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(Publicado en Aragón desgajado. Los exilios republicanos de 1939 (Ed. Alberto Sabio), Zaragoza, Doce-Robles-Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2020, pp. 115-132).                                          

Siempre personaje a desmano, fuera de foco, sin asumir protagonismo por razones, en una parte, sí, debidas a la coyuntura y, en otra, a su propia personalidad modesta y esquiva, el caso de esta intelectual nacida en Zumaya resulta bastante atípico, por más que en todos los exilios abunden las situaciones personales insólitas. Más que por su propia obra, su nombre ha sido citado por ser la segunda mujer del narrador aragonés José Ruiz Borau, a quien prestó el apellido con el que fue conocido como escritor, José Ramón Arana. María Dolores estuvo, en cambio, en el centro de hechos tan significativos como fueron las vanguardias poéticas en Aragón o las trastiendas de la Guerra Civil y del exilio mexicano. Además de que el segundo de sus hijos, Federico Ruiz Arana, conocido como Federico Arana, es uno de los personajes más interesantes del México contemporáneo en su multiforme condición de fundador del rock mexicano, historiador del mismo, importante biólogo, novelista, dibujante, estudioso de la lengua…

Efectivamente, María Dolores Arana –en adelante MDA- fue una perfecta desconocida en el ámbito cultural español y no sólo por su condición de mujer, como la moda cultural pretenderá privilegiar, sino porque la única publicación aparecida en su país fue un breve libro poético editado en una colección marginal poco antes de la guerra y, después, los escenarios bélicos y del exilio no fueron los más adecuados para el desarrollo de su evidente vocación intelectual.

Fue José Enrique Asenjo el primero que se refirió a ella en su libro Estrategias vanguardistas (1990), al estudiar la poesía aragonesa de este cariz, tardía y no de primera fila[1]. Al calor de la revista Noreste y de su fundador Tomás Seral y Casas, el más dotado de este círculo, MDA pudo publicar –desconocemos en qué circunstancias- Canciones en azul  (1935), editado como número 2 de la colección Cuadernos de Cierzo[2], dependiente de la citada revista, que en su número 10,  correspondiente a la primavera de dicho año, publicó una breve reseña del poemario debida al mismo Tomás Seral y Casas. El libro llevaba un retrato a plumilla de la autora dibujado por Federico Comps[3] (1915-1936), prometedor artista zaragozano fusilado al inicio de la guerra, y ornamentación de Mariano Gaspar Gracián[4]. Juan Manuel Bonet dedicó unas breves líneas a la autora en su Diccionario de las vanguardias en España[5], Ángel Pariente la incluyó en su diccionario bibliográfico[6] y yo mismo, con ocasión de editar la poesía de José Ramón Arana, publiqué varios textos sobre ella[7]. Finalmente, en 2018, Mar Trallero[8] presentó su tesis doctoral sobre la autora en un meritorio trabajo de investigación donde no sólo indaga en las circunstancias biográficas de MDA sino que rescata un buen número de artículos, fragmentos de su epistolario y el librito Arrio y su querella. Evidentemente, numerosos datos de este artículo se deben a su indagación. Como no podía ser de otra manera, dado el olvido en el que estaba sumida su figura, Trallero ha reunido muchas noticias y hechos desconocidos acerca de esta autora pero para nada ha variado la posición excéntrica y guadianesca de MDA, casi desconocida hasta la aparición de los trabajos aludidos. Otra importante fuente son los dos textos memorísticos en los que su hijo Federico se refiere a la figura de su madre[9].

Es Federico quien, con el desenfadado estilo que lo caracteriza, se refiere al opresivo ambiente de su casa vasca en el que los curas asumen un protagonismo casi absoluto, del que Dolores tratará de escapar en cuanto tenga posibilidad de hacerlo.

Dolores había nacido el 24 de julio de 1910 en Zumaya, pueblo costero y guipuzcoano, y fue el primer fruto del matrimonio de Victoriano Arana, un funcionario de aduanas y Remedios Ilarduya, a la sazón, típica madre vasca de acendrada religiosidad. Después llegarían otros ocho hermanos. Trabajadora y de mente despejada, tras cursar la enseñanza secundaria en las Escuelas Francesas, lo que le permitió manejar perfectamente el idioma del país vecino, realizó estudios de piano y Magisterio, dos de las típicas carreras femeninas en la época,  pero también preparó la oposición para el cuerpo pericial de Aduanas que, finalmente, obtuvo poco antes de estallar la guerra. Junto a ello, en una provincia como Guipúzcoa, por entonces con tan escasas posibilidades culturales, se inscribió en el Ateneo Guipuzcoano y, más tarde, colaboró con el grupo Amigos del Arte GU, fundado en 1934, lo que le permitiría alguna relación con los movimientos de vanguardia. Sabemos también que tuvo contactos en Madrid, Zaragoza y Barcelona y es posible que llegara a vivir unos meses en alguna de estas ciudades, pero no tenemos evidencia de ello. Posteriormente, ella habló de un novio que tuvo en Barcelona pero debió de ser a distancia o tratarse de un asunto episódico. Parece que también intentó estudiar Filosofía y Letras pero la guerra debió de frustrar su intención.

