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Introducción a Mujeres de la escena (1900-1940), Madrid, SGAE, 1996.

Las imágenes que este libro nos muestra ofrecen una doble fascinación: la visual y la imaginaria. Respecto a la primera, esa explosión de colorido y, para nosotros, de pintoresquismo nos habla de un periodo en que la estética modernista o postmodernista con algunos atisbos de art-decó se confabulaba con reminiscencias raciales en un tiempo en que la palabra raza tenía connotaciones muy diferentes a las que hoy depara. El imperio de la lentejuela, del mantón, del catite, la madroñera y otros perifollos castizos se une al entonces pecaminoso cigarrillo -no olvidemos que un tango-cuplé como «Fumando espero» de Garzo y Viladomat estrenado por Ramoncita Rovira en 1923 hace referencia a un cigarrillo de cocaína-, a la mostración de morbideces que a la sazón tenían en el observador un efecto incomparable con el de hoy, a la gestualidad incitante de las poses… de modo que dichas imágenes vienen a ser un rico compendio de un periodo fronterizo en el que España asumía su tradición y su riqueza folklórica, hasta entonces prácticamente reducida a sus factores pero fuera de los circuitos culturales, al tiempo que se abría a la modernización de las costumbres y se permeabilizaba cada vez más a las influencias exteriores.

La historia de la canción popular española se confunde con la del teatro hasta que -con el albor del siglo- comienza a independizarse. Es el nacimiento de la canción unipersonal. Esta ya no debe estar inscrita en un espectáculo teatral sino que una artista -en los comienzos siempre femenina- sube a un escenario para interpretar unas cuantas composiciones.

A esta modalidad inaugural de la canción popular en España ya desgajada del teatro se le llamará cuplé -con notoria impropiedad, ya que el término francés designa otra cosa- y evolucionará durante un tercio de siglo hasta llegar al umbral de la canción concebida como industria. A partir de entonces, otras denominaciones igualmente equívocas como copla, canción española o tonadilla, desplazarán definitivamente al cuplé de la actualidad.

El cuplé, por otro lado, y como pueden verificar letras y partituras, está totalmente imbricado en la vida cotidiana y, al contrario de lo que sucede en la mayor parte de la canción actual, en él podemos encontrar continuas referencias a los acontecimientos mayores y menores de su tiempo: revolución rusa, sindicalismo, guerra de Marruecos, inventos, modas, emancipación femenina, deporte, etc., aunque, como es natural, no falte un aluvión de letras incontestablemente estúpidas o convencionales.

Coincide, asimismo, con el advenimiento de la posibilidad de reproducir y divulgar el sonido grabado y, por tanto, con la democratización de la canción, la aparición de nuevos circuitos comerciales, nuevos públicos, nuevas actitudes estéticas y otras formas de decir.

Todos estos fenómenos no han sido apenas estudiados ni existe sino una bibliografía incipiente, aunque por muchas vías resurja un claro interés por la cuestión. La intrahistoria de este periodo fascinante en lo estético y lo social no es entendible sin la valoración de estos géneros.

La bibliografía disponible se reduce desde el punto de vista científico al estudio de Serge Salaün, El cuplé, Madrid, Espasa Calpe, 1990 y, desde la divulgación, a las obras de Carmen Brú Ripoll y Pilar Pérez Sanz, Máximo Díez de Quijano, Álvaro Retana, Osvaldo Sosa Cordero y Ángel Zúñiga. Como fuentes colaterales, desde hace unos años, viene aumentando la bibliografía, hasta hace poco escasa, en torno al teatro en sus géneros «menores».

En gran parte, el mundo de las varietés recoge una herencia francesa: revista, music-hall, can-can, bufos, couplet…, la misma comedia seguía teniendo una gran dependencia de las tendencias del país vecino hasta el punto de que en los treinta primeros años del siglo -y pese a la desmesurada producción de nuestros autores- siguen estrenándose numerosísimas adaptaciones de obras francesas. Nuestras primeras artistas famosas en el género, Rosario Guerrero y La Bella Otero, triunfaron antes en Francia y a las posteriores, especialmente La Fornarina pero llegando a la Raquel Meller de los años 20 y 30, hubo de ser París quien les diera el certificado de éxito. Canzonetas italianas, operetas vienesas, machichas, tangos, habaneras y otros muchos aires procedentes del Nuevo Continente constituían parte esencial del repertorio de estas artistas tanto en canto como en baile, pero allí estaban también la tonadilla, el pasodoble, el garrotín, el pasacalle, junto al mundo de los toros, de las majas, bandoleros, gitanos y toda la parafernalia magnificada por el seudorromanticismo. Es verdad que en los años 20 la influencia extranjera parece imponerse con la explosión del tango, introducido años antes, el fox, el shimmy, la java, el charlestón y otros ritmos pero en seguida es contrarrestada en los 30 con el éxito popular de la canción española -en gran parte aflamencada- cuyos intérpretes sustituirán al mito de la cupletista. En efecto, si en el primer cuarto de siglo son la Fornarina, la Bella Chelito, Pastora Imperio, Amalia Molina y otras cultivadoras del cuplé o similares las protagonistas, a partir de la tercera década los nombres claves en la canción y el imaginario popular (Concha Piquer, Imperio Argentina, Miguel de Molina, Estrellita Castro, Angelillo…) van a ser quienes sustituyan a aquéllas en el éxito. Nótese que la primera y otras que van a seguir en candelero como Raquel Meller, Mercedes Serós, Ofelia de Aragón, etc. evolucionan desde el cuplé hacia ritmos más nacionales.

Las varietés y algo después la opereta -que triunfará a partir de la segunda década y para la que sí hacían falta condiciones de belleza, figura, canto y baile no absolutamente precisas en las modalidades anteriores- se convertirán en un escaparate de las obsesiones del país y en una distracción que irá desplazando en el gusto del público al triunfante género chico. El primer atisbo de esta transformación corresponde a la actuación de Augusta Berges, introductora del cuplé en el Teatro Madrid, luego Barbieri, durante el año 1893. La Berges popularizó, con música de polka italiana, La pulga que sirvió de referencia y emblema del género y fue el leit-motiv de diversas obras, entre ellas El género ínfimo de los Quintero. Su sola mención sumió en descarnadas rijosidades al menos a un par de generaciones y fue pieza clave en el repertorio de muchas de las estrellas del mundo frívolo, entre las que debe citarse a la Bella Chelito y Raquel Meller cuando, en sus inicios, se hacía llamar la Bella Raquel.

En este batiburrillo tienen también una muy importante presencia las bailarinas. No olvidemos que el baile femenino tiene una tradición mucho más antigua que la canción que, al fin, proviene de los finales del siglo aunque la historia del baile en España esté por hacer y la tarea no resulte nada sencilla. Junto a la pléyade de bailarinas españolas, entre las que destacan por derecho propio la gitana Pastora Imperio -que también cantó, aunque mal- y Antonia Mercé, la Argentina , para muchos la mejor bailarina del siglo, están las eclécticas como La Argentinita y Laura de Santelmo o Tórtola Valencia, verdadero compendio de modernismo y vanguardia. Cualquiera de ellas ocupa un lugar privilegiado en la tradición y transmisión de este arte.

La historia de la indumentaria tiene también en estas imágenes una importante referencia. Ya la Bella Otero combinó en sus atuendos desde los trajes Segundo Imperio a las deshabillés pero en la primera década el traje de la artista de varietés tiene un claro modelo con traje descotado, falda acampanada hasta algo más abajo de las rodillas, medias caladas y adornos, preferentemente de mantón y lentejuelas, sin que falten volantes y sobaqueras. A menudo se cubre de montera, catite o sombrero cordobés. También es frecuente la vestimenta masculina, sobre todo de carácter andaluz, taurino o militar. La Goya introduce en 1911 la moda de cambiar de atuendo según la letra o espíritu de la canción y a esta tendencia se suma inmediatamente Raquel Meller con éxito inigualable lo que depara una mayor libertad y variedad en los atuendos, hecho que coincide con el final de la tendencia sicalíptica en los escenarios. El mismo 1911 aparece la falda-pantalón y, naturalmente, serán las artistas quienes la popularicen con el consabido escándalo de gacetilleros, menestrales y vecindonas. De cualquier modo, a partir de entonces, y sin que se modifique la espectacularidad, los trajes serán mucho más variados. Y no olvidemos la importancia que el público español siempre ha dado a la riqueza de la vestimenta del artista, que ellos mismos muchas veces vinculan a su competencia profesional. En los años 30 con el auge de la revista musical y la asimilación de influencias extranjeras la espectacularidad de trajes y escenografías será parte fundamental de los espectáculos, aunque el siglo XX ya había representado un claro avance respecto al anterior en el lujo y calidad de escenografía, teloncillos y hasta algunos lugares de espectáculo. Es verdad que las varietés estuvieron en principio confinadas a los cafés cantantes y teatruchos, como el llamado Madrid de la calle Primavera (luego Barbieri), pero la apertura de varios coquetos locales en la calle de Alcalá como el Salón Japonés y el Salón Rouge o el Salón Bleu en la calle de la Montera dieron lugar al paso de las variedades a otros más lujosos como el Salón Regio en Madrid o, sobre todo, Eldorado de Barcelona.

Todo ello tiene que ver con lo que se llamó, a partir de dicha fecha de 1911, «dignificación» del género vinculado, entre otras cosas, con el sueldo cada vez mayor de las cupletistas en detrimento de las actrices . De hecho muchas se pasaron al género hasta entonces tildado de ínfimo Por otro lado, las giras de muchas de ellas por los países sudamericanos e, incluso, por Europa les proporcionaron ingresos desmesurados. También la popularización del sonido grabado tuvo que ver con el estrellato de las más dotadas o de mejor repertorio. Todo ello junto a la aludida fascinación de los intelectuales y el consenso social que sitúa a la cupletista de éxito como la atracción máxima tuvo que ver con la famosa dudosa dignificación que, desde otras perspectivas, aparecería más problemática.

Gran cantidad de estas fotografías son tarjetas postales. El fenómeno del coleccionismo postal fue importantísimo, especialmente, en la primera década del siglo. De otro modo, sería impensable la cantidad de postales primiseculares que todavía circulan pese a ser material más bien fungible o desechable. La gente, en un tiempo que el teléfono era muy minoritario y el correo funcionaba mucho mejor que hoy, se citaba en la misma ciudad a través de tarjetas postales. También, se escribía mucho más, se felicitaba mucho más y se utilizaba el mensaje escrito para cualquier cosa. Muchas veces ni siquiera había que comunicar nada. Simplemente se intercambiaban postales por correo, a fuer de coleccionismo. Además de las vistas de ciudades, las postales de artistas eran con mucho las más populares. Hecho normal en un tiempo en que teatro, toros y varietés surtían de famosos a su tiempo. No son, sin embargo, frecuentes las postales de toreros, tal vez porque un atavismo vinculado a la presunta masculinidad de la profesión hacía que la ostentosa exhibición de su figura no fuera habitual. Las artistas, en cambio, aparecen en las portadas de las revistas de información más leídas como Blanco y Negro, Mundo Nuevo o Mundo Gráfico, en los almanaques, cromos, cajas de cerillas, etiquetas de las botellas de anís y, por supuesto, en las postales con mayor frecuencia que cualesquier otro personaje. Ahí estaba la demanda del público y, así, más o menos conscientemente, fue habitual la unión sentimental entre artista y torero: Pastora Imperio-El Gallo, Concha Piquer-Antonio Márquez, Paquita Escribano-Gitanillo de Ricla, Dora la Cordobesita-Chicuelo, Laura Pinillos-Cagancho Soledad Miralles-Carnicerito de Málaga, Adelita Lulú-Joselito, Carmen Ruiz Moragas-Rodolfo Gaona, Blanquita Suárez-Pacorro, Niño de La Palma-Consuelo Reyes y un largo etcétera que hasta tiene reminiscencias en la sobada actualidad. El magnífico Eugenio Noel, que tan bien conoció estos ambientes, tiene páginas e interpretaciones excepcionales de este mundo que él englobaba bajo el marbete de flamenquismo. En él está también la mezcla de modernidad y tremendismo hispánico que informaban este universo en el que convivían los lastres de la España negra con la modernidad en eclosión .

