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(Introito a Alcohol y Literatura, Menoscuarto ediciones, 2017, pp. 11-18)

                                                                      INTROITO

 El noruego Knut Hamsun, Premio Nobel en 1920, decidió finalmente asistir a la ceremonia de su entrega pese a que Per Hallström, uno de los jurados, había manifestado: «Ha estado ejerciendo una anárquica influencia durante casi toda su vida y probablemente ni siquiera considere legítima la postura idealista que el Premio Nobel pretende fomentar». Eso sí, Hamsun se presentó absolutamente borracho. Entre otras patochadas, se acercó a la también miembro de la Academia y premio Nobel en 1908, Selma Lagërlof[1] y, tras golpear su corsé, eructó: «Lo sabía, suena igual que una campana». Después tiró de las patillas a otro de los jurados, trató de compensar con el dinero del premio a dos miembros más que le habían votado y, al no aceptar éstos, se lo ofreció a un camarero de su hotel. Tampoco se atrevió a quedárselo el empleado y Knut dejó el dinero y el diploma en el ascensor. Pese a su muy ajetreada vida, llegó a los noventa y dos años, aunque recluido en un asilo de enfermos mentales[2].

Los escandinavos llevan fama de adictos al trago, pero no están solos. Según el doctor Goodwin[3] el setenta por ciento de los escritores norteamericanos premiados con el Nobel tuvieron problemas con el alcohol o lo utilizaron como fuente de inspiración. Es decir, cinco de siete: Sinclair Lewis, que en 1926 había rechazado el premio Pulitzer, obtuvo el primero de los Nobel otorgados a un norteamericano en 1930. El resto de los bebedores eran: Eugene O’Neill, premiado en 1936, William Faulkner (1949), Ernest Hemingway (1954) y John Steinbeck (1962). No se entienden bien las cuentas de Goodwin o debió de escribir su artículo antes de 1976, año en que se entregó el premio a Saul Bellow. Después lo recibirían Isaac Bashevis Singer (1978), la afroamericana Toni Morrison (1993) y el también poco sospechoso de abstinencia, Bob Dylan (2016). Pero es que, de los dos a quienes Goodwin no considera vinculados con el alcohol, Pearl S. Buck (1938) y Thomas Stearn Eliot (1948), la  primera, tan cursi y moralista, en algún periodo de su vida las cogía que era un primor. Aunque a menudo se le considera británico, el muy circunspecto Thomas Stearn Eliot contrafigura de un Hemingway, cultivador y exhibicionista de la desmesura, era también americano de nacimiento.

Pero Estados Unidos contaba ya con el escritor al que suele considerarse como emblema de esta propensión, Edgar Allan Poe, que recibió el alcoholismo como herencia genética y, con su conducta, hizo honor a ella hasta su muerte, sobrevenida tras un episodio de delirium tremens.

El rudo escritor noruego y los cinco americanos no eran ninguna rareza en su profesión. Más de dos mil años antes el filósofo Crisipo murió bebiendo vino aunque otros testimonios hablen de que murió de risa. En alguno de sus setecientos cinco libros había recomendado el incesto -que practicaba con su madre- y la antropofagia. Diógenes Laercio nos cuenta que el tal Crisipo de Soli consideraba el beber vino como una de las pocas actividades específicamente humanas. No le faltaban buenos maestros: Sócrates era apreciado por sus contemporáneos como un gran bebedor y esa cualidad de aguante para las libaciones constituía una de las principales razones para obtener el respeto de sus discípulos. Lucas Gracián Dantisco, en una obra hoy olvidada pero con multitud de ediciones en anteriores centurias, escribía acerca del maestro de Platón:

 Sócrates del cual cuentan que le duró la noche el brindarse a porfía con otro gran bebedor llamado Aristófanes, y la mañana siguiente hizo una linda medida de geometría sin errar un punto. Adonde mostró que el vino no le hubiese hecho estorbo, y esto por la continuación que tenía de haberse muchas veces arriscado a beber a porfía, y aunque muchos mostraban su valor en el beber mucho y sobre apuestas sin perder el sentido, la victoria que han ganado es tal que lo debemos tener por vicio pestilencial, y pecado muy torpe.                                                                                                         

                                                                Galateo español, (Cap. XV: Del brindarse)

  Siglos después, el psiquiatra francés Louis-Francisque Lélut catalogaba a Sócrates como una personalidad delirante y alucinada.