Por otra parte, su padre, Victoriano Arana, que desde 1931 ocupaba el puesto de inspector de almacenes en la aduana de Irún, fue trasladado a Canfranc[10] como administrador de la Aduana, al parecer, -consecuente con sus ideas pero no con su función- por haber retenido un envío de armas para el Gobierno republicano. Según su hijo Federico, Dolores pasaría más de un año y pico en dicha localidad altoaragonesa[11], lo que podría explicar la relación de Dolores con Zaragoza.

De cualquier modo, en el número 7 de la revista Noreste[12], fechado en el verano de 1934, MDA había publicado un breve poema, “Resaca”, nueve versos trisílabos con rima asonante[13], que sería su primera manifestación literaria conocida[14]. En el número 9 fueron seis canciones, también muy breves (29 versos), con el aviso de que pertenecían al libro Canciones en azul, que aparecería próximamente en Cuadernos de Poesía de Ediciones Cierzo. Efectivamente, en la tercera página del número 10 de Noreste, dedicado íntegramente a mujeres, Tomás Seral y Casas, con el seudónimo de Altazor, publicaba la reseña del libro, muy positiva, en la que, entre otras cosas, escribía:

María Dolores Arana, ibérica-neolatina, se revela en cuanto puede, por gracia de su formación plural y densa, contra esta que podríamos llamar involuntaria españolidad morfológica, y acorda su latido emocional a ritmos universos y durables, manifestándose espontánea y decidida en nuestro mundo poético (…) se nos muestra (…) sencilla, despreocupada y antipreceptista. De este desentendimiento de la técnica (…) nace la esencial y primordialísima gracia de sus canciones, que sin recursos ni trucos de ninguna especie, ofrecen en ocasiones una calidad lírica excepcional.

Tomás Seral termina proclamando “la evidencia de que una poetisa de vena purísima y porvenir envidiable acaba de nacer”.

Serrano Asenjo y María del Mar Trallero comentan en sus textos el poemario, que, aparte de sus características formales, muy en la línea del neopopularismo, entonces en boga, revela un manifiesto rechazo e incomodidad con la realidad y, por consiguiente, la búsqueda de un mundo más puro, exento de complicaciones y dificultades. Al fin, un deseo de integración con la naturaleza, tema, sobre todo desde Bécquer, tan frecuentado por la poesía española.

El 3 de abril de 1936 se publica en el Boletín Oficial del Estado el nombramiento de María Dolores, como auxiliar en la aduana de Irún, donde había trabajado su padre. Poco o nada sabemos de ella hasta que se cruza en su peripecia José Ruiz Borau, un sindicalista de la UGT[15], que todavía no ha pasado de escritor aficionado –unos cuantos poemas en la revista zaragozana La Pluma Aragonesa (1926)[16]– pero que ha ocupado cargos políticos y está casado y con seis hijos.

 Ante el asedio del ejército de Franco, MDA debió de abandonar su puesto de trabajo en agosto de 1936[17], ya que las siguientes noticias nos la muestran ocupada en la organización del tan glosado II Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura[18] y, poco después, en trabajos administrativos en Caspe, sede del Consejo de Aragón, donde se encontraría con José Ruiz Borau, quien iba a ser su compañero durante casi dos décadas, para terminar oficiando como su secretaria y amante. Es posible que se hubieran conocido antes en Zaragoza pero, de momento, no hay ninguna evidencia. Ruiz Borau ocupaba el puesto de consejero de Obras Públicas y, una vez disuelto el Consejo en 1937, pasó a ejercer funciones para el S.I.M. (Servicio de Información Militar), principalmente en Barcelona. Al producirse el alzamiento militar, José, con un notable pasado sindicalista, pudo salvarse casi milagrosamente de la represión que se cebó con los izquierdistas zaragozanos, escapando a Monegrillo, de donde era originaria su mujer que, con los hijos, pasaba el verano en su pueblo. Porque, efectivamente, cuando comienza la convivencia de José con Dolores, él dejaba mujer, cinco hijos y una hija en camino[19]. José aparcó la familia en Monistrol para alejarla de los bombardeos que sufría Barcelona y parece que para algo más. No volvería a tener relación con ellos.

Este tipo de historias no fueron infrecuentes en la emigración laboral hacia América durante las anteriores décadas y mucho menos en el exilio político. Resultan más chocantes en alguien como el futuro escritor, cuyas obras y actitudes personales casi siempre estuvieron presididas por una entereza ética. Sea como fuere, parece que Ruiz Borau no volvió a tener relación personal ni económica con su primera familia[20] y, en cambio, formó otra con Dolores, que, como él, fue destinada a Barcelona, en su puesto de funcionaria de aduanas, durante los últimos meses de 1937.  Sabemos que, desde entonces, sus destinos quedan ligados. Desconocemos las vicisitudes del trabajo de Ruiz Borau para el S.I.M., entonces ya controlado por el Partido Comunista, del que pronto abominaría[21]. Cuando se le encomienda una labor de contraespionaje en Bayona, nido de agentes de los bandos enfrentados, Dolores queda en Barcelona. Es cuando él se hace pasar por su hermano y, para disfrazar su verdadera identidad, toma el apellido Arana[22], que ya no abandonaría y con el que firmaría sus futuras obras[23].