Las propias biografías de las artistas son un buen ejemplo de este aserto. La Bella Otero, hija de una mendiga soltera antes de ser el mito erótico del nacimiento de siglo y coleccionista de reyes en su lecho, había sido violada y casi muerta por un pastor en los montes de su Galicia natal, después azotada sistemáticamente por las monjas en el centro en el que la recluyeron tras su «pecado» hasta que pudo escapar. La Fornarina, lavandera, cantonera durante su adolescencia en los soportales de la Plaza Mayor y modistilla en un taller tapadera de burdel lujoso, antes de impresionar al Madrid frívolo con su aparición en mallas presentada en una bandeja como esclava de El pachá Bum-Bum, apropósito adaptado del francés precisamente, y estrenado en abril de 1902. Su prematura muerte en 1915, a consecuencia de un fibroma en los ovarios complicado con varios quistes malignos, parece que estuvo relacionada con algún zancocho ocasionado por un aborto provocado en su juventud. A Raquel Meller, antes de sus veinticinco años de éxito triunfal, le conocemos un hijo que abandonó en manos ajenas antes de quedar estéril, tal vez también a consecuencia de alguna operación similar a la de Consuelo Vello, La Fornarina. Varias cupletistas fueron asesinadas, alguna de ellas en la escena, como la bailarina Teresita Conesa. La Bella Chelito era prostituida por su madre en sus tiempos de éxito antes de convertirse en algo así como dama de catequesis, según sabía todo Madrid, hecho que inspiró a Joaquín Belda su muy reeditada La Coquito. A Pastora Imperio le rugía el sobaco estentóreamente, al menos en sus primeros tiempos, según se encargó de divulgar el malévolo Retana en El crepúsculo de las diosas… El anecdotario sería interminable y es una buena muestra de cómo el país seguía sumido en esperpentismos y truculencias. De hecho, el mundo del cuplé, pese a todo lo que tenía de protagonismo de la mujer y acceso de ésta a ámbitos antes vedados, tuvo una estrecha relación con la prostitución . Las artistas en sus primeros pasos habían de someterse a las típicas horcas caudinas de empresarios, agentes y protectores, cuando no eran ellas quienes utilizaban su estatus de artista para obtener un mayor cachet en la actividad venusiana. Bastantes de ellas que alcanzaron el éxito, como la propia Carolina Otero, la Chelito, Preciosilla y tantas otras, lo utilizaron para enriquecerse desmesuradamente con las dádivas de sus amantes o clientes. No olvidemos tampoco que un rey tan pinturero como Alfonso XIII es posible que fuera iniciado sexualmente por la Chelito, fue amante durante muchos años de Julia Fons y accedió ocasionalmente a otras. Incluso tuvo hijos con la actriz Carmen Ruiz Moragas. Barro y esplendor estuvieron en este país habitualmente muy cercanos.

Junto a esto, el mundo de la inteligencia encontró en la fascinación por el género un recurso de vinculación a la modernidad que excedía la mera moda. El prejuicio contra los géneros menores, proveniente de la mentalidad neoclásica fue arrumbado por modernistas, casticistas, bohemios y acólitos. Por memorias de la época, como las de Ricardo Baroja o Cansinos Assens, sabemos de la muy frecuente asistencia de intelectuales a estos espectáculos. Valle-Inclán, Gómez de la Serna, los Quintero, Rusiñol, Ángel Guimerá, Manuel Machado, Álvaro Retana, Gómez Carrillo, Eugenio Noel, Hoyos y Vinent o Tomás Borrás -que hasta llegó a casarse y enviudar de una de ellas, La Goya- se contaron entre los adictos. También Gómez Carrillo matrimonió con Raquel Meller aunque durase poco la sociedad. A ésta, indiscutible reina del género, los intelectuales novecentistas la convirtieron en una musa de lo «popular-exquisito», precisamente, por lo que tenía de frontera entre lo aristocrático y lo plebeyo en una época en que, como en la actualidad, la misma dinámica de los acontecimientos propiciaba un rescate de figuras y elementos que habían estado proscritos por razones poco convincentes. La pureza había dejado de morar en el Olimpo y vanguardista, casticistas y eclécticos la rastreaban en la vida cotidiana.

Todo ello propició la recogida de velas de los gacetilleros que, tras varios lustros de no ver en estos géneros «menores» más que espantos para la moral, empezaron a encontrar algún arte donde el pueblo ya había dictaminado su existencia. Así se explica que, tras varios lustros de vejámenes, a partir de 1910, el progresivo alejamiento de la sicalipsis, la popularización del sonido grabado, que propició el estrellato de las más dotadas o de mejor repertorio, el éxito de muchas de ellas en los países sudamericanos e, incluso, en Europa y la aludida fascinación de los cultos que las cortejaron, glosaron, invitaron a sus saraos y, como se dijo, incluso hasta el altar, lo mismo que toreros, empresarios y actores -profesiones, a la sazón, prestigiosas- produjeran un consenso social que situaba a la cupletista de éxito como la atracción máxima y así se constata en el periodismo, la literatura y hasta el cine de la época. Cine que, años después, contribuiría decisivamente a la decadencia de las variedades, junto al furor por el fútbol, el boxeo, el tango y la canción española.

Así, la canción consolidó sus vinculaciones con la literatura popular y culta y su incidencia en la conformación de una sensibilidad que culminará con la progresiva transformación del género a partir de la mitad de la década de los veinte con sus consiguientes repercusiones en el público, la estética, la valoración pública y privada de la sexualidad y el desarrollo del mundo del espectáculo (cine, revista musical, canción española…).

Fueron las tarjetas postales, la publicidad, la prensa de la época, el disco, la radio, a partir de 1923, y en mucha menor proporción el cine los medios de popularización de estas artistas pero también en gran medida, las actuaciones en directo y el boca a boca. Ya se ha hablado de cómo los tres primeros las tuvieron como protagonistas. El disco aparece en España en diciembre de 1889 y aunque en principio, como los precedentes cilindros, está restringido a la burguesía y a los espectáculos o establecimientos públicos la novedad del medio contribuye en gran manera a la difusión de las cantantes. En la primera década del siglo hay ya discos con los cantables de las obras del género ínfimo más populares (Enseñanza Libre -1901-, La gatita blanca -1905-, El arte de ser bonita -1905-, La alegre trompetería -1907- Las bribonas -1908-…) y en 1911 Preciosilla, Paquita Escribano y Resurrección Quijano graban los primeros cuplés independientes, género que al menos durante unos 30 años ocupará un gran protagonismo en la discografía . La radio, que aparece en España en 1923 también contribuye a la difusión de estas artistas tanto emitiendo sus discos como a través de las actuaciones en directo de las más importantes, fenómeno habitual en la radiodifusión hasta entrados los años cincuenta. Otros elementos difusores son la pianola, el organillo y las partituras. Para las primeras se editaban rollos en papel pautado y los catálogos demuestran que las artistas del cuplé se encuentran entre las más editadas; los organillos también difundieron los éxitos más populares por las calles españolas y la edición de partituras -muchas de ellas de gran belleza gráfica y, frecuentemente, con el retrato de la artista en la carátula- fue muy abundante en un tiempo en que los pianos estaban mucho más extendidos que hoy entre las clases medias y altas.

El cine, a pesar de su mudez, fue también un medio popularizador de las cantantes. Raquel Meller e Imperio Argentina fueron las dos artistas más importantes e internacionales de la cinematografía española en la época. Otras artistas que intervinieron en filmes de la época fueron Pastora Imperio que en 1914 rodó bajo la dirección de José Togores, La danza fatal y en 1917 Gitana cañí de Armando Pou. Como Raqueo Meller e Imperio Argentina, también rodaría otras películas en la época del sonoro. El valenciano José María Codina dirigió a Tórtola Valencia en dos películas de 1915: Pacto de lágrimas y Pasionaria. La jiennense Custodia Romero, apelada «La Venus de bronce» por su morena y escultural belleza rodó con José Buchs La medalla del torero (1924) e Isabel Solís, reina de Granada (1931), basada en una obra de Emilio Castelar. Benito Perojo dirigió a Conchita Piquer, que también intervino en el cine sonoro, en la adaptación de El negro que tenía el alma blanca (1927), basada en la exitosa novela de Alberto Insúa y La bodega (1929). Otras cantantes del género como Estrellita Castro y Antoñita Colomé tuvieron destacada intervención en la cinematografía de los años treinta.


La figura de Álvaro Retana fue crucial en este contexto. Por su larga dedicación al género en su calidad de letrista, compositor, escenógrafo, figurinista, biógrafo, escritor y, por tanto, íntimo conocedor de los entresijos del mundillo. De hecho sus publicaciones siguen siendo imprescindibles para penetrar en él, más cuando la bibliografía sobre el género sigue siendo mínima, tanto por los aludidos prejuicios como por el hecho de que los cuarenta años de dictadura favorecieron muy poco el rescate de este universo cercano a lo pecaminoso.

Ningún otro personaje tuvo un protagonismo tan constante y variopinto en la pequeña historia de la erotografía española de esta época como Álvaro Retana. Su labor no se limitó a la escritura de narraciones con un trasfondo erótico, a la actividad periodística en el mismo sentido y a la disquisición crítica de los novelistas atrevidos de su tiempo, sino que incidió en el campo del arte frívolo como autor de letra y música de cuplés y libretos, figurinista y escenógrafo en el terreno de las varietés y, sobre todo, hombre de mundo, frecuentador tanto de bajas academias como de altos salones y tenido -muy a su gusto, ya que él fue su mejor publicista- como el transgresor por antonomasia de esta nueva sociabilidad, impensable en la España anterior al albor del siglo.

Autores como Lily Litvak o Serge Salaün , entre otros, se han ocupado de establecer las pautas culturales a través de las que el erotismo llega a ocupar en España ese lugar crucial e incide tan fundamentalmente en el cambio de costumbres que se operó en este primer tercio de siglo. Álvaro Retana, pese a su larga vida y a su reaparición en los años 50 con el nuevo auge del cuplé y la publicación durante los 60 de sus dos libros básicos para conocer ese mundo frívolo de las varietés, el music-hall, la sicalipsis y las lentejuelas , ha sido, sin embargo, un personaje olvidado en lo que no ha debido influir poco, en primer lugar su fama equívoca de bisexual y libertino, después su estancia en los penales franquistas y, finalmente, su reaparición extemporánea en una época en la que predominaban otras solicitaciones. Sólo, recientemente, una publicación sexológica le dedicó un número doble y un conocido polígrafo, una mediocre novela cuyo protagonista es un trasunto de nuestro personaje.

Hijo de Wenceslao Emilio Retana y Gamboa y de Adela Ramírez de Arellano y Fortuny, Álvaro nació en alta mar frente a las costas de Ceylán el 26 de Agosto de 1890 . Llegado a sus seis meses a Madrid, estudió en el Colegio Clásico Español de la calle Serrano y frecuentó la muy lucida biblioteca paterna sin que ello le impidiera pertenecer a diversas claqués de salones del género ínfimo en donde se cimentó su conocimiento del género y se despertó su primera fascinación: Consuelo Vello, la Fornarina. Instado por su padre, ganó oposición al Tribunal de Cuentas, donde, con diversas interrupciones, trabajaría toda su vida.

Su actividad como escritor se inició a los 13 años en el periódico escolar Iris con colaboraciones ilustradas por su íntimo amigo de siempre, el famoso figurinista y dibujante Pepito Zamora, personaje también de varias de sus novelas. A los 18 años colaboró con el seudónimo de César Maroto en El Diario de Huesca y en 1911 publicó en El Heraldo de Madrid varios artículos con el seudónimo de Claudine Regnier, que levantaron un serio revuelo y que daban muestra de su nunca desmentido atrevimiento y capacidad autopublicitaria. Entre las numerosas cartas que la presunta señorita francesa recibió de sus lectores se encontraba una de Aurora Mañanós Jauffret, La Goya, que se preparaba para su debut en el Trianon Palace y cuya actuación revolucionó y marcó un nuevo rumbo al mundo de las variedades. Álvaro comenzó desde entonces a escribirle letras, actividad en la que prosiguió siempre, constando alrededor de mil producciones suyas en el registro de la Sociedad de Autores.

