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(Publicado en Diccionario de Autores Aragoneses Contemporáneos 1885-2005, Zaragoza, Diputación Provincial, 2010, pp. 430-433).

GARCÍA-ARISTA Y RIVERA, Gregorio, Tarazona (Zaragoza), 09-05-1866 / Zaragoza, 20-01-1946
Seudónimos: Luis Diquela
Género: Varios

Discípulo y auxiliar de cátedra de Marcelino Menéndez y Pelayo, se doctoró en Filosofía y Letras en Madrid y obtuvo el puesto de Jefe del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos en la Biblioteca Universitaria de Zaragoza. Autor de variada obra histórica, fue correspondiente de las reales academias  de la Lengua y de la Historia, Medalla de Oro de la Ciudad de Zaragoza y vicepresidente de su Ateneo, amén de otros muchos honores y cargos. A lo largo de su vida colaboró asiduamente en la prensa regional y en numerosos medios nacionales, como ABC, El Debate, Ya, Blanco y Negro, La Esfera y Nuevo Mundo.

Todavía niño, publicó su primer artículo en el semanario El Pilar y después hizo crítica taurina bajo el seudónimo de Luis Diquela enDiario de Avisos. Quizá sus dedicaciones eruditas atrasaran su eclosión literaria hasta 1898, año en que llevó a las tablas, con su primer colaborador, Atanasio Melantuche, varias composiciones líricas. El primer éxito del duplo se produjo en 1902, con el estreno en el madrileño teatro Eslava de la zarzuela costumbrista El olivar. A partir de entonces, con unos u otros colaboradores, don Gregorio fue uno de los más conocidos autores que surtieron la escena con este tipo de obras. Su devoción por la jota y su acendrado amor a la región hicieron que casi toda su producción tuviera un militante tono aragonés. Además de centenares de coplas de jota, que él llamó canticas, escribió abundantes cuentos y, a partir de 1919, su serie narrativa Fruta de Aragón (1919-1928), que con sus cuatro envíos: Enverada, Excoscada, Abatollada y Esporgada, constituye uno de los más continuos empeños del costumbrismo local.


                                                                                                  OBRAS

S. H. (recorrido cómico-lírico) -con Atanasio Melantuche; música de José Tremps y Luis Aula-, estr. en 1898.

Siempre heroica (recorrido cómico-lírico) -con Atanasio Melantuche; música de P. Echegoyen-, estr. en 1898.

Fuga de consonantes (zarzuela) -con Atanasio Melantuche; música de Arturo Isaura y Julián Ribera-, estr. en 1900.

Cantas baturras, Zaragoza, Manuel Sevilla, 1901.

El hombre de acero (entremés)

El olivar (zarzuela de costumbres aragonesas) -con Atanasio Melantuche; música de José Serrano y Tomás Barrera-, Madrid, Imp. de R. Velasco, 1902.

Danze baturro (zarzuela) -con Atanasio Melantuche; música de Arturo Isaura y Julián Ribera-, Madrid, Imp. de R. Velasco, 1904.

Despedida baturra (monólogo) -con Atanasio Melantuche-, 1905.

Tierra aragonesa (cuentos, episodios, escenas), Zaragoza, Manuel Sevilla, 1907.

El heredero (drama de costumbres del Alto Aragón, basado en la novela Miguelón, de Miguel Turmo), estr. en 1908. / Zaragoza, Librería General, 1954.

¡Cómo cambean los tiempos! (recorrido histórico-bufo-local) -con Tomás Aznar, Mariano Berdejo, Alberto Casañal, Francisco Goyena, Juan José Lorente, Rogelio Maestre, Atanasio Melantuche, Jorge Roqués, Eduardo Ruiz de Velasco y Ambrosio del Ruste; música de Tomás Barrera y Jesús Ventura-, estr. en 1909.

La jota aragonesa (discurso), Zaragoza, Imp. del Hospicio Provincial, 1919.

Fruta de Aragón. Envío primero: Enverada, Madrid, Ed. Ibérica, 1919.

Los valientes y el buen vino (zarzuela aragonesa) -con música de José Vázquez-, estr. en 1921.

A poco el maño pierde la maña (cuadro de sainete)

Francho (drama), estr. en 1922.

Fruta de Aragón. Envío segundo: Excoscada, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, Col. Argensola, 1924.

Fruta de Aragón. Envío tercero: Abatollada, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, Col. Argensola, 1927.

Fruta de Aragón. Envío cuarto: Esporgada, Madrid, Espasa Calpe, 1928.

Cantas aragonesas

La copla aragonesa o «cantica». Su nombre, sus cualidades, sus clases, Madrid, Tip. de Archivos, 1933.

Los piculines (drama lírico) -con música de Jesús Rotellar y M. Vázquez-, Zaragoza, Lib. General, 1954.

Del solar aragonés

La francesada

Almas baturras (zarzuela) -con música de José Ibarra Llorente-.

Entre hidalgos anda el juego

Los mellizos

Casi se casa

Tarazona canta la jota

La fuga


                                                                                                 BIBLIOGRAFÍA

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 Publicado en Oscura turba de los más raros escritores españoles, Zaragoza, Xordica, 1999, pp. 231-243. Actualizo la bibliografía.