Cuando cae Cataluña, MDA se reúne con él en Bayona y pronto quedará embarazada[24]. La pareja ya no volvería a España. A José se le interna en el campo de concentración de Gurs, donde Dolores lo visita en alguna ocasión, fingiéndose hermana. Según su propio testimonio, José consigue abandonar el campo saliendo con naturalidad por la puerta, aunque quepan otras versiones. Desde entonces, y con los nazis a la vista, van a intentar abandonar el país por todos los medios. Principalmente,  fue la cuáquera Margaret Palmer quien ocupó toda su energía en ayudarles a ello, aunque también MDA ha de vender el libro de Federico García Lorca, que posee autografiado para conseguir fondos.

Pareja e hijo zarparon desde Marsella el 18 de febrero de 1941 y el viaje, del que no tenemos sino noticias aisladas, parece que  fue accidentado. Incluso, el buque hubo de ser reparado en La Martinica, donde Dolores se interesaría por el vudú y los zombis, asunto  que reaparecería en el último de sus libros. Parece que arribaron a Santo Domingo, capital de la República Dominicana, entonces bajo la égida de Trujillo, en la primavera de 1941. Allí permanecieron hasta finales de agosto. Tras otra escala en Cuba, desembarcaron en Veracruz a mediados de octubre de 1941. La travesía había durado ocho meses y la situación económica de la pareja era casi desesperada, pese a lo cual engendran al segundo de sus hijos, Federico, que nacería el 26 de noviembre de 1942. Los nombres de los hermanos fueron debidos a la admiración que ambos progenitores sentían por Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca.

Las demandas de ayuda económica de José Ruiz Borau, como militante del PSOE, a su partido caen en saco roto. Además, hay un informe de Paulino Romero Almaraz, Comisario General de Orden Público en Cataluña, durante la guerra, en el que se le tilda de comunista. Él se defiende con los apoyos de tres cargos socialistas pero no recibe ayuda alguna. Sin embargo, aún quedan fuerzas para la publicación de Ancla, un libro de poemas editado modestísimamente, que María Dolores había copiado e ilustrado[25]. A partir de ahí, las actividades de supervivencia van a corresponder a los dos miembros de la pareja. Él se dedicará fundamentalmente a la venta ambulante de libros, actividad tan bien e irónicamente descrita en La librería de Arana de Simón Otaola, y ella, a un sinfín de actividades, todas mal remuneradas, como las clases particulares, las traducciones, la fabricación artesanal de perfume, jabón, muñecas[26]… Sin embargo, la vocación literaria de ambos no decae, pese a la dificultad de los tiempos y los dos hijos pequeños, que MDA ha de criar y atender. En 1943, quien ya firma José Ramón Arana consigue sacar adelante una revista, Aragón[27], en la que colaborarán los amigos y cercanos citados en el libro de Otaola y,  también, la propia Dolores, que mantendrá una sección fija, “Libros viejos y nuevos”, y alguna otra colaboración suelta en los cinco números que, con grandes dificultades, lograron sacar a la calle.

Las Españas (1946-1956) fue otra revista de mayor aliento que JRA y su amigo Manuel Andújar consiguieron poner en marcha y que resultaría al cabo la más significativa de las publicaciones periódicas de exilio. En ella publicó Dolores frecuentemente artículos y creación. En este último apartado, destaca “Kresala”, un cuento de ambiente vasco publicado en el número inicial de la publicación, con el que la autora retoma sus orígenes.  Mar Trallero, que lo contextualiza y analiza con rigor, lo  califica como  “primer y único cuento publicado de idealización vascongada”. En efecto, como una suerte de reconciliación con sus orígenes y, quizá, como un guiño a su familia de la que las circunstancias la habían distanciado[28], este regreso espiritual a la tierra nativa, significó la recuperación de un arraigo ratificado por sus escritos  en una modesta revista, El Bidasoa mexicano (1951-1961), restringida a colaboradores que hubieran tenido relación con los ámbitos guipuzcoanos. De igual manera, posteriormente, colaboró en Euzko Lurra (1956-1975), revista en la órbita del Partido Nacionalista Vasco, editada en Buenos Aires. Es tan comprensible como significativa la reafirmación y vuelta a los orígenes en buena parte de los escritores del exilio, especialmente, cuando este se prolonga sine die. Unos meses antes de la aparición de Las Españas, había sido sobreseído en España el expediente que, al finalizar la guerra, se le incoó a Dolores por sus responsabilidades políticas.

