Mañana, sábado 4 de mayo, intervengo en las IV Jornadas Franco-Españolas de Tradición Oral, organizadas por el Instituto de Estudios Altoaragoneses, en cuyo Salón de Actos (Calle Parque, 10) se celebran, con una ponencia titulada: «Calas en el proceso de popularización de la jota aragonesa». Como homenaje a la ciudad altoaragonesa, donde tan buenos momentos he vivido, reproduzco este artículo que publiqué en el Diario del AltoAragón, el 10 de agosto de 2009.
Wenceslao Emilio Retana (1862-1924), funcionario del ministerio de Hacienda destinado en Filipinas entre 1884 y 1890, escribió numerosísimos libros y estudios sobre el archipiélago que España vería escapar de sus manos, hasta el punto de estar considerado como el gran filipinólogo de su tiempo. Pero no lo traemos aquí por esa especialización ni por ser padre de Álvaro Retana, uno de los escritores eróticos españoles más leídos y figura central en la historia de las varietés en España, sino por haber ejercido como gobernador civil en Huesca y, meses después, haber escrito un interesantísimo texto sobre la capital altoaragonesa, que hoy quiero rememorar.
Don Wenceslao lo escribió, tras recalar, a mediados de septiembre de 1907, en Huesca, donde quiso detenerse unos días después de su habitual temporada de relajo en Panticosa, en cuyo balneario se desarrolla su novela La tristeza errante, publicada en 1903. Como se ha dicho, unos meses antes había ocupado el Gobierno Civil, concretamente desde su nombramiento, el 5 de marzo de 1906, hasta su dimisión, aceptada el 16 de enero de 1907, es decir que no llegó a estar un año en el cargo.
Lo primero que hace el antiguo poncio en su extenso artículo, publicado en la entonces popular revista Por esos mundos, es reconocer que en “en el duro regazo de la vieja Osca” pasó diez de meses de tedio. Entre otras cosas, por no poder disfrutar, dado su cargo, de la libertad absoluta para expresarse. Sin embargo, “amé a Huesca con toda mi alma y miro a los oscenses con cariño fraternal, mayormente a los que, sin darse cuenta, se embriagan con el zumo de una vida exenta de emociones”. Retana nos dice que en Huesca son pocos los que sonríen, el gesto común es inexpresivo y revela “cierta frialdad morbosa del espíritu, da la característica de lo que, si cristalizase en una escultura, podría llevar al pie este letrero La indiferencia, resignada”. Incluso nos dice que en Huesca no hay borrachos, matones ni gente maleante y que existen todas las condiciones para disfrutar de un bienestar social mayor del que se goza pero el envaramiento impide la libre realización.
En seguida se apresta a hablarnos de uno de sus amigos, aun reconociendo que en la ciudad esta palabra quiere decir “solidario del voto”. En unos tiempos en que las pugnas políticas ocupaban tanto espacio en la vida española, en Huesca la política “no es verdadera pasión; es práctica consuetudinaria”. El amigo en cuestión es el popularísimo y bondadoso Agustín Viñuales, de quien destaca su aragonesismo irrenunciable y que en las últimas elecciones fue el diputado más votado en el distrito.
Más que interesante resulta el relato de la velada musical que se le ofreció en casa de otro de sus amigos, Leandro Pérez, comerciante, librero, impresor, editor, teniente de alcalde, gran aficionado a la música y personaje de gran protagonismo en la Huesca que vivió Retana. En dicha velada tocó la catalana María de Mola, de diecisiete años y ya profesora de piano, cantó Carmen Cosculluela, a quien acompañó al piano el anfitrión. Y Retana destaca que, más que cualquier pieza italiana, le emocionó en su voz la dulce jota de Ansó. Pero lo mejor fue el anuncio de que a la noche siguiente se repetiría la velada, con la actuación de Pepito Porta, que había sido llamado a Sariñena para que expresara su arte. No es este el lugar de hablar de este olvidado violinista que tan altos triunfos internacionales alcanzó, sí de decir que lo haremos cuando, durante el próximo año, se edite alguno de los cilindros para fonógrafo que se grabaran en una de estas fiestas en casa de don Leandro y que hemos tenido ocasión de rescatar gracias a la generosidad de José Ángel Pérez Loriente. Diré, sin embargo, que don Wenceslao dedica dos extasiadas páginas al precoz virtuoso y a su actuación*.
Las reflexiones de Retana sobre estos dos cenáculos culminan con la extrañeza de comprobar que en la ciudad “hay reuniones”, cosa que no había sucedido durante su mandato. Nos dice muy convencido que “el espíritu de asociación no existe en Huesca” y que, salvo el Orfeón, no consta ningún centro literario, científico ni artístico. Incluso los casinos, viven lánguidamente. Sobre el Círculo Oscense, presidido por el conservador Anselmo Sopena y todavía no terminado por falta de recursos, expresa algunos elogios sobre su decoración y confort pero se lamenta de que se dedique a “recreos extraordinarios”, refiriéndose al juego, mientras que “innovaciones” como los conciertos y bailes no son admitidas por sus respetables socios. Parece ser que, unos años atrás, se había jugado al lawn tennis en su huerta y cita entre sus practicantes al banquero Antonio Pie, al comerciante alemán Carlos Deissler y a las señoritas Cristina Lasierra y Josefina Sopena, hija del presidente –¿qué no dirían de ellas los convecinos?- pero “faltaba ambiente para aclimatar un deporte tan elegante e higiénico (…); de las entrañas de Osca emergía el run-run de añejas preocupaciones y los distinguidos jóvenes tuvieron que dejarlo”.
