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Acabo de enterarme de la muerte de Carmen Forns, Carmen de Lirio, la que fue tildada de «mujer más guapa de España», de quien escribí en Voces de Aragón (2004) y a la que tuve ocasión de conocer a raíz de la historia que cuento en este artículo. A esas alturas, Carmen tenía necesidad de comunicación y establecimos una amistad concretada en interminables charlas por teléfono -la paciencia no es mi mayor virtud, pero lo que contaba era siempre más que jugoso- y en varios encuentros en un bar de Barcelona frente a la estatua de Raquel Meller, que solían durar desde las 6 de la tarde hasta las 12 de la noche. Carmen, con una cabeza perfecta y que, a los ochenta años, conservaba una increíble belleza, me largaba suculentas historias de su obra y vida -más de esta última- que, tal vez, cuando tenga tiempo y ganas, me atreveré a resumir.

Entre muchas anécdotas, contaré una de la que fui víctima: En el curso de una de estas charlas, cayó por allí la compañía de Antonio Ozores, que actuaba en un teatro cercano, la saludaron, se sentaron en nuestra mesa, cenaron como quisieron, marcharon, quedamos allí la vedette y yo y, a eso de la una de la noche, cuando los camareros tomaron la decisión de cerrar, me presentaron la cuenta de la cena comunal que ascendía a casi 300 euros. Por elegancia, por quedar bien, por cortedad o estulticia, aunque con reconcomio, pagué cortésmente, fuímonos  y no hubo más.

En 2008 dio a la luz sus recuerdos, Carmen de Lirio. Memorias de la mítica vedette que burló la censura, que, en el transcurso de Carmen de Lirio-Memoriassu confección me había comentado ampliamente. Pero lo cierto es que en ellas apenas detalló muchas de las cosas que había anunciado. Mujer muy apasionada, como suele ocurrir con personas mayores, en el último momento, algún consejo familiar, una suerte de temor o la convicción de que no valía la pena la hizo prescindir de muchos asuntos jugosos. Tenía previsto venir a presentarlas en Zaragoza durante la Feria del Libro y yo iba a ser su introductor pero el día anterior me llamó para decirme que su médico le había prohibido el viaje y que le hiciera el favor de presentarlas solo. Aunque nunca lo hago, utilicé un grabador de mano, para enviarle después un disquete con la misma. Un año después moriría su hermano, el famoso cantador de jotas Mariano Forns, con el que tuvo una relación llena de escollos y reconciliaciones porque lo cierto es que se querían y ayer, a punto de llegar a los 88 años, transitó. Una nota biográfica en: https://javierbarreiro.wordpress.com/2011/12/10/carmen-de-lirio/

Con el título de «Una confusión o Así (de mal) escribimos la historia», este artículo se publicó en Heraldo de Aragón, el 17 de mayo de 2005.

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A la bellísima Carmen de Lirio, vedette estrella de la revista española durante al menos dos décadas, artista completa y protagonista y testigo del espectáculo en España durante más de medio siglo, la di por fallecida en mi último libro, ya agotado, Voces de Aragón, y en esa triste convicción vivía este escribiente hasta que el 28 de abril la propia voz de la artista al otro lado del teléfono reivindicó con hartos bríos su existencia, exigió explicaciones y manifestó que no sólo estaba viva sino dispuesta a batir marcas de longevidad y en trance de escribir unas memorias en las que más de siete se iban a ver trasquilados. Parece claro que ahora pasaré a formar parte del elenco con méritos propios.

Mucho me costó dar con el origen de la confusión que yo creía que estaba en una necrológica que no aparecía por ninguna parte. Finalmente, quedó claro: existía esa necrológica y correspondía a la fecha que yo daba de fallecimiento. El problema era que no pertenecía a Carmen de Lirio sino a otra vedette que compartió con ella el estrellato allá por los años cincuenta, la valenciana Queta Claver, muerta efectivamente, el 3 de mayo de 2003. Algún error al confeccionar la ficha y la mala pasada de la ya trasegada memoria, me hizo trasladar a Carmen la fecha del óbito y así quedó la cosa.