A partir de entonces, su nombre fue frecuentísimo en gran número de las publicaciones de la época, actividad que su enorme capacidad de trabajo le permitió alternar con la escritura de más de cien obras -su primer libro Rosas de juventud, data de 1913-, su aludida labor de figurinista, escenógrafo, autor de libretos y, hasta, actor de teatro y cine , sin abandonar por ello su vida disipada que, si por un lado le acarreó fama de ser amoral y escandaloso, por otro le proporcionó una popularidad que llevó su fotografía desde las publicaciones más difundidas de la época hasta las tarjetas postales en el periodo de máximo esplendor de éstas. Incluso salió un coñac con la marca de su apellido, según cuenta en varias ocasiones .

En 1917 se inició en la novela erótica con Al borde del pecado a la que siguió Carne de tablado, que le proporcionó ya una gran notoriedad, que proseguiría durante muchos años y que, como se dijo, él supo administrar e incrementar. A raíz de un comentario de Missia Darnyis en un semanario francés (1922), donde le calificaba como «el novelista más guapo del mundo», Retana firmó muchas veces con tal remoquete y se complacía en sus prólogos, declaraciones y entrevistas en sembrar el desconcierto con afirmaciones sobre su vida disipada de lujo y placeres, lo descomunal de sus ingresos y lo atrevido de sus acciones y amistades. En otras ocasiones tomaba la senda contraria y asombraba con manifestaciones llenas de conservadurismo y protestas de pudibundez .

Su línea dentro de la novela erótica se caracterizó por una desenfadada frivolidad, lejos de los trascendentalismos de su amigo de correrías, Antonio de Hoyos y Vinent, por la aparición habitual de la bisexualidad y por una aguda ironía que quitaba cierto hierro a muchos de sus argumentos. No obstante, ello no le libró de su primer proceso judicial en 1921, al que siguieron otros durante la década, llegando a estar encarcelado durante unos días en 1926 por su novela El tonto y en 1928 por la publicación de Un nieto de Don Juan . A raíz de su libertad, abjuró de su dedicación y tomó el seudónimo de Carlos Fortuny con el que también alcanzó una alta popularidad como autor y articulista durante los años finales de la Dictadura y la República.

Al estallar la guerra fue incautada su finca de Torrejón de Ardoz, declarado «desafecto a la República» y depurado en el Tribunal de Cuentas. Retana se preocupó de buscar apoyos y recomendaciones, logrando su reincorporación. Pero estas relaciones resultaron fatales para él al vencimiento de la contienda. En efecto, y según testimonio del propio escritor, por inducción del Marqués de Portazgo, personaje del que Retana conocía episodios poco ejemplares moralmente que le hubieran podido dañar dado el nuevo rumbo de los acontecimientos, fue detenido. Su nueva casa fue otra vez saqueada y él condenado a muerte en juicio sumarísimo el 17 de Mayo de 1939. La acusación más grave se basaba en la posesión de numerosos objetos de culto , a juicio de la acusación robados, y utilizados con escarnio y sacrílegamente. Parece que ante la acusación del fiscal de que gustaba beber semen de adolescentes en un copón de culto, el aplomo y cínico sentido del humor de Retana le llevó a contestar, «Señor, prefiero siempre tomarlo directamente». Tras ser varias veces aplazada su ejecución y, finalmente, conmutada por 30 años de prisión, tras un calvario por varias cárceles y penales en los que no dejó de escribir ni de conservar un envidiable sentido del humor, le fue concedida la libertad condicional en 1944 y, aunque vuelto a encarcelar en 1945, fue definitivamente liberado el 23 de junio de 1948. Tras numerosísimas gestiones personales, cartas y escritos de toda laya, fue poco a poco logrando retomar su actividad de escritor y hasta readmitido en 1957 en el Tribunal de Cuentas.

Vinieron unos años de recuperación de cierto protagonismo con el nuevo auge de las variedades, sobre todo a raíz del estreno de El último cuplé, con nuevas colaboraciones como letrista, comentarista de discos, agente artístico y escritor, lo que dio origen, entre otras muchas, a las dos obras fundamentales sobre el mundo del cuplé y las variedades citadas en la nota 17, a la que habría que añadir el material inédito que en este volumen se publica. Pero fueron las últimas boqueadas ya que Álvaro moría el 11 de Febrero de 1970, un tanto olvidado, siendo enterrado en Torrejón de Ardoz y dejando como heredero en su testamento -en el que hace un ajuste de cuentas con el general Franco- a su único hijo, Alfonso, habido de su relación extramatrimonial con la cantante Luisa de Lerma.

MONREAL ACOSTA, Genaro (Ricla (Zaragoza) 1-XII-1894/Madrid, 30-IX-1974)

Hijo del veterinario de Ricla, en plena ribera del Jalón, desde niño mostró gran inclinación a la música, de modo, que, cuando le regalaron un flautín, se pasaba el día intentando sacarle sonidos, por lo que en el pueblo comenzaron a llamarle «Genaro chufla». Su madre le enseñó las primeras nociones musicales pero, por esa aludida inclinación, a los siete años, aprobó las pruebas y pudo ingresar como infantico en la escolanía de la Basílica del Pilar. En las celebraciones del Centenario de los Sitios de Zaragoza (1908), interpretó los solos de una misa de Réquiem ante los restos de Agustina de Aragón. Se dice que  Alfonso XIII, admirado, le impuso la medalla de oro del Centenario.

Muy poco después, con 15 años, se trasladó a Madrid para estudiar en el Conservatorio. Alternaba su preparación con un trabajo como flautista de una orquestina y, después, como pianista en el Salón Madrileño, uno de los sitios de baja estofa más populares en el Madrid del cuplé. Allí acompañó a artistas de varietés como Preciosilla, Adela Margot, Chelito… con el sueldo de 4 pesetas diarias. Pronto lo complementó tocando el piano en el café de La Magdalena. Lo primero que compuso fue «Atchís», un chotis con letra de Leandro Blanco, estrenado en el Salón Madrileño por La Chisperita (foto).

El mucho trabajo, arreglando canciones para las artistas y el fácil éxito le llevó a renunciar a una carrera superior en el Conservatorio. Su primer gran éxito fue el tan bello cuplé con ritmo de vals, “Las tardes del Ritz”, que estrenó el imitador de artistas Egmont de Bries:  https://javierbarreiro.wordpress.com/2016/07/20/edmond-de-bries-el-mas-famoso-de-los-imitadores-de-artistas/.

Años después, Mercedes Serós popularizaría en el teatro Lara, otra de sus más populares  creaciones, “El capote de paseo”, un pasacalle, que había sido estrenado por Tina de Jarque. Enseguida comenzó a componer para las grandes figuras hasta trasladarse a París en 1924, donde estuvo siete años trabajando para artistas, casas de discos y cabarets y recorrió Europa “con un número de carácter español, admirablemente orientado” (La Tierra, 19-2-1931). Vuelto a España, su fama ya era imparable. Desde los años veinte le acompañaría la reconocida bailarina murciana Paquita Pagán -Inocencia Moreno Cánovas era su nombre auténtico-, con la que recorrió muchos países al frente de su compañía y con la que fundó una prestigiosa academia de baile y canto en la madrileña calle del Horno de la Mata. Tuvieron un hijo pero no se casaron hasta 1974, doce días antes de la muerte del maestro.

PAQUITA PAGÁN

Su trabajo fue siempre ímprobo y polifacético. A sus más de mil composiciones de todos los géneros registradas en la SGAE, hay que unir decenas de obras musicales para la escena (V, abajo la relación), adaptaciones de melodías populares aragonesas, navarras, riojanas, vascas, murcianas, andaluzas…  puede decirse que no hubo región española a la que el maestro no dedicara alguna composición. Igualmente, los artistas que cantaron sus canciones están entre los más populares de aquellas décadas: Mercedes Serós, Ofelia de Aragón, Antoñita Colomé, Pepe Blanco, Manolo Caracol, Lola Flores, Gracia de Triana, Antonio Molina, Miguel de Molina, Carmen Morell, Los Xey, Lilián de Celis, Sara Montiel,  Antoñita Moreno, Margarita Sánchez, Ana María, Joselito, Marisol, Manolo Escobar, Lola Flores, el parodista Gran Kiki, Raimundo Lanas… También compuso la música de muchísimos anuncios, que, desde los años treinta hasta principios de los sesenta, sonaron incesantemente en las emisoras españolas. Aún se recuerdan algunos como los de Okal, Medias Vilma, Cucarex, Cervecería La Tropical, DDT Chas…

Con tanta actividad, a partir de la Guerra Civil, el maestro se hizo ayudar de su sobrino Manuel Monreal Díaz (1915-1992), también músico. El compositor de Ricla había fundado la editorial El Momento Musical, que luego vendió a Ediciones Quiroga. Ahí se juntaban dos de los músicos más populares de la edad de oro de la canción española. Quizá proveniente de sus primeros tiempos de penuria, y como ha sido frecuente en la música popular, parece que Monreal tenía cierta tendencia a registrar en la Sociedad de Autores músicas populares como suyas. Así ocurrió con «La pulga», «Fru-fru», “Los cuatro muleros”… Esta última, arreglada también por García Lorca para la Argentinita, provocó alguna polémica en la que el maestro supo defenderse con buenos argumentos:

http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0001076544&page=4&search=monreal+%22los+cuatro+muleros%22&lang=es

En esta línea de música popular, a Raimundo Lanas, el cantador de Murillo el Fruto, que instituyó la forma canónica de cantar la jota navarra, Monreal le armonizó e instrumentó todo el repertorio de jotas escritas por Ezequiel Endériz, con las que instituyó el canon  de la jota navarra.

Cuando en España no existía la televisión y la radio era sin duda el electrodoméstico más popular para los españoles, aunque un gran contingente de ellos ni siquiera podía acceder a ella, la publicidad radiofónica tenía una gran importancia en la vida social y en la economía.  Como además, apenas había emisoras, el zapeo era complicado pero no importaba mucho porque los anuncios eran maravillosos. Frecuentemente se recurría al humor y a la música y, como ocurre hoy en los factores de la publicidad, las empresas requerían el concurso de los mejores compositores y letristas. Por ejemplo, el anuncio del DDT Chas, entonces recién inventado y que supuso una revolución en la lucha contra el insecto,  desternillante chotis en que los insectos convocan asamblea para luchar contra los devastadores efectos del DDT Chas. El cantante de esta y de casi todos los anuncios que musicó Monreal, hoy olvidado, es uno de los vocalistas que más actuó en los años cuarenta, Don Liñán.

El texto de este y de casi todos los anuncios cuya música firmó el maestro fue de Ramón Perelló, De los muchos que colaboraron con Monreal como autores de las letras, el más constante  fue este murciano, que, después de haber pasado unos años en las cárceles de Franco por su pasado leal a la República, se convirtió en uno de los letristas más dotados de la larga posguerra española.

En cuanto a la relación de sus principales canciones, es complicado elegir: ¡Ay, mi sombrero!, Tani Campanera, Mesonera de Aragón, Clavelitos, Las tardes del Ritz, El capote de paseo, El berebito, Serva la Bari, Mi vaca lechera, Habanera del cariño, La gallina papanatas, El lerele, Pasodoble te quiero, Ni se compra ni se vende, ¡Que se mueran los feos!, una creación del gran cómico Ramper, naturalmente, anterior a la que firmó Curiel para Los Sirex, que triunfó en los años sesenta.

