El pilar sobre el que se asienta la virgen más antigua del mundo… Las piedras de rayo, que los campesinos guardaban por todas partes y que, según decían en Bujaraloz, al caer, penetraban cinco estados y luego brotaban de la tierra en años sucesivos –a uno por estado o estadio- y tenían valor de talismán… Las piedras horadadas –de efectos fecundantes desde muy antiguo- que aún vimos colgadas en las parideras para que las ovejas no se volvieran modorras y a las que un extraño respeto, quizá de origen sagrado, nos impedía descolgar… Las piedras de río y los adoquines, que están entre los recuerdos que los aragoneses expendemos y nos caracterizan…
Alfonso X el Sabio, que cuenta en las primeras páginas de su Lapidario como una piedra llamada gagates en latín y gagatiz en caldeo se encuentra en unos montes cercanos a Zaragoza. Concretamente, en un lugar llamado Diche. Piedra que proporciona buen olor al cuerpo hediondo por el sudor y permite expulsar del intestino a los llamados gusanos de calabaza y que, según los comentaristas, puede ser el lignito… Jaime I, que regalaba piedras bezoar a sus parientes –su hermano, el duque de Berry, su hija, la condesa de Foix, su primo, el rey Darminio- convencido de sus grandes poderes. El ruejo de Daroca, que salvó a la ciudad de la riada hace más de cuatro siglos y allí está para conmemorarlo… En la iglesia de la Trinidad de la propia Daroca vio Antonio Ponz una representación de un tal Pedro Visagra convertido en piedra por robar y jurar por los corporales que no lo había hecho. A su lado una leyenda lo explicaba mejor que yo:
“¡Veis aquí cual me torné!
Sea ejemplo a los mortales
porque, aquí, falso juré
por los santos Corporales”.
El monasterio de Piedra y su río homónimo… ¿Qué extraña conjugación permite a la toponimia que el agua se convierta en otro elemento, por demás resueltamente ajeno?
Hasta, en la peripecia personal, las piedras eran uno de nuestros juguetes preferidos cuando niños. En el Cascajar –así llamábamos al habitualmente seco río Grío-, jugábamos con piedras que tomábamos por coches, fundiendo el paleolítico con la revolución industrial…
Tal abundancia de lo pétreo puede vincularse con lo que Ortiz Osés dejó escrito sobre nuestra identidad patriarcalista (la reciedumbre, la sequedad, la fuerza, la aspereza, lo bronco, hosco, contundente, abrupto, recio, tosco y terco) representado por San Jorge, prototipo de virtudes masculino-guerreras.
Las piedras implican subsistencia en el tiempo. Impresionaron al hombre primitivo que las adoró y les atribuyó virtudes de unidad y fuerza, como primera solidificación del ritmo creador, y levantó menhires como representación de la unión de la tierra y el cielo. Símbolo de la firmeza y de la cohesión de la tierra representan lo contrario de lo biológico, sometido a las leyes de la transformación. El templo de Salomón, los ónfalos griegos, la Caaba son derivaciones antiquísimas de esos cultos que el Génesis ya estampó lapidariamente: “Y esta piedra que he alzado como un pilar será la casa de Dios”. Aunque después la Iglesia se encargara de condenarlos: Anatema sit veneratoribus lapidum.
La piedra simboliza indestructibilidad e invulnerabilidad y, por consiguiente, una duración indefinida de lo mismo. Pero la piedra es también un símbolo de la opacidad, de la inercia y la inmovilidad mientras que la vida y la condición humana se caracterizan por la creatividad y libertad. Para el hombre eso significa esencialmente creatividad y libertad espirituales. Es inevitable ponerse trascendente hablando de piedras, que, finalmente, también se deshacen convirtiéndose “en tierra, en polvo, en humo, en nada…”
Publicado en Zaragoz-a. Zaragoza de la Z a la A, Zaragoza, Diputación Provincial, 2003, p. 67.