LABORDETA SUBÍAS, Miguel, Zaragoza, 16-07-1921 / Zaragoza, 01-08-1969.
Fue el primogénito de una familia oriunda del Campo de Belchite. Su padre, que había estudiado en el seminario, se instaló en Zaragoza a comienzos de la década de 1920 como catedrático de instituto. Con inquietudes políticas y culturales, fundó el colegio Santo Tomás de Aquino, laico pese a su patrono, con internado y germen de varias generaciones de notables personalidades aragonesas. Miguel cursó sus primeras letras en el establecimiento paterno y el bachillerato como alumno libre en el instituto Goya. La biblioteca familiar y su amistad con Tomás Seral y Casas, propietario de una librería cercana al colegio y uno de los dinamizadores culturales de la ciudad, le descubrieron el mundo de la poesía. La Guerra Civil marcó profundamente su vida. Su padre fue denunciado y salvó la vida de milagro, aunque perdió su cátedra de Latín. Miguel se licenció en Historia en 1942, con premio extraordinario, y se marchó a Madrid para obtener el doctorado, lo que le permitió entrar en contacto con otros autores y corrientes literarias, como el postismo y el surrealismo. Sin acabar su tesis, regresó a Zaragoza para comenzar a impartir clases en el colegio familiar. En 1948 publicó su primer libro y sus poemas comenzaron a aparecer en revistas nacionales. Entabló amistad con nuevos poetas locales, impulsó con alguno de ellos el nacimiento de la revista Ansí (1952) y se convirtió en el alma de una tertulia en el café Niké que reunió lo más destacado de la joven lírica aragonesa. En ella tomó forma su Oficina Poética Internacional (OPI) y nacería su principal órgano de expresión, Despacho Literario. Su prometedora trayectoria sufrió, sin embargo, un brusco parón a comienzos de los años cincuenta, tras la prohibición por parte de la censura de uno de sus poemarios, Los nueve en punto, que no vieron la luz hasta diez años después con el título de Epilírica. A ello se sumó la muerte de su padre (1953) y la consiguiente obligación de hacerse cargo de la dirección del colegio, que estuvo a punto de ser cerrado por las autoridades y cuya gestión le abrumó el resto de su vida. Sin embargo, continuó publicando en revistas, acumulando cantidad de inéditos, dando cancha a las actividades y humoradas de la OPI, frecuentando tertulias y cenas, viajando lo que podía e impartiendo sin demasiada vocación sus clases. Con tendencia a la obesidad y a la depresión, y con una vida algo descuidada, aparentaba mayor edad de la que tenía. Recién cumplidos los cuarenta y ocho años, falleció repentinamente a consecuencia de un aneurisma de aorta.
M. L. visto por Santiago Lagunas
La poesía de Miguel Labordeta, a pesar de su escaso eco en el contexto nacional, ha sido generalmente considerada como la más original y brillante en Aragón durante el siglo XX y ha dado lugar a una considerable bibliografía. Existencialismo, expresionismo, surrealismo, malestar personal y social, vehiculados por un lenguaje original y rotundo son sus rasgos más aparentes.
Redactado a los veinticinco años, de ahí su título, y en una muy reducida edición sufragada por su madre, el primer libro del poeta, Sumido 25, aparece en 1948, con portada de Mingote y versos mutilados por la censura. Su vinculación con el surrealismo se concreta ya en dicha portada cuyo motivo está inspirado en una pintura de Magritte. Aunque su poesía no se nutra de automatismos, son patentes sus apelaciones al subconsciente, las continuas imágenes surreales y la carga de rebeldía. Un yo incómodo e inconforme asoma incesante, mientras los símbolos de escape pululan por doquier. El autor no se siente representante de los oprimidos, como sucede en la poesía social, pero sí encastrado en un ámbito que le provoca náusea, desazón y alejamiento.
La buena acogida por parte de críticos y poetas, propició la pronta salida de sus dos libros siguientes, también en ediciones muy pequeñas y en los que un existencialismo de raíz heideggeriana, su principal base filosófica, toma el relevo al predominio surrealista en Violento idílico y anuncia ya, en Transeúnte central, un giro de su poesía hacia lo testimonial. De cualquier modo, estas tres primeras publicaciones anteriores a 1950 constituyen una primera etapa bastante homogénea, interrumpida por el embate de la censura al libro que después titularía Epilírica y que hubo de ser publicado en 1961, cuando ya había perdido parte de su pertinencia en cuanto a su adscripción al movimiento poético predominante en la España de principios de los cincuenta. El compromiso de Miguel Labordeta con la poesía social siempre fue matizado, a causa de su escasa simpatía hacia el realismo imperante y, como afirma Amador Palacios, «debido a su resistencia a actuar con los presupuestos igualadores de esta tendencia». En un breve manifiesto publicado en la revista Espadaña (1950), «Poesía revolucionaria», Labordeta da cuenta de su clara postura al respecto: «No una poesía minoritaria y cadavérica, mas tampoco una poesía popular y sentimental (…) Necesitamos una poesía catártica, depurativa…»
Durante diez años (1951-1960) Miguel no publicó poemario alguno -si exceptuamos Memorándum, la breve antología de 1959 con composiciones de sus tres primeras obras- aunque sus versos fueron reproducidos por las revistas más afines a su poética, en general deudoras del postismo, como El Pájaro de Paja, Deucalión y Doña Endrina. Cuando, al fin, aparece Epilírica, la censura había reducido a siete los nueve poemas de los que constaba originalmente, si bien los dos fulminados habían sido ya recogidos en revistas. Labordeta es consciente de que se trata de un cierre a una primera etapa poética y prepara lo que desde ahora llamará Metalírica. Así, tras otra antología publicada en una colección de prestigio nacional y en la que, como en la anterior, cambia el orden y disposición de varios de los poemas incluidos, dio a la imprenta Los soliloquios, libro con el que Julio Antonio Gómez quiso abrir su colección Fuendetodos. El cambio de orientación de su poesía deriva en un volcarse hacia el experimentalismo, privilegiando la ruptura formal y dando entrada a un mayor componente irracionalista. Sin embargo, conserva rasgos ligados a su poesía anterior como son el verbalismo y la tendencia antirrealista, mientras se exacerban otros, empezando por el verso libre, al que siempre fue fiel y que aquí se combina con distintas audacias tipográficas, muy en línea con las corrientes españolas de la época.