No es la primera vez que ocurren cosas similares, que, si por un lado se pueden ver como muy jocosas, para algunos de los deudos o amigos pueden resultar muy desagradables. Contaré sólo dos que viví directamente. Muchos recordarán como, al morir el poeta Luciano Gracia, el periódico El Día publicó en primera página la fotografía del también poeta Rosendo Tello. Siendo yo, además de íntimo amigo, por entonces compañero de trabajo de Rosendo y conociendo su carácter extremadamente hipocondríaco, presumía se lo iba a tomar muy a la tremenda pero como el género humano es ante todo sorprendente e imprevisible, Rosendo se divirtió con el episodio y no le dio mayor importancia. Gentes como Ángel Guinda o José Ramón Marcuello pueden dar fe de que a mí también me mató otro poeta. Andaba uno por Tenerife que fue asolado por inundaciones y dicho vate propaló la especie de que yo había sido abducido por las mismas. Aunque en este caso lo hizo como broma y por mor de llamar la atención de estos amigos, que al parecer no le hacían mucho caso, el asunto es menos disculpable aunque impresionó más a quienes recibieron la noticia que a mí mismo cuando supe del caso. Nada original: casi todos nos alegramos cuando nos percatamos de estar vivos y en condiciones de seguir dando guerra.

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De cualquier modo, estas cosas han de servir para entonar el mea culpa y dar cuenta de lo precario del estado de la investigación, sobre todo en lo que atañe a nuestras figuras de la música culta y popular. La propia Carmen de Lirio andaba con la mosca detrás de la oreja y aducía que en Zaragoza no se le había tratado bien. Una persona tan seria y querida por todos quienes lo conocimos como Manolo Rotellar escribe en su artículo de la Gran Enciclopedia Aragonesa: “Sus padres tenían una vaquería y Carmencita les ayudaba en el reparto de leche a domicilio, llamando la atención de los zaragozanos por su escultura de samaritana con el cántaro de leche apoyado en la cadera. A los catorce años tenía las formas de una mujer hecha, bellísima; algunos la recuerdan aún encabezando los desfiles juveniles de la Sección Femenina. Pronto debutaría como bailarina en el Salón Oasis, donde tenía que maquillarse en exceso para disimular su acné juvenil, pues su cara por entonces aparecía llena de granitos y espinillas”. Aunque ella nació en el barrio de las Delicias junto al cine homónimo, que hasta hace no mucho existió en la Avenida de Madrid, sus padres jamás tuvieron vaquería ni debutó en el salón Oasis, porque antes de la guerra ya habían marchado a Barcelona que es donde empezó a actuar María del Carmen Forns Aznar, llamada Carmen de Lirio a instancias de la Piquer, a la que en sus principios imitaba. Pero los errores de Rotellar y del también fallecido periodista zaragozano Miguel Ángel Brunet los repite toda la, por cierto, escasa bibliografía posterior. Realmente, Carmen debutó en el Oasis zaragozano el Sábado de Gloria de 1948, día en que tradicionalmente se estrenaban los grandes espectáculos del final de la temporada, y cuando Carmen, con veintidós años, ya había triunfado en Barcelona y Madrid.

Carmen de Lirio4Carmen se crió sucesivamente en Zaragoza, Córdoba y Barcelona, ciudad a  la que su familia se trasladó tras la guerra en junio de 1939. Su gran belleza y sus condiciones artísticas como cantante y actriz, la llevaron a los escenarios barceloneses y, pronto, a actuar en Madrid, Zaragoza y otras ciudades españolas. En 1949, ya como primera vedette, aparece en el barcelonés teatro Victoria y en el mismo escenario se despedirá casi veinte años después, como gran figura. En esta ciudad desarrolló la mayor parte de su carrera como vedette de la compañía del empresario Joaquín Gasa. De hermosos ojos verdes y espectacular físico, durante la década del cincuenta, fue considerada como la mujer más guapa de España y destacó en todos los aspectos de su profesión, tanto como cantante y bailarina, como por su figura y elegancia. En dichas fechas su éxito y popularidad fueron multitudinarios y se convirtió en una suerte de leyenda urbana. Su nombre aparecía en todos los mentideros y era pasto de cualquier rumor. En su época de esplendor grabó numerosos discos y tuvo un éxito arrebatador con el pasacalle “En la noche de bodas”, que llegó a estar prohibido por la censura. Pertenecía a la exitosa revista Esta noche no me acuesto, estrenada en 1950. A partir de su retirada como vedette, a finales de los sesenta, hizo café-teatro –en Madrid, llegó a poseer el famoso Lady Pepa y, en Zaragoza, el Salam’s, que funcionó con éxito en el paseo de la Independencia- y se movió entre Madrid y Barcelona para seguir en los escenarios como actriz de cine, teatro y televisión. A lo largo de su trayectoria ha intervenido en alrededor de cien películas, con lo que, indudablemente, es una de las aragonesas con más películas en su haber.