Apenas se conoce la historia de una canción tan famosa como “Clavelitos”. Con este título ya hubo un cuplé de La Fornarina, que se hizo muy popular hacia 1910 y que después han cantado numerosas artistas. El «Clavelitos» moderno parece una melodía de toda la vida pero fue escrita en 1949 por el famoso dibujante ecijano Federico Galindo Lladó,  que la dedicó a su novia y después esposa, Rosita Calonge. El maestro Monreal le puso música a ritmo de vals pero tardó nueve años en estrenarse. Aunque no fue compuesta como canción de tuna, lo hizo con su título original «Dame un clavel». Fue la Estudiantina de Madrid quien la llevó al disco (Cuando los «tunos» pasan), en el que se dice que es el primer vinilo (1958) grabado por una tuna o estudiantina. Desde entonces se convirtió en la más cantada por parte de estas agrupaciones, hoy en decadencia. En aquel disco EP Philips de cinco canciones todavía el título fue «Dame un clavel»; pero sólo en el centro del vinilo, en la cubierta figuraba ya «Clavelitos»; entre el resto, figuraba también la canción de tuna que sigue en popularidad a la del maestro Monreal, “La tuna pasa”, también creada por otro aragonés, el médico y compositor Luis Araque. El solista era Antonio Albadalejo, después psiquiatra, y la futura «Clavelitos» fue inmediatamente incluida en dos películas: Escucha mi canción (Antonio del Amo, 1958) cantada por  Joselito y por la tuna que actúa en La casa de la Troya (Rafael Gil, 1959) y, después, interpretada por multitud de artista en numerosos los idiomas

Muy famosa se hizo también “Campanera”, la  canción que logró la mayor recaudación en la España de 1956. Con letra de Naranjo y Murillo, la estrenó la sevillana Ana María (Ana Mª Catalán López) en 1953, pero la popularizó enormemente Joselito en El pequeño ruiseñor (Antonio del Amo, 1956).

Monreal fue nombrado en en 1956 delegado de la SGAE en Madrid y sus últimos años transcurrieron con la tranquilidad de sus saneados derechos como autor 

El 22 de octubre de 1974, pocos días después de su muerte, Ricla, su pueblo natal, le rindió homenaje y puso su nombre al Grupo Escolar pero su figura -uno de las grandes nombres de la música popular del siglo XX- ha sido, de momento, poco reconocida, incluso en Aragón donde, con Montorio, Marquina y Luna, forma el póker de grandes maestros de la pasada centuria. 

                                                                                           OBRA LÍRICA

-Las cosas del mundo (zarzuela en un acto en colaboración con Luis Barta con libreto de Ernesto Tecglen y Rafael Solís, estrenado en el Circo Americano el 19-9-1924).

-Los ponchos rojos (zarzuela en un acto en colaboración con C. Roig y libreto de Julián Moyrón, estrenado en P. Nuevo, XI-1933).

Viñeta romántica (un acto en colaboración con Eugenio Barrenechea y libreto de Manuel Machado y Basilio García Cabello, estrenada en el T. Español, 24-XI-1942).

Filigranas (Fantasía en dos actos en colaboración con Gerardo Gómez de Agüero y libreto de Ramón Perelló, estrenada en el T. Albéniz de Málaga, 28-XII-1945).

Tablao ((apropósito en dos actos con libreto de Ramón Perelló estrenado en el Gran Teatro de Córdoba el 2-II-1946).

Caravana (comedia musical en dos actos con libreto de Francisco Muñoz Acosta, estrenado en el T. Cervantes de Ciudad Real), 8-VI-1946).

Sol de España (fantasía en dos actos con libreto de José López de Lerena y Pedro Llabrés, estrenada en el cine Salamanca, 30-VIII-1946).

-Combinado de estrellas (fantasía en dos actos con libreto de Pedro Llabrés y José López de Lerena, estrenada en el T. de la Comedia, 16-IX-1946).

Gracia española (fantasía en dos actos con libreto de José López de Lerena y Pedro Llabrés, estrenada en el Liceo Salamanca, 19-IX-1946).

Volando por el mundo (fantasía en dos actos con libreto de José López de Lerena y Pedro Llabrés, estrenada en el cine Salamanca, 11-X-1946).

Porcelanas (fantasía en dos actos con libreto de Pedro Llabrés y José  López de Lerena, estrenada en el T. Albéniz, 15-XI-1946).

Melodías de España (comedia musical en dos actos con libreto de José Blanco Ruiz y Ramón Perelló, estrenada en el T. Pradrea de Valladolid, 14-II-1947).

-Fiesta 1947 (revista con libreto de Ramón Perelló, estrenada en el T. Cervantes el 15-IV-1947).

Coplas al viento (fantasía en dos actos en colaboración con Manuel Monreal y libreto de Ramón Perelló y Manuel Martínez Remis, estrenada en el T. Cómico 13-V-1947).

Dos gemelos de oro (comedia musical en tres actos con libreto de Luis García Sicilia, estrenada en el T. San Fernando de Sevilla el 14-I-1948), 14-I-1948.

Alrededor del mundo  (revista con libreto de Ramón Perelló, estrenada en Barcelona en 1948).

– Acuarelas (fantasía en dos actos con libreto de Francisco Ramos de Castro y Ramón Perelló, estrenado en el Teatro de la Comedia, 15-IX-1948)

Maracas y castañuelas (comedia musical en dos actos, con libreto de Francisco Muñoz Acosta, estrenada en Aranjuez, 6-XI-1948).

Tus ojos negros (comedia musical en dos actos, con libreto de Ramón Perelló y Antonio Paso Díaz, estrenada en el Teatro Pradera de Valladolid, el 15-IV-1950.

Cascabeles españoles (revista en dos actos con libreto de Consuelo Losada Sánchez y J. A. Verdugo, estrenada en el T. Pavón el 2-6-1950.

Sin fecha: Almadieros (con libreto de Ezequiel Endériz), Luz y color (fantasía en dos actos con libreto de José López de Lerena y Pedro Llabrés, estrenada en el T. de la Comedia),

                                                                                                    BIBLIOGRAFÍA

Burgos, Antonio, Juanito Valderrama. Mi España querida, Madrid, La Esfera de los Libros, 2004.

Cobos Aparicio, Carlos, Homenaje al maestro Monreal, Ricla (Zaragoza), Asociación Cultural Ricla y sus raíces, 1999.

Baliñas, María, Voz: “Monreal Lacosta” en Diccionario de la Música Española e Hispanoamericana. Vol, VII,Madrid, SGAE, 2000, p. 698.

Molina, Miguel de, Botín de guerra. Autobiografía, Barcelona, Planeta, 1998.

Retana, Álvaro, Historia de la canción española, Madrid, Tesoro, 1964, p. 431 y 451.

Román, Manuel, Memoria de la copla. La canción española de Conchita Piquer a Isabel Pantoja, Madrid, Alianza, 1993.

-, La copla, Madrid, Acento, 2000.

VVAA, El cine y su música, La Almunia de Doña Godina (Zaragoza), Asociación Cultural Florián Rey, 2003.

Terminó hace un par de días la exposición de la Biblioteca Nacional sobre Raquel Meller, otra oportunidad perdida para hacer algo históricamente digno y recuperar a la Raquel real, fuera de los tópicos archirrepetidos. Como muestra, de lo mucho que hay escondido sobre ella, transcribo aquí un texto inédito del gran Eduardo Zamacois (1873-1971), del que recientemente, edité con la colaboración de Barbara Minesso, Un hombre que se va. Memorias, Sevilla, Renacimiento-Biblioteca del exilio, 2011 . Para mí, los más interesantes recuerdos de un escritor español del siglo XX pero que ocupan también el final del siglo XIX.

Este escrito, que poseo en manuscrito, me fue obsequiado por su albacea, el periodista argentino Rodolfo Schelotto, gran amigo de sus últimos años de exilio y al que quiero agradecer su comportamiento señorial siempre que hemos coincidido. El texto, aparte de ser una muestra de la soltura y mundanidad de un autor tan activo e influyente en la literatura española de su mejor época, es un ejemplo impagable del carácter raqueliano. 

Raquel Meller Partitura ¡Cuánto le quiero!

LAS GRANDES FIGURAS DEL CAMINO. RAQUEL MELLER

Tocaba su cenit la celebridad de la canzonetista Consuelo Bello[1], llamada la Fornarina -no menos seductora que la Fornarina que inmortalizó el genio de Rafael- cuando en los horizontes del “género ínfimo” comenzó a fulgir la estrella de Raquel Meller. Esto ocurría en la primera década de la centuria actual.

Imposible evocar una de estas dos figuras sin dedicarle a la otra un recuerdo, acaso por la absoluta desemejanza -más cierto sería decir antagonismo- que había entre ellas. Los primeros pasos de Raquel en el camino del arte fueron desafortunados. Consuelo, en cambio, triunfó enseguida; para triunfar le bastó sonreír. Blanca y rubia, ingenua y picante, alegre, graciosa, deliciosamente frívola, con la levedad de quien vive la vida a flor de piel, la Fornarina aunque oriunda de Madrid, parecía una hija de Montmartre, una consanguínea de aquella Mimí que Rodolfo amó tanto. Consuelo era del cuplé. Mientras Raquel, aunque nacida en Cataluña[2], llevaba en el tono caliente de su voz, en la palidez mística de sus mejillas y en la severidad ingeniosa de sus magníficos ojos negros toda la violencia y la secura[3] (sic) del alba castellana. Accionaba sobriamente y la emoción raramente alteraba la paz de su rostro. Su figura grácil parecía esconder un dolor. En escena, casi nunca la vimos reír. Raquel era el drama.

Su nombre va ligado a las tonadillas o canciones que más boga alcanzaron en aquel Madrid inolvidable – único – que salía de los teatros a las dos de la madrugada, para irse a cenar y se levantaba a mediodía. “La violetera”, entre otras “Mala entraña”, “El relicario”, y, sobre todo, “El que a hierro mata…”, acaso porque le traía el recuerdo de una traición– vibraba algo entrañable que, al par que un rencor, era una profecía. Con este bagaje que empero su ingravidez, la gran artista -más actriz de comedia que cupletista- aristocratizaba con el señorío de su carácter, Raquel Meller recorrió victoriosa las principales capitales de Europa, estuvo en Buenos Aires y en otras muchas ciudades de América, New York la colmó de elogios y, cuando ya en su vida cargada de éxitos, empezaba a iniciarse vagamente el otoño, otro gran errante, el maestro de cronistas – Enrique Gómez Carrillo – la tomó como esposa. La boda llamó mucha la atención de público – curiosidad harto explicable dada la notoriedad de los contrayentes – Don Álvaro de Figueroa, conde de Romanones, actuó de padrino y, en las innumerables fotografías que de la ceremonia publicaron los periódicos, el Conde sonreía más burlonamente que de costumbre y, con su sonrisa de hombre mundano, parecía decirnos:

-Ya lo verán ustedes. Estos se separan….

Enrique Gómez Carrillo y yo nos conocimos en París y fuimos, durante algunos años, camaradas inseparables. Los dos teníamos sangre francesa y el año y el mes en que nacimos eran el mismo – entre su nacimiento y el mío sólo mediaron unas horas – y tantas coincidencias, unidas a la similitud de nuestras aficiones, dieron a nuestra amistad visos fraternales. Dada la condición vagabunda, profundamente rabelesiana de Enrique, el matrimonio no revestía gravedad ninguna para él, casarse era, poco más o menos, igual que asistir a un banquete o ir a pasarse unos meses en la Costa Azul. Por lo mismo, yo estaba cierto que el Conde de Romanones acertaba: “aquello no podía durar…”

Efectivamente, dos temperamentos tan disparejos como los suyos habían de separarse pronto. El escritor, desgobernado y trotatierras, nunca conseguiría amoldarse al carácter de la cupletista, metódica y hogareña. A ella le gustaba ahorrar, en tanto él, bohemio de raza, experimentaba una dilecta satisfacción en vivir al día. El era enamoradizo y ella terriblemente celosa. A él, los perros, sin dejar de quererlos, le molestaban lo que no evitó que su cónyuge conviviese con seis de diferentes linajes y tamaños. Cuando, a medianoche, ella se acostaba, él la telefoneaba informándole que no lo esperase a dormir y así siempre y en todo.

Ni siquiera en el modo de viajar se entendieron. Para Enrique un viaje era un placer, para Raquel, una desgracia. Y por eso él, enamorado de los andenes, llegaba a las estaciones mucho antes de que se fuera el tren y Raquel, que odiaba el ferrocarril, acudía a última hora con todos sus perros y casi cuando el convoy casi ya empezaba a moverse.

