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Este artículo fue publicado en Historia y Vida nº 329, agosto, 1995, pp. 80-84. Añado algunos datos e incorporo breve bibliografía.

   De todas las músicas populares del siglo, el tango es sin duda la que alcanzó y aún sostiene un mayor protagonismo. A ciento cuarenta años de su nacimiento y algo más de un siglo de su imposición en Europa, las academias de baile siempre cuentan, entre sus alumnos, con aspirantes a dominar este ritmo y su presencia nunca desaparece de medios de comunicación y espectáculos.

 El tango empezó como danza, antes que como canto, al parecer, a resultas de la imitación que, en los bailes de carnaval, se efectuaba de los ritmos negros, en el siglo XIX todavía numerosos en el Río de la Plata. El compadrito exageraba en su remedo las quebradas y cortes poniéndoles la música que él conocía, la milonga, que, probablemente, silbaría al ejecutar estos pasos. De allí pasó a los lugares donde se bailaba: las mil y una variaciones del prostíbulo o las fiestas de arrabal y conventillo.

 Llegado el tango a Europa, bailarines criollos comenzaron a ganarse la vida popularizándolo en el Viejo Continente. En la mitología tanguera Benito Bianquet, El Cachafaz, que no cruzó el Atlántico, es considerado como el más famoso. Después de él, la historia y la tradición registran otro bailarín al que todas las historias del tango citan por haber sido quien lo bailó delante del Papa. Salvo este extremo, de él sólo se conocen unas cuantas anécdotas y episodios de su vida. Una serie de casualidades y el intento de un grupo de teatro de Bilbao de montar una obra sobre su vida me llevaron a emprender ciertas indagaciones que dieron algún resultado. Esto es lo que hay acerca de su peripecia.

 Casimiro Aín, fue conocido como El Vasco Aín, y El Lecherito, por haberse dedicado en su juventud a esa actividad, como era frecuente en tantos vascos emigrados a la Argentina. Hay que decir, y no para alegrar la oreja de necios y chovinistas sino porque así fue, que los emigrantes vascos disfrutaban de una consideración más elevada que la de otros trasterrados hispanos.

 Efectivamente, el padre, Juan Aín, vasco francés de nacimiento, tenía una lechería entre las calles Cuyo y Libertad. Su madre, Rosa Rataro, era, claro, italiana. Casimiro Agustín nace en el bonaerense barrio de La Piedad el 4 de marzo de 1882 y aprende a bailar al compás de los organitos callejeros, manejados por italianos, casi siempre. Eran portátiles y, muchas veces, el propietario se acompañaba de una cotorra que servía para incrementar el monto del negocio. Estas aves escogían con el pico el papelito que predecía el porvenir de quien entregaba una moneda. Gardel canta magistralmente un tango con este tema, “Cotorrita de la suerte”, y este cronista todavía ha visto no hace más de treinta años a uno de estos organilleros con pájaro vaticinador en Santiago de Compostela. Había de ser en Galicia.

 Los organitos fueron, indudablemente, los primeros difusores del tango en una época en que el transcurso de éste anda perdido en conjeturas y nebulosas. Fuera como fuese, Casimiro Aín llegó a primer bailarín de la cuadrilla del circo Frank Brown, que representaba la llamada Pantomima Acuática en el teatro San Martín y en 1897 ganó un campeonato de vals en Colonia Italiana bailando sin parar una hora y media sobre un solo lado[1]. Según su propio testimonio, en 1903, embarca sin rumbo en un vapor que lo lleva a Inglaterra. En una ilustrativa entrevista de Arturo Silvestre publicada en Mundo Argentino aduce que lo hizo como  apuntador de la compañía Chargeurs Reunis y que, tras un mes en Londres, marchó a París en compañía de dos amigos. Imposible, de momento, probar sus afirmaciones respecto a sus inicios como bailarín acompañado por sus camaradas al violín y la guitarra. Afirma que actuaban en los cabarets de Montmartre con gran éxito. En tal caso habría de variar considerablemente la entrada del tango en Europa aunque fuera de manera aislada y sin continuidad pero lo más probable es que Casimiro, siempre muy deseoso de publicidad, exagerase.

