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Publicado en Aragón Digital, 16/17-VII-2020.

Hace quince años la Asociación Mariano de Cavia me otorgó su premio por un artículo que publiqué en memoria del periodista aragonés, con motivo del 150 centenario de su nacimiento. No me dieron, en cambio, los diez mil euretes del premio Mariano de Cavia de Periodismo que otorga la empresa editora del ABC, no sé si porque me tienen manía o porque no me presenté. El caso es que desde aquel artículo, hasta ahora que se cumple el centenario de la muerte, no he visto otro que recordara al que fue el periodista más admirado y famoso de la época de intersiglos, que fue también la época de oro de la prensa en España.

Realmente, la suerte póstuma de Cavia no se correspondió con su prestigio en vida. Poco después de su muerte aparecieron tres antologías, Limpia y fija (1922), una selección de sus artículos en torno a temas lingüísticos –fue ejemplar su magisterio en el uso correcto de la lengua-, Chácharas y Notas de Sobaquillo, ambas de 1923.

Nacido en la zaragozana calle de la Manifestación e hijo de un notario, se inició en el periodismo zaragozano, mucho más agresivo e independiente que el que hoy se estila. Aun así, cuando murió su padre, quiso alejarse de una ciudad que no toleraba bien sus invectivas y sátiras. Llegó a Madrid en 1880 y pronto hizo populares los seudónimos de Sobaquillo y Un Chico del Instituto. Al poco, se lo disputaban los diarios más notorios y, tras una temporada en el Heraldo de Madrid, pasó a El Imparcial, donde permaneció casi tres lustros. En poco tiempo, logró un puesto preeminente en el escalafón –»el primero de cuantos hemos escrito en la prensa», dijo Ortega Munilla–, tanto por su cultura e ingenio como por su estilo y personalidad. Admirativamente se comentaba que su estipendio ascendía a una peseta por palabra.

En 1917 fue fichado por el naciente El Sol como cronista de prestigio. El primer artículo de Cavia en el número inaugural (1-XII-1917) fue modélico: un programa del propósito modernizador y europeísta del que llegó a ser mejor diario español de su tiempo. En 1916, había sido elegido académico de la Lengua. El zaragozano arrastraba serios problemas de salud desde 1915, año en el que sufrió una trepanación, y sus dolores fueron en aumento hasta necesitar desplazarse en silla de ruedas. En julio de 1920, se encontraba reposando en el balneario de Alhama de Aragón y un agravamiento hizo que se le transportara al sanatorio del Doctor León, donde falleció a las cuatro de la mañana del día 14. Zaragoza reclamó su cuerpo para darle tierra en el cementerio de Torrero y se le erigió un busto en la plaza de Aragón.

Hombre de ideas avanzadas en lo social, aunque a menudo contradictorio, Cavia,  no quiso ser otra cosa que periodista, como estampó García Mercadal, y pocas veces ha estado tan justificado el remoquete de maestro al que tan frecuentemente se le asociaba. No tuvo otras aspiraciones y ni siquiera llegó a tomar posesión de su sillón en la Academia. Retraído y agresivo, inteligente y temeroso, justiciero y arbitrario, ocultó sus amarguras y no plasmó su intimidad en sus escritos. Con fama de escritor festivo pero fino, dio lugar a panegíricos tan rimbombantes como el de Bonilla Sanmartín: «por su galano estilo y por ser maestro en el bien decir, ocupa lugar preeminente, después de Fígaro, en el periodismo español».

Una de las razones de su popularidad fue su labor como crítico taurino, que comenzó a ejercer en el periódico zaragozano en el que se inició. Con el sobrenombre de Sobaquillo, alcanzó una de las cumbres del género. Utilizó otro de sus seudónimos, Un Chico del Instituto, para sus artículos en torno a la corrección lingüística, en los que sensatez y jactancia se juntaban con cierta superficialidad, seguramente demandada por los lectores de la época. Como se ha dicho arriba, muchos de esos textos, entre censorios y catonescos, en cierto modo antecedentes de los de su paisano Lázaro Carreter, los recogió en Limpia y fija.

