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 No se me ocurre mejor adjetivo que el muy cursi “deliciosa” para calificar esta breve novela de Eduardo Gil Bera, autor de obra tan variopinta como destacable, a desmano de modas y que siempre ha procurado no repetirse, reinventarse, a contracorriente del tan transitado  “donde va Vicente”, si vale el pareado.

Resulta admirable la capacidad de Gil Bera para cambiar de registro en cada uno de sus libros y de encarar riesgos, enfrentándose a las leyes impuestas por la costumbre, la comodidad o la cobardía. Refiriéndonos únicamente a su narrativa, el autor navarro comenzó por novelar la interminable expedición o retirada del general carlista Miguel Gómez por las costuras de las tierras de España perseguido por 25.000 soldados liberales (Sobre la marcha, 1996), para terminar con otra cuyo personaje central es Gengis Khan (Cuando el mundo era mío, 2012). En medio, una excelente biografía novelada del mago Eugenio de Torralba, el prodigioso médico ocultista conquense que vivió entre los siglos XV y XVI (Torralba, 2002), y dos novelas no sé si decir más que inteligentes o más que divertidas: Os quiero a todos, 1997 y Todo pasa, 2000. La primera, una descarnada y feroz parábola sobre el «problema vasco» y la segunda, una violenta sátira sobre la fama, desarrollada en los lugares de Ainzón y Borja. Su biografía, Baroja o el miedo (2001), levantó ronchas entre los admiradores del “hombre malo de Itzea”. Hay quienes, incapaces de separar la obra de su autor, se ponen muy agresivos si se señalan los defectos o lacras de sus ídolos. Don Pío fue un tan dotado narrador, como un ser envidioso, falso y cobarde como pocos y Gil Bera lo retrató sin atenuantes. Entre otros muy desopilantes ensayos –el adjetivo parece inventado para calificar la obra del tudelano-, EGB rizó el rizo con Ninguno es mi nombre (2012), donde, entre la indignación de los eruditos, se atreve con rotundos argumentos a proponer a Tales de Mileto como único autor de las obras homéricas

Suena a jota el octosílabo del título, “Atravesé las Bardenas” y también el de la primera parte de la novela: “Aunque nevaba y llovía” y es cierto que este canto regional aparece en distintos momentos de la narración, cosa natural en un relato ambientado las Bardenas navarras durante 1956 y en el que también se cuentan abundantes referencias aragonesas. El proyecto de construir un pueblo de colonización, por parte de ingeniero Yaben, paralelo al de otros acometidos en el mismo territorio y época, es el leitmotiv de este relato. Para ello, Eduardo Gil Bera se vale de un contingente de presos liberados para ese fin que son los verdaderos protagonistas de este concierto narrativo que tiene visos de libro de viajes, de novela picaresca y también psicológica, de retablo histórico, de reflexión metafísica y, sobre todo, de reivindicación de un pueblo y un contexto que dejaron de existir hace décadas.

Se me antoja que la palabra más precisa para definir a esas gentes que pululan por la historia con el sentido práctico, la creatividad espontánea y la habilidad manual inherentes a quienes, desde pequeños, han tenido que sacarse las castañas del fuego es la Inocencia. La capacidad de supervivir en condiciones adversas se complementa con la potencia del mundo de sus deseos. Que no tienen que ver con lo económico sino con el reconocimiento de sus propias personas. Cada uno alberga en su almario una obsesión que tiene que ver con eso tan viejo y socorrido de que me quieran por algo, por lo que soy, por lo que sé, por lo que valgo o por lo que podría valer.

Para Dámaso Torrentera, el actor más visible de este mosaico humano, su aspiración consiste en la aprobación del ingeniero Yaben, cuyo nombre remite al todopoderoso Yahvé, una buena persona, como casi todas que aparecen en la obra, que le invitó a entrar en su casa cuando Dámaso era la última boñiga de este mundo. Otros personajes, como Platón Jesús, María Cardelina, el churrero Emérito Melodín…, bosquejados con cuatro pinceladas casi esperpénticas, resultan seres humanos tan entrañables como pintorescos, de esos tan antiguos que ya no se  ven, capaces de vincular brutalidad y delicadeza, como, por otra parte ha sido tradicional en las riberas del Ebro.

Y como en todas las narraciones de escritor navarro, no falta el humor, aunque en este caso ande adobado de un tinte melancólico y casi elegiaco. Humor presente en los diálogos, plenos de felices coloquialismos, en la difícil mixtura de lo entrañable con lo grotesco, en el seco realismo que deviene en utopía, que, como es obvio, tal como acontece con la  belleza, puede ser pensada pero no alcanzada. Humor, pues, como el de Quevedo, como el de Valle-Inclán, como el de Cunqueiro, que incluye la mueca amarga.

Así, es el amor a ese pueblo, a esa durísima tierra en la que ha de desenvolverse, a esa habla tan expresiva y, para los nacidos cerca de ese río, tan reconocible, lo que sobrevuela en la novela del tudelano Gil Bera, que –parece indudable- ha querido homenajear sin estridencias al mundo que aún llegara a conocer de niño. Pero no se piense que la novela es un pastelito, todo lo contrario, la dureza de la vida cotidiana, la miseria, la mugre, la violencia y la crueldad de las vidas humildes son absolutas protagonistas del panorama. La pureza de alma, en la que se incluye tanto el solipsismo como la querencia social de esas gentes, dejadas o no de la mano de Yaben, contrarrestan las costras de la realidad, la urdimbre última de un mundo que no conocen. Ellos son sólo vilanos con alma mortal volando a merced del cierzo que señorea aquellos parajes.

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(Reseña de la novela de Eduardo Gil Bera, Atravesé las Bardenas, Madrid, Acantilado, 2017. Texto publicado en  Turia nº 124, noviembre 2017-febrero, 2018, pp. 369-371, bajo el título «Colonización en Las Bardenas)». 