¿Cómo no sucumbir a la tentación de adquirir un libro que se titula Ripios académicos y en el que al primer vistazo se verifica que allí se pone como no digan dueñas a dómines que uno ya tenía enfilados como Echegaray o Mariano Catalina? Al joven que uno era -de veinte y muy pocos años y todavía más provisto de iconoclastia que la usual en tales edades y calendas- le extrañó, pero no le arredró, la protesta final que pronto comprobó se reproducía en todos los libros de Valbuena: «Si alguna cosa apareciese en este libro contraria a la fe católica o a las buenas costumbres, téngase por no escrita». Por lo mismo, le sorprendió que anduviese por allí, igualmente sacudido, Menéndez y Pelayo. El joven, aunque ya sabía que el mundo era muy raro y le parecía bien, tenía con don Marcelino, la mosca detrás de la oreja: ¿Cómo un superdotado como él -que en los Heterodoxos nos proporcionaba interminable pasto para lecturas estrambóticas e incendiarias, que en la Historia de las ideas estéticas había logrado con unas pocas líneas hacerle entender a Kant o Hegel, cosa que no había conseguido con cuatro cursos de filosofía entre el Bachillerato y la Facultad y que, además, era sedicentemente borracho y mujeriego- podía ser reaccionario? Cosas que pasan.

Resulta que don Marcelino también escribía poesías y en este libro de Valbuena se ponían las cosas en su sitio. Por cierto, que el santanderino, atufado por los venablos del catón leonés aunque reconociendo indirectamente su valía, en una ocasión manifestó que no escribiría la historia de la sátira en España por no nombrar a Valbuena y que se iba a fastidiar porque él dejaría treinta volúmenes y el otro cuatro libelos. A lo que Valbuena respondió por escrito con la sensatez que siempre le caracterizó: «sosiégate y deja todos los volúmenes que quieras pero convéncete de que más te valdría no dejar éste de los versos».

Cuando uno empezaba a hincar el diente en las páginas de los Ripios, la lectura se hacía carcajada. Experiencia que se repetía con cualquier macho o hembra que hojeara el libro cosa que, luego me enteré, también sucedía al autor a la hora de escribirlos. Como en la contraportada apareciesen otras muchas obras de Valbuena, se convirtió desde entonces en uno de mis autores buscados aunque tardé muchos años en encontrar algún contemporáneo que hubiese escrito acerca de él.

¿Quién era este elemento jocundo, tradicionalista a machamartillo, solterón y regeneracionista a su modo?

Valbuena, Antonio joven

Había nacido (1844) en Pedrosa del Rey donde -son sus palabras- «nadie podía ser vecino sin ser noble». Ingresado a los quince años en el seminario de León, ya desde allí empezó a publicar versos sagrados y profanos en los periódicos leoneses. Para los últimos estampaba el seudónimo de Juan Paseante. Más tarde emplearía también los de Venancio González y Miguel de Escalada, tal vez para contrarrestar el apelativo que los demás le aplicaban, Melladín de Pedrosa, motivado por una brecha de nacimiento en el labio inferior -lo mismo le sucedía a su antípoda ideológico, José Nakens- a lo que acompañaba unos dientes ratoneros, peculiaridad física que no se olvida de resaltar alguno de los vates por él vapuleados. En justa correspondencia, porque Valbuena no detenía su crítica en lo estético o gramatical sino que, cuando a mano venía, derivaba hasta lo personal.

En 1865 deja el seminario y funda El Fénix y Pero-Grullo, antes de trasladarse a Madrid para estudiar leyes. Como primera publicación ya había dejado en 1866 un folleto con poesías a la Virgen publicado por la Academia Bibliográfica Mariana de Lérida.

Valbuena_Poemas a la Virgen

Al estallar la revolución de 1868 polemiza virulentamente desde la prensa tradicionalista y publica Sursum corda!, un folleto vibrante y arengatorio en defensa de sus posiciones. Ante el cariz que toman los acontecimientos se traslada a su pueblo y en 1870 a Vitoria donde su hermano mayor, José, es lectoral de la Catedral y persona de gran relevancia social. Allí ejercerá los cargos de presidente de la Juventud Católica, secretario del Círculo Carlista y director de La Buena Causa, periódico más que montaraz. Las campañas desarrolladas en éste le valen un breve destierro, lo que no obsta para que se licencie en Derecho Civil y Canónico en la Universidad Libre de Vitoria.

Vuelve a su pueblo natal para ejercer de abogado pero, pronto, deja el bufete para dedicarse a la defensa del Trono y el Altar y al ataque de cualquier mojón que huela a liberalismo o progreso. Sus dos intentos de salir como diputado fracasan pero, desatada la última guerra carlista, se alista como Valbuena, Antonio carlista 1874voluntario en las fuerzas del general Villalot y llega a ocupar el cargo de Auditor General del Ejército. Tras la derrota definitiva en febrero de 1876 ha de exilarse pero, cuando regresa a los pocos meses, los revolcones no han variado un ápice sus convicciones ni su pugnaz modo de defenderlas. En 1877 vuelve a las Vascongadas para dirigir en Bilbao La Voz de Vizcaya. El periódico es clausurado por la autoridad, amparada en el estado de sitio que todavía se encuentra vigente en estas provincias.