 Tras una breve estancia en España, regresa a la Argentina donde alterna su viejo trabajo de lechero con el baile en los salones. Sabemos que en 1904 bailó en el Teatro de la Ópera en compañía de la que sería su esposa, Martina, con la que casó en 1908, y que en las fiestas del Centenario (1910) fue contratado por el Jockey Club -el reducto, por antonomasia, de la alta sociedad porteña- como bailarín en la gran fiesta criolla en honor de la delegación chilena. Con el ingenuo autobombo al que era adicto y que, por cierto, hace desconfiar de ciertas de sus afirmaciones, declaró a Arturo Silvestre:

 «Yo soy el que introdujo el tango en las sociedades y el que lo impuso… En aquella época sólo se bailaba la mazurca, la polca y el schotisch y el «pas de quatre». El tango no había salido aún de los cafetines de la Boca donde crecía al amparo de una leyenda siniestra de puñaladas. Lo de «María la Vasca» donde lo bailaban Cotungo, Vitulo y toda esa terrible merza de malandrines, era su catedral. A ratos asomaba tímidamente sus narices en el centro. Se lo bailó, por ejemplo, en El Pasatiempo. Más tarde apareció en Rodríguez Peña y en Chile con las orquestas de Greco, Canaro y Firpo. ¿Sabe, en los salones de la Sociedad Francesa -frente a La Argentina- y de La Patria e Lavoro? También se bailaba en Villa Crespo, pero allá se había de ir con diez trabucos, !milongas terribles¡ Y nada más. ¡Cualquier día le iban a tocar un tango en la Unione e Benevolenza o en el Opera Italiani¡…Ya le digo, yo fui el que lo impuso ahí, en las sociedades decentes. Lo bailaba con corte, como en el arrabal, y tenía un éxito formidable aunque pocas muchachas se atrevían a acompañarme. ‘¡Vasco solo¡’ -me gritaban los concurrentes. Y en esta forma, rodeado en el salón por todos, venía a ofrecer verdaderas exhibiciones. De acuerdo con las costumbres de la época, no perdonaba figura. Medias lunas, quebradas etc., que hacían el delirio de los espectadores.

 Los horteras se armaban de asombro para toda la semana. Un asombro un poco envidioso y referido concretamente  a las chinitas embelesadas del salón. Algún compadrito bien planchado no podía contener una exclamación:

  -¡Lindo mozo¡ ¡Capaz de barrer el suelo con la oreja al primer corte¡»

  Con esto y sus trabajos como profesor de baile en las academias -lo era en una de carácter popular llamada «Caín y Abel» en el famoso café «El estribo» y en algún otro salón reservado a gente de alto copete- iba ganando popularidad y siendo conocido en los ambientes tangueros.Tango dedicado «a los Profesores de Bailes Argentinos Señor CASIMIRO AÍN  y Señora», que aparecen en el medallón.

 En cualquier caso, Aín empieza a aparecer en las historias del tango a partir de su viaje a París en abril de 1913, impulsado y costeado por el culto compositor Alberto López Buchardo. Le acompañan Celestino Ferrer, al piano, Vicente Loduca con el bandoneón y Eduardo Monelos, con el violín. Embarcados en el Sierra Ventana desembarcan en Boulogne-sur-Mer y llegan a París en tren, una fría noche de primavera.

 Es la época de esplendor del tango en la Ciudad Luz. Aín cuenta que nada más bajar del tren fueron directamente a Montmartre, a ver si les dejaban actuar, y así fue. ¿Cómo transportarían el piano? El hecho es que trabajaron en el Princess que, muy pronto, al ser adquirido por Manuel Pizarro, se convirtió en El Garrón, el más famoso lugar de reunión de la colonia criolla en París durante los años veinte. Allí actuaron a partir del 9 de julio de 1913.

 Casimiro Aín sostiene en la mentada entrevista de A. Silvestre que la célebre obra de Enrique García Velloso, El tango en París estuvo inspirada en las andanzas de La Murga Argentina, que es el nombre que tomaron Aín y sus compinches. El debut serio se produjo, como se dijo, con motivo de la fiesta nacional, el 9 de Julio, en el citado Princess. El duque de Manchester, Mme. Astor, que los contrató para América, y la hermana del Zar se contaron entre los asistentes durante los cuarenta días de su actuación. No coinciden los testimonios sobre su compañera de baile a la sazón: Stilman[2], y otros[3] hablan de Martina Aín. Assunçao[4] se refiere a Marta. Su esposa, que realmente se llamaba Martina Mein, se había quedado en Buenos Aires y con la plata ganada en París sí que pudo acudir al próximo destino del grupo, Nueva York. Antes actuaron también en Biarritz. Sobre su estancia en la ciudad de los rascacielos, Aín declaró:

 «En los yankis prendió bastante la chifladura del tango. Me acuerdo que desde Nueva York, donde estuve unos cinco meses, debí viajar frecuentemente a Filadelfia para dar lecciones a la esposa del rey del acero, Mrs. Widener, que era realmente loca por las quebradas…’¡O beautiful tangó!’ -me decía- ‘¡Beautiful!’ y qué sé yo. Pero no le daban las tabas para la cadencia. Le pasaba, como entre nosotros, a Joaquín Anchorena. Muy buena voluntad y gusto para bailar, pero le fallaba un poco el oído y no podía agarrarlo».

 Tras nuevos viajes a París y Canadá, en 1916, volvió por tres años a Buenos Aires y en 1920 lo tenemos de nuevo en París donde, en el teatro Marigny, gana, entre trescientas parejas, el campeonato mundial de baile, adjudicándose el primer puesto en todas las categorías: boston, one step, fox trot, pasodoble, tango, machicha y schotisch. A pedido de la concurrencia baila, de postre, la polka criolla zapateada. Su compañera, una tal Jazmine. Después, en compañía de Edith Peggy, alemana, seguramente, sobrenombre de su segunda mujer, recorre toda Europa.

 Es el 1 de Febrero de 1924 cuando se produce la famosa  exhibición citada por todos los historiadores del tango, aunque sin dar detalles de la misma, ante el Papa Pío XI. El embajador García Mansilla había gestionado la audiencia con el fin de desproveer al tango de todas sus connotaciones pecaminosas. Vestido de frac, con corbata y chaleco negros, de acuerdo con las exigencias del protocolo vaticano, la actuación se produjo a las 19’15 en la sala de la biblioteca. El vasco le besó el anillo y ante las palabras del Papa: «Avanti figliolo. Procedi», hizo una seña al maestro de los coros pontificios que, muy adecuadamente, toco al armonium el tango “Ave María” de Canaro. Nadie comentaría al Papa la existencia de tangos de temática más que procaz: “Con qué tropieza que no dentra”, “Aura que ronca la vieja”, “Sacudime la persiana”, “El movimiento continuo”, “¡De puro gusto!”, “Mordéme la oreja izquierda”, “Empujá que se va a abrir”, “¡Tocámelo que me gusta!”…

 No fue Peggy su compañera sino una traductora, allegada a la embajada, la señorita Scotto, ataviada no con la falda abierta, corta y ajustada, típica de la tanguista, sino con falda azul oscura, por encima del tobillo y zapatos de monja. Se obviaron las figuras más comprometidas y los acercamientos, con lo que el Papa parece que absolvió al tango, aunque debió resultarle extremadamente soso. No obstante, Casimiro, con su optimismo habitual contesta a la pregunta de si le dio vergüenza danzar ante el Pontífice:

 «…al contrario, ahí fue cuando se me ocurrió uno de mis pasos más famosos, que por eso se llama ‘Salute al Papa’. Yo iba bailando y, al enfrentarme a Pío XI, hice una corridita y me detuve con la compañera en esta forma, así, hacia la izquierda.»

 Parece ser, sin embargo, que no fue ésta la primera vez que un Papa había presenciado el tango en directo: en 1914, durante el carnaval romano, se trató de censurar al tango que había sido prohibido por el arzobispo de París. Al haber entre la nobleza, muchos jóvenes aficionados, resolvieron hablar con el secretario de Estado, cardenal Merry del Val. Este presenció una exhibición de un joven príncipe bailando con una silla y opinó que no había nada reprobable, aunque decidió comentarlo con el Papa, Pío X. Picado por la curiosidad, recibió en audiencia privada al príncipe A. M. y a su hermana que hicieron una prueba -imaginamos que suavizada- delante de él. Pío X, veneciano, se descolgó con esta patriotería: «yo comprendo muy bien que os guste el baile: estamos en tiempo de carnaval y sois jóvenes. Bailad, si ello os divierte. Pero por qué adoptar esas ridículas contorsiones, bárbaras de los negros o los indios? ¿Por qué no elegir más bien la linda danza de Venecia, tan propia de los pueblos latinos, por su gracia elegante, la ‘furlana’?»[5]