 

                                                                  BIBLIOGRAFÍA

1993 A este lado – ensayo – Editorial Pamiela, Pamplona.

1994 El carro de heno – ensayo – Premio Miguel de Unamuno. Editorial Pamiela, Pamplona.

Introducción, notas y apéndices a la edición facsímil de Diccionario de los nombres 

eúskaros de las plantas de José María de Lacoizqueta. Pamplona.

1996 Sobre la marcha – novela – Editorial Pre-Textos, Valencia.

Prólogo para Obra Vasca de Julio Caro Baroja – Editorial LUR San Sebastián.

1997 Os quiero a todos – novela – Editorial Pre-Textos, Valencia.

1999 Paisaje con fisuras – Sobre literaturas antiguas, tratos y contratos humanos – ensayo

Editorial Pre-Textos, Valencia.

2000 Todo pasa – novela – Editorial Siglo XXI, Madrid

2001 Baroja o el miedo – biografía – Ediciones Península, Barcelona.

2002 Torralba  novela histórica – Premio Nacional de Novela Históricia Alfonso X el Sabio

Ediciones Martínez Roca, Barcelona.

Los días de enmedio – ensayo – Ediciones Destino, Barcelona

El pensamiento estoico – ensayo – Edhasa, Barcelona.

2003 Historia de las malas ideas – ensayo – Premio Euskadi de Literatura 2004,

Ediciones Destino, Barcelona

2007 Sentencia de las armas – ensayo – Finalista I Premio Internacional de Ensayo. Círculo de Bellas Artes/ A. Machado Libros, Madrid.

2012 Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero – ensayo – Pretextos.

2012 Cuando el mundo era mío novela – Alianza Editorial.

2015 Esta canalla de literatura. Quince ensayos biográficos sobre Joseph Roth – Acantilado

2017 Atravesé Las Bardenas, Barcelona, Acantilado, 2017

Publicado en Aragón Digital, 16-19 de marzo de 2012.

Blasco Ibáñez

Dentro de unos meses se cumplirán setenta y cinco años de la muerte de de Vicente Blasco Ibáñez en su mansión de Menton (Costa Azul). Lo que quiere decir que, pasado un lustro, su obra quedará exenta de derechos y pasará a dominio público. Es de esperar que ello revierta en que se reedite con más asiduidad que en las últimas décadas aunque recientemente haya visto la luz la superferolítica, La vuelta al mundo de un novelista, que, en su edición en tres tomos de Prometeo, alegró muchas horas de mi niñez.

No nos solemos acordar mucho los aragoneses –ni los españoles- de quien fue el compatriota de más éxito mundial en la pasada centuria. Escritor, por otra parte, amenísimo y de hondo sentido social y de quien se hicieron, también, las más exitosas adaptaciones al cine que un escritor español del siglo XX haya logrado. No hay más que recordar Los cuatro jinetes del Apocalipsis o Sangre y arena, con un torero tan improbable como Tyrone Power, en su última versión hollywoodiense. Pero se adaptaron al cinematógrafo muchas más de sus novelas, alrededor de quince.

Blasco Ibáñez-La vuelta al mundo de un novelista II007

Decía que los aragoneses habían olvidado que Blasco amó a Aragón, entre otras cosas porque sus progenitores eran oriundos del antiguo reino. Su padre, Gaspar Blasco Teruel, nacido en 1842, era natural de Aguilar de Alfambra, de donde emigró a los doce años para asentarse en Segorbe, después, en Carcagente y, definitivamente, en Valencia, donde puso una abacería en las inmediaciones del Mercado Central. Gaspar había casado con la bilbilitana Ramona Ibáñez Martínez (1844), que, el 29 de enero de 1867, dio a luz al novelista. Narrador desde muy pronto, pues uno de sus primeros oficios fue el de secretario del más significativo autor de novelas por entregas en el siglo XIX, Manuel Fernández y González. Y se cuenta que, cuando don Manuel -ya mayor- se dormía mientras le estaba dictando los capítulos, Blasco Ibáñez, continuaba la narración por su cuenta y riesgo, sin que el veterano novelista advirtiera después lo que no era de su cosecha.

Blasco dedicó una de sus novelas, El papa del mar, al aragonés Benedicto XIII y, en justa contraprestación, algunos aragoneses, como Enrique González Fiol, Felipe Alaiz o Inocencio Ruiz Lasala escribieron sobre él. El gran y olvidado periodista de Castejón de Sobrarbe publicó una sustanciosa entrevista en su libro Domadores del éxito; Alaiz, el que,  para muchos, fue el mejor de los escritores libertarios españoles, exceptuando la cima de Sender, editó en plena guerra civil (1938) una biografía del valenciano. Y don Inocencio, el inolvidable librero del Tubo zaragozano, le dedicó un libro miscelaneico, Blasco Ibáñez redivivo (1979).

Entre los familiares aragoneses de Blasco se encontraba, Mosén Francisco, un tío cura, de casi dos metros de estatura, que había luchado junto a Cabrera en la primera guerra carlista y al que también se refirió alguna vez Pío Baroja. De fuerte personalidad y fuerza física, cazador y belicoso, aparece varias veces camuflado en personajes de la obra del novelista. Así en el arzobispo Don Sebastián de La Catedral, el  “pare” Miquel de Cañas y barro, o  el don Facundo de El Intruso. Eso afirma, al menos, José Blasco Teruel, hermano de su padre, en un raro escrito que tituló Bribiolojías de la Vida de Blasco Ibáñez. Entre los saberes que este don José se llevó a la tumba, uno más que misterioso: ¿Qué quería decir con eso de “bribiolojías”?.