Más difícil es dilucidar cuáles fueron las formas de colaboración en la obra de su compañero, que, indudablemente, las hubo, desde la transcripción y ornamentación de los poemas que él publicaría tan precariamente en el exilio[29].  Sí que tradujo artículos para Crisol, revista por suscripción que José Ramón vendía ambulantemente, y que no era sino el Reader’s Digest en versión mexicana. Aunque siempre haya que desconfiar de los testimonios orales, Mar Trallero aporta una entrevista con Coro, una de las hermanas de Dolores, y registra que, al final de la misma, intervino Lourdes Echevarría, presente en ella, para contar como, en uno de los viajes que MDA realizó a España en la última parte de su vida, “colaboró con su marido en los escritos que él hacía, cómo ella escribía y firmaba él, lo mucho que escribió en México” (329).

Con prólogo de su gran amiga y confidente, Concha Méndez, tan decisiva en tantos momentos de su vida, dieciocho años después de su primer libro, Dolores publicaría su segundo poemario, Árbol de sueños (1953), con 23 poemas de tono popular y ligero, que no mejoraría el anterior.  La soledad, la insatisfacción y el  fracaso son los ejes sobre los que giran las pulsiones anímicas que inspiran la breve obra. Su autora ha sobrepasado cumplidamente los cuarenta años, sus hijos han llegado a la adolescencia y ya está distanciada de su compañero. Ni el exilio ni la precaria situación económica llevan visos de desaparecer. Sobre todos estos extremos, se encuentran soterradas referencias en los versos de Dolores. Incluso pueden advertirse síntomas de algo parecido a una depresión, si es que en los tiempos difíciles, quienes los padecen pueden permitírselo. Por su parte, la escritura denota cierta falta de chispa y originalidad.

Trallero encuentra en el libro un considerable influjo de Cernuda, ya acogido en la casa de Concha Méndez con generosidad, que su huésped no siempre correspondería. Sin embargo, y aunque en Árbol de sueños puedan espigarse rasgos estilísticos del poeta sevillano, su tono convencional lo aleja de la intensidad y la tan expresiva originalidad formal del maestro.

Sería este segundo libro de MDA el último de los suyos en lo que se refiere a literatura creativa. Si habían pasado 18 años desde el primero que publicó, ahora transcurrirían 13 hasta que publicara el tercero y 21 entre éste y el cuarto y postrero, su ensayo sobre el vudú y los zombis.

Por entonces, la relación de Dolores con José se había ya deteriorado. Suponemos que la causa principal fue la entrada en la vida del narrador de Elvira Godás (1917-2015), maestra leridana que en el exilio mexicano había enviudado y, después, se había casado de nuevo y divorciado. Tanto para Elvira como para José -al que, al parecer, había conocido durante la guerra- fue, pues, su tercera relación de convivencia. Debieron de comenzar a verse a principios de la década de los cincuenta y, aunque durante un tiempo llevaron la relación en secreto, se casaron a finales de 1956[30]. Su hijo, Miguel Veturián[31], vino al mundo tres años más tarde.

Se comprende el impacto emocional que el hecho suscitaría en MDA, que, desde entonces, se dedicó con más intensidad al periodismo y a la crítica literaria y también a la de arte, en gran parte a través de los oficios de Concha Méndez, a la que había conocido en España, y con la que volvió a coincidir en Cuba y México hasta convertirse en grandes amigas y confidentes. También Concha se había separado de su marido, Manuel Altolaguirre, que, en 1944 la sustituyó por una heredera cubana, aunque siguieron colaborando. Así, Concha proporcionó  trabajo a María Dolores como institutriz en su casa y entró en contacto con Luis Cernuda, alojado allí por la aludida generosidad de Concha desde 1953 hasta su muerte.

Fue el poeta que, contra lo que era habitual en él, tuvo buena onda con Dolores, quien le proporcionó colaboraciones en España. Caracola[32], revista malagueña de poesía, dirigida por José Luis Estrada, decidió homenajear a Manuel Altolaguirre tras su muerte y la de su segunda mujer, María Luisa Gómez Mena, a resultas del  accidente automovilístico que tuvo lugar en Cubo de Bureba (Burgos) el 23 de julio de 1959[33]. El secretario de la publicación, Bernabé Fernández Canivell, convenció a Cernuda para que se encargase de seleccionar los colaboradores y él contó con MDA, quien distaba mucho de confiar en su propia poesía. No obstante, aportó un poema, “En la muerte de Manuel Altolaguirre”, ciertamente diferente a los de sus libros publicados.

Más importantes fueron los diecisiete artículos que, también a través de Luis Cernuda[34], MDA envió a Papeles de Son Armadans, la excelente revista literaria que, entre 1956 y 1979, Camilo José Cela dirigiera desde su casa de Palma de Mallorca. Dolores conocía y admiraba la obra del narrador gallego, quien le propuso diese a conocer, sobre todo, la literatura mexicana que se estaba publicando y de la que llegaban escasas noticias a España. Ello provocó una interesante correspondencia entre el editor y la articulista, parte de la cual ha dado a conocer Mar Trallero, tras consultarla en la Fundación que creara el Premio Nobel. Los artículos de MDA aparecieron entre los números 61 y 245, publicados entre 1961 y 1976[35].

