Posts etiquetados ‘Transgresión’

Henry Miller parisLa verdad no suele ser agradable. Y la literatura de Henry Miller (1891-1980) es un paso más hacia esa verdad que el arte siempre ha buscado a despecho de la tradición y sus convenciones. Si la mayor parte de la literatura de hoy nos abruma de tedio no es sólo por la banalidad de sus argumentos o el gusto por las historietas que no se aventuran más allá de la tienda de comestibles. Es porque su lenguaje tiene a la mediocridad como referencia, proscribe no sólo el salto mortal sino también la inmiscución en el habla de la gente. García Calvo nos lo ha explicado mejor que nadie.

Si la energía de Faulkner -sorprendentemente, seis años menor que él- es larvada y magmática, la de Miller es simplemente energía y sentimos que proviene de su desbordante e incontenible amor por la vida. Si la del primero es épica, la del segundo, como toda energía que abjura de sus límites, es apocalíptica y de su flujo vital resulta esa tensión que proyectan los narradores de raza. Gentes como Hemingway, Baroja o Sender que nos pueden gustar más o menos pero que, en su torrencialidad, nos muestran al hombre en su totalidad y, eso, sin objetivar ni salir de sí mismos.

Tal actitud, obviamente, está muy cerca del llallamado existencialismo aunque más bien lejos de la estreñida escritura que el movimiento, como tal, deparó. En Henry Miller -que alcanza sus mejores momentos cuando su narración se inmiscuye en los pliegues más densos del pensamiento y el alma humanos- ese existencialismo, al que no pudo en algún momento renunciar casi ninguno de los grandes creadores del siglo XX, se redime por la desculpabilización, ese abandono de lo inconfesable que desde Sade o Lautrèamont había sido preanunciado. Pero si en estos -como en tantos vanguardismos- predominaba la conciencia de la transgresión, Miller toma su libérrima actitud artística de la anarquía y la mística, ambas tan cercanas al nihilismo como al no permitir que borrufalla gratuita se interponga en su sendero.

Miller había tomado muy en cuenta las enseñanzas de R. H. Hamilton, teósofo que conoció en Tejas, y había leído con fiereza a Jacob Böhme, Swedenborg, el maestro Eckhart así como el tibetano Libro de los muertos. Ahí es nada. Mística y revolución eran extremos que le acercaban a su pasión por llegar al hombre en su totalidad, intento en el que, naturalmente, no podía prescindir de lo feo o lo sórdido, cuestiones que, desde el Barroco, andaban en danza apareciendo y desapareciendo a través de los apasionantes meandros del arte occidental. Como buen lírico e intuitivo caminador por el apocalipsis que nos circunda, Miller apostó por la brutalidad que no es sino la exaltación de la realidad. Esa realidad que él tanto amaba. Amor que le hizo superviviente siempre, casi nonagenario, rebelde y hasta feliz.

Hoy nadie piensa que Henry Miller esté vivo por las prohibiciones que suscitó o por la Miller, Henry_Sexus001efervescencia de sus descripciones sexuales. Estas no suelen llevar al deleite sino a la convicción de que están contadas tal y como fueron. Con toda su carga de materia palpitante:

Hizo como le decía, abriéndose la vagina con todos sus dedos. Me incliné para examinarla despacio. Era de un color oscuro como de hígado con labios más bien exagerados. Los tomé entre mis dedos y los froté uno con otro con suavidad, como se haría con dos pétalos aterciopelados.

Como cuando habla de esas pendejeras de pelo hasta el ombligo que tanto le fascinaban en las mujeres, la sensación del lector no es de complacencia, tampoco de repulsión. Es la sensación del que ve la vida sin filtros ni tamices.

Algo de esto constituye una de las mejores herencias del siglo XX y quizá algo de ello se deba a Henry Miller, tan admirado por esa turbulenta congregación tan pródiga en enseñanzas y desdichas personales que se dio en llamar beat generation. El lenguaje iluminado del mejor de sus escritores, Allen Ginsberg -otro místico atraído por el cieno-, se mueve entre el profetismo waltwithmaniano y la intensa autenticidad que nos transmitió el viejo sátiro de Yorkville. Si dicha herencia en los últimos años parece como olvidada en un desván de la memoria, probablemente se deba a que necesitemos tomar aliento. Los dos primeros tercios del siglo XX estuvieron ahitos de personajes de potencia que puede parecer higiénica la resaca que nos aflige.

