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Hará unos doce años fui a visitar al veterano tenor cincovillés, Mariano Ibars, que vivía en una muy modesta parcela de Garrapinillos, a pocos kilómetros de Zaragoza. Yo acababa de publicar un libro, Voces de Aragón, donde daba cuenta de quienes en dicha tierra habían destacado en cualquier tipo de canto, desde que existía memoria sonora: figuras del género lírico, cupletistas, cantadores de jota, de canción ligera… En el volumen hablaba, naturalmente, de Ibars pero a través de las noticias que había encontrado sobre su carrera, ya que no había logrado localizarlo. Mariano con noventa años, conservaba intactos el vozarrón y la memoria y la larga conversación fue tan ilustrativa y agradable que, unido al evidente placer con que desgranaba el tenor sus recuerdos, me determinó el proponerle una entrevista formal, ya que yo no había previsto otra cosa que charlar. Como uno ya había escrito el libro aludido y andaba enredado en muy diversas cuestiones, me pareció oportuno plantearle a Mariano García Cantarero, acreditado periodista de Heraldo de Aragón, muy aficionado a estos temas, que me acompañara y fuera él quien redactase la entrevista para su periódico. Aceptó encantado este nuevo Mariano pero a la hora de concretar la cita surgió una figura con la que he tenido la mala fortuna de tropezar en mis ya bastantes años hacer historia de muy diversos protagonistas de la canción en España: me refiero al familiar que convive el viejo intérprete y que, provisto de toda clase de necias precauciones, lo rodea de alambradas, fosos y prohibiciones que  hacen imposible las confesiones. ¿protección de la intimidad, rescoldo de una sociedad cerrada, envidia subconsciente…? Con el pretexto de la salud, que en ningún momento vi amenazada en mi larga conversación anterior y la prueba fue que el cantante vivió siete años más, la señora en cuestión canceló la entrevista y Mariano Ibars no pudo ver gratificado el comprensible orgullo por contar lo que había sido una sólida carrera ni los aragoneses pudieron rescatar la memoria de un personaje al que ya habían olvidado.

He recordado este asunto al tropezarme con un recorte sobre la muerte del tenor, que le llegó, poco antes de cumplir los 98 años, el 8 de marzo de 2012 y de la que sí se hizo eco la prensa local. Por cierto, la fecha coincidía la del día en que había nacido Raquel Meller. Próximo el quinto aniversario de la desaparición del navardunense, reproduzco, con algún añadido, el texto publicado en el citado libro: Voces de Aragón. Intérpretes aragoneses del arte lírico y la canción popular. Zaragoza, Ibercaja, 2004, pp. 77-78.

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navardunNavardún, a la entrada del la Val de Onsella, el hermoso y desconocido valle en la punta norte de la provincia de Zaragoza, vio nacer el 17 de abril de 1914 al tenor Mariano Ibars, hoy, pues, con noventa años cumplidos. De familia campesina, Mariano comenzó como jotero de gran voz que le serviría para obtener premios en varios concursos antes de inscribirse en el Orfeón Zaragozano, que dirigía Pepe Cortés.

Al poco tiempo se marchó a Barcelona para hacer el servicio militar y pudo colocarse como taquillero en el Teatro Victoria del Paralelo, puesto que, pensó, le daría ocasión a mostrar más fácilmente a los empresarios su privilegiada voz. Se inscribió en la academia de Enrique Novi y Federico Cortó y también recibió los consejos del tenor Jaime Ferré y de Ramón Gorgé, hermano del famoso bajo alicantino Pablo Gorgé, que ejercía funciones semiempresariales en el aludido teatro. Según Hernández Girbal, su aprendizaje fue rápido, por su gran memoria musical. También habla de su voz “fresca, homogénea en todos los registros y de agudos tan claros y afinados como los de un clarín”.

