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La pobreza de la bibliografía acerca de la jota aragonesa no puede sino llamar la atención de quien se acerca a ella, sea desde el conocimiento de su decurso o desde la escasez de referencias. Hasta la Guerra Civil, prescindiendo de cancioneros, apenas podemos encontrar dos o tres obras que la traten y, hasta la proclamación de la Constitución de 1978, apenas se sobrepasa la decena. Si llegamos al fin del siglo XX, el número total rondaría los treinta títulos. Es cierto que en las dos últimas décadas ha aumentado exponencialmente la cantidad, pero todavía sorprende el poco interés que uno de los folklores más impresos en el espíritu de la nación ha inspirado a los estudiosos. Por ello es de agradecer cualquier acercamiento a ella que vaya alumbrando sus zonas vírgenes o simplemente oscuras. El breve estudio de César Rubio y Blas Vicente incide en un tema hasta ahora soslayado pero que puede iluminar varios de los tópicos que, durante décadas, han circulado perjudicando la justa recepción de este folklore convertido en seña de identidad del antiguo reino.

Si el baile y la música de la jota carecen de ideología, en cambio, el canto popular puede transmitir unos valores, que serán los de la sociedad que los genera. Como folklore eminentemente rural, esos valores serán más bien conservadores y sin apenas diferencia con los de otras zonas del país.

La jota alcanza los años treinta del pasado siglo con pujanza. Sus espectáculos llegan a los escenarios de las principales capitales y sigue siendo un folklore que se integra en las presentaciones de danza española, de las grandes figuras o en la zarzuela y el cine, mientras las grabaciones discográficas continúan registrándose a un ritmo que se reducirá enormemente en las décadas siguientes. Todavía durante varios lustros la jota permanecerá viva en los pueblos -sus principales valedores- en sus formas de canto de trabajo, canto de bodega o de ronda, aunque la modernización de la sociedad provocará que vaya perdiendo fuerza, excepto en los lugares más apartados. Por otro lado, la radio, que todavía apenas llega al pueblo, servirá para su pervivencia en las capas sociales medias y altas, aunque en el futuro perjudicaría la identidad de las particularidades locales. En suma, como muestran aquí los autores, durante los años treinta, en los que se instaura la II República, el canto de la jota está muy vivo en España y, como es de rigor, algunos letristas y cantadores se sirven de ello para enaltecer sus ideas republicanas, mientras otros lo hacen con las de signo contrario. La guerra, como es notorio, no cambiará el panorama pero es natural que en cada una de las zonas en conflicto, además de cantarse las jotas de toda la vida, se privilegien aquellas que exaltan sus posturas y atacan las del adversario, mientras se prohíben las de éste.

El triunfo de Franco implicará, naturalmente y sobre todo, en los años iniciales de la dictadura, una inflación de letras de carácter reaccionario pero que no afectarán para nada al mundo interno de la jota, que irá cambiando al ritmo que lo hace la sociedad. Los autores recuerdan también el entusiasmo de las víctimas del exilio cuando algún cantador visitaba los países americanos.

Sin embargo, la llegada de la democracia propició por parte de muchos que se consideraban progresistas un descrédito del canto aragonés al que identificaban con el franquismo, en vez de analizar su uso y manipulación por la propaganda del régimen. Otra ideología hubiera deparado adulteraciones de distinto signo pero que el canto aragonés, como tal, fuera culpable de lo que algunas de sus letras transmitían no deja de ser un dislate. Es cuestión a la que me he referido desde mis primeros escritos sobre la jota y no repetiré aquí, pues el asunto empezó a cambiar sensiblemente a partir de los inicios del siglo en que vivimos.     

El canto en la Guerra Civil no ha despertado tanta atención como tantos otros asuntos relacionados con la misma, aunque sea imprescindible recordar Canciones para después una guerra (Basilio Martín Patino, 1971) y el documental Cantata de la guerra civil (Alfonso Domingo), que estrenó la segunda cadena de TVE en 2021. Sin embargo hay mucho que rascar en ese baúl de la cultura popular, que era la misma en los soldados de los dos bandos en conflicto. Es cierto que hay pocas letras inolvidables pero también que, inopinadamente, aparecen cantas que nos traen aromas de la frescura del Romancero:

En la sierra de Alcubierre

me dijo una catalana:

soldadito, soldadito,

vente conmigo a la cama”.

Entre los casos que recuerdan los autores no podía faltar el de José Iranzo, El Pastor de Andorra, auténtico y verdadero ejemplo de cantador popular, al que las circunstancias llevaron a servir como soldado en ambos bandos y que dijo cantar en las trincheras para “espantar el miedo”. Cantar a la Virgen del Pilar, o su contrario: blasfemar, es indudable que se hizo también en ambos frentes, poblados no por rojos y fascistas sino por un pueblo machacado que, en los ratos que podía hacerlo, defendía su intimidad con sus emociones, que son la base de toda cultura popular. Terminada la contienda, otros pueblos machacados e inocentes iban a llenar los campos de batalla de medio mundo al son de otras canciones, incapaces de sobreponerse al terrible sonido de las explosiones y al silencio de la muerte, aunque momentáneamente sirvieran para exorcizarlos. César Rubio y Blas Vicente, ya veteranos militantes en defensa de la jota aragonesa, nos recuerdan todo ello. 

(Reseña del libro de Francisco Carrasquer, Ascaso y Zaragoza. Dos pérdidas: la pérdida, Zaragoza, Alcaraván, 2003, Heraldo de Aragón, 26 de junio de 2003).

