(Publicado en Aragón Digital, 16-VII-2008)
El desmadre sanferminesco y la multitud de llamadas fiestas que tienen a toros y vacas como protagonistas, más bien a su despecho, me lleva a acometer un elogio enternecido de este noble rumiante de tan simpática cara como abultada ubre, que, a pesar de surtirnos de tan ricos alimentos y ornar nuestros prados, los de Suchard se permiten pintar de morado en sus anuncios, sin que el animal proteste ni siquiera con un justiciero mugido.
Aún recuerdo una película de mi niñez, La vaca y el prisionero, protagonizada por Fernandel, aquel cómico gabacho cuya mayor virtud humorística era su cara. En el film, un evadido de un campo nazi de prisioneros cruza toda la Francia ocupada con una vaca, que es su mejor salvoconducto de inocencia. ¿Cómo alguien que desee pasar inadvertido se haría acompañar de animal tan rotundo?
Para quien, como yo, sea amigo de tan amable rumiante me permito recomendar un libro del periodista chileno radicado en la Argentina, Juan Pablo Meneses. Con el título, La vida de una vaca, fue publicado hace poco por Seix Barral, aunque en edición argentina, con lo que, tal vez, no sea fácilmente conseguible. Bajo el pretexto de seguir las vicisitudes de una vaca, «La Negra», desde el momento en que el escritor la compró recién nacida hasta llegar a la boca de sus comensales, el libro se convierte en un alegato anticarnívoro y hace recordar con culpabilidad aquella afirmación de Stevenson sobre el vicio de devorar ternascos o añojos: «Comemos bebés que, sencillamente, no son los nuestros». En un pueblo tan condicionado por la carne, los asados y la parrilla como el argentino, este libro es un puñetazo en la conciencia, al menos, de sus habitantes más sensibles. Carnívoro pero consciente de la barbaridad que cometo, parece decirnos el autor, con el que uno, tan poco consecuente con sus ideas como la mayoría, se identifica fácilmente.
De todos modos, con la barbarie taurina todos los días a la vista, el vicio de comer carne queda casi disculpado. Y uno va con el famoso toro Ratón, un héroe en la comunidad valenciana, -más de 7000 festejos cada verano tan sólo esa región- al que se disputan en las fiestas y tiene un elevadísimo precio de alquiler porque sabe más que Lepe y Briján juntos y aunque, con sus cuernos mellados, cornea sin piedad al que haciendo el ganso se le acerca.
«Saber más que Lepe o que Briján», una expresión ya en desuso y que no hace alusión a los leperos ni a un personaje folclórico sino a Pedro de Lepe, sabio obispo de Calahorra y al no menos favorecido por las facultades intelectuales, Antonio de Nebrija, el autor en 1492 de la primera gramática en lengua romance. Escrita en castellano, por cierto, aunque a algunos les sepa a cuernos.