Por todo esto sus vidas nunca llegaron a fundirse. El anonimato les estaba vedado. Ella tenía demasiado orgullo para resignarse a ser “la señora de Gómez Carrillo”. En cuanto al esclarecido autor de  El Alma encantadora de Buenos Aires tenía demasiada personalidad para convertirse en “el marido de Raquel Meller”… y acordaron divorciarse. Nada más natural. Los fuertes nacieron para vivir solos.

La siguiente anécdota es exacto reflejo otro asunto de las relaciones que mediaban entre la célebre cancionetista y su esposo y de la incivil aspereza con que trataba a sus familiares.

Veinte años atrás, a la hora del anochecer, ambulando por la calle de la Montera – una de las más céntricas de Madrid– se acercó a saludarme, dando muestras de gran alegría, un señor cuarentón, muy adamado y peripuesto: zapatos de charol, pantalón a rayas, chaqué, solapa enflorecida, corbata polícroma, sombrero hongo de color gris…

– Usted no me conoce -exclamó risueño – pero yo le conozco a usted mucho desde París… y con cierto remilgo me ofreció su diestra metida en la suavidad de un guante amarillo.

-Permítame usted -agregó – que me presente. Yo soy hermano de Enrique Gómez Carrillo.

Comprendió que la noticia me había sorprendido

– ¿Usted no sabía que Enrique tenía un hermano?

– Un tanto desconcertado repuse:

– Sí, sí….; me parece que sí…

Recordaba, efectivamente, que en cierta ocasión Enrique me había comentado si yo conocía a alguien en Panamá y, al contestar afirmativamente, añadió como refiriéndose a un objeto olvidado, un paraguas inservible verbigracia “porque yo tengo ahí un hermano que quiere irse para allá” y fue el adverbio “ahí” lo que me chocó e hizo que su declaración me quedase en la memoria.

Mi interlocutor iba aromado tan exageradamente que los transeúntes que pasaban ante nosotros se volvían a mirarlo. Y, mientras platicaba, no cesaba de quebrar la cintura y mover las manos las fragancias de que estaban impregnadas sus ropas eran más perceptibles. Darte un abrazo “meditaba yo” es lo mismo que entrar en una perfumería y luego, por decir algo:

– Y Enrique ¿qué hace ahora….?

Cruzó las manos en actitud orante, entornó los ojos…

– ¿Qué puede hacer el pobre más que aguantar a Raquel? ¡Ah….! Esa criatura acaba con mi hermano.

– Siguió entornando los ojos hasta dejarlos completamente en blanco.

– ¿No se llevan bien? – pregunté.

– ¡Ah…! Eso nadie lo sabe. A ratos parece que se adoran, y, sin embargo, siempre están riñendo. Mi desgracia mayor es vivir con ellos porque soy un hipersensible y la menor contrariedad me hace sufrir ¡Ah, usted no lo imagina!… Yo los quiero, porque he nacido para querer y les ruego que sean tolerantes… pero no me hacen caso. Parecen locos. Se besan, se pegan, se muerden, se reconcilian…. ¡Ah…! Yo sufro… sufro….

Estos “¡Ah…!”, que lanzaba aflautando la voz obligaban a sonreír.

 -¿Y de ese constante regañar – pregunté – quién tiene la culpa? ¿Los dos, verdad?

–No, señor, ella. Mi cuñada es una tigresa. ¡Qué mujer! No hay modo de entenderla. Está conversando con usted muy amablemente, y, de pronto, sin motivo, le clava las uñas. ¡Oh, sí, no crea que exagero! Y voy a demostrárselo. Yo vengo ahora de Barcelona donde Raquel está trabajando. Pues bien, una noche, terminada la función, quise felicitarla porque la habían aplaudido mucho y fui a su camerino. Allí saludé a Enrique y a otras personas, toda gente distinguida. Yo soy un hombre amable, educado, fino… Me gusta comportarme galantemente con las damas… en una palabra: soy lo que se dice “un hombre de salón” …

Yo tenía unos deseos locos de reír.

-Como ella estaba sentada – prosiguió – para besarle la mano, me pareció que lo más elegante era ponerme de rodillas… ¿No es así?

-Sin duda – repuse muy serio.

– Y ¿sabe usted lo que hizo?

Sus cejas se afligieron; pensé que iba a echarse a llorar.

– ¿Qué hizo? – repetí.

– Pues. Levantó el brazo y con todas sus fuerzas me dio una bofetada que… ¡Ah!

Con la punta de los dedos se acariciaba la mejilla ofendida y, cuando se despidió de mí, envuelto en una ráfaga de boudoir, me quedé convencido de que Raquel había hecho bien.

La canzonetista que nos había hecho cantar a todos “Mala entraña”, una de las tonadillas más célebres de su época, no entendía de bromas. Una noche, en los bastidores del teatro Romea, abofeteó a Luisita Esteso[4] porque la había parodiado en cómico…

Sí; Raquel Meller, siempre pálida y vestida de negro – su color favorito – era orgullosa, violenta. Tenía un alma hermética. Hablaba poco y no sabía sonreír ni ceder, con decir que Enrique Gómez Carrillo, “afortunado domador de voluntades femeninas”, no pudo amansarla, está dicho todo.

Eduardo Zamacois.-


[2] Una vez más, la creencia de la naturaleza catalana de Raquel Meller, que, al parecer, ella, que hubiera preferido orígenes menos humildes, no se molestaba en desmentir. Como es bien sabido, Francisca Marqués López, la futura Raquel Meller, nació en Tarazona y fue bautizada en la iglesia de la Magdalena, según consta en su partida de nacimiento.

[3] Es la palabra que parece leerse en el manuscrito de Zamacois que, evidentemente, quiso escribir otra cosa.  ¿Tal vez, sequedad?

[4] Zamacois, a pesar de su memoria, a los muchos años del incidente, confunde al personaje. Como se ha escrito en varias ocasiones, la abofeteada fue Encarnación Julvez, La Argentinita. Para aclarar definitivamente el suceso, este se produjo el 4 de noviembre de 1915 en el Teatro Romea. Raquel, que se encontraba entre los espectadores, cuando apareció la Argentinita para parodiarla, abandonó su asiento, llegó al escenario y la abofeteó, con el consiguiente escándalo, que contaron minuciosamente publicaciones como El Globo, Heraldo de Madrid, Arte y Artistas, Arriba el telón, El Liberal, etc.

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Sobre Eduardo Zamacois:

https://javierbarreiro.wordpress.com/2015/10/03/dos-textos-desconocidos-de-eduardo-zamacois-en-torno-a-la-guerra-civil/

Raquel             –         La Argentinita

LOS CONTEXTOS DEL CUPLÉ INICIAL (THE CONTEXTS OF EARLY CUPLÉ)

Publicado en Dossiers feministas nº 10, «Espais de bohèmia. Actrius, cupletistes y ballarines», Seminari d’Investigació Feminista, Universitat Jaume I, 2007, pp. 85-100.

                                             Arderíus con las suripantas de El joven Telémaco 

El DRAE define al cuplé como “Canción corta y ligera que se canta en teatros y otros lugares de espectáculo”, es decir, que agranda su campo semántico hasta extremos desmesurados. Como casi es lugar común, María Moliner mejora y precisa el significado: “Españolización del nombre francés ‘couplet’ que se aplica a ciertas cancioncillas ligeras y, generalmente, picarescas, que se cantaban en el primer tercio de este siglo (el XX) en los espectáculos de variedades”. El Diccionario del español actual sigue los pasos de María Moliner y Serge Salaün, en el largo artículo recogido en el Diccionario de Literatura Popular Española, elude la definición pero establece sus antecedentes y conexiones: «Si bien el término cuplé es de de procedencia francesa (de couplet que significa estrofa  y, por extensión, canción), corresponde a una antigua tradición nacional, rural y urbana, popular sobre todo pero también culta. El cuplé proviene en línea recta de la tonadilla-canción del siglo XVIII, del cantable de zarzuela, de la canción aflamencada de café cantante y (…) de todo el patrimonio musical nacional, regional y folklórico. Como la tonadilla y el cantable, el cuplé se vincula con el teatro y con los avatares sucesivos de los espectáculos líricos, aunque presenta una tendencia natural a propagarse de manera independiente y a integrarse en todas las manifestaciones de la vida pública y privada…»

Realmente, el vocablo cuplé -o couplet a la francesa, como se denominó en los comienzos de su introducción en España- es, como tantos otros, un saco sin fondo. La historia de la canción popular española se confunde con la del teatro hasta que –en la frontera de los siglos XIX y XX- comienza a independizarse, lo que significa  el nacimiento de la canción unipersonal. Esta ya no debe estar inscrita en un espectáculo teatral sino que una artista -en los comienzos siempre femenina- sube a un escenario para interpretar unas cuantas composiciones. A esta modalidad inaugural de la canción popular en España ya desgajada del teatro se le llamará “cuplé” -con notoria impropiedad, ya que el término francés designa una estrofa de la canción- y evolucionará durante un tercio de siglo hasta llegar al umbral de la canción concebida como industria. A partir de entonces, otras denominaciones igualmente equívocas como copla, canción española o tonadilla, desplazarán definitivamente al cuplé de la actualidad.

Con el inicio del siglo XX, intelectuales y pueblo encuentran en el cuplé y sus vecindades -las varietés- una vía de escape a sus obsesiones. Dichos géneros se convierten así en un escaparate de las preocupaciones del país y en una distracción que irá desplazando a otros espectáculos tradicionales como los toros o el teatro. Sus figuras,La Fornarina,La Bella Chelito, Pastora Imperio, Raquel Meller…, en referencias cotidianas que ocuparán las portadas de las revistas, serán reclamo publicitario y pasto de hablillas, currinches y cronistas.

El cuplé, por otro lado, y como puede verificarse en sus letras, está generalmente muy imbricado en la vida cotidiana y, frente a lo que sucede en la mayor parte de la canción actual, en él podemos encontrar continuas referencias a los acontecimientos mayores y menores de su tiempo: inventos, modas, guerra de Marruecos, sindicalismo, revolución rusa, emancipación femenina, deporte, etc.

Coincide, asimismo, con el advenimiento de la posibilidad de reproducir y divulgar el sonido grabado y, por tanto, con la democratización de la canción, la aparición de nuevos circuitos comerciales, nuevos públicos, nuevas actitudes estéticas y otras formas de decir.

Desde el siglo XVII tenemos abundantes noticias del teatro musical en España. Barbieri[1], Cotarelo, Subirá, Deleito y Piñuela, Huertas Vázquez y tantos otros nos han legado importantes estudios, por más que sea campo en el que difícilmente podrán darse por definitivas las conclusiones. La presencia de la canción en el teatro español viene desde antiguo. Incluso los empresarios contrataban partes de cantado para introducir en los sainetes que habían de representarse y, de la misma manera, era frecuente la inclusión de danzas. En el siglo XVIII se va suprimiendo el baile y en las primeras décadas del siglo XIX, por influencia de la Comédie française, el canto. Pero como, entre otros, señala Cambronero, la tonadilla[2] es el antecedente directo de los cantables que vuelven al teatro en la segunda mitad de dicho siglo, que, por cierto, nos sirve un curioso apunte:

  …ya habrá visto el lector que la composición lírica antecedente tiene todo el carácter y la forma de las que cantan las cupletistas del género no ya del chico, sino ínfimo, y véase como lo que tenemos por una novedad traída de París es una antigualla de hace siglo y medio y además genuinamente madrileña para mayor desencanto.                  (Carlos Cambronero, 1907).

En el siglo XIX los salones, posteriormente llamados academias, y los cafés sacarán estos géneros musicales del teatro estricto. El advenimiento de lo flamenco hacia la mitad del S. XIX, los Bufos[3], el can-can[4], el teatro por horas[5] en la década de los sesenta, los cafés en la siguiente[6] y el éxito del género chico irán delimitando lo que en el siglo XX se llamará canción, que, naturalmente, en sus inicios andará contaminada, por una parte, de folklore y, por otra, de género lírico[7].