Carmen, hermana por cierto del también famoso jotero zaragozano Mariano Forns, vive en Barcelona y no ha abandonado su profesión artística aunque ahora priorice la escritura de sus memorias. Aunque ese privilegio le correspondería naturalmente al querido Alfonso Zapater, viejo amigo de la artista, utilizo mi cantada para erigirme en portavoz de los zaragozanos que la admiramos y prometo hacer méritos para que nos perdone nuestros pecados, que no han debido de ser pocos.

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La revista, género musical de origen francés, hunde sus raíces en el siglo XIX y su propósito era, precisamente, «pasar revista» en clave paródica y humorística a los acontecimientos más golosos del año. Por eso solían estrenarse, bien el día de los Inocentes, bien el de Año Nuevo, inscritas en los jolgorios que suelen programarse para tales fechas. Obras tan importantes en nuestro teatro musical como La Gran Vía, que hace alusión a las obras de apertura de esa avenida madrileña, o El año pasado por agua, que se refiere al muy lluvioso 1888, son piezas que inciden en esta motivación. En los años veinte, la competencia de la opereta, el cine y los ritmos afroamericanos, junto a la liberalización de costumbres, dan un nuevo cauce a la revista que ahora va a incurrir en espectaculares escenografías, exuberantes vedettes y gran abundancia de coristas que atraigan a un público deseoso de tales novedades. Si la argentina Celia Gámez, que llegó a España como cantante de tangos, se constituyó durante más de cuarenta años en la estrella del género, Muñoz Román fue, durante otros tantos, el autor de más éxito.

Muñoz Román

 Nacido en Calatayud en 1903, aseguraba que los millares de cuentos que le narró de niño su abuelo Bruno despertaron su sentido cómico. A quien conozca el legendario sentido del humor de los bilbilitanos no le extrañará el aserto. A los nueve años marchó a Zaragoza para cursar el bachillerato en el Colegio Santo Tomás de Aquino. Con dieciséis emigra a Madrid y en 1921, al tiempo que gana oposiciones a Correos con el número uno entre mil trescientos aspirantes, estrena con una sociedad de aficionados su primera obra en el Salón Luminoso de Cuatro Caminos: Quereres primeros. Han de pasar cuatro años para su segundo estreno, El rayo de sol en 1925, año en que contrajo matrimonio con Paula Galindo Blázquez, que le dio dos varones y una hija, y tres hasta el siguiente, La suerte negra, musicada por el ya prestigioso maestro Alonso. La colaboración con este músico le deparó el éxito que ya no le va a abandonar. Ambos configuran el patrón de la moderna revista musical con excelentes cantables y libretos agudos y bien trabados, dentro del disparate consustancial al género.

 Tras la buena recepción de esta obra, comienza a elaborar los libretos con el muy experimentado autor madrileño Emilio González del Castillo (1883-1940), colaboración que duró hasta la muerte de éste.