Otro de los casinos, el diminuto La Peña, también frecuentado por personas de calidad y en el que, alguna vez –muy pocas- se baila, estaba presidido por el ingeniero de caminos Blas Sorribas, que hubiera querido darle un aire más moderno pero normalmente lo que allí se estila es el tresillo y el tute. Al menos tiene “un poquitín de biblioteca, compuesta casi toda de revistas periódicas”. Pero el señor Sorribas parece que lo tiene feo en cuanto a sus deseos de promocionar otro tipo de relaciones sociales más acordes con las costumbres modernas y, si no fuera por los viajes debidos a su profesión que lo llevan a través de los bellos caminos provinciales, se aburriría mucho.
Otro antiguo casino, El Sertoriano, es frecuentado por conservadores y algún independiente; junto al Centro Republicano, completa el censo de lugares de reunión social. Don Wenceslao percibe la escasez de espíritu colectivo y la advierte también en el mundo oficial: a las reuniones municipales no acuden más de cinco o seis conejales pese al celo de su alcalde, Gaspar Mairal, de quien escribe grandes elogios. Lo mismo sucede en las juntas de Instrucción pública, pese a los parabienes que merecen el director de la Normal, Rosendo Rull y José Fatás, secretario de esta última junta.
El antiguo gobernador, al fin un intelectual, no deja de mencionar a sus compinches aunque señala que los “propiamente dichos son pocos”. Tan pocos, que sólo nombra a un par: Manuel Sánchez Montestruc, secretario del ayuntamiento, al parecer, ya curado de su sus sátiras de mocedad aunque no deje de militar en el coto del antifeminismo. En el mismo “nirvana del escepticismo” ha caído Luis López Allué, al que nos presenta vagando por el Coso con el cerebro en ebullición, “consumiéndose al fuego de la indiferencia-ambiente”. Para casi todos es el juez municipal, casi nadie tiene en cuenta al escritor, al exquisito cuentista de fino humor clásico. Claro que con sólo un teatro abierto, el Principal, en una época en que la asistencia a estos coliseos era la diversión más contumaz de los españoles y el perpetrar obrillas para los distintos géneros, la actividad más común entre los plumíferos, no sorprende este desierto.
No son mejores las cosas en el mundo del arte: “El Museo Provincial ábrese asimismo de tarde en tarde y casi siempre en obsequio de algún forastero. No abunda lo notable en este centro…”. Ni tampoco lo son en el mundo de la prensa, a la que perjudica su politización. Para el antiguo gobernador, el entonces director de El Diario de Huesca, Salvador M. Martón -que pronto visitaría la cárcel por un problema con el arcediano, además, hermano del obispo oscense- “tiene sangre de periodista a la moderna” pero los deberes políticos reducen su vuelo. No obstante, elogia la transformación que ha llevado a cabo en el periódico, que, en su criterio, lo convierte en uno de los mejor hechos de las provincias menores del país. Se refiere también, con benevolencia algo paternalista, a Amando Pellicer -escritor, como Martón, además de periodista-, segundo de a bordo del diario y corresponsal de casi todos los rotativos de Madrid. Respecto a Voz de la Provincia, el segundo de los diarios oscenses, dirigido por el abogado conservador Vicente Carderera, apenas se pronuncia, sólo para lamentarse por el odio africano que se dispensan entre sí ambos órganos de prensa. Fuera de la capital, El Pirineo Aragonés recibe el motejo de “independiente anodino”; El Cruzado Aragonés, de reaccionario y acerca de El Rebelde, republicano y anticaciquil que se imprimía en Lérida pero el único que se pregonaba en las calles de Huesca, dice que “está escrito con destemplanza y gran apasionamiento”.
Retana pone como ejemplo de superación del ensimismamiento oscense a ciertas personas como Jacoba Pérez Barón, hija de Leandro Pérez y Feliciana Barón que había estudiado magisterio en Madrid bajo la égida de las escritoras Magdalena y Carmen Fuentes, que tan hondo recuerdo habían dejado en su paso por la ciudad del Ésera. A los citados y frustrados practicantes del deporte del tenis: Josefina Sopena, culta, viajera y elegante; Cristina Lasierra, aristocrática e ingeniosa, Antonio Pie, viajero atildado y practicante de la equitación, el ciclismo y el tenis… Otro de los citados positivamente es Manuel Labora, “uno de los escasos jóvenes que en Huesca practican la virtud de la lectura”. También el abogado y oficial de Correos, Tomás Serrate, “único que en Huesca sabe inglés”. De hecho, considera a estas personas, menos embozadas de prejuicios, un símbolo que puede dar al traste “con esas antiguallas que hacen de Huesca una población vetusta”. De cualquier modo, piensa que, para esas inteligencias firmes, para esas almas que vuelan, no existen estímulos, “falta el reflector que difunda la luz intelectual, como falta espacio libre para que el espíritu se remonte sin trabas de ningún género. Algo flota en la atmósfera de Huesca que entumece la sensibilidad y hace caer, aun a muchos que de veras valen, en ese indiferentismo que exterioriza un gesto de displicencia”.
Mirada cariñosa pero nada complaciente sobre Huesca, la idea central es el triste protagonismo de lo político en detrimento de lo social y cultural, lo que provoca una sensación de tedio que apaga los ideales y el buen humor. Llama la atención su sinceridad, que hoy sería inimaginable. Sería inconcebible un delegado del gobierno que, a los pocos meses de su dimisión, se expresara con tal claridad y con tal abundancia de nombres propios, respecto a los ciudadanos que han estado bajo su égida. No en todo, pues, siempre se mejora. Los lectores oscenses podrán juzgar si los rasgos que su antiguo gobernador les otorga tienen hoy alguna vigencia.
* V. https://javierbarreiro.wordpress.com/2013/07/25/rescate-del-virtuoso-violinista-pepe-porta-el-hallazgo-de-unas-grabaciones-fonograficas-de-1907/