La época de oro del café-cantante se cierra a finales de siglo, en que debió ceder paso a otros espacios de sociabilidad musical, con la irrupción de las varietés y el cuplé, género que también absorbió algo de aquellos dorados años de andalucismo en su modalidad de cuplé aflamencado, popularizado por Amalia Molina y Pastora Imperio. Pero bies es cierto que el intermediario entre el flamenco del café-cantante y el cuplé aflamencado hubo de ser el género chico. En los últimos años del siglo, el sainete lírico, el teatro por horas, la revista y el género ínfimo constituyen junto a los couplets franceses y la tradición populista de la canción española y andaluza, las fuentes más señaladas del cuplé, que en cuanto a vocación social ecuménica es el heredero de la canción lírica del siglo XIX.                  (Celsa Alonso [1998], p. 368)

Pero ya se dijo que será el cuplé la primera denominación que nos permita distinguir el hecho de que una artista llega al escenario para entonar una canción no folklórica desgajada del espectáculo teatral. Sin embargo, debe quedar claro que la palabra couplet, aparece por primera vez para denominar algunos cantables en obras del género chico. Muchas veces, al final de los libretos, se proponen variantes sobre las letras de dichos cantables para ser entonadas en caso de que el público, como era frecuente, solicitara la repetición.

Si Corominas en su famoso diccionario etimológico documenta la voz cuplé -al que para más inri, identifica sin mayores precisiones con tonadilla- ¡en 1910!, Espín Templado –autora de inexcusables investigaciones acerca del teatro musical español- remonta sus orígenes en el tiempo[8] pero no documenta la palabra.

Sin embargo, en una investigación basada en las obras líricas españolas existentes en la Biblioteca Nacional[9], la primera en la que he encontrado la denominación «couplet» es la zarzuela bufa Los contrabandistas, estrenada el 8 de Noviembre de 1876. Se trata, como era previsible de una adaptación de una obra francesa en la que se mantiene la música de Offenbach, pero, en cambio, la música del susodicho «couplet» se hace constar que pertenece al maestro Cereceda. Su letra en nada se parece a los cuplés posteriores y, además, está interpretada por un personaje masculino, Baltasar, que interpretó el actor Luis Carceller. Sí tiene el carácter ligero y humorístico que caracterizará pronto al género, pero, de momento, hay que esperar seis años para encontrar otra obra lírica que contenga cuplés, El estilo es el hombre, en este caso de carácter amoroso y también interpretados por un hombre, el personaje de Juan, que encarnó el famoso actor José Mesejo.

Es evidente, que hubo de haber otras obras coetáneas en las que se incluyeran cuplés con esta denominación, pero también que todavía la palabra no designa exactamente lo que designó después. De hecho, en otras obras se incluyen letras para el tango o letras para las coplas, pero si queremos ir delimitando un terreno, por naturaleza confuso y pantanoso, habremos de atenernos a la denominación que nos ocupa. De cualquier modo, si Los contrabandistas era una obra de procedencia francesa, la tercera en la que nos encontramos con el cuplé, Las mujeres que matan[10], éste está interpretado en la lengua de Molière y, además, por una mujer, la actriz Elisa Mendoza Tenorio que encarnó el personaje de Elisa. Una nota final (p. 77) nos informa de que «los anteriores couplets, como ahora decimos en España, son todos ellos delito del autor», con lo que, además de curarse en salud, parece deducirse que en otras obras, los cuplés que se incluían eran copiados directamente de las obras del país vecino y, más adelante, (p. 79) propone otra letra por si el público pide la repetición del mismo. Aspecto muy interesante en el libreto de obra tan temprana es que aporta fotografías, cosa fundamental para saber de que se habla cuando como es tan frecuente se clama contra la amoralidad de tales géneros. En ellas, las actrices aparecen vestidas de esgrimistas, con falda más abajo de media pantorrilla, ceñido suéter o malla, guantes y sombrerito. En una segunda salen con un elegante traje descotado con flores en el pecho, falda hasta el tobillo y una especie de sombrero de tres picos.

  La rápida y universalísima boga que obtienen esas piezas (se refiere a los cantables de más éxito del género chico), corresponde a la de las canciones de circunstancias en otros países. Sólo que así como en Francia, por ejemplo, los couplets que han de ser populares a temporadas, sueltos se componen y sueltos se cantan, aquí nuestros músicos han de engarzarlos todavía en una acción dramática, donde va a buscarlos el pueblo. Esta diferencia esencial, demostraría que el teatro (la exhibición plástica con acción) está más arraigado y es diversión artística más popular y democrática aquí que en otros países. Parece la más adecuada a la inteligencia meridional que gusta de ver representadas materialmente las cosas y al espíritu de sociabilidad continua que ha de aplaudir y sancionar antes en un proscenio la misma canción que luego vuela de labio en labio.             (José Yxart, [1896], p. 128.)

Pero espiguemos una serie de datos que nos ayuden a contextualizar todas estas innovaciones.  En ¡Eh…! ¡A la plaza!,  una revista de 1880, una tal Gregoria cantaba: «Ayer era lo italiano/lo que estaba más de moda, lo que hoy priva es lo flamenco/mañana será otra cosa». La tiple de zarzuela Martí de Moragas en su beneficio realizado en el Teatro del Duque cantó una preciosa canción andaluza y unos bonitos «couplés» franceses (El Tribuno, 6-3-1889). Sobre uno de los cantables de El arca de Noé (1890) dice Deleito (1949, p. 343): «Tal canción no era de Chueca, ni original, aunque figuraba incluida en la partitura a su nombre. Era un «couplet» francés titulado «Miss Coquette», oído muchas veces por mí en las veladas musicales del marqués de Alta Villa, y que estuve a punto de poner yo en castellano». Pero especialmente ilustrativo es el asunto dela Bella Chiquita, que desató un escándalo hoy olvidado pero que gastó mucha tinta en las rotativas.

No olvidemos que siguiendo una tradición muy arraigada en España, el baile era tanto o más importante que la canción para el gusto del público. De hecho, hasta el éxito de los Bufos y el advenimiento del Teatro por horas, la canción no irá adquiriendo su papel cada vez más predominante, pero los cantables del género chico, iban muy frecuentemente acompañados de baile. Disciplina ésta más que difícil para la investigación ya que nos debemos basar en los escasísimos textos descriptivos y en las fotografías. En éstas, las posturas de los actores tienden casi siempre a la exageración y a lo grotesco. De cualquier modo, los bailables irán perdiendo protagonismo, a medida que lo adquiera el cuplé propiamente dicho.

  Parte esencial de este juego de alusiones a las cosas y personas del momento era un número musical de «coplas» que no solía faltar y que, a la manera popular, mantenía estrofas iguales con letras distintas. Estos couplets o cuplés eran esperados con fruición por los espectadores, que generalmente -si eran mínimamente de su agrado- los aplaudían y pedían más y más.  Así pues, desde el primer momento (ya en La canción de la Lola de 1880), los autores cuentan con ese elemento e incluso insertan a veces en la edición del libreto algunos cuplés suplementarios, por si el público pidiera más. Esos cuplés son de muy diversa índole, pero abundan -sobre todo a partir de 1898- los que se refieren a actualísimas circunstancias políticas. Claro que si la obra tenía éxito y duraba mucho en el cartel, podía ocurrir que algunos cuplés quedarán anticuados; entonces se añadían otros con las nuevas noticias. En la mayoría de los casos no hacía falta que los autores añadieran cuplés suplementarios, pues los intérpretes mismos se encargaban de inventarlos sobre la marcha, a veces -cuando viajaba la compañía- aludiendo a sucesos, personajes o características de la ciudad en la que iban a actuar. Es éste un terreno aún muy poco estudiado, en que sin duda podrían encontrarse rasgos muy característicos de la dramaturgia «noticiosa» del género chico, y también de las corrientes de la opinión popular de la época. Citamos sólo un ejemplo, de una crítica en el periódico La Opinión de Teruel, de 17 de junio de 1897, referida a Cuadros disolventes de Perrín, Palacios y Nieto y a su intérprete el barítono Salvador Miquel, que ha exhumado Antonio Gallego: «Cantó algunos [cuplés] alusivos a Teruel que fueron ruidosísimamente aplaudidos… y en la noche del domingo otro alusivo al digno alcalde de Zaragoza, que se hallaba en el teatro». Es decir, que el intérprete se informaba de alguna peculiaridad o circunstancia de la ciudad, e incluso del hecho de que alguna personalidad notoria se encontrase en el teatro, para colocar una copla alusiva.            (Barce [1995], pp. 208-209.)

Que el público pedía baile y que, al pedirlo, solicitaba algo parecido al recreo erótico es conocido en el teatro español desde el siglo XVI. Ciñéndonos a nuestro marco cronológico, las referencias a escándalos o, lo que es más frecuente, el escándalo mojigato de la mayor parte de los periodistas ante cualquier danza que se saliera de lo convencional y tendiese al contoneo o una mínima exhibición abunda en la prensa de todos los colores[11]. El asunto llegó a convertirse en un problema nacional con la citada actuación de la Bella Chiquita, cantante francesa, en el Madrid de 1892. Cantante en la que lo más destacado no debía ser la voz sino el contoneo ventral que sumió a los madrileños en el desquicio. Tanta fue la revolución que al año siguiente volvió por las razones que nos suministra El Imparcial del 27 de diciembre de 1893. No olvidemos que el día de los Inocentes era una fecha en que se prodigaban espectáculos y revistas desprejuiciadas:

  Ahí la tienen Vds. otra vez dispuesta a arrostrar procesos y persecuciones de la justicia ya que no por la justicia. Dice que en su ausencia de Madrid ha sido suplantada por muchas falsas bellas chiquitas y que viene pour eviter les contrefaçons en lo sucesivo y para que quede bien demostrada la diferencia entre lo apócrifo y lo auténtico (…)  Ha aprovechado su tournée por provincias para enriquecer españoleándolo su repertorio, que ha ampliado con la habanera del Gorro frigio, el tango de Certamen nacional y las seguidillas del Reverte y que canta con bastante sabor y su poquito de sentío pues aunque arrastra las erres y dice ‘la morrena Trrinidad’(…) y no deja de hacer cierta gracia esta guturalidad con que no contaron los autores de las canciones españolas(…) La empresa del Teatro Príncipe Alfonso, donde reaparecerá la tan traída y tan llevada Diana Dunnse y saldrá a lucir sus dotes físicas, líricas y bailables la Bella Chiquita, salvo lo que determine la Asociación de Padres de Familia.

La cosa no fue bien. Al día siguiente con el titular  “Escándalo en el Príncipe Alfonso. La Bella Chiquita”, El Imparcial notificaba:

 El cartel fijado por la empresa del Príncipe Alfonso rezaba que la Bella Chiquita cantará couplets franceses y españoles.  Y en una tira puesta al pie del cartel se leía una súplica dirigida al público para que no pidiera baile alguno a la artista.  A pesar de lo cual la concurrencia que llenó literalmente el local fue con la esperanza de ver la danza del vientre, suponiendo o una deficiencia de expresión en el anuncio o que en éste se sobreentendía la mímica unida al cante (…) Y apareció la artista con la misma tenue de la otra vez, sobradamente conocida merced a la fotografía y al celo de la Sociedad de padres de familia para que perdamos líneas y tiempo en su descripción.  Los morenos acogieron con una salva de aplausos a la Bella. Y empezó ésta su trabajo con la consabida canción Je suis la Bella Chiquita y a poco comenzaron las muestras del desagrado del público al ver que el allegro era sin el molto o que si alguno había no era lo bastante vivace.  Entre gritos de ¡que baile! ¡que baile! concluyó la artista y llamada por el público cantó la habanera de El gorro frigio, que adornó con algunos pasos tímidos de guaracha y otra canción francesa de tan poco fuste como la primera y acompañada de relativa sobriedad de movimientos y éstos circunscritos a la parte superior del cuerpo. El público no se dio por satisfecho con el cambio y la gresca afectó proporciones colosales.  Durante media hora el escándalo fue mayúsculo.  El salón presentaba un golpe de vista indescriptible.  El estrépito iba en crescendo y una nube de pañuelos blancos se agitaba en el aire.  Y el telón seguía corrido.   Por fin alzose la cortina y apareció tímidamente media docena de parejas de baile español, que, ante los ¡fueras! extentóreos (sic) y unánimes con que fue acogida, hubo de retirarse. Poco después se presentó la pareja principal, que también se retiró, atemorizada por la actitud del público, que seguía pidiendo La bayadera. Bajó el telón y volvió a subir, y en medio de la gritería y el bastoneo que ahogaban la voz de la orquesta, las partes principales del cuadro de baile dieron unas vueltas, hasta que un espectador saltó al escenario sin tener imitadores, por fortuna. Alguien de la empresa o algún delegado de la autoridad salió por las puertas laterales e hizo presa en el invasor.  Y con esto terminó el espectáculo coreográfico. El que no terminó fue el que se daba en la sala, que continuó hasta que la masa coral tuvo a bien dejarlo por cansancio, no sin que en el mobiliario quedaran abundantes muestras del calor y realidad con que había desempeñado su papel. Y sin más incidente que la detención de otro espectador por desacato, si no nos informamos mal, a un representante de la autoridad, tuvo fin tan entretenida diversión.