  Los griegos se acostumbraban a beber desde pequeños por lo que luego soportaban mejor los efectos etílicos y esto era motivo de prestigio; tal vez heredáramos de ellos esa «mitología del aguante», hasta hace poco tan del gusto de nuestros pueblos y hoy en claro retroceso aunque, con otros parámetros, haya pasado a las culturas urbanas.

Anacarsis Escita reflexionó abundantemente sobre las costumbres etílicas de los griegos y no dejaba de admirarse de que al principio de la comida se bebiese en vasos pequeños que, después, iban siendo sustituidos por los grandes.

  Adicto fue también un tipo peligroso, Periandro, que preso de la ira e incitado por sus concubinas, mató a patadas a su mujer embarazada. Después, quemó vivas a aquéllas. Injusticia distributiva de la que alardea en una carta a su suegro, Procleo:

El fracaso de mi mujer aconteció contra mi voluntad; pero tú serás injusto si exacerbas el ánimo de mi hijo contra mí. Si no calmas la fiereza de mi hijo para conmigo, me vengaré de ti; yo ya vengué la muerte de tu hija abrasando vivas a mis concubinas y quemando junto a su sepulcro los adornos de todas las matronas corintias.

    Otro sabio, Timón, muy dado a la bebida, según Antígono, llegó a cumplir los noventa años, edad muy inusual en la época. Los griegos se preparaban con previsión -y en esto les siguieron los romanos- para los excesos colocándose, entre otras cosas, una corona de perejil. Pensaban que esta planta absorbía los vapores etílicos.

Li-Po, considerado como el más grande poeta chino y uno de los sabios más indiscutibles de la humanidad, a pesar de su iniciación en el taoísmo, fue un gran bebedor y murió a resultas de una borrachera.

  Entre los escribientes latrolítricos, los ejemplos, las facecias y las demasías son innumerables y este libro dará buena cuenta de ello. Antes de que me pongan el grito en el cielo, advierto ya que aparecen menos orientales que occidentales y menos mujeres que hombres. Es cierto que, según algunos, los chinos inventaron la destilación, que otros atribuyen a los árabes; es, asimismo cierto que ellas cogen unas pítimas que da susto pero lamento comunicar que también es aproximadamente cierto que hembras y orientales tienen menos eficiencia en una de las enzimas –conocida técnicamente como ADH- que ayudan a procesar el alcohol en el hígado (v. pag. 126), con lo que habitualmente las cogen antes y no pueden competir con igualdad en este terreno, aunque no falten escritoras borrachas que ocuparán su sitial con todos los honores.

En cada localidad europea, desde las minúsculas aldeas hasta las grandes urbes, la bebida, la exaltación de la embriaguez, las historias cómicas de borrachos, la vinculación de fiesta, alegría y vino han formado parte de la vida cotidiana, de la tradición, de la forma de vida de la gente. A los evidentes aspectos siniestros del alcoholismo[4] se opone toda la cultura de la diversión, la transgresión, la juerga, las canciones báquicas, el carnaval… Las admoniciones contra el alcohol no han conseguido nunca desterrarlo. La borrachera es uno de los pocos ritos de iniciación juvenil que se conservan y hoy -para bien y/o para mal- las culturas occidentales han incluido también al sexo femenino.