Y, además, tenemos cerca el remedio: si nos molesta la paja, la filosofía cursi, la psicología de baratillo, los personajes de guardarropía, el erotismo de Play Boy o la escritura de cartilla hay unas buenas decenas de modernos -en el sentido que a esta palabra, antaño prestigiosa, daba Rimbaud- para sustituirlos. Henry Miller, siempre vadeando la verdad, siempre tenso y brillante en su palabra, siempre enérgico, puede ser uno de quienes más gozosamente nos redima. ¿Tendremos la suerte de que también lo haga con ellos?

Miller, Henry Dibujo

Con el título «La sensación de vivir sin filtros». (En el centenario de Henry Miller)», este artículo se publicó en El Periódico, 27-XII-1991.

Se presentó ayer el libro Rocío Erótico, promovido por el artista Paco Rallo, en el que 32 microrrelatos eróticos encargados a varios escritores y gentes muy disparejas conviven con 32 ilustraciones de diversos artistas plásticos, asimismo eróticas, pero no encargadas para ilustrar un relato concreto aunque después lo hagan a criterio del editor.                      

La edición es de 300 ejemplares, de los que muy pocos serán para la venta. Publico aquí el prólogo que me encargó el editor.

Rocío erótico

                                                 EL DESEO: EXHIBIR Y ELIDIR.

Si la literatura es el arte de la elipsis: decir lo máximo posible con el mínimo de palabras, el microrrelato sería la quintaesencia de lo literario. Rastreable desde los inicios de las formas narrativas, primero la vanguardia y, después, las urgencias de la contemporaneidad, unidas a la necesidad de sobrevivir entre el bombardeo de mensajes multiformes que la tecnología facilita, lo pusieron de moda a finales de la década de los ochenta. Antes en Sudamérica que en su madre patria.

 Desde entonces, me llamó la atención la alta presencia del erotismo en el microrrelato. No tengo una explicación clara de los motivos. Tal vez, la intensidad del uno reclame la brevedad del otro, quizá esa electricidad sólo se pueda expresar de forma poética -es notorio que microrrelato y poesía se interfieren- y es posible que ciertos autores encuentren en esta forma de expresión más facilidad para sintetizar lo que, por naturaleza, es difícilmente comunicable. No olvidemos el papel que representa el erotismo en los creadores geniales (genitales), muchos de los cuales son también creadores compulsivos: Lope, Goethe, Stendhal, Balzac, Picasso, Arthur Miller, Sender…

Árbol_de_amor

 De cualquier modo, es problemático generalizar porque el erotismo no se deja reducir a un principio. Su reino es el de la singularidad, escapa a la razón y constituye un dominio regido por la excepción y el capricho. Si el erotismo precisa esencialmente de la fantasía y la imaginación, habrá de ser siempre vario.

 Así, el erotismo es, por naturaleza, el terreno de lo imaginario. No es otra cosa que la concepción que se tiene de él y la imaginación interviene sin cesar para perfeccionarlo e inventarlo. Leyendo los microrrelatos que contiene este libro se verifica que las experiencias eróticas, son más individuales que ninguna otra y hasta difícilmente intercambiables; al pertenecer al dominio de la subjetividad, las imaginaciones subconscientes serán siempre particulares.

 El erotismo es el contexto, pero despierta y excita los sentidos drenados hacia el sistema endocrino con su surtido de estímulos indirectos de la libido y ahí entra la «cultura» y la conformación psíquica de cada uno: otra prerrogativa del hombre. Es curioso que la mayoría de los textos que aquí se presentan carezcan de localización, Córcega, Italia, y muy poco más. El contexto se manifiesta casi siempre en lo inmediato y cercano: una escultura, un teléfono, un sillón, un retrato… Probablemente, un buen número de lectores se surtirá de extrañeza ante varios de ellos. No otra es la misión del arte que la de propiciar esa perplejidad, lo que no quiere decir que todos los textos merezcan el calificativo de artísticos. Pero sí el de que nos interroguemos hasta llegar a verificar cuanto difieren los estímulos eróticos de unos y otros. Eros es también el reino de la antítesis, donde se imbrican e implican lo más extemporáneo y lo más cercano, lo más difuso y lo más concreto, lo más suave y lo más fuerte. Eso sí, siempre bajo el signo de la intensidad.

