CENTENARIO DE LA GOYA, BILBAÍNA Y REINA DE LAS VARIETES

Publicado: julio 23, 2011 en Artículos, Canción popular, Cuplé
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En las páginas de la prensa española del primer tercio del siglo XX tuvieron un protagonismo fundamental las artistas de varietés cuya relevancia podríamos equipararla al gozado ahora por los divos del deporte. En la alineación de gala del género figuraron durante varios lustros Raquel Meller, La Fornarina, Pastora Imperio, la bella Chelito y una bilbaína cuyo centenario se cumplió el 5 de Diciembre pasado: La Goya.

Aurora Purificación Mañanós Jauffret, hija del palentino Balbino Mañanós y de la hija del Bocho, Aurora Jauffret, fue mujer agraciada, inquieta y perspicaz, que, al contrario que la mayor parte de las artistas del género, procedentes de bajos niveles sociales y avezadas en la lucha por la vida, tuvo una niñez ilustrada y cosmopolita.

Tras marchar a Madrid, donde Aurora se educó con las monjas del Sagrado Corazón y estudió solfeo y piano, demostró una fuerte atracción por el teatro, hasta el punto de que el obispo de Madrid-Alcalá la elogió en una de sus visitas pastorales, en un tiempo en el que los obispos se atrevían no sólo a opinar -y mucho- de política sino también de estas bagatelas. Por entonces, su madre casó en segundas nupcias con el famoso pelotari Miguel Zabarte, que había conseguido grandes triunfos y harta fortuna en Méjico, país al que la familia viajó tras la boda.

Allí se encontraba María Conesa, que había emigrado en 1905 tras el asesinato de su hermana, la también artista Teresita Conesa, en un teatro del Paralelo y a manos del hermano de una rival envidiosa de su éxito. María Conesa, que fue durante cincuenta años la más famosa artista del arte frívolo mejicano, enseñó a Aurora los rudimentos del género y ésta, una vez que regresó a España decidió probar fortuna tras preparar repertorio y estudiar canto con el barítono guipuzcoano Ignacio Tabuyo. Por otro lado, no había descuidado su formación: sabía francés, algo de italiano, tocaba el piano y diseñaba sus propios vestidos, cosa que siguó haciendo en la época de su actuación artística. Posteriormente, aprendió también inglés.

El pretexto para su debut en los escenarios lo consiguió tras conectar con el que fue sumo pontífice de las variedades en España, Álvaro Retana, que mantenía una sección «sentimental» en el Heraldo de Madrid y al que Aurora escribió varias cartas que se publicaron en dicho diario. Sólo así se explica que debutara en el Trianon Palace, el más prestigioso coliseo de las variedades madrileñas y con un estipendio de cien pesetas diarias cuando la generalidad de las cupletistas comenzaba con siete pesetas y debía pasar un largo periodo -y, casi siempre, sin tránsito a ámbitos de más fuste- exhibiéndose por garitos, barracas, cafés cantantes y teatruchos de mala muerte.

Otro factor positivo en su debut fue la intención del empresario de dignificar el hasta entonces sicalíptico género y hacerlo accesible al público femenino cada vez más proclive a dejar la aguja y la cocina y asomar la naricilla al exterior. Nada mejor que una -como se decía entonces- «hija de familia» con sensibilidad, sustrato cultural y agradable entonación. Aurora, además, se propuso llevar a los escenarios otro vestuario y otras actitudes, ya que las cupletistas de la época se ataviaban con un traje acampanado hasta la pantorrilla repleto de lentejuelas y pedrería cuando no se envolvían en el clásico mantón de Manila del que llegaban a poseer docenas de modelos. Ella, por contra, pretendió caracterizarse con arreglo al tema interpretado en cada número, lo que fue copiado por buen número de sus congéneres y justifica el nombre con el que se presentó: «transformista típica».

El sobrenombre de La Goya se lo sugirió Álvaro Retana, en una época que coincidió con uno de los periodos de revalorización del pintor aragonés. Su debut se produjo el 16 de Junio de 1911 y, de sus interpretaciones, fue una guaracha mejicana que interpretó vestida de india poblana, el «Ven y ven», la que se convirtió en un éxito que ha trascendido a los ochenta años de su estreno.