En 1878 comienza su colaboración en El Siglo Futuro. Su tan virulenta como ingeniosa sección «Política menuda» aumenta en progresión geométrica los lectores del periódico por lo que, cada vez, Valbuena ocupa más espacio en sus páginas hasta casi monopolizarlo. Colaborará después en El Progreso. Allí comienza a publicar su primera serie de Ripios, los Aristocráticos, donde baquetea inmisericorde a quienes amparados en títulos -con una especial predilección por los marqueses- se dedican a requerir a las musas y a perpetrar versos infames. La muelle vida de estos sujetos y el reconocimiento y sumisión que su mera presencia inspira les hace todavía más confiados en el aroma de sus ventosidades poéticas pero no cuentan con que allí aparecerá el justiciero Valbuena para dejar las cosas en su lugar. Nadie lo hubiera esperado de tan contumaz servidor del viejo régimen y él mismo, por medio de su editor, se ve en el deber de aclarar el asunto en el prólogo al libro que recoge buena parte de los ripios que ha ido publicando en El Progreso:

  «El título de esta serie de artículos y la circunstancia de haber salido a la luz en un periódico democrático han podido hacer creer a muchos que el autor es algún demagogo, enemigo jurado de toda aristocracia. Nada hay, sin embargo, más ajeno de la verdad que esta creencia. Ni el autor de este libro es demócrata ni por su origen ni por su educación ni aun por su mismo temperamento puede ser enemigo de la clase noble. Ni el libro, por consiguiente, puede tampoco ser una diatriba contra esta clase (…) El objeto principal del libro bien claro está que es puramente literario, y que si va contra alguna clase es a no dudar contra la clase de los malos poetas (…) Era un gran yerro tener al autor de los  Ripios por enemigo de la nobleza y suponerle movido, al escribir, por odios demagógicos. Todo lo contrario. Hijo de una familia noble y educado en aquellas ideas que hicieron a España grande y poderosa en mejores tiempos, es tradicionalista de raza y tradicionalista de convicción, ardiente y decidido partidario del antiguo sistema de gobierno con todas sus instituciones seculares…»

  De una forma u otra, el libro alcanzó siete ediciones, amén de varias fraudulentas en América, y dio a Valbuena la pauta de por dónde podía encauzar su pluma tan satírica como severa. Y ¿dónde mejor que en la Real Academia Española, poblada de tan campanudas medianías, iba a encontrar más apetitoso pasto? Por otra parte, desde 1885 colaboraba en Los lunes del Imparcial, lo que le daba ya carta definitiva de crítico prestigioso. Fue allí donde comenzó a publicar su Fe de erratas del nuevo Diccionario de la Real Academia (1891) que, luego, como libro, alcanzaría hasta doce ediciones. Como sus comentarios, tan malévolos como sensatos, le valieron, como era esperable, contraataques e inquinas de los tan poseídos de sí mismos académicos de la época, Valbuena, que se crecía en el castigo, publicó en 1891 los antedichos Ripios académicos. Allí arremete -y con motivo- contra prebostes tan prestigiosos como Alejandro Pidal, José Echegaray, Juan Valera, Antonio Cánovas, Víctor Balaguer o Núñez de Arce, además de los citados arriba y otros menos recordados hoy. El lector, aparte de carcajearse inconteniblemente con las citas y comentarios que Valbuena hace de los poetastros, no puede menos que estar de acuerdo con la inmensa mayoría de sus apreciaciones. Aparece también allí Manuel Cañete que fue quizá el blanco preferido de sus venenosos dardos. A don Manuel se le había ocurrido defender a cierto poeta atacado en los Ripios aristocráticos lo que le valió a partir de entonces ser vapuleado por Valbuena, viniese o no a cuento. Incluso lo había incluido, bajo el marbete de Paréntesis. Para Cañete, en este último libro, que fue el primero de los suyos de la vertiente satírica.

Para que no se le tildara de maniqueo, en 1891 publica Ripios vulgares donde pasa revista a varios vates escogidos entre lo Valbuena_Ripios vulgaresmás estéticamente vetusto de la época, que no era poco. Recordemos que, quién sabe si aplastado por su abundancia o con un íntimo regodeo, Cossío incluyó un epígrafe de «Poetas viudos» en su mamotreto sobre la poesía del XIX. En esta nueva entrega de Valbuena aparecen, pues, gentes tan denostadas como Grilo o el pintoresquísimo Carulla, autor de La Biblia en verso. (https://javierbarreiro.wordpress.com/2016/11/02/la-biblia-en-verso-de-jose-maria-carulla/) No faltan invectivas contra sus bestias negras: Cánovas y Cañete, aunque a éste se le aplica la férula en cabeza ajena. Concretamente, en la de Carlos Fernández «admirador de Cañete» a quien se le dedica mayor número de capítulos -tres- que a ningún otro de los fustigados en el libro. Naturalmente, no perdona a los poetas con veleidades liberales: Curros Enríquez figura aquí para ser aplastado a causa de un nefando soneto que tuvo la ocurrencia de dedicar a la ciudad de Aveiro.

Entretanto, iba publicando otros libros ensayísticos, críticos o narrativos que, sin ser aviesos, no incrementan su gloria literaria. Fracasado en su carrera política, no cejó, en cambio, en su labor de acometer mejoras para su tierra en el campo de las infraestructuras, terreno en el que logró notables éxitos por lo que fue reconocido por su coterráneos ya que nunca le movieron intereses personales. Soltero y pudiendo vivir con cierta holgura de sus publicaciones y de sus rentas, vertió todas sus energías en tales empresas beneméritas que contrastaban con su imagen literaria -jocunda pero feroz- a la que tan bien venían las polémicas en las que se enredaba: la Pardo Bazán, el mentado Cañete, Cejador, Gutiérrez Nájera, Julio Casares, Menéndez y Pelayo, Manuel Silvela… Fuese por razones ideológicas o estéticas, lo suyo era meter caña.