A pesar de que estas colaboraciones literarias proporcionarían a Dolores algo del escaso prestigio que depara el cultivo de las letras, no eran retribuidas, por lo que tuvo que buscar en la prensa mexicana otro tipo de contribuciones periodísticas más alimenticias. Su hijo Federico aduce que, a principios de los años sesenta, impartía ocho horas de clase diarias y dejaba el fin de semana para las colaboraciones periodísticas. Además, solía leer tres o cuatro libros a la semana para la realización de sus reseñas. En todo caso, y con los  hijos criados, resultaba esta una actividad más llevadera que la padecida en décadas anteriores. Por otra parte, desde la separación, había tenido más libertad para fortalecer tanto las relaciones con nuevos elementos del exilio, distintos de los que frecuentaba su marido, como con otros estamentos de la cultura mexicana[36], de lo que dará cuenta en sus colaboraciones en la prensa, cada vez más habituales. Así, su firma estará  en diversas revistas mexicanas que aliviarán su situación económica: Nivel, Kena (revista femenina), El Rehilete (desde 1969), Revista de América, donde publica entrevistas a partir de 1967, con el seudónimo de María Danara, y otras[37].

De 1966 es su tercer libro, Arrio y su querella, de tan solo 64 páginas y editado en una colección de cuadernos culturales de educación popular, “El hombre en su historia”,  promovida por el gobierno y que, pese a su brevedad, es su libro más consistente. La historia y el contexto del fundador de arrianismo es expuesta con gran acopio de información pero también con claridad, amenidad y capacidad sintética. La herejía antitrinitaria de Arrio (S. III y IV d. C.) fue condenada en el Concilio de Nicea en el año 325 pero no desapareció sino que la doctrina fue sucesivamente reivindicada y denostada hasta su desaparición y olvido. Como recordarán los estudiantes de los planes antiguos, el arrianismo fue la religión de los vándalos y de varios reyes visigodos hasta la conversión de Recaredo I al catolicismo, lo que supuso la unidad religiosa, al menos a nivel oficial, de la Península Ibérica[38].

Tuvo que llegar el final de la década de los setenta para que María Dolores consiguiera un empleo fijo y aceptablemente remunerado a una edad en que la mayoría se encuentra al borde de la jubilación[39]. Primero fue su amiga, Ifigenia Navarrete quien la recomendó para impartir un taller de redacción en la Facultad de Economía de la UNAM, lo que deparó que fuera llamada por la Secretaría de Gobernación para contratarla como correctora de estilo. Allí fue muy apreciada, participó incluso en la redacción de discursos oficiales y se le ofrecieron distintos aumentos de sueldo y ascensos. Ella, en cambio, no dio ninguna importancia a su trabajo y lo compaginó con el periodismo y otras actividades:

(…) en sus ratos libres era tesorera de la Asociación de Escritores de México, colaboradora de diferentes periódicos y revistas, mentora de cuantos jóvenes interesados en la literatura se acercaran a ella, así como correctora de estilos de todo lo engendrado por las múltiples literatas abonadas a sus enseñanzas y de las tesis de los hijos de sus numerosas amistades. Encima, cuando se libraba de caer enferma en vacaciones, se aplicaba a pintar la casa o reparar lo que se terciara[40].

La situación de MDA mejoró, pues, en sus últimos años pudo visitar España, no sin esperar a la muerte de Franco, la obsesión de tantos exiliados. Lo hizo en el verano de 1976, acompañada de su hijo Juan Ramón y su mujer. Volvió en 1987 y en ambas ocasiones disfrutó de su familia y de su añorado País Vasco, en situación tan diferente a la que ella había vivido.

El último de los libros de la autora, Zombies. El misterio de los muertos vivientes, llegaría en 1987 para culminar una curiosa trayectoria de 4 libros en 52 años: dos de poesía y otros dos de ensayos acerca de temas ciertamente distantes entre sí. Quizá el editor quiso aprovechar la moda desatada desde el estreno del film de George A. Romero, La noche de los muertos vivientes (1968), que no ha hecho sino incrementarse. Como se dijo, la curiosidad intelectual de MDA le había llevado a interesarse por los ritos del vudú durante su estancia en La Martinica, que luego completó con otras lecturas[41]. No es un libro científico ni tampoco meramente divulgativo pero constituye una eficaz y atenta introducción al tema.

Ya anciana, María Dolores pasó sus últimos años en Hermosilla, capital del estado de Sonora, acogida por su hijo José Ramón. Murió el 5 de abril de 1999. No sabemos que su deceso suscitara algún eco en México y, muchísimo menos, en España. Era la consecuencia natural de la modestia de su carácter, el apartamiento de cualquier grupo cultural o político y las circunstancias económicas y familiares que la rodearon y no le permitieron otra cosa que acogerse a los trabajos domésticos o  intelectuales imprescindibles. Los testimonios de sus hijos y de quienes la trataron insisten siempre en su condición de persona introvertida y humilde, que casi siempre pasaba inadvertida, además de cierta timidez que ella sólo superaba cuando era necesario para la supervivencia.