Beber es placentero pero puede perjudicar y llevar a cometer actos inqueridos y violentos. Ilumina y embrutece. Hace más humano y más salvaje. Como tantas cosas, es pura contradicción: sienta bien y mal, alegra y entristece, proporciona tono y lo apaga, estimula la creación y es capaz de abolirla para siempre. Evidentemente, la solución no está en los anuncios: beber con moderación, recomiendan, cosa sólo al alcance del tibio de corazón. De momento, nos conformaremos con seguir el bieninten­cionado «Si bebes, no conduzcas» y, por nuestra parte, recomenda­remos al abstemio que beba algo y al excesivo, que dé al garguero unas semanas de vacaciones. Y, en cuanto al repaso de borrachines, espero que nuestro dedo no tome nunca caracteres acusadores ni tampoco exculpatorios. El adagio “Cada uno sabe lo suyo” siempre me pareció irreprochable.

 Fuera de la traviesa juventud y de escasos círculos de resistentes, hay que reconocer que emborracharse no está de moda y cada vez asoman más las caras censorias y las voces amenazadoras en televisiones y programas educativos. Ya Machado catalogó a los «borrachos de sombra negra» en un poema ejemplar que podría servir como modelo de «lo que debe ser y lo que no debe ser». La línea entre la borrachera jocosa y la agresiva es cierto que no está demasiado clara y que hasta un borrachín típico puede pasar por las dos, según el día que tenga. Pero, en general, suele depender de la persona. «Ése tiene mal vino», solía decirse. Cuando, para bien y para mal, la sociabilidad del español estaba más a flor de piel, el borracho era una incidencia más de la vida cotidiana y todas sus peripecias eran vistas como algo jocoso y digno de contarse. Antes, un borracho daba, sobre todo, risa y es recurso cómico empleado habitualmente por el género chico, por el cine, antes de convertirse en una cosa más bien truculenta y ruidosa, y por los tebeos. Hoy, ser tildado de borracho no gusta ni a quienes les gusta emborracharse. Hace unos años leí cómo el presidente Maragall había demandado a la revista Vanidad por un artículo titulado «10 borrachos», que, además del mentado, incluía a Hemingway, Bukowski, Ernesto de Hannover, María Jiménez y, nada menos que cinco actores, Jean-Claude Van Damme, Melanie Griffith, Liz Taylor, Ben Affleck y Joaquin Phoenix. No parece que hubiera de irse tan lejos para encontrar los diez, como se verá en este volumen, ni merecía la pena incluir difuntos en una revista de actualidad. El caso es que allí se escribía que «se pillan unas tajás inhumanas», se los llamaba «borrachines típicos» y, respecto a Maragall, aún se tomaban sus prevenciones aduciendo que nunca se ha sabido si era rumor o realidad pero que tiene «el garbo y la estampa del típico borrachín de chiste, nariz colorada, pómulos hinchados, ojeras paposas y voz de carraspera». «¿Y qué?», contestaría yo si fuese el acusado, «¿Cumplo con mi trabajo?», «¿Me duermo en los plenos?», «¿»Me pongo a cantarle ‘Si vas a la Font del Gat’ al alcalde de Perpiñán cuando viene a verme?”.

  Por otro lado, desde la antigüedad, el número de grandes hombres bebedores es posible que supere al de los sobrios, con lo que ya anuncio que poca moralina se destilará en estas páginas. Mucho se ha escrito sobre la vinculación del genio con la locura y el exceso pero es que también grandes hombres conocidos por su equilibrio, como Goethe, bebían. En su caso, entre una y dos botellas de vino al día, pero sin intención de emborracharse, sino como una actividad cotidiana más, como tomar el fresco o cepillarse los dientes. De cualquier manera, la relación con la bebida en el pasado era bastante menos histérica que hoy. El dato es de principios del siglo XX pero sin duda podría fácilmente expandirse en el tiempo: en la soldada diaria de los segadores se incluían tres litros de vino que, naturalmente, no almacenaban para el futuro sino que a lo largo de la jornada iban embuchando.