No se crea que su férula de dómine, aunque le granjeara odios africanos, no fue apreciada incluso -también la masoquista es condición humana- por quienes la sufrieron. Ya se vio el reconocimiento indirecto de don Marcelino y lo mismo podríamos decir de doña Emilia que califica así la escritura de don Antonio: «encantador desafeite del estilo (…), sabor neto y puro del lenguaje (…), dechado de naturalidad y frescura popular». Viniendo esto de quien había sido repetidamente mortificada por él, en especial desde que se le ocurrió escribir que las garduñas volaban, la cosa tiene mayor mérito. Veamos un fragmento de los muy numerosos dedicados a la condesa en Des-trozos literarios:

   «Una señora que cree que inhibirse es… lo Valbuena_Des-trozos literarioscontrario de lo que es realmente y lo escribe así, y llama pena de daño á la pena de sentido, y viceversa, y cree que vuela la garduña y la presenta volando y aun la mide la longitud de las alas, y habla de la densidad de la temperatura… y afirma que el sacerdote al imponer la ceniza dice quia pulvis eris… una señora que tales cosas escribe es académica por derecho propio». (p. 103).

Joaquín Serrano y Simona Fernández, de los pocos que en el último medio siglo han dedicado algún trabajo a Valbuena, explican en parte su éxito popular -fue junto a Clarín el crítico más leído y temido de su época- por su ausencia de respeto para arremeter contra los consagrados. Y a fe que lo hizo. Entre 1893 y 1902 publica cuatro tomos («montones» los llama él) de Ripios ultramarinos donde se ocupa de no dejar títere con cabeza en la poesía hispanoamericana: además de los muchos que la historia ha colocado en su olvidable lugar, se ocupa de machacar a otros, hoy situados en el Olimpo de las antologías generales, como Gutiérrez Nájera, Jorge Icaza, Miguel Antonio Caro, Rafael Obligado, Juan José Tablada, Salvador Díaz Mirón o Andrés Bello. No se priva ni siquiera de ocuparse de Rubén Darío en los montones primero y tercero:

  «…en comparación del cual todos los malos poetas, por muy malos que sean parecen buenos, ó, cuando menos, regularcillos.

Sus amigos le llaman decadentista pero eso ya no es la decadencia, es la deshecha más horrorosa (…) Entre las cuatro composiciones -dice Juan Valera;- en las cuatro estaciones del año, todas bellas y raras (eso sí; ¡lo que es raras!) sobresale la del verano (…) Nada más espléndido que su “Estival” (…) No trepido en afirmar que éste es uno de los más bellos trozos descriptivos del Parnaso castellano (…) El estío (…) está simbolizado en los amores de dos tigres de Bengala:

‘Con su lustrosa piel manchada á trechos

¡Caracolini!… Manchada á trechos… El de la Barra, que se entusiasmó con la armonía imitativa de aquello del agua glauca que chapotea se habrá entusiasmado también con la que resulta de esa profusión de ches del final del verso; pero por modestia no nos lo dice.

Como tampoco nos dice si la real hembra tenía dos ó tres kilómetros de larga… Porque para tener la piel manchada á trechos

Mas verán ustedes lo que hace la real hembra:

‘Salta de los repechos…’

¡Ah! para eso cuidó el vate de mancharla la piel á trechos‘; porque es cosa sabida que el tener la piel manchada á trechos ayuda mucho cuando hay que saltar de los repechos, si hay que saltar en verso, especialmente.

‘Salta de los repechos

De un ribazo…’

Serán de dos, porque un ribazo no tiene más que un repecho. De modo que ó la real hembra no salta más que de un repecho o son dos cuando menos los ribazos.

‘Salta de los repechos

De un ribazo, al tupido

Carrizal de un bambú, luego á la roca

Que se yergue á la entrada de la gruta…’

 Una roca no se yergue: se yerguen los seres animados; la roca estará erguida, pero no se yergue (…)

                  ‘Siéntense vahos de horno

Y la selva africana…’

¿Pero no decía usted que eran tigres de Bengala ¿Quién los ha traído á la selva africana?

¿Y así está el vate de Geografía, después de las ponderaciones de D. Juan Valera de que sabía tantas y cuántas cosas?…

‘Siéntense vahos de horno

Y la selva africana

En alas del bochorno

(¿El bochorno tiene alas?) alas?)

Lanza bajo el sereno…’

¡Ah! ¿También hay serenos en la selva africana? Eso es un adelanto (…) Vamos adelante:

‘Un rugido callado.’

¡Diantre! ¿Cómo serán los rugidos callados?

Rugido… callado… Nada, que no puede ser eso.

‘Un rugido callado

Escuchó (¡Buen oído!) Con presteza

Volvió la vista de uno y otro lado…’

La volvería á uno y otro lado…

‘Y chispeó su ojo verde y dilatado,

Cuando miró de un tigre la cabeza

Surgir sobre la cima de un collado.’