Cuando su carrera apuntaba, le sorprendió en la capital catalana la guerra, que hizo en el ejército de la República. Al final del conflicto, en muy penosas condiciones, hubo de volver a Zaragoza para cantar nuevamente en el Orfeón y, otra vez, a  probar suerte con la jota. Esto le dio la oportunidad de repetir sus éxitos iniciales y ganar unos cuantos premios pero no le significó gran alivio a su situación económica, por lo que decidió volver a Barcelona.

Su debut en la ópera se produjo en el Teatro Lírico de Palma de Mallorca cantando Rigoletto, que constituiría su ibars-mariano-1piezamás constante en el bel canto. Durante 1944 estrenó en el Teatro Cervantes de Sevilla la zarzuela Mari Nieves, la Camerana pero a lo largo de estos años actuaría casi siempre en Cataluña, Valencia y las islas Baleares. En abril de 1945 dio el salto a América con la compañía de Pablo Sorozábal. Allí fue muy apreciado en Montevideo y Buenos Aires donde combinó las grandes zarzuelas con las óperas, entre las que llegó a cantar tres funciones de Rigoletto en el Colón con un elenco en el que figuraban los mejores cantantes argentinos. En 1946 se recuerda asimismo otra gran Marina en el montevideano Teatro 18 de Julio.

Regresó a su patria y, en tiempos cada vez más problemáticos para la zarzuela, deambuló sucesivamente por diferentes compañías líricas de importancia, como la que llevaba el nombre del eximio Pablo Luna, a la que se incorporó a finales de 1953, y con la que actuó varias veces en Zaragoza. En esta época, quizá el mayor hito de Mariano Ibars fuera estrenar en España las dos grandes zarzuelas cubanas de Lecuona, El cafetal y María de la O. En 1959 actuó en la radio y televisión francesas y cumplió un nuevo contrato en la Argentina. Al regresar a España, volvió a la compañía Pablo Luna, hasta retirarse el 25 de marzo de 1965 en el Teatro Marín de Teruel cantando Los claveles de la Virgen.

Mariano Ibars fue un tenor de voz diáfana y voluminosa, con muy vibrantes agudos y «de hermosísimo color», según Sagarmínaga, capaz de cantar piezas muy diversas y adaptarse a todos los géneros. Fuera de la profesionalidad, siguió cantando hasta cumplir los ochenta años. Apenas, en cambio, dejó registros grabados. Muy apreciado por su gran humanidad, vive en Zaragoza.

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Acabo de enterarme de la muerte de Carmen Forns, Carmen de Lirio, la que fue tildada de «mujer más guapa de España», de quien escribí en Voces de Aragón (2004) y a la que tuve ocasión de conocer a raíz de la historia que cuento en este artículo. A esas alturas, Carmen tenía necesidad de comunicación y establecimos una amistad concretada en interminables charlas por teléfono -la paciencia no es mi mayor virtud, pero lo que contaba era siempre más que jugoso- y en varios encuentros en un bar de Barcelona frente a la estatua de Raquel Meller, que solían durar desde las 6 de la tarde hasta las 12 de la noche. Carmen, con una cabeza perfecta y que, a los ochenta años, conservaba una increíble belleza, me largaba suculentas historias de su obra y vida -más de esta última- que, tal vez, cuando tenga tiempo y ganas, me atreveré a resumir.

Entre muchas anécdotas, contaré una de la que fui víctima: En el curso de una de estas charlas, cayó por allí la compañía de Antonio Ozores, que actuaba en un teatro cercano, la saludaron, se sentaron en nuestra mesa, cenaron como quisieron, marcharon, quedamos allí la vedette y yo y, a eso de la una de la noche, cuando los camareros tomaron la decisión de cerrar, me presentaron la cuenta de la cena comunal que ascendía a casi 300 euros. Por elegancia, por quedar bien, por cortedad o estulticia, aunque con reconcomio, pagué cortésmente, fuímonos  y no hubo más.