Cavia, al contrario que quienes con él fueron los columnistas más admirados y fecundos del siglo XX, González Ruano y Umbral, no escribió libros sino que se limitó a agrupar sus artículos, muchas veces con el mismo título de la sección en la que aparecían en el periódico. Incluso su única obra de creación, Cuentos en guerrilla, reunió textos impresos en El Liberal. No se animó tampoco a juntar sus poesías, que dejó diseminadas por muchas publicaciones. Regeneracionista pero taurino, de inmensa curiosidad y, sin embargo, poco adicto a profundizaciones, artífice de una lengua purista y precisa pero poco ambicioso en su tratamiento, hombre de café pero tirando a huraño, irreligioso pero pilarista, fue una contradicción viva, una inteligencia a la que tocó lidiar con un tiempo y un país que sus escritos ayudan a entender mejor.

V. también: https://javierbarreiro.wordpress.com/2012/02/24/imagen-de-mariano-de-cavia-1855-1920-en-su-sesquicentenario/

A principios de 1960, Marisol y su madre aceptan la oferta del productor: la niña vivirá con la familia y a la madre se le ubicará en una pensión vecina. Los Goyanes son una familia numerosa: seis hermanos, incluyendo dos mellizas, y algún perro. La malagueña va a ser una hija más. En una época fundamental de su maduración la malagueña va a afrontar un cambio de vida espectacular y tal vez traumático. En sus declaraciones posteriores, plenas de amargura y resentimiento, Pepa Flores ha abominado de estos años en que se truncó su normalidad. No porque los Goyanes la trataran mal o la ningunearan. Eran gente más bien simpática y un sí es no sobrada. A la Marisol de entonces tampoco le faltaban conchas. Eran, obviamente, ambientes sociales muy diferentes. Nada hace pensar que Marisol sufriera más que lo que sufre cualquier humano a edad tan sufriente. A la niña le ponen profesores de canto, baile, dicción, interpretación, idiomas, y la pulen con éxito evidente. Aprende también equitación y natación. Es, tal vez, un programa excesivo. Marisol dice que estaba todo el día triste y sólo se alegraba cuando venía su madre. Su madre en 1987 dice que todo era brillante y perfecto. Las dos cosas parecen ciertas. Otra cosa son los nubarrones solapados: En la serie de tres reportajes que el citado José Luis Morales le hizo en Interviú en 1979, Marisol se descuelga con estas feroces revelaciones:

 En uno de aquellos días que estaba yo en el estudio, el fotógrafo este se puso a desnudarme, a meterme mano por todo el cuerpo y a preguntarme si ya me había hecho mujer. Yo estaba asombradita. Le tenía miedo a todo en aquella casa. Ten en cuenta que no podía ni rechistar. Una vez que se me ocurrió decir que unas fotos no me gustaban por poco me matan, me montaron una de la que no me olvidaré nunca. Bueno, como te decía, el fotógrafo aquel mutilado nos amenazaba para que no dijéramos nada. Más tarde, un día cualquiera, descubrimos en la cocina muchas fotos de niñas desnudas con vendas en los ojos. Se lo dijimos a Goyanes y se quedó como si nada. Aquella misma noche cuando fuimos a cenar el fotógrafo estaba sentado y muy risueño en nuestra misma mesa.

 Si este hecho tiene visos de verdadero -muchas mujeres entonces jóvenes pueden certificar que tales acciones no eran infrecuentes en tiempos de represión, desprotección e ignorancia- se ha hablado también de su participación forzada en fiestas exclusivas para jerarcas en las que, junto a otras niñas o adolescentes, había de aparecer desnudas. Radio Macuto era la versión populista de Radio Nacional y ni a una ni a otra debía hacérseles demasiado caso. Pero ella mismo se lo confesó a Umbral: «Me llevaban a un chalet del Viso y allí acudía gente importante, gente del régimen a verme desnuda a mí y a otras niñas». Después, lo negaría totalmente y la verdad es que parece algo cercano al sensacionalismo, propagado por algún periodista deseoso de presentar a Goyanes como un monstruo. Resulta increíble que Goyanes desperdiciase un patrimonio como el de Marisol, a la que pronto casaría con su hijo, para la satisfacción visual de unos cuantos capitostes.

