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(Publicado en Aragón desgajado. Los exilios republicanos de 1939 (Ed. Alberto Sabio), Zaragoza, Doce-Robles-Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2020, pp. 115-132).                                          

Siempre personaje a desmano, fuera de foco, sin asumir protagonismo por razones, en una parte, sí, debidas a la coyuntura y, en otra, a su propia personalidad modesta y esquiva, el caso de esta intelectual nacida en Zumaya resulta bastante atípico, por más que en todos los exilios abunden las situaciones personales insólitas. Más que por su propia obra, su nombre ha sido citado por ser la segunda mujer del narrador aragonés José Ruiz Borau, a quien prestó el apellido con el que fue conocido como escritor, José Ramón Arana. María Dolores estuvo, en cambio, en el centro de hechos tan significativos como fueron las vanguardias poéticas en Aragón o las trastiendas de la Guerra Civil y del exilio mexicano. Además de que el segundo de sus hijos, Federico Ruiz Arana, conocido como Federico Arana, es uno de los personajes más interesantes del México contemporáneo en su multiforme condición de fundador del rock mexicano, historiador del mismo, importante biólogo, novelista, dibujante, estudioso de la lengua…

Efectivamente, María Dolores Arana –en adelante MDA- fue una perfecta desconocida en el ámbito cultural español y no sólo por su condición de mujer, como la moda cultural pretenderá privilegiar, sino porque la única publicación aparecida en su país fue un breve libro poético editado en una colección marginal poco antes de la guerra y, después, los escenarios bélicos y del exilio no fueron los más adecuados para el desarrollo de su evidente vocación intelectual.

Fue José Enrique Asenjo el primero que se refirió a ella en su libro Estrategias vanguardistas (1990), al estudiar la poesía aragonesa de este cariz, tardía y no de primera fila[1]. Al calor de la revista Noreste y de su fundador Tomás Seral y Casas, el más dotado de este círculo, MDA pudo publicar –desconocemos en qué circunstancias- Canciones en azul  (1935), editado como número 2 de la colección Cuadernos de Cierzo[2], dependiente de la citada revista, que en su número 10,  correspondiente a la primavera de dicho año, publicó una breve reseña del poemario debida al mismo Tomás Seral y Casas. El libro llevaba un retrato a plumilla de la autora dibujado por Federico Comps[3] (1915-1936), prometedor artista zaragozano fusilado al inicio de la guerra, y ornamentación de Mariano Gaspar Gracián[4]. Juan Manuel Bonet dedicó unas breves líneas a la autora en su Diccionario de las vanguardias en España[5], Ángel Pariente la incluyó en su diccionario bibliográfico[6] y yo mismo, con ocasión de editar la poesía de José Ramón Arana, publiqué varios textos sobre ella[7]. Finalmente, en 2018, Mar Trallero[8] presentó su tesis doctoral sobre la autora en un meritorio trabajo de investigación donde no sólo indaga en las circunstancias biográficas de MDA sino que rescata un buen número de artículos, fragmentos de su epistolario y el librito Arrio y su querella. Evidentemente, numerosos datos de este artículo se deben a su indagación. Como no podía ser de otra manera, dado el olvido en el que estaba sumida su figura, Trallero ha reunido muchas noticias y hechos desconocidos acerca de esta autora pero para nada ha variado la posición excéntrica y guadianesca de MDA, casi desconocida hasta la aparición de los trabajos aludidos. Otra importante fuente son los dos textos memorísticos en los que su hijo Federico se refiere a la figura de su madre[9].

Es Federico quien, con el desenfadado estilo que lo caracteriza, se refiere al opresivo ambiente de su casa vasca en el que los curas asumen un protagonismo casi absoluto, del que Dolores tratará de escapar en cuanto tenga posibilidad de hacerlo.

Dolores había nacido el 24 de julio de 1910 en Zumaya, pueblo costero y guipuzcoano, y fue el primer fruto del matrimonio de Victoriano Arana, un funcionario de aduanas y Remedios Ilarduya, a la sazón, típica madre vasca de acendrada religiosidad. Después llegarían otros ocho hermanos. Trabajadora y de mente despejada, tras cursar la enseñanza secundaria en las Escuelas Francesas, lo que le permitió manejar perfectamente el idioma del país vecino, realizó estudios de piano y Magisterio, dos de las típicas carreras femeninas en la época,  pero también preparó la oposición para el cuerpo pericial de Aduanas que, finalmente, obtuvo poco antes de estallar la guerra. Junto a ello, en una provincia como Guipúzcoa, por entonces con tan escasas posibilidades culturales, se inscribió en el Ateneo Guipuzcoano y, más tarde, colaboró con el grupo Amigos del Arte GU, fundado en 1934, lo que le permitiría alguna relación con los movimientos de vanguardia. Sabemos también que tuvo contactos en Madrid, Zaragoza y Barcelona y es posible que llegara a vivir unos meses en alguna de estas ciudades, pero no tenemos evidencia de ello. Posteriormente, ella habló de un novio que tuvo en Barcelona pero debió de ser a distancia o tratarse de un asunto episódico. Parece que también intentó estudiar Filosofía y Letras pero la guerra debió de frustrar su intención.

Por otra parte, su padre, Victoriano Arana, que desde 1931 ocupaba el puesto de inspector de almacenes en la aduana de Irún, fue trasladado a Canfranc[10] como administrador de la Aduana, al parecer, -consecuente con sus ideas pero no con su función- por haber retenido un envío de armas para el Gobierno republicano. Según su hijo Federico, Dolores pasaría más de un año y pico en dicha localidad altoaragonesa[11], lo que podría explicar la relación de Dolores con Zaragoza.

De cualquier modo, en el número 7 de la revista Noreste[12], fechado en el verano de 1934, MDA había publicado un breve poema, “Resaca”, nueve versos trisílabos con rima asonante[13], que sería su primera manifestación literaria conocida[14]. En el número 9 fueron seis canciones, también muy breves (29 versos), con el aviso de que pertenecían al libro Canciones en azul, que aparecería próximamente en Cuadernos de Poesía de Ediciones Cierzo. Efectivamente, en la tercera página del número 10 de Noreste, dedicado íntegramente a mujeres, Tomás Seral y Casas, con el seudónimo de Altazor, publicaba la reseña del libro, muy positiva, en la que, entre otras cosas, escribía:

María Dolores Arana, ibérica-neolatina, se revela en cuanto puede, por gracia de su formación plural y densa, contra esta que podríamos llamar involuntaria españolidad morfológica, y acorda su latido emocional a ritmos universos y durables, manifestándose espontánea y decidida en nuestro mundo poético (…) se nos muestra (…) sencilla, despreocupada y antipreceptista. De este desentendimiento de la técnica (…) nace la esencial y primordialísima gracia de sus canciones, que sin recursos ni trucos de ninguna especie, ofrecen en ocasiones una calidad lírica excepcional.

Tomás Seral termina proclamando “la evidencia de que una poetisa de vena purísima y porvenir envidiable acaba de nacer”.

Serrano Asenjo y María del Mar Trallero comentan en sus textos el poemario, que, aparte de sus características formales, muy en la línea del neopopularismo, entonces en boga, revela un manifiesto rechazo e incomodidad con la realidad y, por consiguiente, la búsqueda de un mundo más puro, exento de complicaciones y dificultades. Al fin, un deseo de integración con la naturaleza, tema, sobre todo desde Bécquer, tan frecuentado por la poesía española.

El 3 de abril de 1936 se publica en el Boletín Oficial del Estado el nombramiento de María Dolores, como auxiliar en la aduana de Irún, donde había trabajado su padre. Poco o nada sabemos de ella hasta que se cruza en su peripecia José Ruiz Borau, un sindicalista de la UGT[15], que todavía no ha pasado de escritor aficionado –unos cuantos poemas en la revista zaragozana La Pluma Aragonesa (1926)[16]– pero que ha ocupado cargos políticos y está casado y con seis hijos.

 Ante el asedio del ejército de Franco, MDA debió de abandonar su puesto de trabajo en agosto de 1936[17], ya que las siguientes noticias nos la muestran ocupada en la organización del tan glosado II Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura[18] y, poco después, en trabajos administrativos en Caspe, sede del Consejo de Aragón, donde se encontraría con José Ruiz Borau, quien iba a ser su compañero durante casi dos décadas, para terminar oficiando como su secretaria y amante. Es posible que se hubieran conocido antes en Zaragoza pero, de momento, no hay ninguna evidencia. Ruiz Borau ocupaba el puesto de consejero de Obras Públicas y, una vez disuelto el Consejo en 1937, pasó a ejercer funciones para el S.I.M. (Servicio de Información Militar), principalmente en Barcelona. Al producirse el alzamiento militar, José, con un notable pasado sindicalista, pudo salvarse casi milagrosamente de la represión que se cebó con los izquierdistas zaragozanos, escapando a Monegrillo, de donde era originaria su mujer que, con los hijos, pasaba el verano en su pueblo. Porque, efectivamente, cuando comienza la convivencia de José con Dolores, él dejaba mujer, cinco hijos y una hija en camino[19]. José aparcó la familia en Monistrol para alejarla de los bombardeos que sufría Barcelona y parece que para algo más. No volvería a tener relación con ellos.

Este tipo de historias no fueron infrecuentes en la emigración laboral hacia América durante las anteriores décadas y mucho menos en el exilio político. Resultan más chocantes en alguien como el futuro escritor, cuyas obras y actitudes personales casi siempre estuvieron presididas por una entereza ética. Sea como fuere, parece que Ruiz Borau no volvió a tener relación personal ni económica con su primera familia[20] y, en cambio, formó otra con Dolores, que, como él, fue destinada a Barcelona, en su puesto de funcionaria de aduanas, durante los últimos meses de 1937.  Sabemos que, desde entonces, sus destinos quedan ligados. Desconocemos las vicisitudes del trabajo de Ruiz Borau para el S.I.M., entonces ya controlado por el Partido Comunista, del que pronto abominaría[21]. Cuando se le encomienda una labor de contraespionaje en Bayona, nido de agentes de los bandos enfrentados, Dolores queda en Barcelona. Es cuando él se hace pasar por su hermano y, para disfrazar su verdadera identidad, toma el apellido Arana[22], que ya no abandonaría y con el que firmaría sus futuras obras[23].

Cuando cae Cataluña, MDA se reúne con él en Bayona y pronto quedará embarazada[24]. La pareja ya no volvería a España. A José se le interna en el campo de concentración de Gurs, donde Dolores lo visita en alguna ocasión, fingiéndose hermana. Según su propio testimonio, José consigue abandonar el campo saliendo con naturalidad por la puerta, aunque quepan otras versiones. Desde entonces, y con los nazis a la vista, van a intentar abandonar el país por todos los medios. Principalmente,  fue la cuáquera Margaret Palmer quien ocupó toda su energía en ayudarles a ello, aunque también MDA ha de vender el libro de Federico García Lorca, que posee autografiado para conseguir fondos.

