Nacida en 1923, aún no se ha cumplido su centenario, pero el 12 de marzo se cumplen 75 años de la muerte de Mari Paz, la excepcional bailarina que fue considerada heredera directa de Antonia Mercé, La Argentina y uno de los personajes aragoneses menos conocidos y, por consiguiente, más olvidados. No sucedía lo mismo cuando, en 1946 y con sólo veintidós años de edad, fallecía en la cima de su arte y popularidad y su desaparición causara honda conmoción, como se cuenta en este capítulo, que rescato de mi libro, Voces de Aragón. Intérpretes aragoneses del arte lírico y la canción popular (1860-1960), Zaragoza, Ibercaja, 2004, pp. 163-169.

Mari Paz 22

El mismo año en que morían el más importante de los criminólogos españoles, Rafael Salillas, oscense de Angüés, el costumbrista bilbilitano Blas y Ubide o el periodista zaragozano Antonio Motos, nacían Manuel Alvar, Antonio Ubieto, Luisito García-Abrines y, también, Manuel Rotellar y Miguel Ángel Brunet, dos de los escasísimos zaragozanos que se ocuparon alguna vez en sus escritos del mundo del espectáculo. Corría 1923. El día 3 de noviembre, en la calle Porcell, entre San Miguel y el Coso, veía también la luz una niña morena, María Paz Gascón Cornago, de cuya fulminante carrera artística casi hasta el recuerdo se ha apagado. Pero Mari Paz fue, aun en su brevedad, una de las más grandes artistas españolas del siglo XX.

Veamos únicamente lo que escribió Tomás Borrás, excelente, versátil y prolífico escritor, castigado con un olvido sin fisuras por su falangismo y cuya vida estuvo tan vinculada al mundo del espectáculo:

   Ni dejó nunca de estar triste. María Paz era largo silencio aterciopelado, vaga mirada de abandono. Suave y blanca, dentro de sí misma, atenta a un punto invisible y lejano al que se dirigía siempre, la risa no fue su compañera, ni la ira. Idéntica todos los días, pasaba sombra por el cristal iluminado. Su voz era una voz casta y disminuida por timideces, hablaba como pidiendo disculpas.

Bailó sin ruido y sin mover el aire. Se entregaba a la danza, hundiéndose en su perfume cálido que la deliciaba a sonreír. Cada danzarina tiene, ápice de sus expresiones, una expresión personal que emana de su temperamento. La de María Paz era esa actitud de las Victorias antiguas de lanzar el cuerpo hacia adelante en anhelo de azul y de altura, el mentón saliente proa, los ojos cerrados, las manos hacia atrás, esquema de cola de pájaro, el pecho palpitante, ofrecido, y el breve pie siempre suspenso porque para iniciar el ancho vuelo basta una débil flexión (…) era, como la melodía del óboe, miel y dulzura de melodía de movimientos. Ese instantáneo delator que es el objetivo de cine no hubiera podido sorprender el cuerpo de María Paz en desgarro, esguince ni contorsión. Ella no deducía de su cadencioso hacer, lo feo. Su naturaleza se expresaba, por don de verdad, rítmica y con poesía combinada (…) y estaba hecha del humilde barro con que el pueblo de España moldea sus figuras capitales; de un poco de barro aragonés de cualquier Fuendetodos. Salió y nació así, como Goya o Cajal, dotada, perfecta, intuida, sabiéndolo y diciéndolo con su penumbroso gesto elegante. Ni academias, ni centros que se llaman culturales pisó, maestra desde el balbucir. Sólo detrás de ella, dos mil quinientos años de danza española (…) A la romana podríamos definirla en epitafio: “No pisó, resbalaba».