Lo cierto es que a la Marisol de quince años le apareció una úlcera, afección, como se sabe, propia de estados psicológicos tensos. Todo tiene su contraprestación: Tal vez, en la casa de María de Molina, Marisol se encontrase desubicada, sin duda añoraba lo que había dejado. Pero cuando vuelve a Málaga y visita su barrio de Capuchinos lo hace en el Rolls de Benito Perojo. La abuela la sienta en su sillón y todo el barrio pasa por allí para cumplimentarla y cumplimentar su curiosidad. La familia se cambia de piso y su padre deja la abacería y se apunta al carro desarrollista: compra una furgoneta que, con el marbete de Un rayo de luz, emplea en pasear turistas.

Málaga va a ser el claustro materno donde, a lo largo de su vida, Marisol vuelve a reencontrarse, a lamerse las heridas. La vida pública en Madrid o en las giras es cierto que resulta agobiante. Profesor de inglés, profesora de Cultura General, Paco Aguilera y Alberto Vélez le enseñan guitarra, Manolo Maera «Jarrito» y Antonio Fernández Díaz «Fosforito», flamenco. Incluso en 1962, poco después de ser operada de amígdalas por el doctor García Tapia, viaja a Sevilla para tomar lecciones del famoso profesor de bailarines Enrique el Cojo en su academia. Regla Ortega y Carmen Rojas ya le habían enseñado los rudimentos del baile español. Como profesores de canto tiene nada menos que a Lola Rodríguez Aragón y Luis Sagi-Vela. Las clases de equitación le agradan especialmente y en 1964 ya es capaz de hablar el inglés con suficiente corrección.

Únanse a ello las giras promocionales como la que, en 1961 y tras el rodaje de Ha llegado un ángel, la lleva a recorrer prácticamente todo el continente americano con escalas en la mayoría de los países. Le acompañan el productor, su madre y el guitarrista. Durante el verano del mismo año visita Portugal, Angola, y Sudáfrica, adonde también llegaban sus películas. En la colonia portuguesa amadrinó a una niña a la que, por no complicar las cosas, se le puso Marisol. Aún volverá a los U.S.A. para intervenir en un show con Carmen Amaya y Jorge Mistral y para actuar en el programa de televisión de Ed Sullivan, cobrando 4.000 dólares. Cuando en 1963 rueda Marisol rumbo a Río, ya era la cuarta vez que viajaba a América. Además, debe atender a las entrevistas o ruedas de prensa en las que Goyanes asiste siempre y, muchas veces, solicita guión previo. Ella contará después que, en realidad, estaba prácticamente aislada: le controlaban las llamadas telefónicas, le descontaban de su asignación los extras de los hoteles y que hasta los 19 años le entregaban únicamente veinte duros semanales. Independientemente de la exageración que puede haber en ello es cierto que Goyanes había dejado prácticamente todos sus negocios para dedicarse en exclusiva a Marisol e incluso rechazó una suculenta oferta de la Columbia para comprarle el contrato. Él, y con alguna razón, consideraba a la artista como «su obra» exclusiva y trataba naturalmente de extraerle todo el beneficio posible. En las fiestas a las que le hacían asistir, su entrada se hacía de forma espectacular. Luego, cualquier «espontáneo» le pedía que cantara o bailara. El guitarrista siempre estaba preparado fuera, aunque se hacía como que mandaban a buscarlo. Goyanes siempre cobraba por ello. Marisol a partir de la segunda película obtendrá el doble que por la primera y, más tarde, ella será el cincuenta por ciento de la productora. De hecho cuatro años más tarde será propietaria de dos pisos, un chalet y varios terrenos.

Esta tumultuosa vida pugnaba también con el deseo de que no se apartase demasiado de lo que era una chica normal que, por cierto, era la imagen que se deseaba dar en sus películas. Incluso asistirá durante tres meses a un colegio del Opus, El Montelar, para que aprenda a coser, bordar y otras actividades que entonces parecían necesarias para que la mujer no sacase los pies del tiesto. Pero las necesidades de su vida artística pronto hacen que vuelva a los profesores particulares. En la medida de lo posible, en casa hace una vida convencionalmente familiar. El productor es el «tío Manolo» y con Mari Carmen Goyanes, como se dijo, lleva una relación de hermana y amiga íntima.