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Muertos en  2003, Ildefonso Manuel Gil y José Manuel Blecua, Francisco Carrasquer (Albalate de Cinca, 1915) se convirtió hasta su muerte (2012) en el Decano de las Letras Aragonesas, título al que accedió, lúcido e ignorado, pero con una considerable obra a sus espaldas aunque fuera más conocido por ser uno de los primeros y más constantes estudiosos de la obra de Sender. Autor de tres libros de poesía, una novela, una docena de ensayos y cientos de artículos, Carrasquer era uno de los intelectuales libertarios con una obra más sólida y variopinta, que culminaba en su libro de filosofía política, El grito del sentido común. Muy probablemente, su obra seguirá silenciada si los vértices del poder cultural -que en los últimos decenios han compartido la perversidad política, la estulticia académica, la desfachatez comercial y el analfabetismo de la prensa, todo bien adobado de corruptelas- no dan un vuelco, cosa en la que nadie cree. De cualquier modo, Carrasquer ha tomado con distanciamiento y humor todo esto como constata su ilustrativo artículo titulado Cómo no triunfar en la vida.

Unas líneas para el que se asome de primeras al personaje: Iniciado por su hermano Félix en los ideales anarquistas, estudió el bachiller en Barcelona y fue maestro en el Ateneo Libertario de las Corts. Desde el estallido de la sublevación militar, se incorporó a la lucha en Barcelona, donde fue testigo de la muerte de Ascaso. Hizo toda la campaña en el frente hasta el paso de la frontera por Figueras, ya como Capitán de Estado Mayor. Internado en el campo de concentración de Vernet d’Ariege y reclamado por la Universidad de Nantes, la guerra mundial estalla antes de su incorporación, con lo que pasa a la Resistencia. Acosado por los alemanes, Francisco atraviesa clandestinamente la frontera española en 1943. Al poco, es detenido, encarcelado y después enviado como soldado a Marruecos. Ya licenciado, es detenido por redactar un manifiesto de la Alianza Democrática, torturado y vuelto a ingresar en prisión. Cuando en 1949 puede escapar y marchar a Francia, se licencia en Psicología por la Sorbona. En 1953 recibe una propuesta para trabajar en Radio Nederland. En Holanda se doctora en Letras, con una tesis sobre su coterráneo Sender y enseña Literatura Española diez años en la Universidad de Groninga y dieciocho en la de Leiden. Ya jubilado, vuelve a España en 1985, para asentarse en Tárrega, dedicado a la labor intelectual. 

El trabajo de Francisco Carrasquer constituye un apasionado pero documentado alegato sobre laLa imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es francisco-ascaso-con-su-hermano-joaquin-en-las-ramblas-una-hora-antes-de-morir-en-el-asalto-al-cuartel-de-atarazanas.jpg trascendencia del casi olvidado personaje de Francisco Ascaso* en el movimiento libertario español durante los años que antecedieron a la guerra civil. Pero, sobre todo, una reflexión sobre la influencia que su desaparición pudo tener en el desarrollo de los acontecimientos posteriores al 18 de julio. El autor, que en otros escritos anteriores ha mantenido la tesis de que con la presencia de Ascaso no habría caído Zaragoza y, por consiguiente, no se hubiera perdido la guerra, sistematiza aquí sus opiniones adobándolas con interesantes excursos acerca del dilema «guerra o revolución», la noción de «pueblo» y otras reflexiones sobre la reciente historia española.

No han faltado en las tan poco prietas filas anarquistas los testimonios personales de quienes, desprovistos de voz por la derrota y, sobre todo por los detentadores del poder cultural, han querido dar cuenta de su peripecia y de su protagonismo en la preguerra, en la guerra, en las colectividades, en las cárceles o en el exilio. Aunque muchas de estas publicaciones han tenido difusión muy restringida, ese esfuerzo testimonial nos ha permitido tener un mosaico riquísimo de lo que fue el movimiento libertario español en su época de mayor protagonismo. Casi todos obreros ilustrados a través de la lectura personal o colectiva y del ateneo libertario, no abundan entre ellos los casos de rigurosa formación intelectual. Por eso, la obra de Carrasquer tiene todavía un punto de mayor interés. A su rigor documental y expositivo, une la soltura y la originalidad que delatan al escritor de fuste. Ni en sus escritos críticos se deja llevar del fárrago profesoral ni en los testimoniales proscribe la originalidad ni la prosa cuajada de imágenes y de inteligencia. Y este libro es un excelente ejemplo de todo ello.

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*En 2017 apareció un buen trabajo biográfico de Luis Antonio Palacio Pilarés y Quique García Francés, La bala y la palabra. Francisco Ascaso (1901-1936), Ed. La Malatesta.La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es ascaso-francisco003.jpg

La fotografía insertada en el texto nos muestra a Francisco Ascaso, con su hermano Joaquín en Las Ramblas, una hora antes de su muerte en el asalto al Cuartel de Atarazanas. 

Otra entradas sobre Carrasquer en este blog:

https://javierbarreiro.wordpress.com/2012/07/30/francisco-carrasquer-en-su-circunstancia/

PRÓLOGO A «LOS CENTAUROS DE ONIR» DE FRANCISCO CARRASQUER

INTRODUCCIÓN A «SENDER EN SU SIGLO» DE FRANCISCO CARRASQUER