 Para algunos la intensidad es la felicidad. Otros no quieren problemas. Fourier ya adujo que la felicidad consiste en tener muchas pasiones y muchos medios de satisfacerlas. En tiempos del pensador anarquista, escaseaban esos medios, excepto para unos pocos. Cualquiera tiene derecho a pensar que aquel era un mundo de desdichados. Hoy, con la tecnología y la libertad al alcance de cualquiera, al menos en nuestras sociedades, la situación ha cambiado radicalmente. Eros cambió España, ya en los años setenta. Las conquistas en ese terreno sirvieron para abrirse paso en la libertad, pues ese acicate sirvió para conquistar otras parcelas.

 Entonces era muy frecuente buscar la transgresión en las artes y en el eros. Ya nos contó Sade que la voluptuosidad no admite ninguna cadena, no goza plenamente más que cuando las rompe todas: “…cuanto mayor es el ingenio Ingenioso artefactode un persona, más desea ésta destruir sus frenos (…) el hombre de ingenio será más adecuando que cualquier otro para los placeres del libertinaje” (Los 120 días de Sodoma y Gomorra).

 Como los extremos se tocan y nos enseñan todas las sabidurías, transgresión e inocencia andarán de la mano. Recordemos como Félix Salten, seudónimo de Sigmund Salmann), el autor de Bambi, lo es también de Joséphine Mutzenbacher (1905), traducida a veces con el título de Historia de una prostituta vienesa, la novela erótica austriaca más célebre y Mark Twain, autor de Huckleberry Finn, Aventuras de Tom Sawyer o Príncipe y mendigo, lo es del libro más obsceno de los U.S.A. en el S. XIX, 1601 or A fireside conversation (1882).

 Hay transgresión en estos relatos pero tampoco demasiada. Se verifica claramente que vivimos en otro tiempo, que no la precisa en aquellos grados tan extremos, cuando erotismo y pecado se identificaban, sobre todo en España. De hecho los principales textos eróticos en nuestra lengua eran casi siempre hispanoamericanos y, entre sus autores, incluían a mujeres como Delmira y Alfonsina, por citar dos nombres fundamentales. En España la violencia de la represión propició que la pornografía por antonomasia, incluyese como protagonistas a curas y monjas –entonces, colmo de la transgresión-. Como era de prever ni unos ni otros aparecen en estos relatos, ya representativos de una España laica.

 En todo caso, sabemos bien que, en la literatura, ni el erotismo ni ninguna otra pulsión se transmite a través de los argumentos o situaciones sino que ha de ser verbal, como tan genialmente nos enseñó Cortázar en su fragmento en “gíglico” de Rayuela. Más que ningún otro subgénero, el microrrelato exige la brillantez en la expresión y lo cierto es que no son demasiados los textos que acuden a ella en este florilegio, que, como no podía ser de otra manera cifra su efecto en las concretizaciones del mundo del deseo. Y aquí es donde se constata la variedad de opciones que este desata en un elenco que, por su variedad –incluso, hay equilibrio entre hombres y mujeres- puede considerarse representativo del presente. En ningún caso debo particularizar, pero varios de estos textos se entroncan con la literatura fantástica, en cuanto a la aparición de lo maravilloso o, al menos, de lo inesperable, otros optan por la descripción o por la narración pura. Los hay elegiacos; con sorpresa final; con predominio de la reflexión interior; con protagonismo de lo lingüístico… En un par de ellos, interviene la intertextualidad, otros –pocos para mi gusto- privilegian la ironía o el humor, lo simbólico o la aludida transgresión.

 Se echan de menos, tal vez, los llamados hiperbreves, para mí aquellos donde el genio verbal resplandece de modo más intenso. Al fin, a menor extensión será precisa mayor concentración e intensidad, como tan bien sabe la poesía. Sólo tres de los aquí recogidos contienen menos de sesenta palabras, aunque algún estudioso constatara que, para merecer el marbete, habían de tener menos de veinte. Y no se olvide que en esa cantidad se incluye el título, siempre tan importante como focalización del texto pero que en los microrrelatos forma una unidad con él mucho más patente que en otros géneros.

 Al fin, el microrrelato, como todo arte, surge de una tensión interior, pero que, en este caso ha de ser más aguda, penetrante o eléctrica. Por eso se ha hecho con un público lector hasta el punto de que una de sus estudiosas, Irene Andrés-Suárez, lo ha calificado como “forma emblemática del siglo XXI”. También porque su naturaleza elusiva y elíptica exige del lector un esfuerzo participativo cada vez menos frecuente en otros géneros contemporáneos.

Calero, Ricardo_Siempre..

Perún, Pedro_¡Censuré!003

Dos de las ilustraciones del libro, debidas a Ricardo Calero y Pedro Perún