La Goya_Partitura El amor es frágil

Su triunfo fue inmediato. Todo Madrid tarareaba ese «Ven y Ven» al que se acoplaron letras del más diverso tipo; por doquier, surgieron imitadoras de sus trajes, canciones y actitudes. Incluso una de ellas, Pepita Ramos, se hizo llamar La Goyita y se convirtió en estrella del género. 

Por contra, Aurora casi siempre evitó cantar composiciones que no fuesen de su creación, así como actuar en locales de escaso fuste o hacer «foyer», actividad que se exigía a la mayoría de las cupletistas. En 1912 se presentó en el Lara siendo la primera artista de la canción que en él actuó. Fue de las pioneras en grabar discos (1912) dentro del género del cuplé. El primero contenía: «Balancé», también ampliamente difundido, «Ven y ven», «La reina del cortijo» y «Chulona».

Su fama se incrementó tras el idilio con «Bombita» en la línea de amores tonadillera-torero que tuvo numerosísimo cultivo en la época y cuyas destilaciones llegan a la actualidad. Dicho éxito la arrastró a Buenos Aires, la meta de los artistas españoles de la época, donde alcanzó mayor predicamento que ninguna otra. La marca «La Goya» se impuso en abanicos, licores, perfumes, cafés y hasta automóviles, fue invitada de honor en las fiestas de la alta sociedad y en los salones literarios. Ninguna otra artista española del género -ni la misma Raquel Meller- alcanzó tanta repercusión en los medios porteños como Aurora Jauffret.

Viajó en otras ocasiones por Sudamérica mientras su estrella en España se fue apagando en la década de los veinte, como sucedió con otras artistas del género exceptuando a la citada Raquel. El cambio de gustos del público, la extensión del cinematógrafo y la entrada de nuevas formas musicales como el tango y el jazz relegaron a la canción española a posiciones secundarias. Sin embargo, aún era primera estrella cuando, a raíz su boda con el conocido escritor, y después notorio falangista Tomás Borrás, abandonó los escenarios tras actuar como estrella en el teatro Princesa, después María Guerrero.

Corría 1927. La Goya había dejado modelos de canciones en todos los géneros. Además de las citadas: «Tápame», «Aquel maldito tango» o «La cruz de mayo». Algunas todavía suenan hoy pero no en la voz de La Goya. Fuera de los circuitos del coleccionismo de discos antiguos es complicado escuchar la voz de quien fue una de las mayores figuras de nuestra música popular. La memoria histórica por la que tanto se clamó en los últimos lustros parece dejar a un lado las canciones que nuestro pueblo cantó durante más de medio siglo. A la música que configuró nuestra cultura popular y cotidiana. A las intérpretes que fueron referencia para buena parte de nuestra «inteligencia».

La Goya pasó el resto de su vida en un ambiente acomodado, frecuentando los salones de la burguesía y las tertulias de escritores y artistas. Murió, relativamente joven, el 4 de Junio de 1950. Su tumba, en el cementerio madrileño de San Isidro, no anda lejos de dos de sus más eximias competidoras, muertas aún más prematuramente que ella: La Fornarina y La Argentinita.

Quienes fueron pautas de recreo, objeto de eróticas ensoñaciones, patrón de modus vivendi, contumaz portada de revistas, modelo para tantas modistillas que soñaron con emularlas, pasto de vida cotidiana y fuentes de los tarareos de nuestros abuelos -mucho más cantarines que nosotros- no merecen tanto olvido.

(Publicado el 14-VI-1992 en Egin, diario vasco, que manipuló mi nombre, mi lugar de residencia y el texto del artículo, con el fin -supongo- de vasquizarme y vasquizar más a La Goya, bilbaína ya, de nacimiento).

comentarios
  1. […] Javier Barreiro, escritor y catedrático de literatura, que durante el primer tercio del siglo XX, las llamadas […]

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