Pareja e hijo zarparon desde Marsella el 18 de febrero de 1941 y el viaje, del que no tenemos sino noticias aisladas, parece que  fue accidentado. Incluso, el buque hubo de ser reparado en La Martinica, donde Dolores se interesaría por el vudú y los zombis, asunto  que reaparecería en el último de sus libros. Parece que arribaron a Santo Domingo, capital de la República Dominicana, entonces bajo la égida de Trujillo, en la primavera de 1941. Allí permanecieron hasta finales de agosto. Tras otra escala en Cuba, desembarcaron en Veracruz a mediados de octubre de 1941. La travesía había durado ocho meses y la situación económica de la pareja era casi desesperada, pese a lo cual engendran al segundo de sus hijos, Federico, que nacería el 26 de noviembre de 1942. Los nombres de los hermanos fueron debidos a la admiración que ambos progenitores sentían por Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca.

Las demandas de ayuda económica de José Ruiz Borau, como militante del PSOE, a su partido caen en saco roto. Además, hay un informe de Paulino Romero Almaraz, Comisario General de Orden Público en Cataluña, durante la guerra, en el que se le tilda de comunista. Él se defiende con los apoyos de tres cargos socialistas pero no recibe ayuda alguna. Sin embargo, aún quedan fuerzas para la publicación de Ancla, un libro de poemas editado modestísimamente, que María Dolores había copiado e ilustrado[25]. A partir de ahí, las actividades de supervivencia van a corresponder a los dos miembros de la pareja. Él se dedicará fundamentalmente a la venta ambulante de libros, actividad tan bien e irónicamente descrita en La librería de Arana de Simón Otaola, y ella, a un sinfín de actividades, todas mal remuneradas, como las clases particulares, las traducciones, la fabricación artesanal de perfume, jabón, muñecas[26]… Sin embargo, la vocación literaria de ambos no decae, pese a la dificultad de los tiempos y los dos hijos pequeños, que MDA ha de criar y atender. En 1943, quien ya firma José Ramón Arana consigue sacar adelante una revista, Aragón[27], en la que colaborarán los amigos y cercanos citados en el libro de Otaola y,  también, la propia Dolores, que mantendrá una sección fija, “Libros viejos y nuevos”, y alguna otra colaboración suelta en los cinco números que, con grandes dificultades, lograron sacar a la calle.

Las Españas (1946-1956) fue otra revista de mayor aliento que JRA y su amigo Manuel Andújar consiguieron poner en marcha y que resultaría al cabo la más significativa de las publicaciones periódicas de exilio. En ella publicó Dolores frecuentemente artículos y creación. En este último apartado, destaca “Kresala”, un cuento de ambiente vasco publicado en el número inicial de la publicación, con el que la autora retoma sus orígenes.  Mar Trallero, que lo contextualiza y analiza con rigor, lo  califica como  “primer y único cuento publicado de idealización vascongada”. En efecto, como una suerte de reconciliación con sus orígenes y, quizá, como un guiño a su familia de la que las circunstancias la habían distanciado[28], este regreso espiritual a la tierra nativa, significó la recuperación de un arraigo ratificado por sus escritos  en una modesta revista, El Bidasoa mexicano (1951-1961), restringida a colaboradores que hubieran tenido relación con los ámbitos guipuzcoanos. De igual manera, posteriormente, colaboró en Euzko Lurra (1956-1975), revista en la órbita del Partido Nacionalista Vasco, editada en Buenos Aires. Es tan comprensible como significativa la reafirmación y vuelta a los orígenes en buena parte de los escritores del exilio, especialmente, cuando este se prolonga sine die. Unos meses antes de la aparición de Las Españas, había sido sobreseído en España el expediente que, al finalizar la guerra, se le incoó a Dolores por sus responsabilidades políticas.

Más difícil es dilucidar cuáles fueron las formas de colaboración en la obra de su compañero, que, indudablemente, las hubo, desde la transcripción y ornamentación de los poemas que él publicaría tan precariamente en el exilio[29].  Sí que tradujo artículos para Crisol, revista por suscripción que José Ramón vendía ambulantemente, y que no era sino el Reader’s Digest en versión mexicana. Aunque siempre haya que desconfiar de los testimonios orales, Mar Trallero aporta una entrevista con Coro, una de las hermanas de Dolores, y registra que, al final de la misma, intervino Lourdes Echevarría, presente en ella, para contar como, en uno de los viajes que MDA realizó a España en la última parte de su vida, “colaboró con su marido en los escritos que él hacía, cómo ella escribía y firmaba él, lo mucho que escribió en México” (329).

Con prólogo de su gran amiga y confidente, Concha Méndez, tan decisiva en tantos momentos de su vida, dieciocho años después de su primer libro, Dolores publicaría su segundo poemario, Árbol de sueños (1953), con 23 poemas de tono popular y ligero, que no mejoraría el anterior.  La soledad, la insatisfacción y el  fracaso son los ejes sobre los que giran las pulsiones anímicas que inspiran la breve obra. Su autora ha sobrepasado cumplidamente los cuarenta años, sus hijos han llegado a la adolescencia y ya está distanciada de su compañero. Ni el exilio ni la precaria situación económica llevan visos de desaparecer. Sobre todos estos extremos, se encuentran soterradas referencias en los versos de Dolores. Incluso pueden advertirse síntomas de algo parecido a una depresión, si es que en los tiempos difíciles, quienes los padecen pueden permitírselo. Por su parte, la escritura denota cierta falta de chispa y originalidad.

Trallero encuentra en el libro un considerable influjo de Cernuda, ya acogido en la casa de Concha Méndez con generosidad, que su huésped no siempre correspondería. Sin embargo, y aunque en Árbol de sueños puedan espigarse rasgos estilísticos del poeta sevillano, su tono convencional lo aleja de la intensidad y la tan expresiva originalidad formal del maestro.

Sería este segundo libro de MDA el último de los suyos en lo que se refiere a literatura creativa. Si habían pasado 18 años desde el primero que publicó, ahora transcurrirían 13 hasta que publicara el tercero y 21 entre éste y el cuarto y postrero, su ensayo sobre el vudú y los zombis.

Por entonces, la relación de Dolores con José se había ya deteriorado. Suponemos que la causa principal fue la entrada en la vida del narrador de Elvira Godás (1917-2015), maestra leridana que en el exilio mexicano había enviudado y, después, se había casado de nuevo y divorciado. Tanto para Elvira como para José -al que, al parecer, había conocido durante la guerra- fue, pues, su tercera relación de convivencia. Debieron de comenzar a verse a principios de la década de los cincuenta y, aunque durante un tiempo llevaron la relación en secreto, se casaron a finales de 1956[30]. Su hijo, Miguel Veturián[31], vino al mundo tres años más tarde.

Se comprende el impacto emocional que el hecho suscitaría en MDA, que, desde entonces, se dedicó con más intensidad al periodismo y a la crítica literaria y también a la de arte, en gran parte a través de los oficios de Concha Méndez, a la que había conocido en España, y con la que volvió a coincidir en Cuba y México hasta convertirse en grandes amigas y confidentes. También Concha se había separado de su marido, Manuel Altolaguirre, que, en 1944 la sustituyó por una heredera cubana, aunque siguieron colaborando. Así, Concha proporcionó  trabajo a María Dolores como institutriz en su casa y entró en contacto con Luis Cernuda, alojado allí por la aludida generosidad de Concha desde 1953 hasta su muerte.

Fue el poeta que, contra lo que era habitual en él, tuvo buena onda con Dolores, quien le proporcionó colaboraciones en España. Caracola[32], revista malagueña de poesía, dirigida por José Luis Estrada, decidió homenajear a Manuel Altolaguirre tras su muerte y la de su segunda mujer, María Luisa Gómez Mena, a resultas del  accidente automovilístico que tuvo lugar en Cubo de Bureba (Burgos) el 23 de julio de 1959[33]. El secretario de la publicación, Bernabé Fernández Canivell, convenció a Cernuda para que se encargase de seleccionar los colaboradores y él contó con MDA, quien distaba mucho de confiar en su propia poesía. No obstante, aportó un poema, “En la muerte de Manuel Altolaguirre”, ciertamente diferente a los de sus libros publicados.

Más importantes fueron los diecisiete artículos que, también a través de Luis Cernuda[34], MDA envió a Papeles de Son Armadans, la excelente revista literaria que, entre 1956 y 1979, Camilo José Cela dirigiera desde su casa de Palma de Mallorca. Dolores conocía y admiraba la obra del narrador gallego, quien le propuso diese a conocer, sobre todo, la literatura mexicana que se estaba publicando y de la que llegaban escasas noticias a España. Ello provocó una interesante correspondencia entre el editor y la articulista, parte de la cual ha dado a conocer Mar Trallero, tras consultarla en la Fundación que creara el Premio Nobel. Los artículos de MDA aparecieron entre los números 61 y 245, publicados entre 1961 y 1976[35].

A pesar de que estas colaboraciones literarias proporcionarían a Dolores algo del escaso prestigio que depara el cultivo de las letras, no eran retribuidas, por lo que tuvo que buscar en la prensa mexicana otro tipo de contribuciones periodísticas más alimenticias. Su hijo Federico aduce que, a principios de los años sesenta, impartía ocho horas de clase diarias y dejaba el fin de semana para las colaboraciones periodísticas. Además, solía leer tres o cuatro libros a la semana para la realización de sus reseñas. En todo caso, y con los  hijos criados, resultaba esta una actividad más llevadera que la padecida en décadas anteriores. Por otra parte, desde la separación, había tenido más libertad para fortalecer tanto las relaciones con nuevos elementos del exilio, distintos de los que frecuentaba su marido, como con otros estamentos de la cultura mexicana[36], de lo que dará cuenta en sus colaboraciones en la prensa, cada vez más habituales. Así, su firma estará  en diversas revistas mexicanas que aliviarán su situación económica: Nivel, Kena (revista femenina), El Rehilete (desde 1969), Revista de América, donde publica entrevistas a partir de 1967, con el seudónimo de María Danara, y otras[37].

De 1966 es su tercer libro, Arrio y su querella, de tan solo 64 páginas y editado en una colección de cuadernos culturales de educación popular, “El hombre en su historia”,  promovida por el gobierno y que, pese a su brevedad, es su libro más consistente. La historia y el contexto del fundador de arrianismo es expuesta con gran acopio de información pero también con claridad, amenidad y capacidad sintética. La herejía antitrinitaria de Arrio (S. III y IV d. C.) fue condenada en el Concilio de Nicea en el año 325 pero no desapareció sino que la doctrina fue sucesivamente reivindicada y denostada hasta su desaparición y olvido. Como recordarán los estudiantes de los planes antiguos, el arrianismo fue la religión de los vándalos y de varios reyes visigodos hasta la conversión de Recaredo I al catolicismo, lo que supuso la unidad religiosa, al menos a nivel oficial, de la Península Ibérica[38].