  A la extendida, y en tantos casos veraz, idea de que el alcoholismo es una enfermedad[5], postura, además, adoptada por la mayoría de las asociaciones médicas, se opone hoy una corriente, defendida entre otros por Stanton Peele[6], que considera la necesidad de bebida como una especie de equilibrador emocional, de lubricante que intervendría en la ecología personal de cada cual. Idea que, si bien se mira, es la que siempre ha tenido la gente respecto a la mayoría de los bebedores, no de los borrachos reconocidos, agresivos y lastimosos. La adicción sería una especie de consecuencia natural de la personalidad global del individuo, una actividad que se integraría compensatoriamente en la economía psíquica de cada sujeto.

                                                                  NOTAS                                                                       

[1] De ella había dicho otro de los jurados: «Escribe como una imbécil pero vota con inteligencia».

    [2] En 1949 apareció su diario escrito durante su reclusión, Por senderos que la maleza oculta, Madrid, Nórdica, 2012.

    [3] D. W. Goodwin, «Alcohol as a Muse», American Journal Psychoterapy, vol. 46 nº 3, 1992, pp. 422-438.

[4] “Como recuerda Thomas Brennan, el término de “Alcoholismo” había sido ya acuñado en el siglo XVIII encubriendo de cientifismo la condena de la taberna por las clases dirigentes, al tiempo que explicando “científicamente” la depauperación del proletariado, a partir de su negligencia, indisciplina e imprevisión”. V. Uría (2003: 596n.)

[5] Todos los alcohólicos son bebedores pero no todos los grandes bebedores son alcohólicos, palabra que, a veces, usamos con demasiada liberalidad. El adicto que reclama alcohol en cualquier momento del día o de la noche para no sufrir el síndrome de abstinencia y cuya desdichada vida está supeditada a la ingestión del líquido no es el mismo que quien, bebiendo mucho, no necesita a todas horas ni todos los días vivir con un determinado grado de alcohol en sangre.

[6] V. Peele (1998).

V. también: https://javierbarreiro.wordpress.com/2015/10/27/los-escritores-y-el-alcohol-truman-capote-y-jose-solana/

 

El 28 de junio de 1979, el suplemento literario del diario vespertino Informaciones (“De las ARTES y las LETRAS»), que aparecía los jueves y que había llegado a ser el más prestigioso de los publicados en Madrid, recogía una entrevista de su colaborador Ángel Leiva al escritor aragonés, que, sin duda, es una de las últimas que concedió, ya que moriría dos años y medio después.

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A pesar de que el novelista afirma en ella haber venido al mundo en 1901, en la entradilla se recoge, como en tantos otros libros y publicaciones, su nacimiento un año más tarde y señala cómo se acababa de solicitar para él el Premio Nobel, tras un simposio alrededor de su figura celebrado en Nueva York (mayo 1979), al que asistieron significados estudiosos senderianos, aparte de gentes de la cultura y los responsables de los centros culturales españoles en los Estados Unidos. Fue, precisamente, el  Spanish Institute, el que encabezó la petición. Sender, que años antes había declarado en relación al premio: “los aragoneses no pedimos aquello que no deseamos”; esta vez fue más político  y manifestó: “No hace falta que me lo den los suecos (…) me lo acaban de dar ustedes y eso me basta pero, si me lo dan, destinaré su importe en efectivo a los dos pueblos de mi infancia, Chalamera y Alcolea, para que sus chicos tengan mejores escuelas que las que había en mi tiempo”. La candidatura fue apoyada por varias instituciones, no así por la Academia Española, entonces y como siempre, dominada por los conservadores y en la que tanta influencia tenía C. J. Cela, con el que Sender había tenido un fuerte encontronazo. El Premio fue en 1979 para el griego Odysseus Elytis y en 1980 para el polaco Czeslaw Milosz.

