Posts etiquetados ‘Rafael Flores’


Comunicación Académica nº 1546 a la Academia Porteña del Lunfardo, publicada en el Boletín de la misma. Buenos Aires 6 de septiembre 2001.

Quien fue el primero y más grande de los vanguardistas españoles, Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1888-Buenos Aires, 1963), ya había hecho amplias referencias al tango en su novela Policéfalo y señora (Madrid, Espasa Calpe, 1932) y en otras varias ocasiones aisladas a lo largo de su variopinta obra. El prestigioso crítico José Camón Aznar escribió acerca de la narración citada: «Nunca se ha expresado como en estas páginas la pasión del tango, la languidez apasionada de su baile, ni la calidad musical del acordeón» (Ramón Gómez de la Serna en sus obras, Madrid, Espasa Calpe, 1972, p. 362). La novela plantea el contraste entre el Viejo Mundo convencional y el mensaje renovador de las vanguardias: «Son ustedes los únicos para aceptar lo que no se ha dicho nunca y para apadrinar lo que el viejo mundo rechaza», dice Perfecto, su protagonista, lo que, en cierto modo, podría ser premonitorio de la posterior trayectoria de Ramón. Y, sobre el efecto de la música tanguera:»El alma es como una esponja y hay que apretarla de vez en cuando para que suelte lo que ha sorbido… Yo después de oír acordeones me siento mejor». Hay también en la obra una danza de la muerte protagonizada por unos esqueletos bajo los rayos X, que recuerda alguna de las carátulas humorísticas de los tangos de tema médico.

Anatomía-Partitura

Pero es en Interpretación del tango, Ultreya, Santa Fe, 1949, cuando Gómez de la Serna trata con especificidad el tango y es, además, cronológicamente, una de las primeras obras dedicadas a la disquisición sobre el mismo. De hecho, muy pocos libros anteriores habían sido dedicados íntegramente a reflexionar sobre esta música. De cierta entidad sólo recuerdo los de Vicente Rossi, Cosas de negros (1926), Carlos Vega, El tango andaluz y el tango argentino (1932), los hermanos Bates, La historia del tango (1936) y Julián Centeya, El misterio del tango (1946). Y, como se ve, son textos, en su mayoría, más históricos que ensayísticos.

Gómez de la Serna debió conocer el tango desde su entrada efectiva en España en torno a 1911 y ya se ha dicho que hay referencias pasajeras sobre el mismo en varios de sus muy numerosos libros. Interpretación del tango es obra escrita desde el sentimiento y, sobre todo, desde la impresión, que es lo propio de Gómez de la Serna, que era mucho más un impresionista que un narrador, un definidor, más que un historiador. No hay que buscar en él la verdad histórica del tango sino su impacto en un espíritu tan original como el suyo. Por supuesto, que muchas de sus entrevisiones pueden ser discutidas, pero tiene también innegables aciertos como cuando concede alto protagonismo a lo negro y destaca a Vicente Rossi como una de las mejores cosas –son sus palabras- que ha dado el tango, con lo que coincidirá Borges; o cuando encuentra en el fado una ráfaga tanguera. Lo mismo, cuando proclama que el tango nace como baile y exclama aquello de «¡Todo está tan reciente que en nuestros días está aún en la evolución adolescente!».

A Ramón le interesaba de igual manera la música que la letra y es ilustrativo repasar los tangos que cita: “La cabeza del italiano”, “Mi noche triste”, “No te engañes corazón”, “Tomo y obligo”, “Milonguita”, “La última copa”, “Malevaje”, “Esta noche me emborracho” y “Alma en pena”, que elogia especialmente, como admira a Discépolo en el campo de la composición. Nótese que se trata de tangos todos cantados por Gardel, del que dice: «La voz de Gardel era una herida en su rostro y nos acordamos siempre de su voz llagada». Reproduce también la “Milonga para Gardel”, además de otras dos: “Milonga triste” y “Entre la vida y la muerte”. Son estas tres y la “Payada entre Gabino y Vázquez” las únicas letras que contiene el libro.

Entre las múltiples razones que podemos encontrar de la afición del escritor por el tango, aparte de que sean parecidas a las que nos pueden afectar a cualquiera de nosotros, podríamos citar esa identidad cronológica en el trayecto de ambos, las estancias en la Argentina forzadas por su peculiar exilio y también lo que él llama «estilo entrecortado y picaflor que merodea aquí y allá».

El libro, que desde hace años era de difícil consecución, pese a haber sido reeditado en 1979 (Buenos Aires, @lbino y Asociados, Editores) con prólogo de León Benarós y bellas xilografías de Carlos Torrallardona, ha sido puesto de nuevo en la calle, en una edición con prólogo de Rafael Flores e ilustraciones fotográficas, por la firma madrileña Ediciones de La Tierra.