 Durante los años treinta se sucederán los éxitos protagonizados por el trío. Abundando únicamente en sus obras de mayor eco, hay que recordar Las guapas (1930), ya protagonizada por Celia Gámez, la diosa del género que el maestro Alonso había arrebatado al tango y fichado para su revista Las castigadoras en 1927. La Castañuela (1931) y la que ha quedado como emblema del género, Las Leandras (1931), de muy ocurrente Suárez, Blanquita-Las Leandraslibreto y repleta de extraordinarios cantables. Ninguna revista, exceptuando la muy veterana La Gran Vía, puede presentar tantos números que hayan trascendido su tiempo: el pasacalle de los nardos, la habanera de la verbena de San Antonio, la java de las viudas o el chotis “El Pichi” cuya letra, imposible de concebir hoy día, cada vez sorprende más por su gracia, originalidad y capacidad de cuestionamiento.

 Durante los treinta, también constituirán éxitos clamorosos: Las de Villadiego (1933) con su famoso chotis de La Colasa, Las vampiresas (1934), Las de los ojos en blanco (1934) y Mujeres Muñoz Román_Las vampiresas002de fuego (1935) en la que aparece un anticipo de las muñecas hinchables para hombres solitarios que inspiraron a Berlanga su film Tamaño natural. El ingenioso argumento parte de las demandas de los reclusos de un penal de Córcega que exigen lo que hoy se llama «vis a vis» o «comunicación íntima». Siendo imposible satisfacer la petición de forma directa, el alcaide don Orencio va a París, donde el polaco Zalenski ha patentado unas mujeres sintéticas que andan, hablan, suspiran, ríen y pueden practicar el amor. Ni Las Leandras ni Mujeres de fuego eran susceptibles de superar las censuras postbélicas con lo que desaparecieron de los escenarios. Como los cantables no podían ser tan fácilmente exorcizados, es sabido que en “El Pichi” se cambió la alusión a Victoria Kent por «un pollito bien». A la obra habría que cambiarle el título por Mami, llévame al colegio, adecentarle el libreto y esperar a 1965 para verla reestrenada. Claro que algo peor le ocurrió a la inocente La Gran Vía. Un gobernador valenciano sólo aceptó su representación si en los carteles se ponía Avenida José Antonio Primo de Rivera. (Antes La Gran Vía), como así se hizo, cediendo el gobernador en la autorización de la segunda parte del título ante la insistencia del empresario y su argumento de que había que divulgar los nuevos usos para un público poco informado.

 No significó parón alguno la nueva situación para la labor de José Muñoz Román que continuó siendo el autor de más éxito durante muchos años. La buena racha la incrementó a partir de 1941 haciéndose empresario y director del Teatro Martín, que ya se había convertido en el emporio de la revista. Ladronas de amor (1941), de ocurrente libreto futurista y en la que aparecía un incipiente José Luis Ozores, fue el primer gran éxito. El asunto de las venusinas del siglo XXIV dejando a las terráqueas sin varones daba lugar a las más equívocas situaciones sin caer en la explicitud imposible en tales calendas, de modo que en 1946 se readaptó con el título Te espero el siglo que viene y volvió a conseguir la entrega del público.

 Tras un nuevo triunfo con Luna de miel en El Cairo (1943), aún no había pasado un año cuando comienza su colaboración con el maestro Guerrero estrenando Cinco minutos nada menos, con un curioso argumento en torno a la verdad y la mentira: Don Justo, director del diario La Verdad Desnuda, pretende que su periódico no publique nada incierto pero las circunstancias le llevan a convertirse en el mayor mentiroso del reino, aparte de que la línea de su periódico le hunde en la miseria. A pesar de que Las Leandras sea entre sus obras la que más he quedado en la memoria, Cinco minutos nada menos constituye un récord absoluto en el teatro español. Se representó ininterrumpidamente en el Teatro Martín y a lleno diario desde el 21 de enero de 1944 hasta el 1 de abril de 1947 en un tiempo en que las carteleras se renovaban todos los años el Sábado Santo. Tras más de tres años en cartel y 1.700 representaciones, se sustituyó -y no porque la afluencia aflojase- por otra obra de su autoría, Historia de dos mujeres, que fue otro gran éxito.

