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Publicado en Aragón Digital, 16-19 de marzo de 2012.

Blasco Ibáñez

Dentro de unos meses se cumplirán setenta y cinco años de la muerte de de Vicente Blasco Ibáñez en su mansión de Menton (Costa Azul). Lo que quiere decir que, pasado un lustro, su obra quedará exenta de derechos y pasará a dominio público. Es de esperar que ello revierta en que se reedite con más asiduidad que en las últimas décadas aunque recientemente haya visto la luz la superferolítica, La vuelta al mundo de un novelista, que, en su edición en tres tomos de Prometeo, alegró muchas horas de mi niñez.

No nos solemos acordar mucho los aragoneses –ni los españoles- de quien fue el compatriota de más éxito mundial en la pasada centuria. Escritor, por otra parte, amenísimo y de hondo sentido social y de quien se hicieron, también, las más exitosas adaptaciones al cine que un escritor español del siglo XX haya logrado. No hay más que recordar Los cuatro jinetes del Apocalipsis o Sangre y arena, con un torero tan improbable como Tyrone Power, en su última versión hollywoodiense. Pero se adaptaron al cinematógrafo muchas más de sus novelas, alrededor de quince.

Blasco Ibáñez-La vuelta al mundo de un novelista II007

Decía que los aragoneses habían olvidado que Blasco amó a Aragón, entre otras cosas porque sus progenitores eran oriundos del antiguo reino. Su padre, Gaspar Blasco Teruel, nacido en 1842, era natural de Aguilar de Alfambra, de donde emigró a los doce años para asentarse en Segorbe, después, en Carcagente y, definitivamente, en Valencia, donde puso una abacería en las inmediaciones del Mercado Central. Gaspar había casado con la bilbilitana Ramona Ibáñez Martínez (1844), que, el 29 de enero de 1867, dio a luz al novelista. Narrador desde muy pronto, pues uno de sus primeros oficios fue el de secretario del más significativo autor de novelas por entregas en el siglo XIX, Manuel Fernández y González. Y se cuenta que, cuando don Manuel -ya mayor- se dormía mientras le estaba dictando los capítulos, Blasco Ibáñez, continuaba la narración por su cuenta y riesgo, sin que el veterano novelista advirtiera después lo que no era de su cosecha.

Blasco dedicó una de sus novelas, El papa del mar, al aragonés Benedicto XIII y, en justa contraprestación, algunos aragoneses, como Enrique González Fiol, Felipe Alaiz o Inocencio Ruiz Lasala escribieron sobre él. El gran y olvidado periodista de Castejón de Sobrarbe publicó una sustanciosa entrevista en su libro Domadores del éxito; Alaiz, el que,  para muchos, fue el mejor de los escritores libertarios españoles, exceptuando la cima de Sender, editó en plena guerra civil (1938) una biografía del valenciano. Y don Inocencio, el inolvidable librero del Tubo zaragozano, le dedicó un libro miscelaneico, Blasco Ibáñez redivivo (1979).

Entre los familiares aragoneses de Blasco se encontraba, Mosén Francisco, un tío cura, de casi dos metros de estatura, que había luchado junto a Cabrera en la primera guerra carlista y al que también se refirió alguna vez Pío Baroja. De fuerte personalidad y fuerza física, cazador y belicoso, aparece varias veces camuflado en personajes de la obra del novelista. Así en el arzobispo Don Sebastián de La Catedral, el  “pare” Miquel de Cañas y barro, o  el don Facundo de El Intruso. Eso afirma, al menos, José Blasco Teruel, hermano de su padre, en un raro escrito que tituló Bribiolojías de la Vida de Blasco Ibáñez. Entre los saberes que este don José se llevó a la tumba, uno más que misterioso: ¿Qué quería decir con eso de “bribiolojías”?.