El collado no tiene cima: es la parte más baja de la unión de dos cimas ó dos cerros. Viene de collum, cuello. La academia no sabe nada de esto, ni el vate tampoco, por lo visto».

  En el mismo artículo Valbuena se espanta de que el nicaragüense escriba cosas como: «en el árbol en flor, junto a la poma» («¿No acaba usted decir que el árbol está en flor? Pues hay que esperar por la poma una temporada»); de que llame a la luna góndola de alabastro o aplique a la noche el calificativo de dorada: «¿Llamar a la noche dorada?… ¿Por qué, vamos, por qué?…»; respecto al verso «La armonía en tu alcázar tiembla y vuela» comenta Valbuena: «(¡Miren la picaruela!) Con que tiembla y vuela? Pues parecerá un cernolín si vuela temblando). O de que en la “Canción de oro” llame al vil metal feto de astros«.

Se podrá decir que Valbuena fue muchas veces injusto y picajoso, pero casi siempre ofició de sensato. Aún se descolgó en 1910 con el último de sus libros de crítica, Corrección fraterna, donde no se limita a los versos sino que en sus postreros coletazos, encuentra un blanco tan fácil como Unamuno sin que abandone su antigua propensión aversiva -si vale el oxímoron- hacia doña Emilia. Veamos alguna muestra de cómo trata al soberbio y campanudo vizcaíno:

   Mire usted, hombre, ó Rector, si usted quiere, ya que también lo quiso un gobierno atolondrado; mire usted, si toda la rima fuera como la de usted, y todos los sonetos como el suyo, habría que renegar de los sonetos y de la rima, porque, a la verdad, el soneto de usted es cosa tonta y desagradable; pero amigo, hay rimas muy dulces y sonetos muy hermosos, á los cuales no se parece el de usted sino como el áspero guarrear de un cuervo al dulce canto de un ruiseñor, ó como el gruñir de un animalejo de la vista baja á una sinfonía de Beethoven. De manera que de su soneto lo que se puede sacar en consecuencia no es que la forma poética deba desaparecer, ni que los sonetos sean cosa despreciable, sino que usted es un desdichado intruso á quien no le llama Dios por ese camino. (p. 84).

Esto es, que se vuelva a la cocina del presupuesto á comerse tranquilamente su nómina y deje en paz á la poesía, para la que su prosaica rudeza nativa le hace del todo refractario. (p. 89).

«Cuando salí de su casa iba por paseo ‘delante mío’ …»

No se dice así, grandísimo… Rector.Delante de mí’ es como se dice. ‘Delante mío’ es un disparate (p. 94).

Con esta soltura y naturalidad dejó escritas el leonés miles de páginas. Clarín, en muy diversas ocasiones, el Padre Blanco García,  Azorín… alabaron también los escritos de Valbuena que, según todos los indicios era una buena persona que sólo se investía de fiereza cuando cogía la pluma para defender la causa de lo que él creía buena gramática pero nunca se percibe en él la saña que ocasionalmente muestran otros autores más o menos contemporáneos (Astrana, Adolfo de Castro, Bonafoux, el mismo Clarín…) cuando entran en polémica. Gómez Carrillo y Soiza Reilly se habían hecho a la idea de un ogro y cuando le entrevistaron vieron a un hombre sencillo, bondadoso y amable. Escribe este último hacia 1907:

   «…es un hombre original del cual nadie ha podido hacer una semblanza fiel. Vive como un monje, recluido en una celda de la iglesia de San José, en Madrid (…) con un sobrino suyo que es sacerdote (…) Varias veces intenté hacerle hablar contra los literatos y contra la literatura de los jóvenes actuales. No pude. No pude… No me dijo ni una sola palabra en contra de ellos. Pero me escribió un artículo contra Lugones (…) Mientras Valbuena vibraba en su entusiasmo de católico célibe, yo me entretenía en contemplar las paredes desnudas de la celda, ¡tan desnudas, tan crueles! (…) Este hombre -cuyos artículos se pagan a precio de oro,- no debió nacer nunca en esta época de fiebre y de nervios…»

Bien vio Soiza Reilly la personalidad de Valbuena: filántropo Valbuena, Antonio viejointransigente, de una severidad en lo religioso que se aplicaba a sí mismo hasta llegar al celibato. Su integrismo no le impidió polemizar con obispos a los que, naturalmente, tampoco otorgaba el derecho de publicar malos versos. Hombre de otra época, en suma, supo darse cuenta a tiempo e ir retirándose de la actividad pública. Vuelto a su pueblo, pasó sus últimos años trabajando para mejorar las condiciones de vida de sus paisanos. En 1922 fue nombrado cronista oficial de la provincia de León y murió en 1929.

De cultura enciclopédica, con alrededor de treinta libros en su haber, con un epistolario -publicado fragmentariamente por J. F. Botrel- que contiene una más que interesante correspondencia con Rodríguez Marín, Clarín, Sinesio Delgado, Zorrilla o Castelar, Valbuena es otro castigado por la contemporaneidad que suele asimilar lo pintoresco a lo inane. Sus libros nos aguardan con un quintal de bienhumorada y severa prosa, con ardor justiciero ante el figurón poseído de sí mismo, con la atracción que suscitan los cachivaches arrumbados en el desván desde hace muchos lustros y que, en el cotarro literario, han sido sustituidos por una acaponada cerámica de Lladró.

                                                 OBRAS

Odas y suspiros. Poesías a la Virgen, Lérida, Academia Bibliográfica Mariana, 1866.