 Durante los años cincuenta, Muñoz Román va a continuar como empresario del teatro Martín y surtiendo las revistas de más impacto. En esta década, la mayor resonancia la obtiene, sin duda, Ana María (1954) en la que, ya fallecidos los dos grandes del género, Guerrero y Alonso, el muy original  argumento contó con la música del gran maestro Padilla. La vedette fue Queta Claver, tan simpática como desafinada cantante. Como lo fue también de otro de los éxitos de los cincuenta La chacha, Rodríguez y su padre.

 El pujante cine mejicano de la época recurrió a varios argumentos de Muñoz Román: Las de los ojos en blanco se convirtió en Especialista en señoras (1951), dirigida por Miguel Morayta. El prestigioso René Cardona rodó en 1951 un argumento original, Pompeyo el conquistador, mientras que la opereta de 1942, Doña Mariquita de mi corazón, fue llevada a la pantalla diez años más tarde por Joaquín Pardavé. También se filmó allí Las Leandras, libreto que, cuando la circunstancia censora lo permitió, fue explotado también por el cine español bajo las direcciones de Guillermo Martínez Solares (1960) y Eugenio Martín (1969). En esta última participaron las estomagantes Rocío Durcal e Isabel Garcés y los excelsos Alfredo Landa, Saza y Valentín Tornos. De cualquier modo la cinta en la que tuvo mayor participación directa el bilbilitano fue Los maridos no cenan en casa (Jerónimo Mihura, 1956) inspirada en la comedia Las desencantadas de Honorio Maura y en la que se encargó del argumento, guión y diálogos.

 Con la decadencia del género a punto de iniciarse, aún consiguió Muñoz Román otros triunfos multitudinarios: el que denominó sainete superrealista, Una jovencita de 800 años (1958), Un matraco en Nueva York (1959), que se eternizó en los carteles y lanzó a la popularidad a Alfonso del Real, y ¡Qúe cuadro el de Velázquez, esquina Goya! (1963), que fue su último gran suceso. Una de las escenas de su acto segundo era la que prefería el autor de toda su obra mientras consideraba su mejor cantable el dedicado a Pastora Imperio en ¡A vivir del cuento! (1952). Por cierto, que en esta revista hizo debutar a la mentada vedette valenciana Queta Claver, a la que descubrió y de la que se prendó durante algún tiempo.

 Muñoz Román fue un hombre apuesto, de 1’75 de altura y, según sus contemporáneos, amable, educado y simpático. Admiraba -y hacía muy bien- a Arniches, que fue su modelo confeso. También apreció el goteante talento literario de Agustín de Foxá y a Raquel Meller y Celia Gámez, como artistas. Como nadie es perfecto, fue muy aficionado a los toros. En ocasiones, ¡ojo!, se le ha confundido con el sevillano José Muñoz Sanromán[1], profuso artículista, poeta y narrador, autor, por ejemplo, de una de las novelas más sonadas escritas en el bando franquista durante la guerra civil, Las fieras rojas.

  El escritor bilbilitano transitó el 5 de febrero de 1968. Meses antes, el consistorio de su ciudad natal le había propiciado un disgusto severo. Alguien le propuso como hijo predilecto de la villa pero, reunido el concejo, se adujo que quien había dedicado su vida a tales frivolidades no era digno de tal honor.

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                                          OBRAS

Quereres primeros (sainete lírico) -con música de Ángel Martín Pompey-, estr. en 1921.

El rayo de sol (sainete lírico) -con Aurelio López Monis; música de Enríquez, Sebastián Pla y Ángel Martín Pompey-, Madrid, SAE, 1925.

La suerte negra (sainete lírico) -con Domingo Serrano; música de Francisco Alonso y Emilio Acevedo-, Madrid, SAE, 1928.

Los mandarines (pasatiempo lírico) -con Emilio González del Castillo y Domingo Serrano; música de Emilio Acevedo, Francisco Alonso y Fernando Díaz Giles-, estr. en 1928.

El romeral (zarzuela) -con Domingo Serrano; música de Emilio Acevedo y Fernando Díaz Giles-, Madrid, Imp. de La Enseñanza, 1929.