Poco ha trascendido de la familia de esta artista. Su padre tuvo un almacén de pianos y luego abrió un baile en Zaragoza. Más tarde, se hizo empresario feriante y trajo a España atracciones como los autos de choque o “La mariposa”. En sus últimos años se limitaba a organizar rifas en las verbenas. Mari Paz tuvo dos hermanos: la mayor, Juana, que la sobrevivió, y Ramón, que murió con tan sólo seis años. La familia poseía también una casa con huerta en la calle de Sevilla. Por eso, algún pendolista mal informado habla de que se marcharon a vivir al cercano Paseo de Ruiseñores… Entretanto, la niña bailaba desde los dos años y, a los cinco, protagonizó en el Teatro Parisiana (2-VII-1929) un fin de fiesta con el que se  cerró la temporada, en el que bailaba el charlestón y cantaba Ramona, canción de la película homónima protagonizada por Dolores del Río y cuyo tema central, pese a que la cinta era muda, en los años venideros cantaría hasta el gato: Rita Montaner, Carlos Gardel, Celia Gámez, Marcos Redondo, Luis Sagi-Vela… Muchos años después, Gloria Lasso y hasta el propio Alfredo Kraus seguían llevando el vals de Wayne al disco. Once años más tarde Mari Paz habría de volver al mismo teatro –ya con el nombre de Argensola- dentro del espectáculo de Concha Piquer.

La precocidad de Mari Paz era el indicio de una vocación y unas cualidades naturales totalmente fuera de lo común. Como sucedía tantas veces, tuvo que vencer la fuerte oposición paterna, que llegó a cortarle el pelo para impedir que prosiguiese sus pasos artísticos. Pese a su carácter melancólico, Marí Paz tenía una gran fuerza de voluntad. Pudo más su vocación y su instinto y, en el breve periodo en que la familia se trasladó a Barcelona (1933), la niña tomó clases de danza clásica con Pauleta Pamies, profesora del Liceo. Al poco, daba recitales de danza en Zaragoza. Un programa correspondiente al 6 de noviembre de 1933 nos anuncia a Mari Paz Gascón como fin de fiesta: “se presentará con el lujo y la originalidad de sus danzas, acompañada por la notable profesora doña Pilar Rodríguez”.

Mari Paz-1933

En 1936, a los doce años, Mari Paz debutaba en la capital de España bailando flamenco en el teatro de la Zarzuela en un gran espectáculo del empresario Carceller en el que participaban Amalia de Isaura, Anita Sevilla y La Yankee.

La guerra cogió a la familia en Madrid. Como la mayor parte de los habitantes de la capital, las hubieron de pasar canutas: el padre cruzaba las líneas para traficar con alimentos y Mari Paz bailaba donde fuese, a cambio de la comida. Entre otras, consta su intervención en un gran festival organizado por la CNT en el madrileño Cine Capitol a beneficio de la Cruz Roja el 23 de agosto de 1936, en el que figuran los mejores artistas de su época: Pastora Imperio, Angelillo, Estrellita Castro, Miguel de Molina… Todos con su nombre en rojo y al mismo tamaño.

Mari Paz-1936

Mari Paz aprovechó el intervalo de la guerra para perfeccionar su baile. Poseía un gran espíritu de sacrificio y tenía una implacable voluntad para desarrollar el talento que albergaba de natura. Su arte empezó a trascender en los círculos de conocedores y, tras la victoria franquista, una Raquel Meller recién regresada a España la incorpora a su espectáculo. Allí la ve Carlos Fernández Cuenca, que se fascina por su belleza, elegancia, juventud y desparpajo y la llama para interpretar, junto a Juan de Orduña y Maruchi Fresno, Leyenda rota, curioso film, sobre todo para su época, con guión del poeta vanguardista y crítico de arte, Manuel Abril. La película, filmada durante el verano de 1939 con habilidad y buen humor, constituía una suerte de visión satírica de los esquemas folclóricos de lo español, lo que no deja de sorprender. Mari Paz no baila sino que hace el papel de una francesa frívola enamorada de las españoladas.