Historia del corazón (idilio), Madrid, 1878.

Ripios aristocráticos, Madrid, Tipografía Hispanoamericana, 1883.

Fe de erratas del nuevo Diccionario de la Academia Madrid, La España Editorial, 1887-1896, 4 tomos.

Valbuena_Fe de erratas del Diccionario de la Academia

Ripios académicos, Madrid, La España Editorial, 1888 (4.ª ed. aum., Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1912).

José Zorrilla, estudio crítico-biográfico, Madrid, Establecimiento tipográfico de R. Fe, 1889.

-Ripios vulgares, Madrid, La España Editorial, 1891.

-Capullos de novela, Madrid, La España Editorial, 1891.

-Agridulces políticos y literarios (3 tomas), Madrid, La España Editorial, 1892-1893.

Ripios ultramarinos (4 montones), Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1893, 1894, 1896 y 1902.

Valbuena_Ripios ultramarinos 4º

Novelas menores, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1895.

Cuentos de barbería aplicados a la política (con Enrique Hernández, Madrid, Imprenta de Enrique Fernández de Rojas, Madrid, 1895.

Agua turbia, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez 1899.

Des-Trozos literarios, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1899.

Rebojos (Zurrón de cuentos humorísticos), Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1901.

Sobre el origen del río Esla, Madrid, Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra, 1901.

Parábolas, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1903.

Ripios geográficos, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1905.

-Notas gramaticales. El La y el Le, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos 1910.

Corrección fraterna, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos, 1910.

-Caza mayor y menor (no hay metáfora), Madrid, Tipografía de los hijos de Tello, 1913.

Obras completas, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1912-1914.

Valbuena y sus poesías, ed. de F. de la Cuesta, León, Folletón de El Diario de León, 1944-1945.

Valbuena y sus poesías

Prosa crítica de Antonio de Valbuena, ed. de N. Algaba Pacios, León, Diputación Provincial de León-Instituto Leonés de Cultura, 2001.

                                          BIBLIOGRAFÍA

-ALGABA PACIOS, María N.,  “La singularidad del leonés Antonio Valbuena en la cronología noventayochista”, en E. de Diego García y J. Velarde Fuertes (coords.), Castilla y León ante el 98, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura, 1999, pags. 309-326.

-BARREIRO, Javier,  “Antonio de Valbuena, azote de poetas ripiosos”, en Oscura turba de los más raros escritores españoles, Zaragoza, Xordica, 1999, pags. 229-243.

Oscura turba de los más raros escritores españoles004

-, Voz, «Valbuena en Diccionario Biográfico Español, Vol. XLVIII, Madrid, Real Academia de la Historia, 2013, pp. 871-872.

-BOTREL, Jean-François (compilador), «Cartas a Antonio de Valbuena, ‘Miguel de la Escalada'», Tierras de León nº 42, T. XXI (1981), pags. 99-110.

-BOTREL, Jean François, «Antonio de Valbuena y la novela de edificación (1879-1903)”, en Tierras de León: Revista de la Diputación Provincial, vol. 24, n.º 55 (1984), pags. 131-144.

-, “Antonio de Valbuena et la langue espagnole: critique et démagogie”, en Bulletin hispanique, vol. 96, n.º 2 (1994), pags. 485-496.

-CLARÍN, Paliques (aparece en varios de ellos).

-CUESTA, Filemón de la, Valbuena y sus poesías, León, Folletón de El Diario de León, 1944-1945.

-DOMÍNGUEZ DEL HOYO, José María, «Antonio de Valbuena», Revista Comarcal Montaña de Riaño nº 7, diciembre 2002,

-FRAY MORTERO (Manuel Fraile Miguélez), Cascotes y machaqueos. Pulverizaciones a Valbuena y a Clarín, Madrid, Librería de la Viuda de Hernández y Cía., 1892.

-MARTÍNEZ GARCÍA, Francisco,  Historia de la literatura leonesa, León, Everest, 1982, pgs. 404-421.

-MIR Y NOGUERA, P. Juan, “El crítico Valbuena” en El centenario quijotesco, Madrid, Saenz de Jubera, Hermanos, 1905, pags. 195-213.

-SERRANO SERRANO, Joaquín, “Polémicas de Antonio de Valbuena con sus contemporáneos sobre la corrección gramatical y los ‘defectos’ del Diccionario de la Academia”, en Estudios humanísticos. Filología, n.º 28 (2006), págs. 185-220.

-, Antonio Valbuena (1844-1929): poeta, narrador y crítico polémico, León, Universidad de León – Servicio de Publicaciones, 2007.

-,  “Diez calas en la religiosidad del escritor leonés Antonio de Valbuena”, en Studium legionense, n.º. 48 (2007), pags. 279-316.

-, «‘Paz en la guerra’ entre Miguel de Unamuno y Antonio de Valbuena. A los cien años de la ‘Corrección Fraterna’”, en Tierras de León: Revista de la Diputación Provincial, vol. 46, nº 126-127 (2008), pags. 195-213.

-SERRANO SERRANO, Joaquín y Simona FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, «Antonio de Valbuena, ilustre escritor leonés del siglo XIX», Tierras de León nº 42. T. XXI (1981), pags. 99-110.