Pero lo fundamental es su vida artística. Se le trata de quitar su acento andaluz que no quedaba «elegante», de lo que después se quejaría amargamente aunque evidentemente no se consiguió, tal vez por su continua relación con su madre y con Málaga. En 1964 se le hace cirugía estética en la nariz que tenía ligeramente torcida, corrigiéndosele además el perfil. No es la primera vez que visita un quirófano: antes se le habían extirpado las amígdalas y un pequeño quiste en el brazo. Después vendrá la apendicitis. Más tarde, sus problemas ginecológicos harán que el pentotal y sus aledaños se conviertan en algo más o menos familiar para ella.

  Como se dijo, el aparato propagandístico y promocional organizado por Goyanes no tenía parangón con ninguno de los montados hasta entonces en España y todo se cuidaba hasta el detalle. Apareció una revista dedicada exclusivamente a la actriz: La revista de los amigos de Marisol; la editorial Fher publicó cientos de álbumes, recortables, tebeos y libros infantiles con historias protagonizadas por la niña, sacadas o no de los argumentos cinematográficos, editó, asimismo, una colección llamada «Simpatía» en la que la propia Marisol contaba su vida en cuarenta fascículos, cuentos narrados por ella en libro o disco, muñecas, sobres sorpresa… Una verdadera industria. Incluso las más de mil cartas diarias que Marisol recibía por entonces de un pueblo tan parco epistolarmente como el nuestro, eran puntualmente contestadas por la oficina del productor y no con la respuesta de una mera foto dedicada sino que se contestaba a mano y concretamente a cada uno de los puntos que cada carta contenía, gracias a un equipo en el que no faltaban el que imitaba perfectamente su firma, el que llevaba el fichero con los cumpleaños de los fans… Los adictos se convertían así en admiradores con culto de latría. Y, como es propio del terreno, no faltaban los orates ni la pintoresca confianza en sí mismo del bien asentado: un notario de 60 años solicitó su mano, aduciendo como principal aval su profesión, prestigio social y posesiones. Por supuesto, que la niña no sabía de las cartas más que para fotografiarse con ellas cuando había que certificar, como si hiciese falta, su popularidad.

Marisol pide que traigan a su madre de la pensión y le habilitan un trastero. Luego contó que le registraban y desordenaban la habitación y que en la casa era un objeto de risa, hasta que salieron de ella: «Era como un divertimento porque mi madre es muy graciosa, se metían con su culo y se reían de ella». Después se cambiaron de la casa de la familia Goyanes en María de Molina, 5 al contiguo número 3, frente al apartamento que poseía Isabelita Garcés, su más habitual compañera de reparto en las primeras películas.  

 Goyanes, más tarde, se defendía así:

Dice que la tuve secuestrada, que no le dejé vivir su adolescencia. Es el precio que suelen pagar los niños precoces. ¿Se acuerda de Shirley Temple? Gracias a ese encierro, la Pepi ganó millones de pesetas y sacó de la miseria a su familia. Me han comentado, también que Marisol me acusa de haber tratado muy mal a su madre. Es falso: la señora ocupó el dormitorio de mi hijo Tito (tuvo que dormir conmigo); y la pensión donde vivió no era de mala muerte… En la calle Serrano no hay pensiones de mala muerte.

Unos con mejor y otros con peor tino, lo que parece cierto es que los Goyanes introdujeron en su casa un juguete -de clase baja, con todo lo que eso significaba entonces- que además les proporcionaba altísimos rendimientos. En la forma o en el fondo Marisol nunca vivió con ellos como familia. Sus conversaciones con ella no fueron de padres a hija sino como de protectores a protegida. Algo se quebró en su trayectoria en una etapa que todos necesitan -y más alguien tan espontánea y sensible como Pepi- una referencia. Como después se demostró hasta el hartazgo las que recibió durante la más de docena de años que pasó con ello no le sirvieron para nada.

De mi libro Marisol frente a Pepa Flores, Barcelona, Plaza & Janés, 1999, pp. 49-54. (Con alguna mínima añadidura).

También puede verse en este blog, la introducción  y el epílogo del libro:

https://javierbarreiro.wordpress.com/2013/02/04/jubilada-marisol-jubilada-pepa-flores/