He aludido a esto último en uno de los adjetivos que contiene el título de este trabajo: “supérstite”, huyendo de la palabra “superviviente”, demasiado dramática, porque María Dolores sobrevivió a un rimero de circunstancias que incrementan el mérito de alguien que, con una obra escasa y prácticamente desconocida, ha logrado no desaparecer, al menos, del ámbito académico.

María Dolores Arana Ilarduya fue supérstite del ambiente de una familia vasca ultraconservadora, lo que no le impidió una notable formación cultural, social y política y, por otra parte, adquirir su independencia civil y laboral.

Lo fue, también, de una más que complicada contienda civil y con unas nefastas consecuencias para su país.

Superó igualmente la terrible situación personal, económica y política del exilio francés con su compañero en un campo de concentración, el nacimiento de su primer hijo, atrapada, como estaba, entre la doble tenaza del franquismo por el sur y el nazismo por el norte.

Supérstite, asimismo, del  largo y peliagudo trayecto naval hasta México con un bebé recién nacido -en el viaje concibió al otro-, acompañada de un hombre que dejaba matrimonio y seis hijos abandonados en España.

De las tan difíciles circunstancias político-económicas del exilio en México con su compañero, abandonado por el PSOE y odiado por los comunistas.

Del abandono de su compañero y padre de sus hijos por otra mujer, cuando ella ya había sobrepasado la cuarentena…

Supérstite, pues, de unas circunstancias que hicieron que abandonara una vocación literaria que, con buenos auspicios, se había iniciado durante la guerra. Bien que esta se reconstituyera, pero desde presupuestos emanados más de la supervivencia que de la creatividad.

Mar Trallero, dado el subtítulo de su tesis “desde una perspectiva feminista”, incide en estos aspectos reflexionando sobre la peculiar y delicada situación de la mujer exiliada, lo que nos permite otorgarle la palabra:

(…) las mujeres acarrearán el peso de la supervivencia, que en muchos casos, y el de los Arana lo es, se convertirá en una cotidianidad lacerante (…) la lucha constante, día a día, para conseguir lo esencial para simplemente sobrevivir se instaura de manera tan permanente, sin encontrar soluciones que ofrezcan treguas reales, que la situación se cronifica y se asume finalmente como un estado cotidiano. Ello no significa que se interiorice el fenómeno como un hecho irremediable, inútil de combatir. Por el contrario, el buscar remedio es precisamente la tarea persistente, diaria, cotidiana (…)  Las mujeres  vivirán  un  exilio  marcado  por  la  postergación  de  los  propios  anhelos, sacrificarán su propia lucha en favor de otras causas, entonces consideradas más importantes o urgentes[42].

La propia Dolores reflexionó en voz alta sobre esta cuestión en una carta a Camilo José Cela en la que vierte duras palabras sobre los exilados españoles en la que se advierte, entre otras cosas, el despecho deparado por la ruptura sentimental:

(…) esta emigración (…) es ya una verdadera cloaca, el estercolero de España. Ahora me ha tocado a mí. Y si un hombre como mi marido es capaz de portarse con la bajeza propia de un ser primario y elemental, él que a todas horas andaba dictando normas de conducta y moral y  llenándose  la boca con esa España digna que  tanto parecía preocuparle como  lo  demuestran  las  editoriales  de  Las  Españas  dígame  qué  harán  los demás[43].

Un exilio desigual, en suma, que ella percibe con claridad y que le hará imbricarse de una manera más sólida con la cultura mexicana independiente del exilio, afincado siempre en las mismas obsesiones.  

De cualquier manera, el dictamen de Federico en sus memorias inculpa principalmente a la educación religiosa recibida por su madre de propiciar esa actitud pasiva y resignada, que la caracterizó en muchos momentos de su vida: 

¿De dónde venía esa tozuda negación y ninguneo de su propio trabajo? Creo que al cabo  de  los  años  he  dado  con  una  respuesta  sostenible:  de  la  religión  o, mejor dicho,  de  la  religiosidad.  Porque  por muy  profana,  anticlerical  y  agnóstica  que fuera, había en ella un poso de religiosidad que le imponía el prejuicio cristiano de que  la mujer  es un  ser  inferior,  episódico, prescindible  y  secundario, un  simple pedazo de hueso con cromosomas XY que por arte de birlibirloque se convirtieron en XX[44].

Siempre la familia y la formación religiosa condicionando las psicología y las conductas de tantas generaciones de españoles tanto en el interior como en el  exilio. Cuando Federico escribía lo que antecede, en España la influencia de la Iglesia, se había reducido muy considerablemente y, quizá, de forma ya irreversible, pese a controlar todavía grandes parcelas de la educación en todos sus niveles. Es probable que si Dolores hubiera llevado a su escritura esta cuestión, que tanto le afectaba íntimamente, hubiera podido contrarrestar parte de esos demonios. No lo hizo, fuera por incapacidad o por las antedichas circunstancias. Sí que tiene el “privilegio” de haber pertenecido y, en cierto modo, fundado, una familia fascinante desde un punto de vista humano y literario.