-, “Antonio de Valbuena, luces y sombras en sus críticas”, en Tierras de León: Revista de la Diputación Provincial, vol. 31, n.º 81-82 (1990-1991), pags. 147-172.

-SOIZA REYLLY, Juan José de, «Un crítico terrible» en Cien hombres célebres (Confesiones literarias) (2ª ed.), Barcelona, Maucci, 1909, pags. 285-288. 

Soiza Reylly_Cien hombres célebres

-VALLADARES REGUERO, A., “Los trabajos cartográficos de finales del siglo XIX ante la crítica mordaz de Antonio de Valbuena”, en Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, n.º 169 (1998), pags. 647-674.

Valbuena, Antonio de5

Pese a ser el primer periodista español digno de recibir tal nombre, disponer de calle en el zaragozano barrio Oliver y existir un concurso periodístico que lleva su nombre ¿quién se acuerda de este alcañizano que fue tildado de pestilente, tabernario y famélico por sus contemporáneos? Hubo de ser otro polígrafo, Nipho, Mariano de Menéndez y Pelayo, quien rescatase su figura y sus escritos en su Historia de las ideas estéticas en España, libro que, por su caudal de información, preciosismo estilístico y capacidad de síntesis, debería haber sido de uso preceptivo en nuestras universidades, pues ¿dónde se pueden encontrar con más brevedad y precisión visiones generales sobre las corrientes culturales habidas en España o sobre los pensamientos que confluyeron  en ellas? El lector que desee hacer el experimento compare las escasas páginas que en él se dedican al neoplatonismo, a Kant o cualquier  otro filósofo con las confusas martingalas de cualquier manual al uso. Don Marcelino, soslayando sus arengas ultramontanas, que, hoy día, a nadie van a convertir, sabía expresar con justeza, amenidad e incisión lo que a cualquier otro cuesta sudores y rebufidos que, ineluctablemente, transmite a sus lectores.

 Nipho redactó íntegramente un buen número de periódicos, alguno de título tan sugestivo como El novelero de estrados y tertulias, Diario de bagatelas, El murmurador imparcial o El Caxón de sastre literato o percha de maulero erudito con muchos retales buenos, mejores y medianos, útiles, graciosos y honestos para evitar las funestas consecuencias del ocio. En este último, que se publicó durante treinta y un años, reprodujo inéditos de peregrinos, excesivos y hasta excelsos escritores españoles con un criterio tan pintoresco que el mamotreto constituye una verdadera fuente de disfrute, al menos para espíritus tan ricamente atrabiliarios como debió ser el suyo.

Enciso-Nipho y el periodismo002 Entre sus más de noventa obras, figura otra que habría de ser propagada en after hours, discotecas, verbenas y gabinetes sexológicos. Me refiero a El amigo de las mujeres o arte de hacerlas felices para dicha y dulzura de los hombres. Libros que ya no se escriben, pues hoy todo el mundo parece saberlo todo y así les va a las parejas.

 En La Almunia de Doña Godina, durante la II República, se convocó una manifestación en demanda de mayor atención socio-cultural a la comarca en la que un lugareño paseó una pancarta que rezaba: “¡Abajo los inorantes!” (sic). Grito que, a buen seguro, hubiera suscrito don Francisco Mariano Nipho y que hoy, pese a la profusión de masters, universidades privadas, públicas y populares, escuelas de verano, cursillos para nescientes y mojigangas diversas, conserva toda su vigencia.

(Publicado en El Día de Aragón, 26-I-1984 y, ligeramente actualizado).  El dibujo de Nipho es de Francisco Meléndez.

Nipho_Diario noticioso, curioso-erudito

 

Claves de hermenéutica

  Al tratarse de cualquier desviación del pensamiento dominante, son los contextos espacio-temporales los que dan cuenta de su categorización. Así, el progreso y la civilización irían íntimamente relacionados con ella, si bien, cuando los dioses razón y ciencia han sido elevados al panteón, no han faltado respuestas que, si en unos casos pueden ser tildadas simplemente de reaccionarias, en otros han puesto alerta sobre dicha divinización.

 Aun ciñéndonos al presente, pocos conceptos habría más opinables que éste, tan dependiente de la ubicación de quien lo aplica. Ubicación que poco tiene que ver con la dicotomía derecha-izquierda. Los dos vectores han cosechado multitud de heterodoxos. Y la disidencia suele preocupar más a quienes antes han sido perseguidos, como ilustran las trayectorias del cristianismo y del comunismo, primero tan discrepantes, después tan intolerantes. Desde el punto de vista de la axiología una diferenciación patente: unos consideran la heterodoxia como un valor positivo y otros la tienen como depositaria de todas las perversiones. Seguramente, éstos y aquellos coincidirán en la calificación de heterodoxos a los mismos productos y ello puede ser un buen mojón para saber a qué atenerse.

 Por evidentes razones históricas, hasta  el último tercio del siglo XX, el término ha evocado casi siempre connotaciones religiosas. Así les sucede a los venerables redactores del DRAE que definen al heterodoxo como “hereje que sustenta una doctrina no conforme con el dogma católico”, a despecho de su significación etimológica: “que sostiene otra opinión”, se sobreentiende, como remacha María Moliner, en desacuerdo con la doctrina tenida por verdadera. Así lo aplicó Menéndez y Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles, obra pionera que ha servido de guía para las descalificaciones de unos y para las reivindicaciones de otros aunque, para vergüenza de la casta académica española, muchos de sus personajes continúen sin investigar. No han faltado quienes han atribuido la existencia del Tribunal de la Inquisición a que la Península Ibérica ha sido mejor campo de cultivo para las heterodoxias que otras latitudes. Sea lo que fuere, el llamado Tribunal del Santo Oficio deparó, además de la gravísima proscripción del cultivo de la ciencia positiva, unos usos sociales inmovilistas y afincados en el temor y la mirada desaprobatoria para cualquier novedad que perduró hasta avanzado el franquismo y que tiene su correlato en numerosas obras literarias y cinematográficas que lo denuncian. 