La tirana del candil (zarzuela) -con Emilio González del Castillo y Domingo Serrano; música de Fernando Díaz Giles y Emilio Acevedo-, estr. en 1930.

Las guapas (pasatiempo cómico-lírico) -con Emilio González del Castillo; música de Francisco Alonso y Joaquín Belda-, Madrid, Imp. Gráf. Victoria, 1930.

La castañuela (zarzuela) -con Emilio González del Castillo; música de Francisco Alonso y Emilio Acevedo-, Madrid, Imp. Gráf. Victoria, 1931.

Las Leandras (revista) -con Emilio González del Castillo; música de Francisco Alonso-, Madrid, Imp. Gráf. Victoria, 1931.

Las mimosas (pasatiempo lírico) -con Emilio González del Castillo; música de Ernesto Pérez Rosillo-, Madrid, Imp. Gráf. Victoria, 1931.

Los Laureanos o La suerte negra (drama lírico) -con Emilio González del Castillo; música de Francisco Alonso, Emilio Acevedo y J. Serrano-, estr. en 1932.

¡Allá películas! (farsa cómica) -con Emilio González del Castillo-, Madrid, Imp. Gráf. Victoria, 1932.

Las faldas (pasatiempo lírico) -con Emilio González del Castillo; música de Ernesto Pérez Rosillo-, Madrid, Imp. Gráf. Victoria, 1932.

Las de Villadiego (pasatiempo lírico) -con Emilio González del Castillo; música de Francisco Alonso-, Madrid, Imp. Gráf. Victoria, 1933.

La posada del caballito blanco (opereta) -con Emilio González del Castillo; música adaptada de Benatzky-, Madrid, Imp. Gráf. Victoria, 1933.

La posada del caballito rojo (opereta) -con Emilio González del Castillo; música adaptada de Benatzky-, estr. en 1934.

Las de los ojos en blanco (pasatiempo lírico) -con Emilio González del Castillo; música de Francisco Alonso-, Madrid, Imp. Gráf. Victoria, 1934. / Madrid, Cisne-Teatro Frívolo nº 1-III-1936.

Muñoz Román_La de los ojos en blanco001

Las vampiresas (pasatiempo lírico) -con Emilio González del Castillo; música de Ernesto Pérez Rosillo-, Madrid, Imp. Gráf. Victoria, 1934. / Madrid, Cisne-Teatro Frívolo nº 15-IV-1936.

Mujeres de fuego (revista) -con Emilio González del Castillo; música de Francisco Alonso-, Madrid, Imp. Gráf. Victoria, 1935. / Madrid, Cisne-Teatro Frívolo nº 9-II-1936.

Las tocas (pasatiempo lírico) -con Emilio González del Castillo; música de Francisco Alonso-, Madrid, Imp. Gráf. Victoria, 1936.

Todas en una (pasatiempo lírico) -con Emilio González del Castillo; música de Francisco Alonso-, estr. en 1939.

Vampiresas 1940 (comedia lírica) -con música de Ernesto Pérez Rosillo y Daniel Montorio-, estr. en 1940.

Rápteme usted, caballero (sainete lírico) -con música de Ernesto Pérez Rosillo y Daniel Montorio-, estr. en 1940.

¡Que se diga por la radio! (testamentaria cómico-lírica) -con Emilio González del Castillo; música de Francisco Alonso-, Madrid, SAE, 1940.

Ladronas de amor (zarzuela futurista) -con Francisco Lozano; música de Francisco Alonso-, Madrid, Gráf. Velasco Hnos., 1942.

Doña Mariquita de mi corazón (opereta cómica) -con música de Francisco Alonso-, Madrid, Gráf. Velasco Hnos., 1942.

Luna de miel en El Cairo (opereta) -con música de Francisco Alonso-, Madrid, Gráf. Velasco Hnos., 1943.

Una noche contigo (opereta) -con Emilio González del Castillo; música de Ernesto Pérez Rosillo-, Madrid, Velasco Hnos., 1943.

¡Cinco minutos nada menos! (opereta cómica) -con música de Jacinto Guerrero-, Madrid, Gráf. Velasco Hnos., 1944.