Leyenda rota-Portada001

Su replicante en la cinta, Juan de Orduña, que estaba dando sus últimas boqueadas como actor ya a punto de pasarse a la dirección, la reclamó poco después para protagonizar un cortometraje, Suite granadina (1940), inspirado en la que fue famosa obra de Villaespesa, El alcázar de las perlas, con música de Juan Quintero y en el que sí bailaría. Aún tendrá otras dos intervenciones en el cine, la primera, bajo la dirección de su paisano, el almuniense Rafael Martínez Castillo, cuya condición de hermano de Florián Rey ha oscurecido la justa fama que debía ostentar como músico cinematográfico. Se trata de No te mires en el río (1941), en la que baila, sobre el tema de las bulerías del mismo título, tan popular a la sazón en la voz de la incomparable Concha Piquer. La última fue otro largometraje, El triunfo del amor, también llamada Feliz al fracasar (1943) de Manuel Blay, con música de Quiroga. Aquí Mari Paz ya privilegia la canción, como puede verse por el resumen del argumento que nos ofrece la cansina prosa de un catálogo del cine español:

Rafael es un empresario de espectáculos que cuenta en su nómina con los descubrimientos de José Luis, un prometedor boxeador, y de Mari-Tere (Mari Paz), una cantante de grandes condiciones. Rafael protege a ambos, al tiempo que sus carreras van conociendo el éxito y se van enamorando el uno de la otra. Pero el empresario también está enamorado de Mari-Tere. Al enterarse José Luis de las intenciones de Rafael, pierde la moral y se entrega a la bebida, justo cuando estaba a punto de luchar por el Campeonato Nacional. Mari-Tere, por su parte, ha logrado triunfar en el mundo de la canción. Ella sigue enamorada de José Luis y consigue que abandone la bebida. Consciente del amor que une a sus pupilos, Rafael acaba por renunciar a sus intenciones.

Con el propio Orduña, iba a interpretar el papel principal de La Lola se va a los Puertos, pero su muerte aplazó el propósito. En 1947 la película sería protagonizada, finalmente, por Juanita Reina.

Fuera de esta trayectoria fílmica, tras trabajar en el espectáculo de Raquel Meller, en 1939 pasa al de Concha Piquer, cuyos montajes y presentaciones eran los más brillantes de la época aunque doña Concha no permitiese otro protagonismo que el propio. Con ella continúa durante los años 1940 y 1941. Pero a los dieciocho años ya era cabecera de cartel en el teatro Fontalba con un típico espectáculo de la época, Canciones y bailes de España, en el que acomete un variadísimo repertorio de danzas españolas. Lo habían escrito los triunfantes Rafael de León y Quiroga; coincidían en él cuarenta artistas en escena y  cuarenta profesores en el foso.

Pero Mari Paz no sólo bailaba y cantaba sino que, desde su adolescencia, hacía escenografías, dirigía ballets, inventaba bailes corales y, en palabras de Borrás, «tenía el sentido de la composición como para sí el de la armonía». Su método de crear bailes era, según sus propias palabras,  escuchar la música sentada cuatro o cinco veces. Luego se levantaba y bailaba lo que había oído. Aunque se inclinaba por el baile español era una danzarina clásica excelente y su arte era admirado por los intelectuales y por el pueblo. Pese a su juventud, poseía una gran personalidad y un fuerte carácter cuando tenía que dirigir coreografías o imponerse a artistas mucho más experimentados que ella, que actuaban en sus espectáculos y trataban de colarle goles. Tampoco le faltaba una belleza, en unos casos serena, espiritual y cautivadora y, en otros –es sorprendente como cambia el rostro de Mari Paz en las numerosas fotografías que he podido contemplar-, directamente sensual.

Además de la excelsitud de su baile cantaba con muy bella voz, gran gusto y variedad de matices, como puede observarse en alguna de las pocas grabaciones que dejó, siete en total. Entre ellas, las tan populares Coplas de la capa Luis Candelas, la farruca Las cositas del querer -muchos lustros más tarde puestas de nuevo de moda por Ángela Molina en las dos películas que protagonizó con Jaime Chavarri basadas en la trayectoria de Miguel de Molina- y el pregón De Santurce a Bilbao, todo escrito para ella, aunque después las versionaran otras. Parece que Rafael de León había oído cantar accidentalmente a Mari Paz y la presentó al maestro Quiroga. En seguida se convirtió en su artista preferida.

Mari Paz con Quiroga

El 5 de junio de 1942 estrenó Cabalgata, de León y Quiroga, espectáculo en el que también actuó Lola Flores. Mari Paz fue más generosa de lo que la imponente Concha Piquer, que a nadie permitía tomar iniciativas, había sido con ella: le permitió cantar El lerele, que fue el primer número famoso de Lola y, también, su primera grabación discográfica. En 1943 Mari Paz estrenaría en el Teatro Príncipe otro espectáculo de los mismos autores, Arte español.