Desde esta perspectiva, es de considerar el alto número de libros publicados por la familia Ruiz Borau-Arana Ilarduya. A los títulos del novelista y de la propia Dolores –alrededor de quince- habría que añadir los de Federico, polifacética figura de la cultura mexicana, muy mal conocido en España, como ya se comentó, que pueden cifrarse en una veintena de títulos. Si añadimos a Alberto Ruiz-Borau, fruto del primer matrimonio, que comenzó a escribir a edad avanzada, tendríamos, al menos, otros once. Y Miguel Veturián, el hijo que hubo el narrador con Elvira Godás, además de los cuatro poemarios citados, ha dado a las prensas otro tipo de libros relacionados con su profesión de fotógrafo y experto en medicina naturista, hasta totalizar una docena. Es decir, alrededor de 60 títulos entre todos, cifra que los hijos todavía pueden aumentar.

Como la proverbial amacho[45] vasca, María Dolores Arana pastorea su familia, mecanografiando, ilustrando y, según ella misma, a veces escribiendo los textos de su marido, atendiendo todos los asuntos domésticos, incluso, pintura y reparaciones, y aportando  su trabajo para sacar a flote la precaria economía en la que se desenvolvieron durante los primeros lustros de exilio. Seguramente, su obra es menos importante que su presencia en la vida de todos las que la rodearon. Otro caso de generosidad en detrimento de sí misma[46].

                                                                             NOTAS

[1] V. RATIA (2019: 70-93)

[2] Tras el primer número, con autoría de Seral y Casas y el segundo con la de MDA, se editaron tres más debidos a Maruja Falena, José María Vilaseca y Gil Comín Gargallo. La guerra terminó con estas publicaciones.

[3] V. PÉREZ LIZANO (1992: 133-139 y 278-279).

[4] V. GARCÍA GUATAS (2008: 681-700).

[5] BONET (1996: 58).

[6] PARIENTE (2003: 44)

[7] BARREIRO (2005a; 2005b: 91-105; 2010: 103-104).

[8] TRALLERO (2019).

[9] Federico ARANA (2012: 2016).

[10] ABC, 18-V-1935,

[11] Federico ARANA (2016:26). Es sabido que Canfranc y la cercana Jaca eran y son típicos lugares de veraneo de la sociedad zaragozana y oscense. En 1927 se habían establecido en Jaca, la capital altoaragonesa, los cursos de verano de la Universidad de Zaragoza, que fueron los primeros que funcionaron en España, con lo que Jaca recogía temporalmente buena parte de la intelectualidad zaragozana.

[12] Editada por Tomás Seral y Casas, publicó catorce números entre 1932 y 1936 y fue la manifestación más importante del vanguardismo aragonés. Hay edición facsímil: BONET et alia (1995).

[13] Quizá esta curiosidad métrica impulsó al grupo teatral zaragozano “El Silbo Vulnerado” a incluir la recitación de este poema en la obra Vuelve Berta Singerman, en homenaje a la que fue famosísima recitadora argentina. Con guion de Luis Felipe Alegre, director del grupo y estrenada en el Teatro Arbolé de Zaragoza, el 24 de septiembre de 2019, es, probablemente, la primera y única vez que la obra de MDA ha sido llevada al escenario.  

[14] No obstante, Juan Manuel Bonet en su diccionario nos informa, sin aportar fechas, de alguna colaboración juvenil en la barcelonesa Hoja literaria. Trallero nos aclara en su tesis que se trata del número 1, aparecido en octubre de 1935, es decir, poco después, de la aparición de Canciones en azul, y transcribe el poema, de mayor extensión “más surrealista y de expresividad más compleja”, en palabras de la estudiosa.

[15] DÍAZ TORRE (2005: 27-50).

[16] BARREIRO (2005a: 88-89).

[17] Frente a la actitud de su familia, Dolores se identificó desde el inicio de la rebelión militar con el bando republicano.

[18] Actuó como secretaria en el II congreso de la Alianza de intelectuales antifascistas celebrado en Valencia (julio 1937), aunque también hubo sesiones en Barcelona y Madrid. Juan Manuel Bonet escribe: “parece ser que fue secretaria de Amigos de la URSS”. (BONET 1996: 58).

[19] La niña llevaba el mismo nombre de su madre, Mercedes Gracia. Nació en Mequinenza en 1937 y murió en Barcelona el 29 de enero de 1939. Al parecer, el médico dejó de prestarle atención, en plena desbandada de la población ante la toma de la ciudad por el ejército de Franco.

[20] Algunos datos aislados sobre estas relaciones pueden espigarse en las obras de sus hijos, Alberto, primogénito del primer matrimonio, y el citado Federico, segundo de los habidos con Dolores. V. RUIZ BORAU (2001) y Federico ARANA (2012 y 2016). Más datos sobre la relación de José Ruiz Borau con sus hijos del primer matrimonio en QUIÑONES (2016).

