(Publicado en la revista Turia. nº 120, noviembre 2016, pp. 343-350).
Cuando un Sender de quince años envía al diario madrileño Los comentarios el cuento “Eco montañés”, únicamente había publicado cinco artículos en el periódico zaragozano La Crónica de Aragón: “Una noche de ánimas” (31-VIII-1916), “Un domingo de pandereta” (12-X-1916), “Lo puramente castizo” (14-X-1916), “…No sería España” (7-XI-1916) y “Ocurre a veces” (2-XII-1916)[1].
Por estas fechas, eran cuatro los diarios zaragozanos que salían a la calle: Diario de Avisos, Heraldo de Aragón, El Noticiero y el arriba mencionado, cuyo inspirador y fundador en 1915 fue José García Mercadal (1883-1975), de tan profusa y dilatada carrera -más de tres cuartos de siglo- periodística y literaria. El diario, fundado en 1912 con el marbete La Crónica, que en 1915 se convertiría en La Crónica de Aragón, fue uno de los portavoces del regionalismo político, que tanto auge alcanzara en Aragón en los primeros lustros del siglo XX y del que José García Mercadal fue por entonces uno de los principales voceros. Seguramente sería a través de él, a quien pudo conocer por mediación de la otras de su padre, cómo el joven Sender llegara a publicar en la prensa. Es una pena que el fecundísimo y tan vivido García Mercadal no nos dejara unas memorias, pues estuvo al lado de mucho de lo más interesante de la literatura y el periodismo español desde los inicios del reinado de Alfonso XIII hasta el final del franquismo. No obstante, en unas declaraciones al periodista García-Mendoza, recogidas por Vived (2002: 69), García Mercadal recordaba:
Fui mentor de varios escritores que luego resultaron ilustres (hasta estatuables). Un Fernando Soteras “Mefisto”, que murió joven trágicamente; Sender, que si hay justicia, va destinado al Nobel…
Es muy posible que fuera también José García Mercadal, que en noviembre de 1916 se había trasladado a Madrid para trabajar en La Correspondencia de España, quien mediase para que Ramón enviara su cuento a Los comentarios, periódico de reciente creación, cuyo primer número había aparecido el 24 de julio de ese mismo año 1916. Se subtitulaba “Diario independiente” y estaba dirigido por el granadino Rafael Guerrero. En su primer número se descolgaba con un feroz ataque a Romanones, que había impuesto la censura para reforzar la neutralidad española en la Gran Guerra. Muy aliadófilo en apariencia, algunos propalaron la especie de que estaba apoyado por la embajada alemana para que su extremismo[2] perjudicara la causa. Otros opinaban que su único objetivo era conseguir la subvención de cinco mil pesetas de la embajada inglesa, cantidad no muy importante[3]. El caso es que el periódico se cerró a los pocos meses -concretamente, su último número salió a la calle el día en que finalizaba el año 1916- y bastantes de sus colaboradores (Cristóbal de Castro, Ezequiel Endériz, Antonio de Lezama, Pedro de Répide…) formaron parte del núcleo fundador del diario progresista La Libertad en 1919, en cuya redacción figuraría años más tarde un Sender, ya con asentadas ideas libertarias.
Sender había empezado el año 1916 como alumno de 5º curso en el Instituto General Técnico, situado, como la Universidad, en el lastimosamente derribado edificio de la zaragozana plaza de la Magdalena. Era el segundo curso en el que se matriculaba ya que había empezado 4º en 1914-1915. Tanto dicho curso como 5º los aprobó con notas medianas. Por otra parte, don José, su padre, acababa de trasladarse a Caspe para ejercer la función de secretario del ayuntamiento y durante el verano de 1916 el naciente escritor trabajó como mancebo de botica en la farmacia zaragozana de Rived y Chóliz. Fue entonces cuando empezó a publicar en la prensa local los cinco artículos citados al principio. En septiembre pasó con el mismo cometido a la farmacia de Salvador Villaumbrosia en la calle de San Pablo, para trabajar por las tardes, ya que las mañanas debía dedicarlas al Instituto.