Tuvo que llegar el final de la década de los setenta para que María Dolores consiguiera un empleo fijo y aceptablemente remunerado a una edad en que la mayoría se encuentra al borde de la jubilación[39]. Primero fue su amiga, Ifigenia Navarrete quien la recomendó para impartir un taller de redacción en la Facultad de Economía de la UNAM, lo que deparó que fuera llamada por la Secretaría de Gobernación para contratarla como correctora de estilo. Allí fue muy apreciada, participó incluso en la redacción de discursos oficiales y se le ofrecieron distintos aumentos de sueldo y ascensos. Ella, en cambio, no dio ninguna importancia a su trabajo y lo compaginó con el periodismo y otras actividades:

(…) en sus ratos libres era tesorera de la Asociación de Escritores de México, colaboradora de diferentes periódicos y revistas, mentora de cuantos jóvenes interesados en la literatura se acercaran a ella, así como correctora de estilos de todo lo engendrado por las múltiples literatas abonadas a sus enseñanzas y de las tesis de los hijos de sus numerosas amistades. Encima, cuando se libraba de caer enferma en vacaciones, se aplicaba a pintar la casa o reparar lo que se terciara[40].

La situación de MDA mejoró, pues, en sus últimos años pudo visitar España, no sin esperar a la muerte de Franco, la obsesión de tantos exiliados. Lo hizo en el verano de 1976, acompañada de su hijo Juan Ramón y su mujer. Volvió en 1987 y en ambas ocasiones disfrutó de su familia y de su añorado País Vasco, en situación tan diferente a la que ella había vivido.

El último de los libros de la autora, Zombies. El misterio de los muertos vivientes, llegaría en 1987 para culminar una curiosa trayectoria de 4 libros en 52 años: dos de poesía y otros dos de ensayos acerca de temas ciertamente distantes entre sí. Quizá el editor quiso aprovechar la moda desatada desde el estreno del film de George A. Romero, La noche de los muertos vivientes (1968), que no ha hecho sino incrementarse. Como se dijo, la curiosidad intelectual de MDA le había llevado a interesarse por los ritos del vudú durante su estancia en La Martinica, que luego completó con otras lecturas[41]. No es un libro científico ni tampoco meramente divulgativo pero constituye una eficaz y atenta introducción al tema.

Ya anciana, María Dolores pasó sus últimos años en Hermosilla, capital del estado de Sonora, acogida por su hijo José Ramón. Murió el 5 de abril de 1999. No sabemos que su deceso suscitara algún eco en México y, muchísimo menos, en España. Era la consecuencia natural de la modestia de su carácter, el apartamiento de cualquier grupo cultural o político y las circunstancias económicas y familiares que la rodearon y no le permitieron otra cosa que acogerse a los trabajos domésticos o  intelectuales imprescindibles. Los testimonios de sus hijos y de quienes la trataron insisten siempre en su condición de persona introvertida y humilde, que casi siempre pasaba inadvertida, además de cierta timidez que ella sólo superaba cuando era necesario para la supervivencia.

He aludido a esto último en uno de los adjetivos que contiene el título de este trabajo: “supérstite”, huyendo de la palabra “superviviente”, demasiado dramática, porque María Dolores sobrevivió a un rimero de circunstancias que incrementan el mérito de alguien que, con una obra escasa y prácticamente desconocida, ha logrado no desaparecer, al menos, del ámbito académico.

María Dolores Arana Ilarduya fue supérstite del ambiente de una familia vasca ultraconservadora, lo que no le impidió una notable formación cultural, social y política y, por otra parte, adquirir su independencia civil y laboral.

Lo fue, también, de una más que complicada contienda civil y con unas nefastas consecuencias para su país.

Superó igualmente la terrible situación personal, económica y política del exilio francés con su compañero en un campo de concentración, el nacimiento de su primer hijo, atrapada, como estaba, entre la doble tenaza del franquismo por el sur y el nazismo por el norte.

Supérstite, asimismo, del  largo y peliagudo trayecto naval hasta México con un bebé recién nacido -en el viaje concibió al otro-, acompañada de un hombre que dejaba matrimonio y seis hijos abandonados en España.

De las tan difíciles circunstancias político-económicas del exilio en México con su compañero, abandonado por el PSOE y odiado por los comunistas.

Del abandono de su compañero y padre de sus hijos por otra mujer, cuando ella ya había sobrepasado la cuarentena…

Supérstite, pues, de unas circunstancias que hicieron que abandonara una vocación literaria que, con buenos auspicios, se había iniciado durante la guerra. Bien que esta se reconstituyera, pero desde presupuestos emanados más de la supervivencia que de la creatividad.

Mar Trallero, dado el subtítulo de su tesis “desde una perspectiva feminista”, incide en estos aspectos reflexionando sobre la peculiar y delicada situación de la mujer exiliada, lo que nos permite otorgarle la palabra:

(…) las mujeres acarrearán el peso de la supervivencia, que en muchos casos, y el de los Arana lo es, se convertirá en una cotidianidad lacerante (…) la lucha constante, día a día, para conseguir lo esencial para simplemente sobrevivir se instaura de manera tan permanente, sin encontrar soluciones que ofrezcan treguas reales, que la situación se cronifica y se asume finalmente como un estado cotidiano. Ello no significa que se interiorice el fenómeno como un hecho irremediable, inútil de combatir. Por el contrario, el buscar remedio es precisamente la tarea persistente, diaria, cotidiana (…)  Las mujeres  vivirán  un  exilio  marcado  por  la  postergación  de  los  propios  anhelos, sacrificarán su propia lucha en favor de otras causas, entonces consideradas más importantes o urgentes[42].

La propia Dolores reflexionó en voz alta sobre esta cuestión en una carta a Camilo José Cela en la que vierte duras palabras sobre los exilados españoles en la que se advierte, entre otras cosas, el despecho deparado por la ruptura sentimental:

(…) esta emigración (…) es ya una verdadera cloaca, el estercolero de España. Ahora me ha tocado a mí. Y si un hombre como mi marido es capaz de portarse con la bajeza propia de un ser primario y elemental, él que a todas horas andaba dictando normas de conducta y moral y  llenándose  la boca con esa España digna que  tanto parecía preocuparle como  lo  demuestran  las  editoriales  de  Las  Españas  dígame  qué  harán  los demás[43].

Un exilio desigual, en suma, que ella percibe con claridad y que le hará imbricarse de una manera más sólida con la cultura mexicana independiente del exilio, afincado siempre en las mismas obsesiones.  

De cualquier manera, el dictamen de Federico en sus memorias inculpa principalmente a la educación religiosa recibida por su madre de propiciar esa actitud pasiva y resignada, que la caracterizó en muchos momentos de su vida: 

¿De dónde venía esa tozuda negación y ninguneo de su propio trabajo? Creo que al cabo  de  los  años  he  dado  con  una  respuesta  sostenible:  de  la  religión  o, mejor dicho,  de  la  religiosidad.  Porque  por muy  profana,  anticlerical  y  agnóstica  que fuera, había en ella un poso de religiosidad que le imponía el prejuicio cristiano de que  la mujer  es un  ser  inferior,  episódico, prescindible  y  secundario, un  simple pedazo de hueso con cromosomas XY que por arte de birlibirloque se convirtieron en XX[44].

Siempre la familia y la formación religiosa condicionando las psicología y las conductas de tantas generaciones de españoles tanto en el interior como en el  exilio. Cuando Federico escribía lo que antecede, en España la influencia de la Iglesia, se había reducido muy considerablemente y, quizá, de forma ya irreversible, pese a controlar todavía grandes parcelas de la educación en todos sus niveles. Es probable que si Dolores hubiera llevado a su escritura esta cuestión, que tanto le afectaba íntimamente, hubiera podido contrarrestar parte de esos demonios. No lo hizo, fuera por incapacidad o por las antedichas circunstancias. Sí que tiene el “privilegio” de haber pertenecido y, en cierto modo, fundado, una familia fascinante desde un punto de vista humano y literario.

Desde esta perspectiva, es de considerar el alto número de libros publicados por la familia Ruiz Borau-Arana Ilarduya. A los títulos del novelista y de la propia Dolores –alrededor de quince- habría que añadir los de Federico, polifacética figura de la cultura mexicana, muy mal conocido en España, como ya se comentó, que pueden cifrarse en una veintena de títulos. Si añadimos a Alberto Ruiz-Borau, fruto del primer matrimonio, que comenzó a escribir a edad avanzada, tendríamos, al menos, otros once. Y Miguel Veturián, el hijo que hubo el narrador con Elvira Godás, además de los cuatro poemarios citados, ha dado a las prensas otro tipo de libros relacionados con su profesión de fotógrafo y experto en medicina naturista, hasta totalizar una docena. Es decir, alrededor de 60 títulos entre todos, cifra que los hijos todavía pueden aumentar.

Como la proverbial amacho[45] vasca, María Dolores Arana pastorea su familia, mecanografiando, ilustrando y, según ella misma, a veces escribiendo los textos de su marido, atendiendo todos los asuntos domésticos, incluso, pintura y reparaciones, y aportando  su trabajo para sacar a flote la precaria economía en la que se desenvolvieron durante los primeros lustros de exilio. Seguramente, su obra es menos importante que su presencia en la vida de todos las que la rodearon. Otro caso de generosidad en detrimento de sí misma[46].

                                                                             NOTAS

[1] V. RATIA (2019: 70-93)

[2] Tras el primer número, con autoría de Seral y Casas y el segundo con la de MDA, se editaron tres más debidos a Maruja Falena, José María Vilaseca y Gil Comín Gargallo. La guerra terminó con estas publicaciones.

[3] V. PÉREZ LIZANO (1992: 133-139 y 278-279).

[4] V. GARCÍA GUATAS (2008: 681-700).

[5] BONET (1996: 58).

[6] PARIENTE (2003: 44)

[7] BARREIRO (2005a; 2005b: 91-105; 2010: 103-104).

[8] TRALLERO (2019).

[9] Federico ARANA (2012: 2016).

[10] ABC, 18-V-1935,

[11] Federico ARANA (2016:26). Es sabido que Canfranc y la cercana Jaca eran y son típicos lugares de veraneo de la sociedad zaragozana y oscense. En 1927 se habían establecido en Jaca, la capital altoaragonesa, los cursos de verano de la Universidad de Zaragoza, que fueron los primeros que funcionaron en España, con lo que Jaca recogía temporalmente buena parte de la intelectualidad zaragozana.

[12] Editada por Tomás Seral y Casas, publicó catorce números entre 1932 y 1936 y fue la manifestación más importante del vanguardismo aragonés. Hay edición facsímil: BONET et alia (1995).