[21] Sobre esta cuestión y la consigna seguida por los miembros del PCE de marginar y desprestigiar al antes compañero de viaje hay abundante información anecdótica en las memorias de Federico.

[22] Se le proporciona un documento a nombre de José Arana Alcrudo, natural de San Sebastián y periodista.

[23] El único libro que firmó con su verdadero nombre, hoy prácticamente inencontrable, fue Apuntes de un viaje a la URSS, Barcelona, Ediciones La Polígrafa, 1938. Invitados por el gobierno soviético, en 1937 varios ex miembros del Consejo de Aragón y otros compañeros de viaje –nunca mejor dicho- tuvieron ocasión de experimentar –teledirigidos por guías entrenados para la  propaganda del sistema- las bondades del paraíso comunista, en un tiempo en el que se estaba gestando la mayor de las purgas emprendidas por Stalin, que en este caso alcanzó a los héroes más reputados de la Revolución del 17.

[24] Juan Ramón nacería en Bayona, el 21 de diciembre de 1939.

[25] También parecen de su mano las ilustraciones del manuscrito de Viva y doliente voz, poemario de José Ruiz Borau, que no fue editado en el centenario de su nacimiento. (BARREIRO: 2005a).

[26] Federico ARANA (2016: 27)

[27] Hay edición facsímil, Aragón 1943-1945, con introducción de José Carlos Mainer y Eloy Fernández Clemente, publicada por la Institución Fernando el Católico. Para las actividades de José Ruiz Borau en el exilio. V. también: FERNÁNDEZ CLEMENTE (2005: 51-74).

[28] Victoriano Arana Iturria había fallecido en 1939, cuando Dolores se encontraba en Bayona. Fácil es comprender el impacto simbólico de esta muerte para una hija distanciada y con la imposibilidad de haber acompañado a su padre, tanto en sus últimos días como en sus exequias.

[29] BARREIRO (2005a: 82)

[30] No sabemos si hubo matrimonio con Dolores, antes de llegar a Méjico pero es muy improbable. De haberse casado en el país azteca, hubiera dado lugar a bigamia, ya que la documentación no hubiera hecho posible jurídicamente la boda.

[31] El nombre Veturián es la versión aragonesa de Victoriano y José Ruiz Borau tituló así una de sus primeras narraciones: Veturián, México, Aquelarre, 1951. El hijo de Elvira y José –en realidad Ruiz Godás- también tomó el apellido prestado de su padre para firmar como Miguel Veturián Arana los cuatro libros de poemas que publicara: entre 1976 y 2000. Miguel Veturián ARANA (1976; 1988; 1994; 2000).

[32] Se publicaron 278 números entre 1952 y 1975.

[33] Altolaguirre moriría tres días más tarde en el hospital burgalés de San Juan de Dios.

[34] Uno de los más importantes que MDA escribió, “Sobre Luis Cernuda”, fue publicado en el número 107 de la revista, correspondiente a febrero de 1965. También colaboró, “Para un homenaje”, en el número monográfico que Revista Mexicana de Literatura publicara con motivo de la muerte del poeta en el número correspondiente a enero-febrero de 1964.

[35] Se reproducen en la citada tesis (TRALLERO, 2018: 426-537). V. asimismo, Ángel R. FERNÁNDEZ (1986).

[36] Por citar sendos casos significativos, Emilio Prados y Remedios Varó.

[37] Novedades, El Heraldo, El Nacional, Excelsior, Las Españas, Ruedo Ibérico, Literatura, El rehilete, El Gallo Ilustrado, Mujeres, Revista Mexicana de Literatura…recogen asimismo sus artículos. TRALLERO (2018: 172-180).

[38] Mar Trallero, en su tesis, reproduce fotografiado el ejemplar conservado en el Ateneo Español de México, pp. 538-569

[39] No obstante, en México, hasta la actualidad, profesores y otras actividades liberales pueden ejercer su trabajo hasta los ochenta años e, incluso, más allá.

[40] Federico ARANA (2016: 29-30).

[41] En el texto cita especialmente la obra del prestigioso Wade Davis, etnobotánico y profesor en Harvard, The Serpent and the Rainbow (1986), que debió de leer en inglés.

[42] TRALLERO (2018: 101-102).

[43] Cit. por ibídem  (135)

[44] Federico ARANA (2016: 31).

[45] Era así, como la llamaban familiarmente sus hijos, por deseo de ella. Federico ARANA (2016: 25).

[46] Agradezco a Juan Bautista Arana, sobrino de María Dolores, su siempre generosa disposición para mis consultas.

 

                                                                          OBRAS

Canciones en azul, Zaragoza, Cierzo, Col. Cuadernos de Poesía, 1935.

Árbol de sueños, México, Intercontinental, 1953.

–Arrio y su querella (ensayo), México, Cuadernos de Lectura Popular, 1966.

Zombies. El misterio de los muertos vivientes (ensayo), México, Posada, 1987.

 

                                                   

                                                                           BIBLIOGRAFÍA

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Matrimonio Arana e hijos en la década del cincuenta.