Precisamente, en la citada entrevista, contestando a la no muy oportuna pregunta sobre la relación de Paco el Molino de Réquiem por un campesino español con el protagonista de la celiana La familia de Pascual Duarte, Sender se despacha:  “¡Qué coño va tener que ver Paco con Pascual, si yo nunca he leído a ese idiota de Cela!”.

Otros prestigiosos personajes concitan el menosprecio del escritor oscense, uno de ellos, Unamuno, habitual como objeto de sus desdenes; otro, Borges: “…me parece un tipo decadente y que no me interesa para nada (…) lo conocí personalmente, lo respeto como ser humano pero me parece que lo que él hace es una imitación de Max Aub y Gómez de la Serna. Y de toda la vieja vanguardia de los años 20 allá en París”. Poco, efectivamente tenían que ver en su trayectoria y estéticas los dos grandes escritores y ninguno acostumbraba a ser piadoso con los colegas que no admiraba.

Pero lo más curioso son sus palabras sobre el que, junto a él, es considerado como la principal figura de la cultura aragonesa del siglo XX, Luis Buñuel:

El pobre Buñuel, que tenía una mamá rica y después quiso hacer cine y la primera película se la hizo Dalí, que fue El perro andaluz. Buñuel, un pobre alcoholista, un atrasado mental. Un frustrado a quien los rusos le dan un poco publicidad porque es un comunista ortodoxo. Un reaccionario. No hay nada más reaccionario y ridículo que la Rusia de Stalin. En Rusia son idealistas todos y los usan valiéndose de ellos.

La antipatía entre ellos provenía ya de cuando, a mediados de la segunda década del siglo XX, –Sender era un año más joven- coincidieron en el Instituto zaragozano. En las palabras del escritor no sorprende la inquina sino la agresividad. Más que lo de “atrasado mental”, es curioso lo de “alcoholista”, porque, si Buñuel le daba al frasco, al menos el Sender de los años setenta era bastante proclive al whisky. “La mejor medicina para mi asma es un vaso de Teacher’s”, confesaría a Eduardo Alcalde.

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Orla del 6º Curso del Instituto de Zaragoza (abril 1917). Sender: 3ª fila, 4º por la izquierda. Buñuel: 5ª fila, 3º por la derecha.

Tras el instituto, se volvieron a tropezar en Madrid (Buñuel cuenta en sus memorias cómo lo encuentra durmiendo en un banco del Retiro) y, aunque en actividades y caminos muy distintos, convivieron en la capital hasta iniciada la Guerra Civil, como luego lo hicieron en el exilio y coincidieron alguna actividad política. Parece que, en 1936, el novelista reprochó a Buñuel y otros intelectuales que se hallaban en el café que no estuvieran combatiendo en la sierra. Poco después, en Crónica del alba aparece un retrato poco misericordioso de su excompañero:

En la clase se sentaba detrás de mí un chico grandullón de ojos saltones negros yBuñuel rasgados, ojos de caballo o de yegua. Desde el primer momento aquel tipo, que se llamaba Luis, me fue desagradable. Buscaba muchachos más jóvenes que él y tenía un rasgo de carácter grotesco.

Las diferencias prosiguieron, como se ve, hasta la muerte de ambos y es que, aparte de la nada fácil personalidad de ambos creadores, tampoco lo fue la relación entre exiliados de distinto signo ideológico.

Volviendo a la entrevista, los escritores que reciben las bendiciones del aragonés son referencias frecuentes en su obra. De Valle-Inclán, al que dedicó un magnífico ensayo en Los noventayochos (1962), transcribo lo más novedoso de lo que cuenta:

(…) era un hombre del que todo el mundo decía que era intratable. Sin embargo, fue el mejor amigo que he tenido en mi vida. Era una excelente persona (…) le dimos una cena a la que había sido invitado Azaña (…) no fue y mandó a su secretario Domenchina. Valle-Inclán se ofendió, y con razón, diciendo: “Me extraña Azaña, rodeado siempre de extranjeros como Martínez, un mal mejicano; Teixeira, portugués y Domenchina, un eunuco turco”. Claro, Domenchina agarró, el hombre, y se fue. Y tenía razón Valle-Inclán. Domenchina tenía alguna insuficiencia que tienen algunos gigantes sin barba.