 Otro episodio curioso de la vida de este bailarín trotamundos lo constituye su conocimiento en Nueva York de Rodolfo Valentino cuando éste era todavía un «extra» desconocido y pasaba serios apuros económicos. Oigamos al propio Aín:

 «Valentino frecuentaba la pensión de latinos bohemios donde yo vivía y andaba siempre pechando para el café con leche. Me parece verlo, todo mal vestido y con cara de hambre, pedirme unos centavos, para el automático, en un italiano, que hacían más comprensibles las frecuentes alusiones a la panza vacía…’sentí como suona’ -me decía pegándose palmaditas en el vientre. ‘Non cé miente. Darmi diechi centessimi per el caffelatte’. ¡Se da cuenta! Después me enteré que se hacía famoso y que moría podrido en plata. Una vez le compré el baúl que llevaba en siete dólares y le dí mi gabina… Aquí lo tengo, véalo…»

                                                          Con el baúl de Rodolfo Valentino

 El Vasco siguió recorriendo el mapa: Dinamarca, Alemania, Polonia, Rumania, Suiza, Turquía, Grecia, Egipto, aparte de sus habituales correrías por Italia, Francia, España, Estados Unidos y Sudamérica. Intervino en varias películas mudas entre las que destaca Destinos, donde interpretaba el papel de gaucho y bailaba un tango, inmediato antecedente de Valentino en Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1921). Quizá sus últimas actuaciones importantes fueron en el club Mirador de Nueva York en 1926 con Francisco Canaro y, diez años más tarde, en el espectáculo «La evolución del tango» que Julio De Caro presentó en el teatro Ópera de Buenos Aires. En su última época vivió en el barrio bonaerense de Villa Urquiza, calle Aizpurúa 2770 y, después, en la calle Esmeralda 454. Enseñaba tango y vivía obsesionado por dar a conocer sus innumerables recuerdos.

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                                          Caracterizado de gaucho en el film de la Universal, Destinos.

 El 17 de Octubre de 1940, tras haber sufrido la amputación de una pierna, uno de sus instrumentos de trabajo, moría de una endoarteritis obliterante gangrenosa. Su recuerdo quedó como referencia pero se olvidaron pronto sus vicisitudes, como se ha visto, fundamentales en la pequeña historia del tango bailado. Sirvan estas líneas para rescatar su recuerdo.


    [1] V. Justo Medina: «Casimiro Aín, Vicente Loduca y otros bailarines de tango», Cuadernos de de difusión del tango, Año VI, nº 26, Buenos Aires, 1995.

[2] Eduardo Stilman, Historia del tango, Buenos Aires, 1965, p. 29.

[3] V., por ejemplo, V.V.A.A., TANGO. 1880. Un siglo de historia. 1980., Buenos Aires, s.f., p. 311.

[4] Fernando O. Assunçao, El tango y sus circunstancias, Buenos Aires, 1984, p. 285.

    [5]  «Tango y ‘furlana'», en P.B.T., Buenos Aires, año XI, nº 484, 7 de Marzo de 1914. Cit. por José Gobello, Crónica General del tango, Buenos Aires, 1980, pags. 114-117.

                                                        BIBLIOGRAFÍA

 -CURUTCHET, Abel, «Casimiro Aín cuenta sus andanzas», La campaña. Diario de Chivilcoy. Suplemento de tango y lunfardo  nº 34, 1988.

-GOBELLO, José, Breve historia crítica del tango, Buenos Aires, Corregidor, 1999.

-GRECO, Orlando del, «Cuando Casimiro Aín, El Vasco, bailó el tango ante el Papa», Veleta, Roldán, marzo 1987.

-MEDINA, Justo (Seudónimo de Hugo Vainikoff), «Casimiro Aín, Vicente Loduca y otros bailarines de tango», Cuadernos de difusión de tango, año VI, nº 26, Buenos Aires, 1995.

-PINSÓN, Néstor, «Casimiro Aín», Todotango, http://www.todotango.com/spanish/creadores/cain.html

-POSSE, Abel, «Cuando el vasquito Casimiro bailó en los salones vaticanos», Clarín, 30-VIII-1990.