los réditos de su arte y por su matrimonio, tras la guerra, no necesitó volver a los escenarios y su recuerdo se fue disipando. No está de más reavivarlo cuando se acaba de cumplir el medio siglo de su muerte.

La enciclopedia Espasa y otros repertorios yerran al dar la fecha y el lugar de nacimiento de Mercedes Serós, que vino al mundo en la calle Soberanía Nacional nº 15 -hoy, Avenida de César Augusto- de Zaragoza, el 10 de Abril de 1900. Las razones de quienes la han hecho barcelonesa pueden proceder de que sus padres, Antonio Serós y Cristina Ballester, eran catalanes y se encontraban temporalmente en Zaragoza, donde Antonio venía trabajando como jornalero en las huertas del Ebro. Además, cuando todavía la futura artista gastaba pañales, la familia volvió a la capital catalana, donde ya viviría siempre, para instalarse en el número 84 de la barcelonesa calle de Vilá y Vilá, muy cerca del Paralelo, lo que seguramente influyó poderosamente en el destino artístico de Mercedes.

Trayectoria artística

Años después, tanto “La Viosa”, apodo de la madre de la futura cancionista, como su hermano menor trabajaban en el famoso Edén Concert en la calle Conde de Asalto, ella como encargada de vestir a las artistas y el chico, en calidad de botones. Con estos antecedentes, a Mercedes no le sería difícil debutar a los dieciséis años como bailarina. Se probó un fin de semana en Molíns de Rey cobrando seis duros por las dos funciones y, a primeros de septiembre, ya debutaba en el Salón Doré de la Rambla de Cataluña con muy buena aceptación. Al poco tiempo, preparada por Urbano Cale, fue intercalando algunas letrillas entre sus danzas y, como su delicada voz y forma de interpretar gustaban, el baile terminó convirtiéndose tan sólo en un adorno de sus canciones. Cuatro meses después se presentaba en Madrid actuando en el teatro Romea y en el Hotel Palace y un año más tarde ya era la estrella en el Trianon Palace (Alcalá, 20), a la sazón, el local de variedades más lujoso de la Villa y Corte.

Mercedes Serós era de menguada estatura pero bien proporcionada y de rostro muy agradable realzado con un lunar en su mejilla. Su figura pertenece ya a la segunda época del cuplé, caracterizada por el triunfo de Raquel Meller, en la que va a privar más la interpretación y el buen hacer en un escenario que el erotismo, la extravagancia o los factores extra-artísticos. Precisamente Mercedes se convertirá en la principal rival de la que fue reina del género. Cantaba con excelente gusto y muy buen timbre de voz, era una experta bailarina y sabía tocar las castañuelas. Capaz de penetrar en los estilos más diversos fue, junto a Pilar Alonso, la principal divulgadora del cuplé catalán, aunque en su repertorio predominarán los cantados en español. Interpretó siempre canciones escritas para ella, sin acudir al repertorio ajeno. Tenía una clara dicción de la que dejó muestra en sus más de doscientas grabaciones. Fue una de las artistas españolas que más canciones llevó al disco en esta época.

Mercedes había comenzado a grabar para la discográfica Gramófono el 14 marzo de 1923. Su primer registro fue el fox-shimmy “Iowa”, al que siguieron “El Bambú”, “Vida rota” y “El mosquetero”. Con el tercer disco, grabado el 9 de junio, vendrían los primeros éxitos: “El hombre ha de ser feo” y, sobre todo, “Venga alegría”, que propició el nacimiento de una revista barcelonesa con el mismo título y que años después volvería a triunfar en la desternillante versión de Mary Santpere. “La modista militar”, cuplé habitualmente conocido como “Batallón de modistillas”, el pasodoble-jota “Justicia baturra” (1924) y el archipopular chotis “Rosa de Madrid” (1927) fueron otras de sus creaciones más populares. Los años centrales de la década de los veinte constituyeron el marco de su mayor prestigio. El éxito la llevó a París, a principios de 1925, donde actuó en Le Perroquet y el Olympia.

Valencia

El popular himno a la capital levantina proviene del coro de marineros de La bien amada, una zarzuela de José Andrés de Prada y el famoso maestro Padilla, estrenada en octubre de 1924. La obra no tuvo demasiado éxito pero el coro fue aplaudido. Así, cuando Mercedes Serós se dirige al maestro para que le componga una música para su presentación en París, éste recurre a José Andrés de Prada para que escriba una nueva letra, una especie de himno-pasodoble a Valencia, que Mercedes cantó con tanta fortuna, que poco después fue adoptado y llevado al éxito internacional por La Mistinguette, a la que, con cincuenta bien llevados años, ya motejaban de abuela. Recién llegada a España, Mercedes Serós se apresuró a grabar “Valencia”, junto a “Corpus Christi”, la otra canción que le había compuesto Padilla para cantar en París. En seguida, “Valencia” sería llevada al disco por figuras como Raquel Meller, Carlos Gardel, Ofelia de Aragón o Carmen Flores. En agosto, según un artículo del corresponsal de La Libertad en Nueva York, “se oye por todas partes”.