En 2008 dio a la luz sus recuerdos, Carmen de Lirio. Memorias de la mítica vedette que burló la censura, que, en el transcurso de Carmen de Lirio-Memoriassu confección me había comentado ampliamente. Pero lo cierto es que en ellas apenas detalló muchas de las cosas que había anunciado. Mujer muy apasionada, como suele ocurrir con personas mayores, en el último momento, algún consejo familiar, una suerte de temor o la convicción de que no valía la pena la hizo prescindir de muchos asuntos jugosos. Tenía previsto venir a presentarlas en Zaragoza durante la Feria del Libro y yo iba a ser su introductor pero el día anterior me llamó para decirme que su médico le había prohibido el viaje y que le hiciera el favor de presentarlas solo. Aunque nunca lo hago, utilicé un grabador de mano, para enviarle después un disquete con la misma. Un año después moriría su hermano, el famoso cantador de jotas Mariano Forns, con el que tuvo una relación llena de escollos y reconciliaciones porque lo cierto es que se querían y ayer, a punto de llegar a los 88 años, transitó. Una nota biográfica en: https://javierbarreiro.wordpress.com/2011/12/10/carmen-de-lirio/

Con el título de «Una confusión o Así (de mal) escribimos la historia», este artículo se publicó en Heraldo de Aragón, el 17 de mayo de 2005.

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A la bellísima Carmen de Lirio, vedette estrella de la revista española durante al menos dos décadas, artista completa y protagonista y testigo del espectáculo en España durante más de medio siglo, la di por fallecida en mi último libro, ya agotado, Voces de Aragón, y en esa triste convicción vivía este escribiente hasta que el 28 de abril la propia voz de la artista al otro lado del teléfono reivindicó con hartos bríos su existencia, exigió explicaciones y manifestó que no sólo estaba viva sino dispuesta a batir marcas de longevidad y en trance de escribir unas memorias en las que más de siete se iban a ver trasquilados. Parece claro que ahora pasaré a formar parte del elenco con méritos propios.

Mucho me costó dar con el origen de la confusión que yo creía que estaba en una necrológica que no aparecía por ninguna parte. Finalmente, quedó claro: existía esa necrológica y correspondía a la fecha que yo daba de fallecimiento. El problema era que no pertenecía a Carmen de Lirio sino a otra vedette que compartió con ella el estrellato allá por los años cincuenta, la valenciana Queta Claver, muerta efectivamente, el 3 de mayo de 2003. Algún error al confeccionar la ficha y la mala pasada de la ya trasegada memoria, me hizo trasladar a Carmen la fecha del óbito y así quedó la cosa.

No es la primera vez que ocurren cosas similares, que, si por un lado se pueden ver como muy jocosas, para algunos de los deudos o amigos pueden resultar muy desagradables. Contaré sólo dos que viví directamente. Muchos recordarán como, al morir el poeta Luciano Gracia, el periódico El Día publicó en primera página la fotografía del también poeta Rosendo Tello. Siendo yo, además de íntimo amigo, por entonces compañero de trabajo de Rosendo y conociendo su carácter extremadamente hipocondríaco, presumía se lo iba a tomar muy a la tremenda pero como el género humano es ante todo sorprendente e imprevisible, Rosendo se divirtió con el episodio y no le dio mayor importancia. Gentes como Ángel Guinda o José Ramón Marcuello pueden dar fe de que a mí también me mató otro poeta. Andaba uno por Tenerife que fue asolado por inundaciones y dicho vate propaló la especie de que yo había sido abducido por las mismas. Aunque en este caso lo hizo como broma y por mor de llamar la atención de estos amigos, que al parecer no le hacían mucho caso, el asunto es menos disculpable aunque impresionó más a quienes recibieron la noticia que a mí mismo cuando supe del caso. Nada original: casi todos nos alegramos cuando nos percatamos de estar vivos y en condiciones de seguir dando guerra.