Póstumamente, además de varias compilaciones y ediciones de obras completas, se publicó otro libro poético, basado en borradores que, sin duda, el autor hubiera depurado. El editor, Rosendo Tello, uno de los mejores amigos y conocedores del poeta, afirma en su prólogo: «…después del despliegue parentético de Epilírica, ¿qué significan Los soliloquios y Autopía? A mi modo de ver, una segunda etapa, un segundo ciclo, no diferentes, sino más hondos de tono y timbre; un ahondamiento circular centrípeto más depurado, en el sentido juanramoniano». Las rupturas de Los soliloquios se incrementan en este libro, en el que las audacias tipográficas no ocultan el poderoso lenguaje poético, que se impone a lo accesorio.
Oficina de Horizonte responde al interés de Labordeta por el teatro de vanguardia, así como a preocupaciones personales y metafísicas similares a las de su poesía. Posiblemente, Miguel no pensara en su estreno, pero la insistencia de su gran amigo, el recitador, poeta y actor cántabro Pío Fernández Cueto, terminó por convencerle. Presentada en público el 6 de noviembre de 1955, en el teatro Argensola de Zaragoza, con decorados de Agustín Ibarrola, no obtuvo apenas resonancia y tardó cinco años en ser editada en un número de la revista Papageno. Obra alegórica, enfrenta al autor con el mundo, que acaba por devorarlo. No obstante, no es una pieza apocalíptica sino irónica y fantasiosa donde la esperanza se cifra en La Alegría que, encerrada en una botella, «navega y navegará hasta el fin por los mares del mundo».
Miguel Labordeta fue un poeta de contrastes que supo conjugar un romanticismo de base con una veta antirretórica; un verbalista apocalíptico y un sí es no mesianista, que transmitió en sus versos la sensación casi cernudiana de alguien que quería estar de viaje, huir, no participar en la mascarada sangrienta; un buceador en el misterio de la palabra que utilizó como nadie los coloquialismos; un escritor, al fin, que influyó poderosamente en la poesía aragonesa de la segunda mitad del siglo XX, a pesar de que, como bien destacó Ricardo Senabre, él fuera el destinatario de su propia escritura, contemplándose incesantemente, utilizando unas y otras técnicas de desdoblamiento. Pese al escaso eco que alcanzó en vida, la obra labordetiana, difundida por amigos y cofrades, consiguió una notable difusión tras su temprano deceso. Además, se han publicado numerosas monografías y estudios -incluso, una biografía-, con lo que Miguel Labordeta, como corresponde a la valía de sus creaciones, es uno de los escritores aragoneses contemporáneos mejor conocidos.
Otros artículos sobre Miguel Labordeta en el blog:
https://javierbarreiro.wordpress.com/2014/02/10/entrevista-con-emilio-gaston-sobre-miguel-labordeta/
OBRAS
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–Oficina de Horizonte (teatro), estr. en 1955 y publicada en la revista Papageno, invierno de 1960.
–Memorándum. Poética Autología, Zaragoza, Col. Orejudín, 1959.
–Epilírica, Bilbao, Alrededor de <la Mesa>, 1961. / Barcelona, Lumen, 1981.
–Punto y aparte (antología), Barcelona, El Bardo, 1967. / San Cugat del Vallés (Barcelona), Amelia Romero, 2000.
–Los soliloquios, Zaragoza, Javalambre, Col. Fuendetodos de Poesía, 1969.
–Pequeña antología, Palma de Mallorca, Col. Tamarindo, 1970.
–Autopía, Barcelona, El Bardo, 1972.
–Obras completas, Zaragoza, Javalambre, Col. Fuendetodos de Poesía, 1972.
–La escasa merienda de los tigres (antología), Barcelona, Barral, 1975.
–Obra completa (3 vols.), Barcelona, Amelia Romero, 1983.
–Metalírica (antología), Madrid, Hiperión, 1983.
–Donde perece un dios estremecido (Antología poética), Zaragoza, Mira, 1994.
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Publicado en Diccionario de Autores Aragoneses Contemporáneos (1885-2005), Zaragoza, Diputación Provincial, 2010, pp. 588-594.