Acerca de Hemingway, de quien Sender escribió largamente, sobre todo en Nocturno Hemingwayde los 14 (1970) y Álbum de radiografías secretas (1982), alaba su bonhomía y personalidad pero no parece gustar de su literatura. Menos frecuente en sus menciones es Bertolt Brecht, a quien, por su afición al teatro comprometido debía de admirar:

(…) hizo lo que quería hacer y muy bien (…) un teatro expresionista muy fuerte. Él era un comunista antisoviético. Yo lo conocí en Nueva York en 1939. Brecht estaba ya en contra y aunque seguía siendo marxista a su manera (…) era un anti ruso. Brecht era un hombre inteligente y un autor de teatro que se atrevió a todo. No hay duda de que rompió en el teatro con todas las normas tradicionales.

Además de las numerosas referencias a escritores, Sender insiste en la entrevista en Sender 007que todo su pensamiento está en sus 75 volúmenes –hasta su muerte publicaría dieciséis más y, tras ella, aparecerían, al menos, cinco inéditos- y que él ha sido en su obra tan autobiográfico como Cervantes, Tolstoi o Dostoyevski aunque, a fin de cuentas, sólo existe un solo poema universal, que las distintas culturas del mundo han ido escribiendo. Manifestación esta que va en la línea de sus pujos espiritualistas, frecuente en la obra de sus tres últimos lustros, que algunos críticos han desdeñado pero que dio lugar a obras tan interesantes como Ensayos sobre el infringimiento cristiano (1967).  Sender lo sintetiza asÍ: 

«Finalmente uno acaba por aprender algo. Así he aprendido a encontrar unos misterios humanos que todo hombre tiene en su mundo consciente o inconsciente y que es tan rico como el de todos. Lo interesante es saber descubrir esos misterios».

La obra de Sender podría quejarse de la torpe recepción de algunos críticos españoles de ayer y de hoy pero no de la atención prestada por los estudiosos del exterior ni de la  bibliografía que ha deparado. Falta, sin embargo, fuera del libro de Peñuelas, Conversaciones con Ramón J. Sender (1969), un volumen antológico de las entrevistas que concedió a lo largo de su dilatada trayectoria pública para darnos una tesela más de ese mosaico, siempre inacabado, que constituye la vida y obra de los grandes artistas.

(Publicado en Diario del AltoAragón (Suplemento Cultural Día de San Lorenzo), 10-VIII-2015, p. 61).

Sobre el autor, puede verse también en este blog:

-Ramón J. Sender:

https://javierbarreiro.wordpress.com/2011/09/17/ramon-jose-sender/

-Introducción a Sender en su siglo de Francisco Carrasquer:

https://javierbarreiro.wordpress.com/2012/12/09/introduccion-a-sender-en-su-siglo-de-francisco-carrasquer/

-Ramón J. Sender. El lugar de un hombre

https://javierbarreiro.wordpress.com/2015/02/02/ramon-j-sender-el-lugar-de-un-hombre/

El joven Sender, autor de los desconocidos guiones de Cocoliche y Tragavientos:

https://javierbarreiro.wordpress.com/2016/03/21/el-joven-sender-autor-de-los-desconocidos-guiones-de-cocoliche-y-tragavientos/

Un cuento desconocido. El primer texto de Sender publicado en Madrid (1916):

https://javierbarreiro.wordpress.com/2016/11/26/un-cuento-desconocido-el-primer-texto-de-sender-publicado-en-madrid-1916/

Leer hoy a Sender

https://javierbarreiro.wordpress.com/2018/07/07/leer-hoy-a-sender/

Sender muerto

Sender en su lecho de muerte