LA POESÍA ENTOMOLÓGICA DE FERNANDO ARRABAL: IRONÍA, MORAL Y CONCEPTISMO

Publicado: enero 25, 2015 en Artículos, Literatura
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Leo que Fernando Arrabal acaba de entregar la obra que Juan Carlos Pérez de la Fuente, director artístico del Teatro Español, le encargó para ser estrenada el 23 de abril con motivo del cuarto centenario de la segunda parte del Quijote. Arrabal ha titulado Pingüinas -no empieza mal- su interpretación del mundo cervantino. 

Arrabal es un genio absoluto al que la estupidez ambiental ha intentado degradar a la categoría de Arrabal, Fernandopayaso -qué mejor condición- por su insumisión a las categorías políticas en uso. Ejemplo de incorrección política y de ejercicio en el empleo de hacer lo que a uno le da la gana, no es extraño que a los servidores del tópico, la insustancialidad y el palmoteo en espalda ajena por ver de abrigar la propia les corrompa su figura.

Aunque se conozca poco y mal, Arrabal es también poeta. Para celebrar esas próximas pingüinas, reproduzco un breve ensayo sobre su poemario Mis humildes paraísos que incluí en el volumen homenaje publicado con motivo de su ochenta cumpleaños: Arrabal 80, Zaragoza, Libros del Innombrable, 2012, pp. 458-461.

Arrabal_Mis humildes paraísos

No dejaba de ser sorprendente que un talento tan polifacético como el de Fernando Arrabal no hubiera hollado apenas el territorio de la poesía, cuando esta rezumaba por todos los poros de su variopinta obra. En 1985 esta carencia se solventó con la aparición de Mis humildes paraísos[1], un poemario dedicado a los insectos en el que la originalidad, la precisión verbal y el destello lírico se conjugaban admirablemente.

En alguien como el creador melillense, tan cercano al surrealismo, no resultaba nada extraña esta elección entomológica, pues bien sabida es la atracción de muchos de los protagonistas del movimiento, con Buñuel y Dalí a la cabeza,  por tales invertebrados. La vinculación del insecto con el horror instintivo o cultural, el desasosiego que su alejamiento de lo estrictamente humano produce y su condición, a la vez precisa, multitudinaria e informe, los hacían especialmente sugestivos para estos servidores de la vanguardia[2]. Sin embargo, Arrabal excluye, en general, la referencia al subconsciente en estos poemas para centrarse en lo descriptivo, en lo gnómico y hasta en lo metafísico.

Son treinta y cinco los poemas que contiene el volumen, sólo encabezados por el número romano de su orden correlativo pero incluyendo en el texto, bajo letra cursiva, el nombre del insecto que motiva cada uno de ellos. Dado su carácter predominantemente descriptivo, casi todos están escritos en la tercera persona del presente de indicativo pero su tono es variado, desde los que se remiten a dicha descripción, mediante un lenguaje ajustado, denso y lleno de significado, hasta los que humanizan al insecto a través de una personificación que resalta las cualidades humanas, sean la prudencia y la inteligencia a través del gorgojo o la gratitud e ingratitud, ejemplificadas por la babosita del rosal y el tábano.

Otras veces es la belleza, la aspiración al ideal, lo que reclama la atención del poeta. Así, se elogiarán: la línea del mosquito, el color de la libélula, el hilo de la araña, el esplendor de la mariposa o la geometría armónica en las formas de los pulgones. Pero también se ejemplificará lo negativo, en una suerte de cabeza de turco, como la cucaracha, que recoge todo el vilipendio con que la sociedad execra los verdugos que ella misma ha creado.

No faltan los poemas con una dimensión filosófico-metafísica en los que las dualidades eternas, como sombra y luz, tiempo y espacio, soledad, indefensión, sueño, violencia, olvido o muerte, se tiñen de irónica trascendencia. Así, la mariposa de la muerte, al querer integrarse con la luz, perece en la quemazón de su deseo; el avispón mata y muere con/por su pico, con lo que se involucran violencia y autodestrucción; la efémera es parábola de la brevedad y, a la vez, de la plenitud de la existencia; la mosca tsé-tsé ejemplifica la superioridad del sueño sobre la vigilia…

Como no puede ser de otra manera, la transgresión aparece por doquier, también matizada de pujos irónicos, aunque puede que no tan frecuentes como suele ser habitual en un creador tan intenso como distanciado: he ahí, por ejemplo, el elogio de la coprofagia del escarabajo o de la presteza y precisión del escorpión pero es, sobre todo, la enseñanza moral lo que se deduce de este repertorio que tiene una evidente conexión con los exemplarios. Ahora, si estos solían salir en defensa de los prejuicios y lo establecido, Arrabal nos advierte contra ellos en el poema dedicado a la tijereta o nos habla de la distribución de las cosas del mundo en el que protagoniza la mosca del vinagre: lo que no vale para unos sirve, en cambio, para los otros. Una nueva disposición zoológica para adecuarla a la eterna moraleja del sabio que recoge las hierbas que otro desechó.

Toda esta visión arrabaliana se enmarca en un pensamiento conceptista en el que la precisión y la plenitud del sentido vienen servidas por un aparato estilístico y retórico en el que se suceden las anáforas, los hipérbatos y  sinestesias, los cultismos, las metáforas encadenadas…, en una suerte de orfebrería lingüística que combina la exactitud verbal con la pasión por la greguería y la paradoja.

No es extraño que, en un consumado jugador de ajedrez como es el autor melillense, destaquen las dotes de observación. Una especial agudeza en la elección de la cualidad que en cada insecto se señala, con la sutileza de huir de lo prescrito o consabido. Para ello el poeta se exige a sí mismo una economía verbal que nos recuerda al mejor Jorge Guillén. Véase, si no, el poema dedicado a la oruga geómetra, en el que la aludida precisión se manifiesta de manera cabal.

Libro contemplativo, en el que están ausentes la historia y la narración y, por contra, presidido por una mirada sagaz, un sí es no distante, pero, a la vez, entrañada en la amorosa observación de un mundo, tan aparentemente lejano al nuestro que la misión del poeta consiste en acercárnoslo, en proporcionarnos pautas para una mirada distinta, al tiempo que nos conduce por el filo de una lengua tan atinada, filosa y plurisignificativa, como la que debe siempre constituir el vehículo de la auténtica poesía.

[1] Fernando Arrabal, Mis humildes paraísos, Barcelona, Destino, 1985.

[2] Para la presencia de los insectos en el surrealismo, puede consultarse la muy interesante monografía de Federico Arana, Insectos comestibles. Entre el gusto y la aversión, México, UNAM, 2006, pp. 17-19.

Insecteos comestibles001

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