A estas alturas su popularidad era inmensa. Llamada por el Caudillo, acudía en compañía de otros artistas a fiestas  como la del 18 de julio, que entonces solía darse en la segoviana Granja de San Ildefonso o la de Reyes, que se oficiaba en el Palacio Oriente. El estipendio solía consistir en alguna joya grabada con el escudo nacional. Franco se distinguió de otros dictadores en que no fue siquiera generoso con los artistas que admiraba. Fueron asimismo numerosísimas las intervenciones de Mari Paz en otros festivales, homenajes y funciones benéficas.

En Madrid hizo su última temporada en el teatro Reina Victoria, acompañada de Mario Gabarrón y Roberto Rey, con Cancionero de Quintero, León y Quiroga. En la estampa final, «Gloria a la Petenera», se moría y el pueblo, representado por bailaores y bailaoras, la izaba en las palmas de las manos para conducirla a su tumba, donde la enterraban cantando. La gente lloraba y aplaudía de pie. Como, al poco, se produjo su prematura muerte, muchas artistas corroboraron la fama del mal fario de la petenera y se enconaron en su negativa a interpretarla.

Aunque se difundió la especie de que la muerte de Mari Paz fue ocasionada por un aborto clandestino, que se le practicó al quedar embarazada de un obispo con el que mantenía relaciones. No fue así y, aunque tal tipo de episodio no era insólito en la vida de las artistas, en este caso no responde a la verdad. Realmente, la única relación que se le conoció fue un cadete de quien andaba medio enamoriscada. Mari Paz, de salud quebradiza, tenía gran temor a engordar ya que el baile le exigía agilidad y cuerpo esbelto. Por esa razón apenas tomaba alimentos sólidos y consumía, en cambio, Laxen Busto, un famoso producto adelgazante de la época. Se hallaba en trance de firmar un suculento contrato para actuar en los Estados Unidos cuando, en un viaje a Granada para una función benéfica, probó un marisco que había comprado en Madrid y que era de lo poco que comía. Debía estar en mal estado y, enferma, hubo de volver a la capital. Los médicos diagnosticaron tifus y, en seguida, el llamado fatal desenlace pareció inevitable. Sabiéndola en grave estado, el pueblo acudía a su casa en ofrenda de muda solidaridad. El 12 de marzo de 1946, justos doce días después de declarársele la enfermedad, murió en Madrid a los veintidós años, a causa de una septicemia provocada por la infección, en su casa familiar de la calle Santa Isabel, número 37, de donde fue sacada a hombros por el pueblo de Madrid, tal como sucedía en la representación teatral. Su entierro fue multitudinario. El pueblo pagó por suscripción el túmulo que erigió Planes y el famoso padre Venancio Marcos pidió redactar el epitafio para la lápida. Ambos pueden todavía verse en el cementerio de La Almudena.

Mari Paz-Entierro

Para muchos, Mari Paz habría sido la heredera de Antonia Mercé, la Argentina, la mejor danzarina clásica española de todos los tiempos, muerta  en la cumbre de su carrera  al estallar la guerra civil, según se cuenta, por la impresión que le causó el hecho. Así parecen confirmarlo los numerosos testimonios periodísticos que se conservan de sus actuaciones, de una rara unanimidad en cuanto a la excelsitud artística de la zaragozana. Rafael de León, que durante cincuenta años protagonizó como letrista el periodo de máximo esplendor de la canción española y tuvo amistad con todas sus figuras, afirmó no haber conocido jamás una artista como ella.

Mari Paz-1943

Nota:

Algunas de las fotografías, totalmente inéditas, las debo a la gentileza de Ramón Gómez Gascón, sobrino de la artista que, en su juventud, formó parte de un conjunto musical, Trío Mari Paz, denominado así en honor de su famosa pariente.

comentarios
  1. Mayusta dice:

    Apasionante. Desconocía totalmente a esta intérprete zaragozana. Gracias

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