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Costumbres de Aragón El tiro de barra. Dibujo de Valeriano Bécquer 1865

         (Publicado en Aragón Digital, 15-16 de agosto de 2022)                                                                                                     

Tras el esperpento de la Olimpiada nívea, en la que faltó un pelo para poner el culo, una noticia rescata a Aragón de tanta ignominia. El campeonato de Aragón de lanzamiento de carretilla recupera el esplendor de los deportes aragoneses, algo oscurecidos con tanta red social, tanto bailecillo de monigote a cualquier hora y tanto jugar con la play en vez de a “Churro va” o a la taba.

Uno vive tan embebido en su propia burbuja ocular que no se entera de lo que pasa. Es cierto que vive allí para no hacerlo en las burbujas mediáticas de Jorge Javier, las palancas del C. F. Barcelona y la cohorte de periodistas babosos del Real Madrid o la vomitiva propaganda gubernamental que, con sus medidas presentes y futuras, ya ha conseguido que se proscriba el suspenso, el fracaso y la frustración y se subvencione al más lerdo y al más vago. Sólo falta el doctorado para el más peor. Pero eso ya lo consiguió el presidente.

Como Teruel no existe –y menos con tal portavoz- hubo que enterarse, no por la magnitud del acontecimiento –evento, dirían los tontos de lengua- sino porque en la competición carretillera un participante novel, empuñó la de 25 kilos, la alzó hasta su cabeza para girar vertiginosamente sobre sí mismo, cual avezado lanzador olímpico de martillo, pero he aquí que la carretilla tiró más bien hacia su derecha y, si no es porque un altavoz se interpuso entre ella y la cabeza de un anciano, el susodicho hubiera tenido que mutar el cachirulo en venda. De hecho recibió el impacto del monumental catafalco de madera, pero las cabezas aragonesas están fabricadas para eso y más. En el audio de la grabación se puede verificar la identidad del perjudicado:

-¿A quién le ha dau?

-Al Nicolás, al padre de…

Nunca hubo pugna sin heridos. No pasó nada más y la competición se reanudará el próximo año en

espacio más diáfano y los espectadores más escarmentados. Por cierto, Cascante del Río, el pueblo turolense, a orillas del río Camarena, que creó de la nada este concurso, hace unos años es uno de los pocos de la redolada que  no pierde habitantes. Y menos va a perder, predicando con estos ejemplos.

Chistavín.

Sobre los deportes aragoneses han escrito con conocimiento y propiedad los beneméritos José Antonio Adell y Celedonio García. En sus páginas pudimos documentarnos sobre los famosos andarines aragoneses, cuyo emblema es Chistavín de Berbegal y la multitud de tipos de carreras, a cual más pintoresca. Pero la esencia y la madre de estas carretillas voladoras se encuentra en los tiros de bola y barra, ambos mezcla de maña y de fuerza. La barra podía –y puede- lanzarse “bajo pierna” o “a pecho” y veamos lo que escribía Marcelo Sanz Romo poco antes de que alumbrara el siglo XX:

Así como la jota es resumen y compendio de la música popular en España (…) es el tiro de barra el que genuinamente representa (…) nuestros deportes populares (…) Como tipo de juego donde van unidas la fuerza física, tenemos nuestro tiro de barra donde no triunfa el que tira más lejos la barra, sino que, además de lejos, la hace tocar en el suelo en ciertas condiciones y es que el tirador comunica a la barra, voluntad, pensamiento y vida.

Valeriano Bécquer, en su estancia en los pueblos del Moncayo dibujó una magnífica escena con un tirador de barra en su salsa, ya que el juego no era actividad festiva sino cotidiana, lo mismo que los juegos de los niños. Y, en fin, hasta ver que nuevas efemérides nos proporcionan los deportes aragoneses, enriquecidos con la ya famosa carretilla, recurriremos a otra tradición, la de la copla, echando el pecho adelante:

                                              En las canteras de Ricla

                                               no hacen falta los barrenos,

                                               los mozos tirando barra

                                               levantan bloques enteros.

La editorial Olifante acaba de publicar una nueva edición de Los Borbones en pelota, las láminas satírico-pornográficas acerca de Isabel II y su corte, que Valle-Inclán llamara «de los milagros» firmadas por Sem, seudónimo que encubría varios dibujantes de la época entre quienes se encontraban los hermanos Gustavo Adolfo y Valeriano Bécquer*. 

Se trata de la cuarta edición, tras las de El Museo Universal (1991), La Compañía Literaria (1996) -hace tiempo agotadas- y la Diputación de Zaragoza (2012). Además de incluir alguna lámina nueva, hasta totalizar 107, incluye una introducción del especialista becqueriano, Jesús Rubio Jiménez, y textos de diversos escritores, coordinados por Manuel Martínez Forega, con glosas, poemas o comentarios de cada una de las acuarelas. Reproduzco el texto de la que me tocó en suerte, la nº 5, titulada

                                                          «Los ejercicios del chal».

Los Borbones en pelota Los ejercicios del chal

Una de las primeras reflexiones que me suscitó Los Borbones en pelota -cuya primera edición adquirí, fascinado por el descubrimiento, en la Librería Contratiempo, el 26 de junio de 1991- fue la variedad de registros del poeta sevillano. Era el de este álbum uno más que sumar a los muchos por casi todos conocidos y hasta a alguno menos popular como la novela que comenzara en 1855 y que llevaba el inmejorable título, Mal, muy mal, peor. Al parecer, se trataba de una narración realista cuyo protagonista, un músico, moría joven y loco. Lo contó el escritor cubano Ramón Rodríguez Correa, que se inspiró en ella para su Rosas y perros (1871).

 Nada mejor que lo circense para expresar la mirada que preside esta obra. El personaje central y la corte que encabeza son vistos más como patéticos y grotescos que como los criminales, conscientes o inconscientes, que también fueron. El género bufo, de origen francés como gran parte del teatro programado en España durante el siglo XIX, había sido introducido en España por El joven Telémaco (1866), obra escrita por Eusebio Blasco y musicada por José Rogel a instancias del empresario Arderíus. Isabel II, que se exiliaría sólo cuatro años más tarde y que conocería la famosa pieza, fue, sin saberlo ni quererlo, una suripanta más, nombre que se les dio a las coristas de la citada obra por un estribillo en griego macarrónico que en ella se cantaba, palabra que en seguida quedó como una más de las que designaban jocosamente a las mujeres de “vida fácil”.

En la ordenación del álbum, esta acuarela es la primera en que aparecen la reina en el exilio, Carlos Marfori, el amante más constante de Isabel, y el asunto del circo. Exilio, reyes innobles y degenerados, arribistas bien dotados o provistos de alguna gracia especial –la de Marfori, aparte de sus probables habilidades amatorias, era la de preparar espaguetis, que gustaban tanto a la reina como los revolcones- y, sobre todo, el circo nacional, elementos tan infaustamente frecuentes en la vida del país y que, como defensa, algunos españoles, como los hermanos Bécquer, nos hemos querido tomar con humor. Lo que no siempre ha sido posible.

*Las investigaciones más recientes, especialmente, Jesús Rubio y Juan Estruch, se inclinan hacia la autoría de Francisco Ortego.

Los Borbones en pelota