Raquel frente a Mercedes

Durante los años veinte se habló mucho de la rivalidad entre ambas. La primera estaba en la cumbre de su prestigio internacional y su endemoniado carácter nunca admitió seguidoras ni rivales. Pero Mercedes cantaba muy bien, tenía éxito y, lo que es peor, seguidores que la consideraban superior a la de Tarazona. Se ha dicho que Álvaro Retana propuso un desafío en el Madrid Cinema de la calle Malasaña, en el que cantaran las mismas canciones y el público juzgara y decidiera. Naturalmente, Raquel no se prestó a un juego en el que no tenía nada que ganar pero castigó a la joven artista llamándola “Mierdecita Serás” ante los periodistas y poniendo el nombre de Merceditas a uno de sus pequineses.  

En 1920 la Serós había rechazado la consabida oferta para trabajar en América que solían recibir las cupletistas de éxito porque le parecía poco el estipendio de mil pesetas por función. Y, cinco años más tarde, en el contrato que se le presentó tras sus éxitos en París, declaró haber recibido una oferta cinematográfica pero “el desconocimiento del inglés me desconcertó y rehusé”. Aunque ya sabemos la precaución con que hay que tomar esta clase de declaraciones tan difícilmente comprobables. Más en una época en que el cine aún era mudo, con lo que no podría exhibir en él su principal virtud. Por otro lado, la competencia (Raquel Meller), que tenía su mejor cualidad en el matiz y la gestualidad, estaba triunfando en la pantalla internacional, con lo que es posible que la oferta fuese deleznable o perteneciera al mundo de los deseos.     

Vida privada y muerte

Pese a su buen carácter, la vida personal de la cancionista fue accidentada. Tras el contubernio taurino-varietinesco, que no podía faltar en la trayectoria de una cupletista española, -en este caso fue el noviazgo con el tauricida  Emilio Méndez- Mercedes se casó el 14 de junio de 1923 con Pedro Cruspinera Sala. Se pidió dispensa de las amonestaciones porque el marido andaba amenazado de muerte y deseaban casarse “con urgencia y reserva”. A los cuatro meses, Cruspinera desapareció y nunca volvió a saberse de él, lo que dio pie a especulaciones sobre boda amañada. Después, vivió con el muy adinerado industrial Pelayo Rubert Alegrín, con el que matrimonió finalmente en 1950, una vez que obtuvo las dispensas canónicas, al darse por muerto a su primer marido, del que le había sido concedida la separación en 1928. Es curioso que los últimos discos grabados por la cancionista (1933) fueran unos anuncios radiofónicos para la empresa que Pelayo había heredado de su tío, Pío Rubert Laporta, que tenía su sede en Ronda de San Antonio, 66 y fabricaba paraguas, monturas, tejidos, materiales de  vidrio y todo tipo de artículos de regalo. En estos divertidos textos cantados publicita paraguas, monederos, bastones, abanicos… Todo ello –repite el disco- se encontrará en la dirección antedicha.

El matrimonio no tuvo hijos. Desde su retirada justo antes de comenzar la guerra, exceptuando el periodo bélico en el que se colectivizó la industria familiar y anduvieron en peligro, Mercedes llevó una existencia regalada en sus torres de las calles Santaló y Dalmases, ya lejos del ambiente artístico, aunque, finalmente, se separara de su su segundo marido, que volvió a casarse y la sobrevivió 18 años. La cupletista hubo de trasladarse al que fuera su último domicilio en la calle Córcega 238, donde murió a causa de un trombo cerebral originado por la arterioesclerosis que padecía. Eran las 4.55 horas del 23 de Febrero de 1970, once años justos antes del 23-F. Se la enterró en el panteón de los Rubert del Cementerio de Montjuich, muy cercano a los mausoleos de Isaac Albéniz y Jacinto Verdaguer.

Sin embargo, ni en la prensa ni en la calle se organizó revuelo alguno, como sí había sucedido con el entierro de Raquel ocho años antes. En el medio siglo transcurrido desde entonces, aunque alguno de sus cuplés pueda escucharse en el benéfico youtube, la desaparición de Mercedes Serós ha sido casi tan total como la de aquel pájaro de cuenta, que por primera vez la condujo al altar.