[13] Quizá esta curiosidad métrica impulsó al grupo teatral zaragozano “El Silbo Vulnerado” a incluir la recitación de este poema en la obra Vuelve Berta Singerman, en homenaje a la que fue famosísima recitadora argentina. Con guion de Luis Felipe Alegre, director del grupo y estrenada en el Teatro Arbolé de Zaragoza, el 24 de septiembre de 2019, es, probablemente, la primera y única vez que la obra de MDA ha sido llevada al escenario.  

[14] No obstante, Juan Manuel Bonet en su diccionario nos informa, sin aportar fechas, de alguna colaboración juvenil en la barcelonesa Hoja literaria. Trallero nos aclara en su tesis que se trata del número 1, aparecido en octubre de 1935, es decir, poco después, de la aparición de Canciones en azul, y transcribe el poema, de mayor extensión “más surrealista y de expresividad más compleja”, en palabras de la estudiosa.

[15] DÍAZ TORRE (2005: 27-50).

[16] BARREIRO (2005a: 88-89).

[17] Frente a la actitud de su familia, Dolores se identificó desde el inicio de la rebelión militar con el bando republicano.

[18] Actuó como secretaria en el II congreso de la Alianza de intelectuales antifascistas celebrado en Valencia (julio 1937), aunque también hubo sesiones en Barcelona y Madrid. Juan Manuel Bonet escribe: “parece ser que fue secretaria de Amigos de la URSS”. (BONET 1996: 58).

[19] La niña llevaba el mismo nombre de su madre, Mercedes Gracia. Nació en Mequinenza en 1937 y murió en Barcelona el 29 de enero de 1939. Al parecer, el médico dejó de prestarle atención, en plena desbandada de la población ante la toma de la ciudad por el ejército de Franco.

[20] Algunos datos aislados sobre estas relaciones pueden espigarse en las obras de sus hijos, Alberto, primogénito del primer matrimonio, y el citado Federico, segundo de los habidos con Dolores. V. RUIZ BORAU (2001) y Federico ARANA (2012 y 2016). Más datos sobre la relación de José Ruiz Borau con sus hijos del primer matrimonio en QUIÑONES (2016).

[21] Sobre esta cuestión y la consigna seguida por los miembros del PCE de marginar y desprestigiar al antes compañero de viaje hay abundante información anecdótica en las memorias de Federico.

[22] Se le proporciona un documento a nombre de José Arana Alcrudo, natural de San Sebastián y periodista.

[23] El único libro que firmó con su verdadero nombre, hoy prácticamente inencontrable, fue Apuntes de un viaje a la URSS, Barcelona, Ediciones La Polígrafa, 1938. Invitados por el gobierno soviético, en 1937 varios ex miembros del Consejo de Aragón y otros compañeros de viaje –nunca mejor dicho- tuvieron ocasión de experimentar –teledirigidos por guías entrenados para la  propaganda del sistema- las bondades del paraíso comunista, en un tiempo en el que se estaba gestando la mayor de las purgas emprendidas por Stalin, que en este caso alcanzó a los héroes más reputados de la Revolución del 17.

[24] Juan Ramón nacería en Bayona, el 21 de diciembre de 1939.

[25] También parecen de su mano las ilustraciones del manuscrito de Viva y doliente voz, poemario de José Ruiz Borau, que no fue editado en el centenario de su nacimiento. (BARREIRO: 2005a).

[26] Federico ARANA (2016: 27)

[27] Hay edición facsímil, Aragón 1943-1945, con introducción de José Carlos Mainer y Eloy Fernández Clemente, publicada por la Institución Fernando el Católico. Para las actividades de José Ruiz Borau en el exilio. V. también: FERNÁNDEZ CLEMENTE (2005: 51-74).

[28] Victoriano Arana Iturria había fallecido en 1939, cuando Dolores se encontraba en Bayona. Fácil es comprender el impacto simbólico de esta muerte para una hija distanciada y con la imposibilidad de haber acompañado a su padre, tanto en sus últimos días como en sus exequias.

[29] BARREIRO (2005a: 82)

[30] No sabemos si hubo matrimonio con Dolores, antes de llegar a Méjico pero es muy improbable. De haberse casado en el país azteca, hubiera dado lugar a bigamia, ya que la documentación no hubiera hecho posible jurídicamente la boda.

[31] El nombre Veturián es la versión aragonesa de Victoriano y José Ruiz Borau tituló así una de sus primeras narraciones: Veturián, México, Aquelarre, 1951. El hijo de Elvira y José –en realidad Ruiz Godás- también tomó el apellido prestado de su padre para firmar como Miguel Veturián Arana los cuatro libros de poemas que publicara: entre 1976 y 2000. Miguel Veturián ARANA (1976; 1988; 1994; 2000).

[32] Se publicaron 278 números entre 1952 y 1975.

[33] Altolaguirre moriría tres días más tarde en el hospital burgalés de San Juan de Dios.

[34] Uno de los más importantes que MDA escribió, “Sobre Luis Cernuda”, fue publicado en el número 107 de la revista, correspondiente a febrero de 1965. También colaboró, “Para un homenaje”, en el número monográfico que Revista Mexicana de Literatura publicara con motivo de la muerte del poeta en el número correspondiente a enero-febrero de 1964.

[35] Se reproducen en la citada tesis (TRALLERO, 2018: 426-537). V. asimismo, Ángel R. FERNÁNDEZ (1986).

[36] Por citar sendos casos significativos, Emilio Prados y Remedios Varó.

[37] Novedades, El Heraldo, El Nacional, Excelsior, Las Españas, Ruedo Ibérico, Literatura, El rehilete, El Gallo Ilustrado, Mujeres, Revista Mexicana de Literatura…recogen asimismo sus artículos. TRALLERO (2018: 172-180).

[38] Mar Trallero, en su tesis, reproduce fotografiado el ejemplar conservado en el Ateneo Español de México, pp. 538-569

[39] No obstante, en México, hasta la actualidad, profesores y otras actividades liberales pueden ejercer su trabajo hasta los ochenta años e, incluso, más allá.

[40] Federico ARANA (2016: 29-30).

[41] En el texto cita especialmente la obra del prestigioso Wade Davis, etnobotánico y profesor en Harvard, The Serpent and the Rainbow (1986), que debió de leer en inglés.

[42] TRALLERO (2018: 101-102).

[43] Cit. por ibídem  (135)

[44] Federico ARANA (2016: 31).

[45] Era así, como la llamaban familiarmente sus hijos, por deseo de ella. Federico ARANA (2016: 25).

[46] Agradezco a Juan Bautista Arana, sobrino de María Dolores, su siempre generosa disposición para mis consultas.

 

                                                                          OBRAS

Canciones en azul, Zaragoza, Cierzo, Col. Cuadernos de Poesía, 1935.

Árbol de sueños, México, Intercontinental, 1953.

–Arrio y su querella (ensayo), México, Cuadernos de Lectura Popular, 1966.

Zombies. El misterio de los muertos vivientes (ensayo), México, Posada, 1987.

 

                                                   

                                                                           BIBLIOGRAFÍA

ALTAZOR –seudónimo de Tomás Seral y Casas- (1935), “Reseña” de Canciones en azul, Noreste nº 10, primavera, 1935.

ARANA, Federico (2012), Memorias desclasificadas de un rocanrolero irredento, México, Cuadernos del Financiero.

-, Yomorias, mimorias, memorias (Memorias de un refugacho) (2016), México, Ateneo Español de México.

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ARANA, Miguel Veturián -seudónimo de Miguel Veturián Ruiz Godás- (1976), Zurrón, México, Costa Amic.

-, (1988), El gato de papel, Madrid, A-Z Ediciones y Publicaciones.

-, (1994), Gaviota de plata,  J. O. R.

-, (2000), La muerte en poemas, Barcelona, Artual.

BARREIRO, Javier (2005a), Poesías de José Ramón Arana, Zaragoza, Rolde.

-, (2005b), “Cinco escritoras aragonesas del siglo XX”, Criaturas Saturnianas nº 3, segundo semestre, pp. 91-105.

-, (2010), Voz: “Arana Ilarduya, María Dolores”, Diccionario de Autores Aragoneses Contemporáneos (1885-2005), Zaragoza, Diputación Provincial, 2010, pp. 103-104.

BONET, Juan Manuel (1995), Diccionario de las vanguardias en España (1907-1936), Madrid, Alianza, p. 58.

BONET, Juan Manuel, Ildefonso Manuel GIL y José Enrique SERRANO ASENJO (1995), Noreste, Edición facsímil, Zaragoza, Gobierno de Aragón.

DAVIS, Wade (1986), Tre Serpent and the Rainbow, New York, Simon & Schuster.

DÍEZ TORRE, Alejandro R. (2005), “Una de las vidas de José Ramón Arana” en Poesías de José Ramón Arana (Ed. Javier Barreiro), Zaragoza, Rolde, pp. 27-50.

FERNÁNDEZ, Ángel R. –edición- (1986), Índices de la revista “Papeles de Son Armadans”, Pamplona, Universidad de Navarra.

FERNÁNDEZ CLEMENTE, Eloy, (2005), “José Ramón Arana en el exilio de Méjico” en Poesías de José Ramón Arana (Ed. Javier Barreiro), Zaragoza, Rolde, pp. 51-74.

GARCÍA GUATAS, Manuel (2008), “Un testimonio de la vida artística moderna en la España de posguerra”, Artigrama nº 23, pp. 681-700.

MÉNDEZ, Concha (1953), “Prólogo” a Árbol de sueños, México, Intercontinental.

OTAOLA, Simón (1952), La librería de Arana, México, Aquelarre.

PARIENTE, Ángel (2003), Diccionario bibliográfico de la poesía española del siglo XX, Sevilla, Renacimiento, p. 44.

PÉREZ LIZANO, Manuel (1992), Focos del surrealismo español. Artistas aragoneses 1929-1991, Zaragoza, Mira.

QUIÑONES POZUELO, Javier (2016), “La dignidad de la memoria: un encuentro con Alberto Ruiz-Borau”, Blog “De ahora en adelante. Páginas de literatura y vida”, 25 enero 2016. http://jquinyonesblog.blogspot.com/2016/01/la-dignidad-de-la-memoria-un-encuentro.html

RATIA, Alejandro J. (2019), “Las vanguardias en Augusta. Arte en Sansueña”,  Rolde, 170-171, julio-diciembre 2019, pp. 70-93

RINALDI RIVERA ROSAS, Yolanda (2006), “José Ramón Arana: el escritor olvidado que no podía olvidar”, Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Barcelona-Sevilla, Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL)-Renacimiento, pp. 137-144.

RUIZ-BORAU, Alberto (2001), La piel de la serpiente, Zaragoza, Autor, 2001.

SERRANO ASENJO, José Enrique (1990), Estrategias vanguardistas, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, pp. 81-85.

TRALLERO CORDERO, Mar (2018), María Dolores Arana. El exilio literario republicano de 1939 desde una perspectiva feminista (Tesis doctoral dirigida por Manuel Aznar Soler, presentada en la Universidad Autónoma de Barcelona el 23 de mayo de 2018).