Los representantes de la artista y del teatro se presentaron inmediatamente al gobierno civil para comunicarle literalmente que la artista, impresionada por la actitud del público, suspendía por ahora sus representaciones.

El caldo de cultivo estaba suficientemente establecido y ya sólo faltaba que en España se abrieran locales específicos para acoger estas demasías, sin que quienes consideran que el teatro es sagrado y aristotélico se mesasen la pelambrera porque Augusta Berges cantase la polca italiana, “La pulga”[12], uno de esos motivos cuya trascendencia ocuparía muchos lustros, hasta el punto de que hace unos años aún podía verse escenificada en los entrañables y moribundos cafés-concert que resistían nuestros lares.

                                                             Augusta Berges en «La pulga»

“La pulga” sirvió de referencia y emblema de un género, fue el leitmotiv de diversas obras, entre ellas El género ínfimo (1901) de los Quintero. Su sola mención sumió en descarnadas rijosidades al menos a un par de generaciones y fue pieza clave en el repertorio de muchas de las estrellas del mundo frívolo, entre las que debe citarse a la Bella Chelito y Raquel Meller cuando, en sus inicios, se hacía llamarla Bella Raquel.

A partir de aquí, las varietés, antes confinadas en los cafés cantantes[13] de los barrios y en teatruchos como el llamado Madrid, luego Barbieri, de la calle Primavera se instalan ahora en la calle de Alcalá. El primero será el Salón Actualidades (1896), a la entrada derecha de la calle junto a las puertas laterales del Gran Hotel de París. Luego, casi enfrente (bajos de Alcalá, 7), se abrirán el Salón Rouge (1899) y el efímero Salón Blue (Alcalá, 31). Después, en la mitad de la segunda manzana (pares), el Salón Japonés.

Una de las formas de atraer un mayor contingente de público fue el acudir a los inventos emergentes: Ramón del Río, empresario del Actualidades, instaló un aparato de fotografías animadas (monvógrafo) que presentó a la prensa el 31-X-96: Algunas de las que se exhiben son en color y a las proyecciones se añade el fonógrafo. Es, probablemente, la primera ocasión que en Madrid se da a la vez imagen y sonido. Las sesiones eran de mañana, tarde y noche y costaban una peseta. Luego, se suprimirán las de mañana. El negocio se mantiene hasta el 17-I-97 y el cinematógrafo no reaparecerá en tal lugar hasta mayo de 1900. En noviembre de 1900 aparece el fonocromoscopio[14] que dura hasta entrado 1901. Se exhiben también cintas de factura nacional: fragmentos de zarzuelas y couplets: los de ¡Viva mi nena!, el «Caracolillo» de Certamen nacional que se dieron el 12 de febrero… los «couplets de don Tancredo» de El juicio oral se pudieron ver a partir del 23[15].

Pero, si llegamos a 1899 empezamos a tropezanos por doquier la irrupción de cuplés, cancionistas y variedades en los lugares de espectáculos. Enumeremos unos cuantos sueltos periodísticos, sólo del mes de enero, que nos dan cuenta de cómo se había animado el panorama:

 2-I-1899:La Chavala en Apolo y en el Casino Music-Hall: Couplets. Chansonettes Sta. Kara, Morroy, Mad. Lecomte, los guitarristas españoles Cuenca y Borrull, el bandurrista español Manuel López. Baile español.

5-I: Casino Music-Hall: A las 9 grandes novedades. Couplets. Casino Chansonettes. Beneficio de la señorita Kara. Señorita. Amalia cancionista española. Éxito extraordinario del nuevo Frégoli. D. Manuel Blanco. Señor Duchatel

5-I: En Fuencarral, 14: Locutorio fonográfico. Audiciones cada media hora. Aparato el más perfecto que existe[16].

7-I:La Bella Guerrero en el Casino Music-Hall

30-I: Sociedad Fonográfica Española Ugens (sic) y Acosta[17], Barquillo, 3 duplicado. Tno. 1151. Impresiones de cilindros por distinguidos artistas de 4 a 7 de la tarde y9 a 12 de la noche, excepto los domingos. Entrada a cada sesión 1 pta. Venta de fonógrafos y accesorios, cilindros en blanco e impresiones. En las ventas al por mayor se hacen considerables descuentos. De1 a 6 de la madrugada, gran baile con rebaja de precios

30-I: El director del Casino Music-Hall ha contratado para que debute en breve a la estrella española Rosina Guerrero quien, de modestísima artista lírica, ha llegado a ser en las Folies Bergere de París la danseuse más atractiva por y gracia y arte, rivalizando con la Otero en riquísimas preseas y en toilettes espléndidas.

30-I: Ha cerrado sus puertas el casino Music-Hall establecido en el Teatro de la Alhambra.

Mal precedente para los music-hall que se preparaban. El 1 y el 5 de julio abren respectivamente los Salones Rouge y Blue. Veamos los comentarios periodísticos acerca de sus programas iniciales:

Salon Rouge: “El espectáculo consiste: vistas cinematográficas, baile francés y español, audiciones de fonógrafo y guitarra, etc. La sala llena, todos números aplaudidos y particularmente el de la sta. Galán y el de guitarra por los aplaudidos profesores Cuenca y Borrull. La empresa se propone también no dar motivo al menor recelo por parte de la autoridad gubernativa”.

Poco después nos enteramos de que la entrada (por secciones) cuesta el módico precio de un real.

Salón Blue: “Dedicado al género del café-concert hoy tan en boga. Stas. Morroy y Mirka (coupletistas francesas), Esmeralda del Monte (canciones españolas), las hermanas Moreno (baile español) y el maestro Domínguez[18] con sus cuentos”.

Días más tarde el Blue anunciaba “foyer” de artistas[19]y  el debut de “la joven y bella artista Pepita Sevilla”, que se haría famosa.

En esta época, pues ya se cantaban cuplés en los escenarios puesto que el 28 de julio podemos leer en El Imparcial:

 “Cada noche son más celebrados los intencionados couplets de actualidad titulados, ¡Uy-Uy-Uy! que canta con singular gracejo la bella Monroy”. Y la revista  Instantáneas  en su número 51, correspondiente al 23 de septiembre, incluye en su última página tres caricaturas de Cilla con este texto: “1º Serafín Hermoso; rico por su casa, calavera por afición, y tonto por naturaleza. Éste es el que paga. 2º La bella Mariquita; cantante de couplets picantes y bailadora por todo lo alto. Ésta es la que cobra. 3º El Niño precioso; tocaor con mucho estilo cantaor super de cosas tristes. Éste es el que se lo gasta”.

En realidad, todo coadyuvaba a la popularidad del género. Las tarjetas postales que empezaban a constituirse en una moda epidémica contribuían al conocimiento general de las cupletistas y el 5 de enero La Época daba cuenta con el fin de que el nuevo fenómeno del cine[20] no dejara fuera al cuplé: «Anoche se verificó en el Casino Music-Hall una reunión de autores y compositores de música, a fin de ponerse de acuerdo sobre la manera de introducir en este espectáculo el género de couplets en español, que cantará en breve un conocidísimo actor, monólogos y canciones. Todos los asistentes aceptaron la idea”.

Tan caliente se estaba poniendo la cosa que la autoridad decidió tomar cartas en el asunto:

 «El gobernador civil, Sr. Liniers ha ordenado la inmediata clausura de todos los «Salones» de espectáculos que han venido funcionando en Madrid, fundándose en los siguientes artículos del reglamento de espectáculos:

Art. 4º Condición sexta.- Los edificios de primer orden (salón de reunión o de espectáculos) han de estar en el centro de una plaza o con salidas directas a cuatro calles diferentes, y además completamente separados de cualquier otro edificio.

Los de segundo y tercer orden se construirán con fachadas a tres calles diferentes y separadas de los edificios contiguos caso de que los hubiera por medio de patios de cinco metros de anchura.

En otras condiciones del mismo artículo se establece que deberá haber telón metálico, que habrá en el local depósito de agua, y que en lo sucesivo (el reglamento fue aprobado el 27 de Octubre de 1885) no se consentirán espectáculos públicos sino en edificios de hierro, piedra y ladrillo».    (El Imparcial, 14-X-1899)

Esto significó el telón de muerte para muchos de estos espectáculos pero en seguida se abrieron otros como el coqueto Teatro Japonés[21], también en la calle de Alcalá, inaugurado el 1 de octubre de 1900. La prensa nos dice que la concurrencia fue enorme y los billetes para todas las secciones se agotaron:

Desfilaron ante el bullicioso y alegre público de este género de diversiones madamoiselle Nellson, Calir y Ardette d’Is, coupletistas y lejos de agraviar a nada ni a nadie con sus canciones, de lo que se quejaba la gente era, por el contrario, de empacho de moralidad.

Esto dice bastante en favor de la empresa y dirección del Teatro Japonés, que se propone presentar un espectáculo variado, divertido y decente y que acaso en sus primeros tanteos ha pecado de excesivos escrúpulos. Al lado de lo que se dice y de lo que se hace en ciertos teatros del género chico, el Japonés es una cátedra de religión y moral.

La transformista Irma Darlot es una verdadera artista y en el diálogo titulado Fregolina lo demostró cumplidamente. Hizo con suma rapidez y desenvoltura media docena de tipos diferentes perfectamente caracterizados.

En breve se exhibirá el teatro de fantoches eléctricos, la linterna moderna y otras novedades de gran éxito en el extranjero.

Con eso y una petite miette, una miajita de alegría honesta en las canciones de ces dames, no le faltarán seguramente aficionados al lindo teatrito de la calle de Alcalá.                         (El Imparcial, 2-X-1900)

                                                                                     Teatro Japonés

Así no es extraño que antes del fin de siglo, fecha que nos marcamos de tope para el espacio temporal de este trabajo, aparezcan obras como Nuevo género[22], estrenada en el 10 de noviembre de 1900, en la que el argumento nos muestra a un empresario deseoso de enriquecerse rápidamente. Aparece entonces el «nuevo género», interpretado por una señorita, que le ofrece un local pequeño donde las artistas con muy poco esfuerzo se luzcan y todos los necios las miren de cerca (p. 8). En la segunda escena aparecen las divettes, que “curan el esplén y, entre danzas, couplets y carocas (sic) la ilusión hace ver un edén” (p. 9) y aseguran haber triunfado en Francia con sus couplets y el can-can. En el cuadro siguiente el empresario se encuentra en el «Salón de aparatos» con «el de los automáticos», un diorama y explica sus vistas en las que no falta el desnudo (p. 10-11). Decide colocarlo en el vestíbulo[23]. Finalmente un periodista explica que el empresario necesita la protección del medio. Es decir que para asegurarse el éxito del local, debe sobornar a los periodistas y críticos o al menos proporcionarles localidades gratis (p. 12).