Es entonces y, tras su último artículo en La Crónica de Aragón, cuando el 27 de diciembre de 1916 el número 151 del diario Los comentarios publica el trabajo “Eco montañés”, por lo que sería, mientras no aparezca algún otro texto, el sexto de los que publicó y el primero en la prensa de Madrid hasta que el 16 de noviembre de 1918 insertara el poema “Paz” en una publicación tan recóndita como Béjar en Madrid. Tras “Eco montañés” pasarían dos años y medio para que su firma, aunque esta vez con el seudónimo de Lucas La Salle, volviera a aparecer en la prensa madrileña. Otro hecho curioso de esta colaboración fue que por primera vez firmaría “Ramón José SENDER”, mientras que en sus colaboraciones anteriores lo había hecho como “R. José Sender”.
Si no hay duda en considerar como “cuento” el escrito de Sender que damos a conocer ya que, además, viene precedido en su encabezamiento por el epígrafe “Cuentos breves”, más peliagudo es afirmar que constituya el primero de los publicados por el escritor pero parece ser así. La bibliografía más completa del novelista (483 páginas) incluye los textos primerizos de La Crónica de Aragón en el apartado “La obra periodística de Ramón J. Sender”, en la que la autora no distingue entre artículos, cuentos, poesía o teatro (Espadas, 2002: 57) por lo que es necesario caracterizarlos brevemente: “La noche de las ánimas” y “Domingo de pandereta”, son sendas líricas evocaciones de un recuerdo de la niñez y de una tarde de toros. “Lo puramente castizo”, un enaltecimiento emocional de la jota aragonesa.
Los otros dos artículos no han sido reeditados. El cuarto de ellos, titulado “…no sería España”, bajo el epígrafe “Del natural,” recoge la conversación del autor con un hospiciano, huido junto a su hermano del establecimiento que los acogía para intentar ser toreros. Muerto dicho hermano tras una cogida, el autor le facilita el reingreso en la institución. La vecindad del hospicio zaragozano con la plaza de toros promueve la reflexión antitaurina y social del joven Sender. Por último, “Ocurre a veces”, el más intrascendente, divaga sobre la excusa de quienes por pereza no contestan su correspondencia, aduciendo que la carta se ha perdido. Ninguno, pues, de estos cinco artículos primerizos puede ser considerado como un cuento en puridad.
El que aquí damos a conocer, “Eco montañés”[4], resulta sorprendentemente maduro. Sender no volvería a publicar otro cuento -y no superior estéticamente- hasta casi tres años después (6 de julio 1919), cuando el también diario madrileño La Tribuna acogiese “Las brujas del Compromiso”.
No es este el lugar para acometer un análisis del mismo, sí de llamar la atención sobre la tan realista como convincente descripción de la siesta y el trabajo de los segadores en un tórrido verano, que el narrador sabe casi hacernos sentir físicamente. También, la fidelidad en la reproducción del diálogo, plagado de aragonesismos, especialmente, fonéticos, para los que el joven Sender demuestra un oído alerta. No es exactamente la lengua de su tierra del Cinca; tiene más similitudes con la de Tauste, donde había pasado unos meses de preadolescente pero, sobre todo, con la del bajo Jalón, que habría oído tantas veces en una Zaragoza, como la de la segunda década del siglo XX, abundosa en campesinos transeúntes, de compras, de visita o de chalaneo. Más socorrido es el argumento con su final tremendista –una de las líneas habituales de la narrativa corta de su época, que Sender debió leer profusamente en colecciones populares como El Cuento Semanal y Los Contemporáneos- tan patente en los ronquidos que se escapan de la garganta seccionada de la víctima. Un relato, en fin, que nada desmerece de otros publicados por escritores ya hechos en publicaciones consagradas.