Matrimonio Arana e hijos en la década del cincuenta.

 

 

 

María Dolores Arana. (Zumaya, 24-7-1910-Hermosillo (México), 5-4-1999). De origen vasco, fue una de las primeras mujeres que ganó oposiciones al Cuerpo Auxiliar de Aduanas, al que también perteneció su padre. Realizó estudios de magisterio y piano y estuvo en relación con el Ateneo Guipuzcoano y el Grupo de Arte Gu. Parece que tuvo contactos con Madrid, Barcelona y Zaragoza, de los que apenas hay noticias. Sin embargo, fue en la capital de Aragón donde cimentó su vocación literaria. Así, publicó varios textos en la revista Noreste y en 1935 editó el poemario Canciones en azul, número 2 de los Cuadernos de Poesía de la Editorial Cierzo, con un retrato de Federico Comps y ornamentación de Gaspar Gracián, que saludó el propio Tomás Seral  y Casas en la revista citada. Serrano Asenjo en Estrategias vanguardistas dedica un extenso y útil comentario a este libro. Durante el siglo XX es el único autor español que se refiera a ella, aparte de la breve nota de Juan Manuel Bonet en su diccionario de vanguardias en la que nos informa de sus colaboraciones juveniles en la barcelonesa Hoja literaria.

  La primera de sus tres colaboraciones en Noreste corresponde al número 7, publicado en el verano de 1934 y es un curioso y muy breve poema trisílabo, que tituló “Resaca”:

Amor;

te sentí

nacer

en mí.

¡Qué dolor!

No supe

de ti

qué hacer;

dormí.

  Volvió a publicar en los números 9 y 10, este último dedicado monográficamente a mujeres, poemas de su Canciones en azul, un libro en que el afán de integración con la naturaleza junto a la hostilidad y el rechazo hacia el mundo incómodo de la realidad es el tema que adquiere mayor protagonismo.

Durante la guerra civil María Dolores fue secretaria de José Ruiz Borau, entonces en el Consejo de Aragón, y entabló una relación sentimental con el futuro novelista que dejaría a su familia y se exiliaría con ella en Francia, adonde había acudido enviado por el S.I.M. (Servicio de Información Militar) y, desde octubre de 1941, en Méjico. Como es sabido, Ruiz Borau, con el que tuvo dos hijos, adoptaría su apellido y, a partir de entonces, firmaría todos sus libros como José Ramón Arana (V. https://javierbarreiro.wordpress.com/2012/04/14/jose-ramon-arana/. Tras unos años de convivencia, el matrimonio se separó pero María Dolores Arana siguió con su actividad intelectual. Durante su exilio mejicano publicaría al menos tres libros más, Árbol de sueños (1953) –poesía-, Arrio y su querella (1966), acerca de las primeras herejías cristianas y Zombies, el misterio de los muertos vivientes (1987),  en el que aborda con rigor el fenómeno del vudú haitiano.

Árbol de sueños, con un prólogo en verso de Concha Méndez y muy breve (23 poemas) es un libro de insatisfacción y soledad, que parece encubrir un conflicto, probablemente de carácter amoroso. De tono medio y a menudo tópico, falta la chispa de originalidad que dé fuerza a su poesía.

     Sobre tus sueños va

      mi corazón sediento

     y proclamando voy

  Tu muda ausencia

   mi soledad

        la soledad del hombre

el sentirme callada

sorda

ciega

trascendida de angustia

y de ceniza.

María Dolores Arana ejerció la crítica de arte y fue amiga de Altolaguirre, Concha Méndez, Emilio Prados y Cernuda, con el que tuvo una relación muy directa y sobre el que publicó numerosos artículos y llegó a alojar en su casa. Hay entrambos un importante epistolario que ya ha sido publicado. Entre 1961 y 1976  Papeles de Son Armadans, la revista de Camilo José Cela, a quien también le unió la amistad, publicó diecisiete colaboraciones debidas a su pluma. En diarios y revistas mejicanas como Novedades, El Heraldo, El Nacional, Excelsior, Las Españas, Ruedo Ibérico, Nivel, Literatura, El rehilete, El Gallo Ilustrado, Kena, Mujeres, Revista Mexicana de Literatura… se recogen asimismo muchos de sus artículos. 

(Publicado en «Cinco escritoras aragonesas del siglo XX», Criaturas Saturnianas nº 3, segundo semestre 2005, pp. 91-105), más insertos,  Obras y Bibliografía extraídas de mi Diccionario de Autores Aragoneses Contemporáneos (1885-2010), Zaragoza, DPZ, 2010, pp. 103-104, con algunas correcciones y adiciones).

El retrato de Arana fue dibujado por su amigo «el aprendiz de escultor José Oliay» en el campo de concentración de Gurs (15-VI-1940).

V. también en el blog: https://javierbarreiro.wordpress.com/2020/12/06/maria-dolores-arana-poeta-madre-y-superstite/

                                                                                     OBRAS

Canciones en azul, Zaragoza, Cierzo, Col. Cuadernos de Poesía, 1935.

Árbol de sueños, México, Intercontinental, 1953.

Arrio y su querella (ensayo), México, Cuadernos de Lectura Popular, 1966.

Zombies. El misterio de los muertos vivientes (ensayo), México, Posada, 1987.

                                                                          BIBLIOGRAFÍA

ALTAZOR (Tomás Seral y Casas), «Reseña» de Canciones en azul, Noreste nº 10, primavera, 1935.

-ARANA, Alberto, La piel de la serpiente, Zaragoza, Autor, 2001.

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-ARANA, Federico, Yomorias, mimorias y memorias, Ateneo Español de México, 2016.

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-BARREIRO, Javier, Poesías de José Ramón Arana, Zaragoza, Rolde, 2005.

Poesías-José Ramón Arana

-, «Cinco escritoras aragonesas del siglo XX», Criaturas Saturnianas nº 3, segundo semestre 2005, pp. 91-105.

Diccionario de Autores Aragoneses Contemporáneos (1885-2005), Zaragoza, Diputación de Zaragoza, 2010, pp. 103-104.

-BONET, Juan Manuel, Diccionario de las vanguardias en España (1907-1936), Madrid, Alianza, 1995, p. 58.

-MÉNDEZ, Concha, «Prólogo» a Árbol de sueños, México, Intercontinental, 1953.

-PARIENTE, Ángel, Diccionario bibliográfico de la poesía española del siglo XX, Sevilla, Renacimiento, 2003, p. 44.

-RINALDI RIVERA ROSAS, Yolanda, «José Ramón Arana: el escritor olvidado que no podía olvidar», Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Barcelona-Sevilla, Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL)-Renacimiento, 2006, pp. 137-144.

-SERRANO ASENJO, José Enrique, Estrategias vanguardistas, Zaragoza, IFC, 1990, pp. 81-85.

Publicado en Vicente Escudero. Dibujos, Granada, Caja de San Fernando, 2000, pp. 14-25.Escudero, Vicente por Man Ray

                                                                Fotografía de Man Ray

Todo en Vicente Escudero es un milagro. Como acostumbra a suceder en quienes se constituyen en mitos. Aunque haya que reconocer que, por las extrañas piruetas de los prestigios en nuestro país, Escudero no ha llegado a constituirse en tal. Pero todo en su trayectoria tiene ese aire entre secreto, inexplicable y legendario, que suele acompañarlos. Como sucede con Gardel, contemporáneo suyo. O con Valentino, Billie Holiday, Lucha Reyes, Raquel Meller o Eva Perón. En puridad no sabemos en qué año vino al mundo. Bonet y Salas dan la fecha de 1885;  Blas Vega, la de 1887; Vicente Marrero, la de 1892, García Domínguez lo hace nacer, a las nueve de la mañana en el número 19 de la vallisoletana calle de Tudela, el 27 de octubre de 1888, y ésta es la fecha más compartida. Vicente fue el segundo de trece hermanos con los que después tuvo poca relación, no sólo a resultas de su vida errante, sino porque, excepto Ángeles fallecida en 1962, todos murieron tempranamente. La profesión de su padre, zapatero artesano[1], es como una premonición de que Vicente se ganaría la vida haciendo sonar sus botines sobre cualquier superficie. Él nos cuenta que entrenó sus primeros redobles sobre las tapas de las alcantarillas y bocas de riego, porque cada una de ellas sonaba diferente y así podía percibir los matices de su taconeo mejor que en el suelo o en superficies de madera. Al ser de hierro fundido, en ocasiones las partía pero, sin duda, le sirvieron para adquirir esa fuerza de tobillos que le caracterizó y que le permitía realizar sus bailes con calzado normal y sobre superficies no preparadas, licencias que siempre reprochó a sus sucesores. Muchas veces contó que también bailaba sobre un árbol cruzado sobre las riberas del Esgueva lo que le había ayudado a encontrar ese equilibrio vertical que siempre caracterizó su estampa.

Sea como fuere, a finales de siglo realiza sus primeras actuaciones en público en un local de Valladolid conocido como «El cine del Chepa». Su padre, amoscado por las inclinaciones del vástago -ningún progenitor primisecular y castellano podía mirar con buenos ojos las veleidades danzarinas de su retoño-, hizo que se empleara sucesivamente de linotipista en varias imprentas. En ellas intentaba traducir en pasos los sonidos de las máquinas hasta que lo terminaban por despedir. Este feroz autodidactismo, esta forma de aprender basada en la circunstancia, en la naturaleza, en lo que la peripecia le ponía a mano, nos habla de su indómita vocación, de su predestinación obstinada. Como siempre hizo, en cualquier contexto daba muestras de originalidad y genio. Igualmente se fijaba en los trenes para luego reproducir su gama de sonidos o imitaba los saltos de los gatos o los de las hojas de los árboles movidas por el viento. O lo que viniese a cuento[2].

El joven bailarín se ve ya habilitado para salir de su casa y hacer sus primeros «bolos» por pueblos de la provincia con ínfimas compañías de varietés o de cómicos. Pronto percibe que debe llegar a la raíz del baile y decide marchar al Sacromonte. Escudero no era gitano aunque él asegura -tal vez, mitificando su experiencia- que de niño gustaba juntarse con ellos. El baile flamenco, como la sabiduría hermética, no se transmite. Hay que merecer, con dedicación, trabajo y padeceres su conocimiento. Allí, como durante toda su vida, continúa aprendiendo, ahora con anónimos maestros. En 1907 se ve con arrestos para dar el salto a Madrid donde comienza a actuar en los cafés cantantes. En el de la Marina es despedido porque vuelve locos a los guitarristas al no saber llevar el compás. Pero aprenderá. Viaja a Santander, actuando en El Brillante, y a Bilbao, donde, en el Café de las Columnas, conoce Antonio de Bilbao. Vicente Escudero hasta el final de su larga vida lo reconoció como su auténtico maestro y se sintió deudor de su arte. Fernando de Triana califica a dicho bailarín sevillano, discípulo de Enrique el Jorobado[3], como el más dotado en cuanto a la ejecución de pies y asegura que nadie le superó en alegrías y zapateados. Llega a decir que, si esa perfección la hubiera logrado también de cintura para arriba, hubiera sido el más grande.