Realmente en esta época ya existían revistas que empezaban a dar cuenta de este tipo de espectáculos. Citaremos algunas: Gaceta teatral española. Periódico literario, artístico y de espectáculos (1892). Demi-Monde (1892-1898). El Proscenio (1894-1897), El Diario del teatro (1894-1895), Juan Rana (1897-1901),  Frégoli (1898), El Teatro (1900-1905). Luego, aunque la mayoría fueron de vida muy efímera, devinieron en un auténtico aluvión. Muchas de ellas, más que conseguir lectores, se editaban con el fin de recaudar dinero de los empresarios, a los que trataban bien o mal, según se portasen a la hora de los obsequios o de los anuncios. También, en muchas ocasiones, los directores y currinches conseguían los favores de las artistas a las que colocaban en portada o dedicaban reportajes.

Para finalizar, sólo queda dar cuenta del nuevo fenómeno de la fonografía[24]. El cuplé figuró en las primeras grabaciones fonográficas desde sus inicios. A falta de estudios exhaustivos sobre esta cuestión, que en España ha sido totalmente desatendida, en los pocos catálogos de cilindros que han podido localizarse los cuplés de diversas obras aparecen profusamente en los mismos. Puede decirse que en España la fonografía se empezó a explotar industrialmente a partir de 1898 pero a veces es difícil averiguar la fecha de las grabaciones. Por citar algunos grabados en el siglo XIX, citaremos los cuplés de Virginio en El bateo, los de Picio en Mi niña Juana, los del padre Benito de El tambor de granaderos, el barítono Antonio Domingo grabó los de La mascota, la tiple Josefa López los de Miss Helyett, el tenor Mariano Gurrea los cuplés de los milagros, también de El tambor de granaderos,  los famosísimos cuplés de Gedeón de Cuadros disolventes y otros muchos. Pero hay bastantes más. Si llegamos al disco, los primeros que se comercializaron en España fueron de la casa Gramophone a finales de 1899. Fue el señor Carrión, un actor, el primero que grabó cuplés en disco: «Bodas de oro», «Los acróbatas»,  Los citados cuplés de los milagros, también de El tambor de granaderos y los de Chateau-Margaux. Un año después, otro actor, el señor Barraycoa, registraría también varios. La audición de estos “incunables” nos permite comprobar la entonación y la intención con que se cantaban pero, lamentablemente, no la gestualización, que sólo podemos entrever por las curiosas fotos publicadas por revistas como El Teatro[25] o por los escasísimos fragmentos cinematográficos que se conservan.

                                                La Fornarina en su papel de esclava (El pachá Bum-Bum)

A través del cuplé, el siglo XX daría a la canción su carta de naturaleza. A Consuelo Vello, La Fornarina, corresponde quizá la mayor responsabilidad en la imposición de este género que, procedente de Francia, dominará la canción española durante un cuarto de siglo. Su mentor, Juan José Cadenas, acometió la labor de adaptación al español de couplets franceses y canzonettas italianas. Después, el prolífico Álvaro Retana sería su más constante letrista y difusor. Palabras como suripanta y sicalipsis se harán cotidianas y un aluvión de jóvenes en las que importan más las cualidades físicas que las vocales probarán fortuna en la gran cantidad de locales que van poblando el país. Algunas de ellas como la Fornarina y la Chelito se convertirán en mitos eróticos de la época, que compiten localmente con otros internacionales, como el que constituyó la gallega, Consuelo Otero, La Bella Otero. En la segunda década del siglo el cansancio hacia el llamado género ínfimo, con el que se suele calificar el espectáculo que incorpora canciones picarescas y la progresiva incorporación de la mujer al público darán lugar al adecentamiento y estilización del cuplé en lo que tuvieron un protagonismo fundamental, La Goya y Raquel Meller. Ésta se convertirá en la principal figura del género durante casi un cuarto de siglo y su éxito internacional se hará inmenso a partir de 1920. En esta década años veinte la internacionalización de la canción propiciará la aparición de nuevos géneros. como el tango y la revista. Por fin, la República permitirá los desnudos en el escenario[26]. Terminaremos con una cita que confirma el dato y da los nombres de las cinco pioneras:

  …cinco muchachitas del Romea que han tenido el gusto auténticamente moderno de colgar el sostén en la percha de las prendas inútiles, porque son cinco nombres para la historia de la civilización española y porque son cinco nombres que mañana habrán de buscar los reporteros que aún no han nacido para empezar su información: ‘La primera vez que las segundas tiples salieron con los senos desnudos (…) se llaman Teresa Méndez, «Gogy» Gimeno, Paquita Anguita, Joaquina Bueno y Amalia Alonso.      (Rafael Martínez Gandía, Crónica, Mayo, 1932).

V. también en este blog:

https://javierbarreiro.wordpress.com/2019/11/18/del-cuple-escenico-al-cuple-discografico/

                  BIBLIOGRAFÍA CITADA

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[1] Barbieri aduce que el primer ensayo del teatro musical en España fue La selva sin amor, una égloga pastoral de Lope de Vega con música de autor desconocido que se estrenó en el Palacio Real en 1629.

[2]    Las tonadillas a solo, es decir, a una sola voz, eran ni más ni menos que unos cuplés, en que la cómica, bien como maja, vendedora, petimetra, o sin perder su personalidad, se dirigía al público, entreteniéndole con un juguete musical en donde había de hacer gala de su voz, de su maestría o de su gracia.

    [3] La introducción del Teatro de los Bufos en España por parte de Francisco Arderíus y su incidencia en la transformación del mundo de la canción y los hábitos escénicos ha sido tratada ampliamente por diversos autores, aunque falten estudios temáticos, estilísticos y estructurales de las obras de dicho género. V., por ejemplo, Antonio San Martín [1870], Eduardo Huertas Vázquez [1989], Pilar Espín Templado [1995].

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    [4] El influjo de los francés en todos los aspectos, pero muy especialmente en lo musical es archiconocida y primordial. Faltan, sin embargo, estudios concretos que traten monográficamente esta influencia en los distintos géneros.

    [5] María Pilar Espín Templado [1995] es la autora del más amplio y documentado estudio global del género.

[6] El 31 de marzo de 1878 La Iberia anuncia: «A la mayor brevedad abrirá sus puertas el café teatro Capellanes, establecimiento nuevo en nuestro país, aunque muy extendido en el extranjero. En octubre de 1878 se inauguró Fornos, en 1880 El Alabardero y en 1882 el café Aduana. En esta misma fecha se instaló en Fornos la luz eléctrica..

    [7] De hecho, las cantantes extranjeras, predominantemente francesas y, en segundo lugar, italianas que en ocasiones actúan en los cafés cantantes, ya desde mediados del siglo XIX, pero en esta época su repertorio, en gran medida lírico, no tiene nada que ver con el género que nos ocupa. (V. Blas Vega [1987] y Ortiz Nuevo [1990], p. 78).

[8] «El origen del ‘cuplé político’ en contra de lo que pudiera pensarse, no está vinculado a la revista política; su origen es muy anterior a ella, puesto que aparece en cualquier obra por pocas concomitancias que ésta tuviera con la actualidad política. Desde los primeros tiempos del Teatro por horas, tras la revolución de septiembre del 68, el cuplé político aparecía en las piezas. Los autores que primero se dedicaron al cultivo del ‘cuplé político’ fueron Navarro Gonzalvo y Felipe Pérez y González, a los que siguieron Lastra, Ruesga y Prieto. También Ramos Carrión los escribió en algunas obras del género grande como La Marsellesa, La Vuelta al mundo y Los sobrinos del Capitán Grant; pero los verdaderos creadores del cuplé político fueron sin duda Perrín y Palacios. Los cuplés de Gedeón en Cuadros disolventes, de estos autores, indicaron el camino que había de seguirse para triunfar en esa línea y desde entonces, pocos fueron los autores que supieron sustraerse al deseo de popularizar sus obras por medio del cuplé antigubernamental». (Espín Templado [1995], p. 60).

[9] Basada en los tres tomos publicados por IGLESIAS MARTÍNEZ [1986-1991]. Evidentemente, pueden aparecer obras que varíen los parámetros aquí expuestos pero no de una manera significativa. Por su parte, en el Banco de datos de la Real Academia Española, la primera mención literaria de la palabra couplet que se registra pertenece a la obra Cuentos inverosímiles, Madrid-París, Biblioteca Perojo, 1878,  debida al  madrileño Carlos Coello (1850-1888). Pero hay que señalar que el couplet en cuestión se sitúa en la capital francesa.

[10] Despropósito trágico-lírico, con libreto de Claudio Coello Pacheco y música del maestro Manuel Fernández Caballero, estrenado en el Teatro dela Princesa el 11 de enero de 1887.

    [11] Por citar uno de tantos ejemplos: «El martes en la noche tuvimos el disgusto de ver reproducirse en el teatro de San Fernando los escándalos que se han promovido otras veces con motivo del baile. Una parte de los concurrentes se empeñó en que había de ejecutarse el Olé, significando su deseo de manera poco decorosa e impropia de aquel sitio. Aunque esto en nada puede ofender a Sevilla, puesto que como ya hemos dicho en otra ocasión, no es el público propiamente dicho, que tiene acreditada su sensatez y cultura, quien así se conduce, desearíamos que no se repitiera aquel espectáculo, esperando que la autoridad contenga a los que lo motivan dentro de los límites convenientes (La Andalucía, Sevilla, 3-I-1861, cit. por Ortiz Nuevo [1990], p. 128).

    [12] La Berges tuvo una antecesora, Sofía Alvera, que en la traducción de una obra francesa llamada Clara Sol, efectuaba las mismas exploraciones en el Teatro de la Comedia pero sin incidir en el aparato lascivo y pecaminoso que haría célebre a la alemana. La continuadora más famosa y, ésta sí, prosiguiendo su tono descocado fue Pilar Cohen, en el Salón Actualidades de Madrid durante el verano de 1905.

[13] V. BLAS VEGA (2006), 19.

[14] El fonocromoscrop fue el título de una obra revista cómico-lírica estrenada en el Teatro Martín en febrero de 1903.

[15] MARTÍNEZ, Josefina (1993).

[16] Dicho locutorio tomó, meses después, el curioso nombre de El Reintegro. Respecto al aparato, se refiere a un fonógrafo Edison con membrana Bettini

[17] Se trata de la conocida firma Hugens y Acosta, la empresa española más importante en cuanto a la venta de fonógrafos y cilindros de cera. Resulta curioso comprobar cómo rentalizaban las grabaciones y sus locales.

[18] Efectivamente, el llamado maestro Domínguez grabó numerosos cilindros con breves historias de carácter cómico.

[19] “(…) único en Madrid que dispone de un elegante foyer de artistas, donde se reúne un público distinguido” La Época. Con las facilidades para la alta prostitución que ello conlleva.

[20] Durante el verano de 1900 el salón Actualidades estaba proyectando películas en sesiones de tarde y noche.

[21] Para la historia y vicisitudes de este local, donde debutaron La Fornarina, Pastoria Imperio y Amalia Molina,  véanse Barreiro (1992, pp. 24-26; 1993 y 2003).

[22] Disparate-revista cómico lírico, original de Felipe Castañón y con música de Miguel Santonja y Felipe Orejón, que fue estrenada en el teatro Martín. Hay edición: Madrid, Hijos de E. Hidalgo, 1900.

[23] El Apolo y otros teatros disponían en sus vestíbulos de diversas máquinas tragaperras para el gasto, el entretenimiento y la diversión del público

[24] V. especialmente, BARREIRO (1992, pp. 125-226) y  (2004. pp. 13-26) y GÓMEZ MONTEJANO.

[25] Sobre esta tan interesante revista, puede consultarse el trabajo de MARTÏN RODRÍGUEZ.

[26] En muchas crónicas de las décadas anteriores se habla de desnudos pero éstos siempre salían velados por gasas o se referían a las mallas de tejido, generalmente blancas o de color carne, que se adaptaban al cuerpo de las artistas. Así sucede con la Fornarina que, en su debut en El pachá Bum-Bum,  salió llevada sobre una bandeja con unas mallas blancas muy ceñidas, como consta en alguna de las fotografías del espectáculo que se publicaron.  Pudo haber, naturalmente desnudos a teatro cerrado, en fiestas privadas o espectáculos clandestinos. Los cronistas –viendo lo que no ven, en un mundo en el que la represión sexual es fiera- hablan a menudo de desnudez cuando se trata de mallas o vestidos con transparencias.