[1] Los tres primeros se reproducen en Vived (1993) p. 5-15.
[2] De sus primeros catorce números, fueron denunciados y recogidos ocho.
[3] Seoane y Sáiz (1996: 224); Gómez Aparicio (1974: 456-458)
[4] Mi agradecimiento a Miguel Ángel Buil Pueyo por su localización.
BIBLIOGRAFÍA
Espadas, Elizabeth (2002), A lo largo de una escritura. Guía bibliográfica, Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses.
García-Mendoza, Juan (1973), “Recordando con José García Mercadal en Madrid. La aventura de escribir”, Aragón/exprés, 13-XI-1973.
Gómez Aparicio, Pedro (1974), Historia del periodismo español. De las guerras coloniales a la Dictadura, Madrid, Editora Nacional.
Sender, Ramón José (1993), Primeros escritos (1916-1924), ed. de Jesús Vived Mairal, Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses.
Seoane, María Cruz y María Dolores Sáiz (1996), Historia del periodismo en España 3. El siglo XX: 1898-1936, Madrid, Alianza.
Vived Mairal, Jesús (2002), Ramón J. Sender, Biografía, Madrid, Páginas de Espuma.
CUENTOS BREVES: ECO MONTAÑÉS
El sol en el cenit resplandeciente y abrasador. Del rastrojo sale un vaho caldeado que adormece. Toñón frega unas torteras en el arroyuelo que serpentea cristalino. Cuando ha terminado su labor, se dirige con los utensilios hacia sus compañeros, que sestean a la sombra de un almendro. Bruno, con n pañuelo de cuadros sobre el rostro de bronce, y tumbado sobre el césped, aprovecha las horas de la siesta con enormes ronquidos. A su lado, una petaca y un panzudo botijo que refresca las gargantas labriegas en las horas estivales de calor insoportable. Toñón se sienta sobre la hierba. Frente al trigal de los segadores, una era. La enorme trilladora no funciona. A un lado se ve una hilera de palas, horcas, más allá el pajar. Todo quietud. También los de la era duermen. Es tanta la intensidad ígnea del sol, que en un momento parece que van a incendiarse las rubias mieses amontonadas en gavillas amarillentas. Todos descansan en esa hora de placida calma… Menos Toñón. A su alrededor, los segadores amodorrados por el vaho ardoroso que les envuelve… Pero él no puede dormir. Le obsesiona una idea. Es la que le hace cavilar todo el día. Quiere apartarla de su imaginación sin poderlo conseguir. Para entretenerse hasta la hora del trabajo deletrea las columnas de un diario atrasado… Canta su monorritmo la cigarra borracha de sol… culebrea el arroyuelo entre zarzas y juncales, y allá lejos… a través de los triagales y eras, se advierte el lugar de casitas blancas, muy blancas.
Silba la caldera de la trilladora de enfrente. Los segadores, se despiertan y bostezan perezosos:
– ¿Ya ha tocau las dos?
Toñón contestó:
– En la badía ya han sonao hace güen rato.
– ¿Qué, no has dormido?
– ¡Cómo querías que duerma!…
– ¿Pues?
– ¿Con lo d’anoche querís que pueda dormil?
– M paice a mí qu’eres un babieca de primera.
– ¿Por qué?
– Porque sí,
– ¿Sólo porque sí?
– Y porque no sabes hacer las cosas con regla.
– ¿Qué hi de hacer, pues?
– Vergüenza le hubiá e dar de que te lo hubían de icir.
– Con esto no hacemos más que perdel el tiempo.
– Paices tonto. Cuando anoche la viste cortejar con otro, sin pedile a nadie consejo, le mareabas el guante en la cara.
– ¡Quiá! A él, hombre, a él.
– Es poco; a más, a él…
– ¿A quién, pues?
– A ella. No ves que porque mate a él no me va a querer ella?
– ¿Y qué?