Con lo aprendido, Vicente se siente capaz de recorrer la piel de toro, actuando fundamentalmente en cines. Es sabido que por entonces el llamado arte de nuestro siglo era considerado como un espectáculo menor al que había que rellenar con varietés para que el público se sintiese atraído. Dígase, de paso, que la oferta de espectáculos en grandes, pequeñas ciudades y pueblos era entonces mucho mayor que hoy, pese a la, comparativamente, escasa población que albergaban. Faltaba, eso sí, la televisión con lo que la sociabilidad del pueblo nada tenía que ver con la de hogaño. Escudero confesaba a Marquerie que, con los empresarios Sanchís de Gijón y Farrusini de Zaragoza, llegó a dar dieciocho funciones diarias por catorce reales. Con lo que piensa que ganará más bailando al aire libre y pasando el plato. Como eso le parecía humillante, se une a un guitarrista que, luego, le sisa la recaudación. Clausura la sociedad con la rotundidad que siempre caracterizó sus acciones[4].

En éstas, fue reclamado para el servicio militar. No imaginamos a Escudero bailando al son de clarines y retretas ni obedeciendo voces marciales. Por otra parte, Marruecos ardía de nuevo en rebeldía. Por unas u otras causas, el bailarín decidió hacer el petate pero para pasarse a Portugal, país con el que los intercambios artísticos eran mucho más frecuentes que hoy día. Un año pasó recorriendo la geografía lusitana hasta dar el salto a un París en el que la «Belle Èpoque» daba las boqueadas. Bailó en el pequeño teatro que por entonces se ubicaba en la torre Eiffel, pero no tuvo suerte en principio y probó fortuna en Londres, donde tampoco cuajó.  La guerra le había sorprendido en Munich. Pudo salir, sin embargo, marchar a Italia y recorrer la Europa no abrasada por la contienda y también Egipto, Palestina, Persia y la India. Con su intuición natural, estampó que allí había visto los más antiguos trajes de baile flamenco. Regresó a París, y ya fue encauzando su arte con actuaciones estables y giras por Europa, hasta el punto de que, en 1920, pudo llevarse a su madre a vivir con él.

Entretanto, nunca perdía la oportunidad de aprender de sus compañeros de tablado o de artistas españoles en gira por Europa. En Oslo conoció al gitano Matías de Málaga. Así, hasta que en 1920 se presentó en el Olimpia, tras ganar el Concurso Internacional de Danza en el Teatro de la Comedia parisino bailando el pasodoble «Garboso», lo que le valió ser contratado por los ballets rusos de Diaghilev. De nuevo en solitario, el 27 de noviembre de 1922 debutó en la sala Gaveau. Por entonces, ya había tomado contacto con la vanguardia y la fascinación por lo experimental, basada en un profundo conocimiento de las raíces, nunca le abandonaría[5]. Su prestigio iba in crescendo y el 10 de junio de 1924 pudo presentar en el Teatro Fortuny de la capital francesa una compañía de baile clásico español y al año siguiente abrir su propio estudio. En 1925 Falla le encarga, junto a Antonia Mercé, La Argentina[6], el montaje de El amor brujo[7], que llevó a cabo en el Trianon Lyrique y constituyó un extraordinario triunfo para el compositor y los intérpretes.

 Pocos años antes había conocido a la que iba a ser la compañera de su baile y de su vida, Carmita García, a la que profesó admiración y amor auténticos, lo que manifestó de palabra y por escrito siempre que tuvo ocasión. Por otro lado, su carácter extravagante y genial iba sembrando de pintoresquismo toda su peripecia. Desde su gato Muso, que se hizo famoso entre la bohemia de Montmartre, hasta su indescriptible peinado a base de goma de tragacanto que él mismo elaboraba para disimular su calvicie o su recital en la sala Pleyel, donde bailó al compás del sonido de dos motores eléctricos. Fue Gaston Modot -el protagonista de La edad de oro– quien le convenció para actuar en público después de haberle visto hacerlo en privado.

 Escudero vivía en la rue Victor Masse, muy próxima a la plaza de Pigalle, donde había estado El Gato Negro, al que acudieron los primeros pintores bohemios, como Toulouse-Lautrec o Utrillo. Seguía su interés por los vanguardistas a los que había conocido en los cafés. Por influencia de ellos empezó a pintar de forma intuitiva y a aplicar el vanguardismo a sus bailes y decorados. Él mismo hizo, por ejemplo, el cartel anunciador de su actuación en la sala Pleyel. En 1925 organizó una fiesta española en la sala Boulier a beneficio de los soldados españoles de África en la que había muerto su hermano Daniel y a la que asistieron y colaboraron, entre otros, Manuel Ángeles Ortiz, Bores, Ontañón, González de la Serna, Pancho Cossío y Sánchez Ventura[8]. Su conexión con este mundo la llevó a su espectáculo Bailes de vanguardia que presentó a su vuelta a España en la temporada 1929-1930. Muchas veces, pintaba sus propios bailes. Participó también en un cortometraje experimental, Noticiario de cine-club (1930), dirigido por el entonces furibundo vanguardista y director de La Gaceta Literaria, Ernesto Giménez Caballero.    

 En 1931 participó en el homenaje que se le tributó en Londres a Ana Paulova, con la que años atrás había bailado en el Acuarium de San Petersburgo. Luego, emprendió una gira por la Argentina que desembocó en los USA  donde obtuvo un éxito inenarrable. A su vuelta a España se organizó un acto-homenaje en su ciudad natal que fue presidido por el académico Narciso Alonso Cortés. De nuevo en 1934, volvió a América, antes de estrenar el 28 de abril en el madrileño Teatro Español la más feérica versión de El amor brujo[9], con decorados de Bacarisas. Le acompañaron dos nombres legendarios en el baile español: Pastora Imperio y La Argentina. Volvió a interpretar la obra de Falla en el Radio City Music Hall de Nueva York, donde llegó a ser considerado el mejor bailarín del mundo. En España tuvo en cambio detractores e, incluso algunos llegaban a reírsele, sobre todo durante su última época de bailarín en la que su avanzada edad, su peluquín con anticuada raya en medio y la rotundidad y arrogancia de sus manifestaciones le incluían definitivamente en la categoría de lo pintoresco.

  Tras casi dos años en gira con la obra de Falla, la guerra civil lo encontró en Valladolid de donde, tras algunas dificultades con los falangistas, pudo salir presentando en Capitanía General los contratos que tenía firmados en el extranjero. Pensaba reunirse con Antonia Mercé, La Argentina, para preparar un nuevo espectáculo para el que habían sido contratados en Nueva York. A principios de agosto recibió en la frontera la noticia de la repentina muerte de la bailarina lo que le sumió en honda consternación. A ella dedicó el primer capítulo de su libro en el que expresa que todo él quiere constituir un homenaje a su memoria.

 Tras la guerra se instala en Barcelona bailando El amor brujo con María de Ávila, a la sazón prima ballerina del Liceo, y actuando después con Carmita en el Palau de la Música. En 1942 hizo la coreografía de Goyescas (1942) de Benito Perojo, film en el que Imperio Argentina interpretaba los papeles de maja y condesa. Ese mismo año presenta en Madrid su creación de la seguiriya gitana, que nunca se había llevado al baile y que constituyó un hito en el arte del baile flamenco. Dirigió, asimismo, la coreografía en otras dos películas, Castillo de naipes (1943) de Jerónimo Mihura, y la versión de La Revoltosa que filmó en 1949 José Díaz Morales, aunque no reincidió apenas en el cine porque opinaba que en ese medio el baile no se podía expresar espontáneamente. Volvió, sin embargo, en otras ocasiones: en 1960, bailando zapateado en el cortometraje Fuego en Castilla del cineasta vanguardista José Valdelomar; en 1965, como actor secundario en una estupenda película de Mario Camus,  Con el viento solano, basada en la novela homónima de Aldecoa, que interpretó su discípulo Antonio Gades; y, finalmente, pasados sus ochenta años, cantando tientos en Flamenco en Castilla (1970) de José López Clemente. Suele citarse su participación en dos filmes, Brindemos por el amor y Gitanos de Castilla, cuyas fichas no he localizado. Parece que participó también en dos películas filmadas en Hollywood[10].

                                        El amor brujo. Vicente como espectro y Carmita García

En las décadas de los cuarenta y los cincuenta siguió con sus giras, junto a su compañera gitana Carmita García, a lo largo de España y el ancho mundo. A los Estados Unidos volvió en 1955-1956 y en 1960, hasta totalizar siete viajes a lo largo de su vida. Pero el hecho fue que, una vez instalado en Barcelona, empezó a ser reconocido en España donde hasta entonces había actuado poco.

 Convertido ya en un símbolo vivo, empezaron a tributársele homenajes. En 1946 Walter Starkie[11], le presenta en el Instituto Británico madrileño. Escudero imparte una conferencia ilustrada con ejemplos coreográficos interpretados por Carmita y él mismo. La titula «El misterio del arte flamenco»  y también la llevará a la barcelonesa Casa del Médico, a la Sorbona y a otros muchos foros, antes de incorporar incluso el cante, cosa que sucedió en el Ateneo madrileño en 1949. Fue también notable el homenaje que en 1954 se le rindió en el Teatro Carrión de Valladolid, donde por única vez bailó con la también vallisoletana Mariemma[12].

 Como se ve, el ámbito del baile ya le era estrecho y empieza a extender su actividad a muchos otros terrenos. En 1947 la prestigiosa editorial Montaner y Simón le había publicado, en magnífica edición ilustrada de 1.100 ejemplares, Mi baile, un libro absolutamente fascinante cuya lectura es un placer y no sólo para el admirador o el interesado por la danza. Su prosa, como también sucedía con su conversación, resplandece vigorosa, amena, pintoresca y extraña. Escudero no fue nunca a la escuela y él mismo reconoce que escribía con faltas de ortografía, como confirman sus cartas, redactadas con soltura, pero también con abundantes arbitrariedades sintácticas. Es muy probable que el texto fuera pulido por algún corrector -seguramente, Pancho Cossío, que lo transcribió- pero aún así siempre se aprecia en él la fuerza, la espontaneidad y la originalidad que siempre caracterizaron al maestro. Por otra parte, el libro no es sólo un esbozo de autobiografía y una colección de hechos pintorescos y afirmaciones desparejas sino que corresponde exactamente a su título: una explicación de cómo Escudero había construido un estilo de baile basado en la máxima fidelidad a los orígenes, pero al que había incorporado el espíritu de su siglo. Además, constituye un alegato y una advertencia en torno a los rumbos que, desde hacía tiempo, estaba tomando la danza escénica española, afectada por un proceso de popularización y contaminación, acrecentado durante los años cuarenta, en la que privaba solamente el sentido del espectáculo.