De cualquier modo, estas cosas han de servir para entonar el mea culpa y dar cuenta de lo precario del estado de la investigación, sobre todo en lo que atañe a nuestras figuras de la música culta y popular. La propia Carmen de Lirio andaba con la mosca detrás de la oreja y aducía que en Zaragoza no se le había tratado bien. Una persona tan seria y querida por todos quienes lo conocimos como Manolo Rotellar escribe en su artículo de la Gran Enciclopedia Aragonesa: “Sus padres tenían una vaquería y Carmencita les ayudaba en el reparto de leche a domicilio, llamando la atención de los zaragozanos por su escultura de samaritana con el cántaro de leche apoyado en la cadera. A los catorce años tenía las formas de una mujer hecha, bellísima; algunos la recuerdan aún encabezando los desfiles juveniles de la Sección Femenina. Pronto debutaría como bailarina en el Salón Oasis, donde tenía que maquillarse en exceso para disimular su acné juvenil, pues su cara por entonces aparecía llena de granitos y espinillas”. Aunque ella nació en el barrio de las Delicias junto al cine homónimo, que hasta hace no mucho existió en la Avenida de Madrid, sus padres jamás tuvieron vaquería ni debutó en el salón Oasis, porque antes de la guerra ya habían marchado a Barcelona que es donde empezó a actuar María del Carmen Forns Aznar, llamada Carmen de Lirio a instancias de la Piquer, a la que en sus principios imitaba. Pero los errores de Rotellar y del también fallecido periodista zaragozano Miguel Ángel Brunet los repite toda la, por cierto, escasa bibliografía posterior. Realmente, Carmen debutó en el Oasis zaragozano el Sábado de Gloria de 1948, día en que tradicionalmente se estrenaban los grandes espectáculos del final de la temporada, y cuando Carmen, con veintidós años, ya había triunfado en Barcelona y Madrid.

Carmen de Lirio4Carmen se crió sucesivamente en Zaragoza, Córdoba y Barcelona, ciudad a  la que su familia se trasladó tras la guerra en junio de 1939. Su gran belleza y sus condiciones artísticas como cantante y actriz, la llevaron a los escenarios barceloneses y, pronto, a actuar en Madrid, Zaragoza y otras ciudades españolas. En 1949, ya como primera vedette, aparece en el barcelonés teatro Victoria y en el mismo escenario se despedirá casi veinte años después, como gran figura. En esta ciudad desarrolló la mayor parte de su carrera como vedette de la compañía del empresario Joaquín Gasa. De hermosos ojos verdes y espectacular físico, durante la década del cincuenta, fue considerada como la mujer más guapa de España y destacó en todos los aspectos de su profesión, tanto como cantante y bailarina, como por su figura y elegancia. En dichas fechas su éxito y popularidad fueron multitudinarios y se convirtió en una suerte de leyenda urbana. Su nombre aparecía en todos los mentideros y era pasto de cualquier rumor. En su época de esplendor grabó numerosos discos y tuvo un éxito arrebatador con el pasacalle “En la noche de bodas”, que llegó a estar prohibido por la censura. Pertenecía a la exitosa revista Esta noche no me acuesto, estrenada en 1950. A partir de su retirada como vedette, a finales de los sesenta, hizo café-teatro –en Madrid, llegó a poseer el famoso Lady Pepa y, en Zaragoza, el Salam’s, que funcionó con éxito en el paseo de la Independencia- y se movió entre Madrid y Barcelona para seguir en los escenarios como actriz de cine, teatro y televisión. A lo largo de su trayectoria ha intervenido en alrededor de cien películas, con lo que, indudablemente, es una de las aragonesas con más películas en su haber.

Carmen, hermana por cierto del también famoso jotero zaragozano Mariano Forns, vive en Barcelona y no ha abandonado su profesión artística aunque ahora priorice la escritura de sus memorias. Aunque ese privilegio le correspondería naturalmente al querido Alfonso Zapater, viejo amigo de la artista, utilizo mi cantada para erigirme en portavoz de los zaragozanos que la admiramos y prometo hacer méritos para que nos perdone nuestros pecados, que no han debido de ser pocos.

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