– A tú nada. Pero ponte en dentro e mi pellejo y verás cómo por ella…
-Tontadas tuyas. Qué ibas a hacel, ¿matala?
– … Eso… matala, ¿verdá?
– Nada, lo que digo yo. Eres tonto de remate. ¿Y los civiles?
Toñón quiso contestar atestiguando la verdad de sus palabras con el trozo de periódico.
– Miera lo qu’ice este papel. Leyó: » Por cues… tio… nes amo… rosas sos… sos… te… nían un… un… un… al… ter… ca… do. Fue… ron ex… ex… ex… citán… do… se… los… áni… mos, y él se a… a… a… balanzó, esgri… miendo una navaja…, que le clavó en el pe… cho. La he… ri… da, mor… tal de ne… ne… ce… si… dad, la ma… tó casi ins… ins… tantá… ne… amente. El cri… mi… nal huyó si que se ha… ya ha… llado su pa… ra… dero.» ¿Te convences?
Después de renunciar ideas sueltas, convencido, no supo que contestar.
– Chico, la verdá, no sé qué aconsejarte.
– Pa qué. No m’aconsejes nada, mejor pa tú.
– No, hombre, No ves que…
Toñón, fastidiado por la deslealtad y falta de franqueza de Bruno:
– Nada, nada- y levantando más la voz -. ¡A preparal los rastrillos, que los de enfrente ya han comenzao!
La trilladora vecina ya devoraba las gavillas, produciendo su mecanismo un ruido sordo y continuado, desgranando las espigas. Por los campos lindantes, los trabajadores reanudaban sus tareas. Bruno y los suyos también reanudaron las suyas.
***
Ya se hundía tras el lejano pueblecito de casas blanqueadas el de los rayos ígneos, encendiendo en hermosos arreboles espacios etéreos y cubriendo con crestas de sangre las cumbres de la serranía.
Toñón y Bruno no habían vuelto a hablar del asunto. Ahora volvía con los demás segadores en grupos que canturroneaban envueltos en la débil penumbra crepuscular. Esparce el campanario las voces metálicas del Ángelus. Los segadores se destacaban y callan un instante. Después tornan a sus canciones… Se acercaban ya a la entrada del lugar. Lucas, uno de los segadores, de brazo arremangado, surcado de cuerdas moradas de tez curtida, avisó a Toñón.
– Toñón. Paice que hoy no ha salido la hortelana a esperarte.
– ¡Y a más! – corearon todos.
En efecto, Dolores, a quien el pueblo llamaba la hortelana, había dejado de salir a esperarle, como todas las tardes acostumbraba. Toñón afectó indiferencia.
– Sí, ya me lo pensaba. Ayer estaba cortejando con el hijo del guarda.
– ¿Del de la arbolera?
– Sí.
– Y ¿por qué no le chafabas los morros?
Todos rieron. Entraron en el pueblo y marcharon a casa del colono. En el patio, espacioso, se habían acomodado todos, y comían con avidez…; pero faltaba Toñón.
Toñón estaba vigilando una casa de adobes, de un piso nada más, con un emparrado que la revestía casi por completo, dos ventanas atestadas de flores, enredaderas, albahaca, hierbabuena… A la parte de atrás, una empalizada, dentro de la cual gruñían los cerdos arrastrando el hocico por la inmundicia, y algún pollo trasnochón picaba el manojo de espigas que la hortelana espigaba.
Toñón oyó chirriar la falleba de la puerta. Le latió el corazón, violento. Era él, el de la arboleda. Salía de casa de su novia, y ella le acompañó a la puerta, y ella en el dintel le hablaba, y ella… le quería. Cuando ya se marchaba, él aún se detuvo.
– ¿A donde irás mañana?
– Pues mañana…, allá a las seis, tengo que llevale el almuerzo a mi padre. Trebaja en el soto. Me aguardas por allí, que cuando vuelva vendremos juntos.