Te espero el siglo que viene (fantasía, adaptación de Ladronas de amor) -con Francisco Lozano Bolea y Enrique Arroyo Lamarca; música de Francisco Alonso-, estr. en 1946.

Las viudas de alivio (opereta) -con Emilio González del Castillo; música de Francisco Alonso-, estr. en 1946.

La blanca doble (revista) -con música de Jacinto Guerrero-, estr. en 1947.

Historia de dos mujeres o Dos mujeres con historia (opereta) -con música de Ernesto Pérez Rosillo y Daniel Montorio-, estr. en 1947.

Yo soy casado, señorita (sainete lírico) -con música de Jacinto Guerrero-, estr. en 1948.

Moreno tiene que ser (sainete lírico) -con Emilio González del Castillo; música de Francisco Alonso-, estr. en 1950.

¡A vivir del cuento! (sainete lírico) -con música de Fernando Moraleda y M. Martínez Faixá-, estr. en 1952.

El burro del tío Basilio (apunte de un sainete), estr. en 1952.

Salud y pesetas (revista) -con Emilio González del Castillo; música de Jacinto Guerrero y Francisco Alonso-, estr. en 1953.

Ana María (sainete lírico) -con música de José Padilla-, estr. en 1954.

Periquito entre ellas (zarzuela) -con Emilio González del Castillo; música de Ernesto Pérez Rosillo y Fernando Moraleda-, estr. en 1954.

Maridos odiosos (zarzuela, adaptación de Periquito entre ellas) -con Emilio González del Castillo; música de Ernesto Pérez Rosillo y Fernando Moraleda-, estr. en 1956.

La chacha, Rodríguez y su padre (sainete lírico) -con música de José Padilla-, estr. en 1956. / Madrid, Imp. de J. L. Cosano, 1957.

Los diabólicos (revista) -con Emilio González del Castillo; música de Ernesto Pérez Rosillo y Fernando Moraleda-, estr. en 1957.

Tócame Roque (sainete lírico) -con José A. Muñoz Galindo; música de Fernando Moraleda y E. Escudé Cofiner-, estr. en 1958.

Una jovencita de 800 años (sainete lírico superrealista) -con música de Fernando Moraleda y E. Escudé Cofiner-, Madrid, Imp. de J. L. Cosano, 1959.

Un matraco en Nueva York (revista, adaptación de Salud y pesetas) -con Emilio González del Castillo; música de Jacinto Guerrero y Francisco Alonso-, estr. en 1959.

Cásate con una ingenua (opereta) -con música de Francisco Alonso-, estr. en 1960.

Aquí hay gata encerrada (revista) -con Leandro Navarro e Ignacio F. Iquino; música de Carlos Mas y Manuel Sala-, estr. en 1961.

El conde Manzanares (sainete lírico) -con Mariano Méndez Vigo; música de Daniel Montorio-, estr. en 1962.

¡Qué cuadro el de Velázquez esquina a Goya! (sainete lírico) -con música de Fernando Moraleda-, Madrid, Gráficas Zamora, 1963.

Mami, llévame al colegio (nueva versión de Las Leandras), estr. en 1964.

¡Aquí la verdad desnuda! (opereta) -con música de Jacinto Guerrero-, estr. en 1965.

A las diez en la cama estés (sainete lírico) -con música de Fernando Moraleda-, estr. en 1966.

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                                      BIBLIOGRAFÍA

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-MARÍN ALCALDE, Alberto, «Reseña» de El romeral, Estampa nº 76, 25-VI-1929.

-MOISÉS, Ángel, El libro del teatro, Madrid, Gráficas Casado, 1947.

-MONTIJANO, Juan José, Aproximación a la historia del teatro frívolo español: morfología y estructuraVigo, Academia del Hispanismo, 2010.

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 Publicado en Galería del olvido, Zaragoza, Cremallo de ediciones, 2001, pp. 123-128. Actualizo la bibliografía. 

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    [1] Así lo hacen autores tan prestigiosos como Dru Dougherty y María Francisca Vilches en sus obras sobre la escena madrileña.