 En 1948 presenta su primera exposición individual, «Dibujos automáticos» en la madrileña Galería Clan de Tomás Seral y Casas[13]. Pronto llevaría al libro varios de sus dibujos comentados:  Pintura que baila (1950). Culminó estos escarceos teóricos en su disertación en El Trascacho, lugar de reunión de bohemios e intelectuales barceloneses[14], donde el 9 de diciembre de 1951 da a conocer su famoso Decálogo sobre el baile flamenco. No se olvide que estos mandamientos son exclusivamente para el baile masculino, ya que «la mujer, cualquier cosa que haga con tal que tenga arte y hondura, resulta hermosa». Vicente Escudero se sentía poseído de una natural autoridad moral en todo lo que afectaba al flamenco, como volvió a demostrar en su disco de 1963 en el que imparte doctrina sobre los cantes más puros.

 Por supuesto que Vicente Escudero continuó bailando -lo necesitaba visceralmente- y llevando sus recitales fuera de su país. En 1955-1956 recorre América del Norte con actuaciones clamorosas y cobrando dos mil dólares semanales. Aún volvería a los Estados Unidos en 1960 y, con cerca de ochenta años, realizó una gira por seis países europeos. Igualmente siguió trabajando en España hasta su última actuación que tuvo lugar en Madrid (1969). Bailar hasta tan avanzada edad le provocó, según su médico, el doctor Martorell, los problemas de riego sanguíneo que padeció en sus últimos años.

 Entre todo esto, le había quedado tiempo para participar en películas de cine, seguir con sus conferencias y proposiciones teóricas[15]; publicar otro librito,  Arte flamenco jondo, en 1959; proponer un congreso de Arte Flamenco que se organizó en 1960 en el madrileño Teatro de la Comedia, en el que por primera vez interpretó en público tonás, martinetes y deblas, y editar en 1963 el mentado disco de cantes, que es un auténtico documento[16]. Por otra parte, la parálisis progresiva que afectaba a su compañera Carmita García desde 1959 hizo que tuviera que atenderla en los años que precedieron a su muerte en 1964 e invertir en la enfermedad todos sus ahorros. Téngase en cuenta que Escudero, como era tan habitual en los artistas de su género, gastaba con liberalidad y sin cálculo el abundante dinero que le llegaba de sus actuaciones. 

 En 1963 formó pareja artística con la bella bailarina catalana María Márquez[17], recientemente fallecida, con la que vivió hasta su muerte, acaecida en el piso de la Plaza Real que compartían, el 4 de diciembre de 1980. Los últimos años no fueron fáciles. Pese a las actuaciones y homenajes, su intransigencia, su personalidad, su irracionalismo épatant, en una época en que el país vive aceleradamente el desarrollismo y las corrientes estéticas han postergado lo típicamente español como algo caduco, provocan que su figura sea sólo apreciada en los círculos de iniciados mientras que otras veces ni siquiera es tomado en serio[18]. Su situación económica es mala. En realidad, ha de vivir de la familia de María Márquez pero él siempre mantuvo la dignidad de quien se sabía guardián de las claves del arte. Fue enterrado en el Panteón de Vallisoletanos ilustres. Su localidad natal revisó su obra en el Festival Internacional de Danza de 1994.

 En tan dilatada biografía es difícil ponderar la radical contribución de Vicente Escudero al baile español del que constituye el mejor exponente. Son tan abundantes y personales sus creaciones, desde la máxima pureza de este arte hasta sus expresiones más vanguardistas, que costaría escoger unas cuantas para su glosa. Si el baile es un excelente vehículo para la transmisión de la creatividad, la emoción, la sensibilidad y el talento personal, Vicente Escudero no sólo se sirvió de él para su expresión sino que llevó su genio a todos sus modos de estar en el mundo. Él mismo constituye una suerte de emblema de la España del siglo, alternando entre los baldones de la injusticia social y el resplandor de sus genios. Tantas veces solanesco, tantas veces reconstituido de los horrores de sus tiranos, ese pueblo tuvo una exacta representación en quien salió de su entraña, vivió en su entraña y representó sus valores más auténticos.

               Escudero en el Museo de Escultura vallisoletano. Foto: Carl von Vechten

Pero Escudero fue también un genio porque su inteligencia natural y su intuición le llevaron a juntarse con aquellos de quienes podía aprender. Unía su orgullo de saberse el mejor -porque sin ser gitano ni andaluz ni tener antecedentes familiares en su arte, a fuerza de tesón, preparación y esfuerzo había logrado serlo- con la humildad de reconocer -cosa tan infrecuente en los divos- la excelsitud de aquellos a quienes buscaba: Falla, Picasso, Miró, los surrealistas, Ontañón, La Argentina…

 ¿Quién si no un genio podía presentarse anciano, desdentado, con un patético bisoñé con tufos y los ojos pintados, anacrónico todo él y, al bailar, suspender todos los prejuicios y proporcionar la impresión de que se estaba asistiendo a un irrepetible acontecimiento?

 Vicente Escudero bailaba solemne, hierático pero armonioso, rotundo pero sutil en sus transiciones y cadencias. Su verticalidad parecía incrementar su no destacable estatura. Las caderas quietas, firmes, como comprimidas por un armazón, las manos planas con los dedos soldados entre sí. Combinaba lo clásico con lo imprevisible, la tradición y la innovación. A Carmen Amaya, la mejor del siglo en lo flamenco, le dijo -y seguro que ella lo compartiría- que el que bailase «sabiendo anticipadamente lo que iba a hacer estaba más muerto que vivo». En otra ocasión, discutiendo con otros bailarines, les espetó que prefería bailar con el ruido del viento antes que, como hacían ellos, seguir como un perrito la música ratonera. En todo caso, incluso sus detractores reconocen que amplió y enriqueció el braceo que, hasta su aparición, era muy corto en el baile masculino. Su austeridad estética no aminoró sino que incrementó la plástica de sus danzas.

 Este danzar descarnado y sin florituras, se apreció más en el extranjero que en España donde, desde principios de siglo, el baile flamenco había tomado un sentido de espectáculo que lo desgajó de sus raíces.

 Pero, como se ha visto, Escudero fue capaz, además de innovar, como sólo pueden hacerlo quienes conocen los fundamentos. Hoy sabemos que las vanguardias constituyen el principal -y para algunos él único- aporte estético de nuestro siglo. El inicial Escudero, que bailaba al son del sonido del tren, de las linotipias o utilizando como castañuelas sus propias uñas, estaba haciendo vanguardia sin tener conciencia de ello, pero cuando en la sala Pleyel baila al ritmo de las dinamos se está asistiendo a un acontecimiento tan radical como lo fueron las primeras obras de Duchamp o de Buñuel.

 Como señaló Vicente Marrero, desde sus primeros tiempos en París sufrió a todas luces la influencia cubista[19] del más castizo cuño español, influencia que encaja bien con su figura netamente castellana, varonil y seca, porque todo son rectas en el más agudo e inteligente de nuestros bailadores: recto, su baile; recta su figura. Adoptó también señas de identidad del expresionismo, el futurismo y el surrealismo. De hecho, sus amigos vanguardistas tocaron todos los movimientos y disciplinas. Y no se olvide que esa interrelación no consistía en un floreo de conocimientos y perspectivas en torno al velador de un café sino en un intercambio vital cotidiano. Las casas de unos y otros solían estar abiertas y el ocio creador les permitía asistir continuamente a eventos donde se encontraban para terminar la noche lo más fantasiosa y locamente que fuera posible. Man Ray, Juan Gris, Leger, Tzara, Buñuel, Modot, Picabia, Metzenger, Breton, Van Dongen, Eluard, Miró[20]… se contaron entre sus compinches. Escudero siguió compartiendo hasta el final de su vida la amistad con los artistas más innovadores de las nuevas generaciones, como se puede comprobar por las ocasiones en que se incluyó en sus firmas y manifiestos.

 Aunque, como al principio se adujo, la figura de Vicente Escudero no haya alcanzado la popularidad de otros genios contemporáneos y ni siquiera haya un sólo libro dedicado a su figura[21], su prestigio entre los conocedores, críticos,  intelectuales y artistas no ha tenido fisuras desde los años veinte hasta los ochenta. Folkloristas, estudiosos y flamencólogos han reconocido con respeto y admiración su radical importancia en el mundo de la danza. Quienes tuvieron el privilegio de tratarlo reconocen que el personaje era tan interesante como su obra. Su inquietud creadora y su siempre indagatoria actitud vital se resumen en una de sus frases lapidarias: «A mí siempre me ha gustado lo que no entiendo».

                                                       OBRAS*

 -Mi baile, Barcelona, Montaner y Simón, 1947. (Reedición facsimilar con prólogo de Ramón García Rodríguez, Valladolid, Fundación Municipal de Cultura, 1994).

-Pintura que baila, Madrid, Afrodisio Aguado, 1950.

-Arte flamenco jondo, Madrid, Estades, 1959.

 *En  El enigma de Berruguete. Danza y escultura, firmado por Luis de Castro, Valladolid, Imprenta Provincial, 1953, los comentarios a los dibujos son de Vicente Escudero.

                                                        BIBLIOGRAFIA

 -BLAS VEGA, JOSÉ, «Vicente Escudero y la Vanguardia Flamenca» en La Caña, Nº Extraordinario, Febrero 1996, pp. 12-18.

-BLAS VEGA, José y Manuel RIOS RUIZ,  Diccionario Enciclopédico Ilustrado del Flamenco (TOMO I), Madrid, Cinterco, 1988, pp. 269-272.

-BONET, Juan Manuel, Diccionario de las vanguardias en España. 1907-1936, Madrid, Alianza, 1995, p. 220.

-GARCÍA ESCUDERO, Francisca, El círculo mágico (Antonia Mercé, Vicente Escudero y Pastora Imperio), Cáceres, Institución Cultural el Brocense, 1988, pp. 36-54.

-GARCÍA DOMÍNGUEZ, Ramón, Vicente Escudero, Valladolid, Caja de  Ahorros Popular de Valladolid, 1983.

-GASCH, Sebastián y Pedro PRUNA, «El gitano universal» en De la danza, Barcelona, Barna, 1946.

-GONZÁLEZ GARCÍA, Ángel «Estar enterao» Pueblo, Madrid, 13 de diciembre de 1980.

-MARQUERIE, Alfredo, Personas y personajes. Memorias informales, Barcelona, Dopesa, 1971, pp. 283-292.

-MARRERO, Vicente, El enigma de España en la danza española, Madrid, Rialp, 1959, pp. 69-82.

-MORENO, Cristina, «Escudero, Vicente»,  Diccionario de la música española e hispanoamericana, Tomo 4, Madrid, Sociedad General de   Autores y Editores, 1999, p. 737.

-MUÑOZ, Carlos, El Trascacho, Barcelona, Plaza & Janés, 1981.