 La extensión y pujanza del cristianismo deparó la secuela de un desmesurado número de herejías: adopcionismo, arrianismo, carismo, catarismo, docetismo, donatismo, fideísmo, maniqueísmo, monofisismo nestorianismo, quietismo, trinitarismo… Toda ortodoxia dogmática precisa de opuestos para que sus mecanismos represores aseguren su dominio sobre los espíritus[1]. Al centro ortodoxo se le oponen heterodoxias periféricas de las que abominará con el argumento esencial de que la verdad es antigua e inmutable y lo nuevo es el error.

 De cualquier modo, a heterodoxos que lo fueron en su época, como por ejemplo, Lope de Vega, cuesta hoy otorgarles tal marbete sin caer en la ambigüedad. Y tenemos, a su vez, el caso opuesto: elementos canonizados por la Iglesia (San Agustín, San Buenaventura, San Juan de la Cruz…), por la realeza (El Bosco, Arcimboldo, Goya…) o por el régimen que encarnó con más vocación las ortodoxias hispánicas (Giménez Caballero, Luys Santamarina, González Ruano…) tienden hoy a ser vistos más como protagonistas de una conflagración con las esencias por entonces en uso que como sustentadores de los valores de quienes los magnificaron. Algo nos enseña la historia que nos negamos obstinadamente a asumir: el relativismo de toda creencia, de toda concepción. Y aunque los viejos filósofos  ya avisaron de la mayor utilidad del descreer frente a la fe, la contumacia del aspirante a creyente arrolla todos los obstáculos opuestos por la razón. La heterodoxia, como sirviendo a sus propios dioses, se resiste a ser sistematizada. Tenemos entre sus practicantes a quienes lo han sido por su propia vida (Diógenes Laercio, Torres Villarroel, Díaz Mirón…), por su tema de ocupación (el nigromante marqués de Villena, el visitante de ángeles, Swedenborg, el bandido y escritor, Juan Caballero…), por su obra (Fernando de Rojas, el abate Marchena, Mallarmé…). Tenemos heterodoxos por vivir el futuro en el presente o por mantener en el presente formas de vida arcaicas. Tenemos también la confusión entre heterodoxos y marginados. Entre estos últimos no son todos los que están aunque cierta clase de mala conciencia social pueda, a veces, intentar tal identificación.

 Cuestión más peliaguda es la de la heterodoxia en las artes que, por naturaleza, han de ser originales, innovadoras, diferentes. Todo verdadero arte sería pues un acto de heterodoxia frente a lo anterior aunque ello suponga unas fronteras demasiado dilatadas. Cuando se habla de la heterodoxia del artista suele hacerse referencia a su sentido transgresor que, en muchos casos, se lleva tanto a la obra como a la vida (Lautréamont, Jarry, Artaud, Cravan…). Inadaptación, malestar, malditismo, bohemia son caras de un mismo poliedro y una ecuación demasiado fácil, pero a menudo certera, pudiera hacernos pensar en la relación entre la magnitud de la heterodoxia y la excelsitud de la obra. Cercanos a tales propuestas transgresoras andan a menudo los trastornos psíquicos, cuestión que siempre resulta polémica y conflictiva y ha dado pábulo a  una amplia bibliografía[2]. El siglo XX con la eclosión de las vanguardias canonizó la heterodoxia, al tiempo que contribuía a su muerte. El dadaísmo o heterodoxia total termina por abocarse al nihilismo.

 Volviendo al principio, la heterodoxia del pasado es la ortodoxia del presente y la heterodoxia de hoy será la ortodoxia del mañana. Incluso en tiempos que parecen abonados a la libertad, como los actuales, al menos en el ámbito occidental, quien se opone a la dictadura cultural de la mayoría, al pensamiento vacío es visto como apestado y  se escriben leyes para hacer difíciles sus movimientos. La llamada izquierda cultural transita hoy por sendas de banalidad, santurronería y conformismo que volverían a enloquecer a Nietzsche. La corrección política se ha convertido en paradigma de pensamiento nulo.


[1] Emilio Mitre, Ortodoxia y herejía entre la antigüedad y el medioevo, Madrid, Cátedra, 2004.

[2] V., por ejemplo, el clásico de Rudolf y Margot Wittkower, Nacidos bajo el signo de Saturno, Madrid, Cátedra, 1985, cuya primera edición londinense es de 1963, o el excelente trabajo de Philippe Brenot, El genio y la locura, Barcelona, Ediciones B, 1998, publicado en Francia un año antes.

Javier Barreiro, Voz «Heterodoxia» en Claves de Hermenéutica. Para la filosofía, la cultura y la sociedad,  Bilbao, Universidad de Deusto, 2005, pp. 243-245.

Paula Rego-La familia 1988

Paula Rego, La familia, 1988