– Pa eso, vengo a buscate aquí, y así iremos los dos a llevale el almuerzo.
– No, ¿no ves que hi de pasar pol campo’e Toñón?
– ¡Ah ! Sí. Güeno, pues. Mañana a las seis.
– Sí.
Él se alejó.
Toñón fué directo hacia la puerta. Aún estaba ella allí. Le vió. Cuando él iba a hablarle se interpuso entre los dos la puerta agrietada, quejumbrosa. Retrocedió mordiéndose los labios. Levantó la mirada a la ventana… Después la perdió por allá, lejos, muy lejos, en el globo incandescente que se hundía entre cañaverales, adormeciéndose con canciones de los gañanes que tornan del aprisco, trinos del ruiseñor en la sauceda y nocturnos de los mochuelos de cara aplastada. Eterna cantinela vesperal de la tierra serrana. Los mosquitos zumbaban en legiones y el tul de la tarde que muere empezaba a extenderse sobre el paisaje.
***
Toñón casi no trabaja. Los demás le llevaban mucha ventaja, se quedaba atrás. De tanto en tanto se oía la voz del mayoral: «Aprisa, aprisa, que hay que rematar este trigal por la mañana.» Entonces cogía la mies a grandes puñados, sacudía la hoz con destreza. Pero poco a poco se quedaba atrás. La hoz le temblaba en las manos. Los tallos los cortaba todos desiguales. Llevaban dos horas trabajando, y aun no eran las seis, aún no había pasado la hortelana. Al echar la hoz una de las veces, saltó un pájaro allí, cerca de él. En seguida fué allí… Un nido. Había cuatro jilgueros, «voladores» ya. Les echó el sombrero, y, una vez en su poder, los guardó en el seno. Cogió la hoz y continuó segando. A ella le agradaban mucho los pájaros. Repetidas veces le había regalado, cuando al atardecer volvían y ella salía a esperarle… ¡Qué feliz era entonces! También hoy se los regalaría… Por el extremo de la veredita que limitaba el campo venía ella. Llevaba las alpargatas mojadas por el rocío que perlaba las hierbas. Toñón la vió; miró al mayoral, que estaba de espaldas. En seguida avanzó hacia ella. En la izquierda, la hoz. En la otra, dos jilgueritos que aleteaban. Su expresión era dulce. Quería demostrarle que no le guardaba rencor. Ella le vió y apresuró el paso; pero Toñón saltó la zanja y le salió al encuentro. A la fuerza tenían que encontrarse. Todos los segadores esperaban el desenlace. Justo; se encontraron, y él se dispuso a hablarle. Con un ligero empujoncito, y sin mirarle siquiera, se abrió paso la hortelana. Todos los segadores rieron. Ella también entreabrió el capullo de su boca y dejó ver dos hileras de perlas en una sonrisa irónica.
Toñón rechinó los dientes, abrió desmesuradamente los ojos, crispó los puños, corrió, la alcanzó de un brazo, y con la hoz, en un ademán fiero, le abrió una brecha horrible en la garganta de marfil. Borbotones de sangre, mezclados con ronquidos del aire que se escapa por la herida viva y caliente.
Los segadores, horripilados:
– ¡Toñón! ¿Qué has hecho?
– Yo, no. Aquel papel, aquel diario….
Ramón José SENDER, Zaragoza, Diciembre 1916.
Ilustraciones: Sender, joven. Página de Los comentarios en la que aparece el cuento «Eco montañés». Sender, niño (Primera comunión). Casa natal del escritor en Chalamera (Huesca). Picasso: Retrato imaginario de Sender niño.
Otros textos sobre Ramón J. Sender en esta página: https://javierbarreiro.wordpress.com/2011/09/17/ramon-jose-sender/
https://javierbarreiro.wordpress.com/2015/02/02/ramon-j-sender-el-lugar-de-un-hombre/
https://javierbarreiro.wordpress.com/2018/07/07/leer-hoy-a-sender/