-ONTAÑÓN, Santiago y José María MOREIRO,  Unos pocos amigos verdaderos, Madrid, Fundación Banco Exterior, 1988, pp. 63-69.

-RODRIGO, Antonina, «El legendario bailaor Vicente Escudero», Tiempo de Historia nº 67, Año VI, Madrid, Junio 1980, pp. 82-97.

-SALAS, Roger, «El taconeo visionario», El País, Madrid,11 de junio de 1994.

-SANZ DE SOTO, Emilio, «Gaston Modot…, el hispanófilo» en VV. AA, Luis Buñuel. El ojo de la libertad, Madrid, Amigos de la Residencia de Estudiantes-Fundación ICO, 2000, pp. 187-190.

-VV. AA. (Javier Barreiro-Pere A. Serra-Dolores Durán-P.G. Romero), Vicente Escudero. Dibujos, Granada, Caja San Fernando, 2000.


    [1] Al menos eso asegura Ramón García Domínguez en el folleto biográfico que, pese a su brevedad, es lo más completo que se ha publicado sobre el bailarín. Y lo mismo le confiesa Escudero a Antonina Rodrigo en una entrevista realizada poco antes de su muerte. Sin embargo, el propio Vicente Escudero aseguró a Joaquín Soler Serrano en el programa «A fondo» que su padre fue corredor de ganado lo que le permitió entrar de muy niño en contacto con los gitanos.

    [2] El sastre que le confeccionó a los diecisiete años su primer traje corto le dijo que había oído hablar de él como de alguien que estaba turulato, parecía un palo bailando y que no había guitarrista que lo pudiese seguir, Vicente le contestó: «Al que se lo diga, le dice usted que yo prefiero estar loco que idiota, y a los guitarristas, que a mí no me gustan los cementerios. Sí, señor; porque tocan a muerto y a un loco no se le puede tocar así. Y puede añadirles, para que se enteren de una vez, que yo no les necesito para nada, como ya lo tengo demostrado muchas veces. Pues lo mismo bailo con guitarra que sin ella, al son del frote de dos piñas, al rugido de los leones, al compás del martillo de un zapatero remendón y mejor todavía con los ruidos de una herrería. Y cuando no, me formo yo mi propio ruido con los pies, las manos, las uñas, la nariz, la boca y con todo lo que encuentre a mano».

    [3] También Vicente Escudero asegura que aprendió de él aunque no especifica en qué circunstancias por lo que posiblemente se trate de una transposición de la memoria. Llegaba a decir que, a pesar de tener dos jorobas, al bailar parecía quitárselas y resultaba hermoso. Los estudiosos también registran en este artista su perfección en el braceo.

  Es habitual en el submundo del flamenco el protagonismo de muchos personajes con grandes taras físicas. Otro bailarín, El Mate, que tenía amputadas las piernas por las rodillas, bailó en el madrileño café de la Encomienda e hizo abundantes giras por España y Europa. Incluso formó parte del cuadro flamenco que montó Diaghilev.

    [4] Así lo cuenta el propio bailarín: «…Aquel bandido de guitarrista me banderilleaba las perras. Le abordé cuando salíamos del pueblo: ‘¡Oiga, maestro: usted me baila los cuartines de la batea cuando pasa el guante’. Y el guitarrista, por toda contestación, me dio un tortazo que me llenó la boca de sangre (…) Yo tenía la costumbre, mientras caminábamos, de agacharme a un lado y otro de la carretera para coger grillos en los ribazos, unos grillos hermosos y gordos, con los que llenaba la gorra, y que alegraban, al cantar, mi camino. Y fui y me agaché, como para buscar uno de esos grillos, pero lo que recogí fue la piedra más grande que hallé a mano y con ella le aticé tal cantazo al instrumento que mi acompañante llevaba a la espalda, que le hice polvo la guitarra. Después eché a correr y hasta ahora… Lo peor fue que el guitarrista juró sacudirme donde encontrara y me buscó por toda España. Decía a todo el mundo que yo había matado a su novia. Así llamaba a la ‘sonanta'».

    [5] En Mi baile hay páginas memorables en las que Escudero explica detalladamente y con buen estilo sus contactos con la vanguardia y sus miembros y la aplicación -en especial del cubismo y el surrealismo- a su arte.

                                                                     Foto: Edward Weston

[6] Hija de españoles, nacida en Buenos Aires (1890), debutó en España en 1907. Su asombroso genio natural unido a su absoluta dedicación y profesionalidad la convirtieron, sin discusión en la mejor bailarina española de la centuria. La noticia del estallido la guerra civil, recibida en Bayona, provocó su prematura muerte. Cuando a Vicente Escudero le dijeron que la Paulova era la bailarina del siglo, replicó que La Argentina era la de todos los siglos.

    [7] Pastora Imperio había estrenado la obra del gran maestro gaditano el 15 de abril de 1915 en el Teatro Lara pero pasó prácticamente inadvertida. Don Manuel, que confiaba en su obra, amplió la orquestación y encargó a Martínez Sierra que desarrollara el libreto.

    [8] No lo hizo Picasso, nada amigo de trabajar gratis, pese a que se lo solicitó el bailarín. Cuando el pintor se disculpaba Escudero le espetó: «¿Sabe usted lo que le digo? Que usté es un sieso manío y ojalá se ponga tan gordo como el Colorao de Sevilla que pesaba ciento cincuenta kilos.

    [9] Vicente hacía, naturalmente, el papel de Carmelo y Miguel de Molina el del espectro. Escudero no estuvo nunca de acuerdo con la afeminada interpretación del malagueño y así se lo hizo saber a Falla.

    [10] En Mi baile confiesa haber asistido muy poco al cine, salvo para ver a Charlot, al que admiraba. En Hollywood exigió que su baile debía filmarse completo y supeditando la cámara a sus movimientos: «(…) creo que el baile no se debe vender por metros aunque los paguen bien. Y menos permitir que cuando uno baila le corten los pies para sacarle en uno de esos medallones, como decían los fotógrafos antiguos: de busto imperial. Un bailarín debe antes consentir que le corten la cabeza que los pies».

    [11] Hispanista irlandés que dirigió el Instituto británico durante los años cuarenta. Musicólogo y folklorista muy aficionado al alcohol, publicó excelentes libros sobre España de los que sólo ha sido reeditado, Don Gitano, Diputación de Granada, 1985. Fue un interesantísimo personaje que hablaba caló con Vicente Escudero cuando coincidían.

    [12] Otros homenajes se le dieron en París (1954), de nuevo en Valladolid (Teatro Calderón, 1954), Vallpineda (1967) hasta culminar en el Homenaje Nacional organizado por el Ministerio de Información y Turismo en el Teatro Monumental de Madrid (1974).

    [13] Vanguardista aragonés (1908-1975), que como escritor, promotor y dinamizador se desenvolvió con fortuna en la literatura, el arte y la cinematografía. Fundó revistas (CierzoNoresteÍndice…) y diversas galerías de arte (Libros en Zaragoza, Clan y Seral en Madrid…), que fueron los espacios más renovadores en el arte español durante la década de los cuarenta y los cincuenta. V. Varios autores,  Tomás Seral y Casas. Un galerista en la postguerra, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1998  y javierbarreiro.wordpress.com/2012/05/11/tomas-seral-y-casas/.

    [14] Sobre la historia y circunstancias de este famoso local puede consultarse el libro colectivo recopilado por Carlos Muñoz, El Trascacho. Historia de una tertulia literaria, Barcelona, Plaza & Janés, 1981.

    [15] Su manifiesto sobre la autenticidad del arte flamenco fue suscrito en 1959 por los más prestigiosos pintores españoles. Ésta es la nómina: Vázquez Díaz, Ortega Muñoz, Viola, José Caballero, Mateos, Zabaleta, Redondela, Cossío, Grandio, Mártinez Novillo, Álvaro Delgado, Arias, Máximo de Pablo, Juan Caneja, Martín Artajo, García Ochoa, Rafael Pena, Saura, Miró, Millares, Manrique, Mignoni, Tápies, Capuletti y Eduardo Vicente.

    [16]  Antología selecta del cante flamenco auténticamente puro (Vergara 51.0.006 L) -1963- (Acompañamiento a la guitarra, Ramón Gómez).

  Escudero interpreta: Soleá grande de Triana, Malagueña, La Toná Pequeña y la Toná grande, El Garrotín del Tito-Tito, Martinetes, La Caña y el Polo del Fillo, Tientos perdidos, La Debla de cambio, El afilador, La Rondeña de Manuel Torres, La Jabera y La Siguiriya grande.

 García Domínguez aduce que en la década de los veinte grabó un pasodoble de creación propia, «Glorias de España», que se agotó en seguida. Existe la partitura, cuya carátula acoge una fotografía en  la que se ve a Escudero con sus bailarinas Carmita García y Almería.

  En los U. S. A. durante los años cincuenta había impresionado otros dos: «Sings and dances» (Columbia CL 982) y  «Fiesta flamenca» (MGM E3214) con Mario Escudero, a la guitarra, Pablo Miguel, al piano y Carmita García, con los palillos.

    [17] Esta gran bailaora había sido ya presentada en 1955 por Escudero en el Playhouse neoyorquino y realizó con él numerosas giras. Truncó su brillante carrera para dedicarse a atender en sus últimos años al bailarín.

    [18] Francisca García Escudero escribió en su bello trabajo sobre el artista: «Quienes conocimos a V. E. en sus años españoles cuando vino a quedarse, sentimos que no encontró plenamente ni la comprensión ni la credibilidad (…) Sorprendía, eso sí, su figura erecta, orgullosa y altiva, llena de dignidad. Sus ojos pequeños y vivos; los tufos asomando aún sobre el sombrero ancho. La capa española lucida con garbo gitano y torero (…) presumiendo de lo que estaba seguro de conocer mejor que nadie: el baile, los vinos y el caló, y era tratado con simpatía pero un poco como se trata a ese viejo chalado, ocurrente, ilustrado que dice no sé qué cosas sobre el baile (…) Y no hubo hombre más serio en cuanto de su trabajo se tratara. ¡Qué pena que no se aprovechara su magisterio y sus sabias enseñanzas, ni se reconociera plenamente en él la autoridad, la auténtica realeza de su reinado su máxima categoría de dios de la danza española!» (p. 53).

    [19]  «Del cubismo me interesaba sobre todo la coincidencia con una gran preocupación mía: conseguir el equilibrio estilístico entre cada una de mis actitudes con una total despreocupación por todo lo que perciben y deforman mis sentidos».

    [20] El artista mallorquín fue el más constante de sus amigos pintores -hasta el punto de prestarle ayuda en sus últimos años- y el que mayor influencia ejerció en el bailarín. 

    [21] La meritoria obra de García Domínguez citada en la bibliografía no pasa de las treinta páginas.

                         Vicente Escudero en el estudio parisino, con su gato-búho, Muso