Reproduzco la parte inicial del prólogo al libro antológico de sus textos sobre Sender, escritor del que fue su principal estudioso,y que edité en 2001: Sender en su siglo (Textos críticos sobre Ramón J. Sender), Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses).
Francisco Carrasquer es, sin asomo de dudas, el estudioso que con más asiduidad se ha ocupado de Sender desde la lectura y publicación de su tesis en 1968[1]. Años después recogió diversos trabajos publicados en el ínterin en un volumen que tituló La verdad de Sender[2] y en 1992 dio a la luz otro libro dedicado a las ficciones americanas del escritor de Chalamera[3]. También se ha encargado de varias ediciones de la obra senderiana[4]. Son, pues, seis en total los libros dedicados a este autor por Carrasquer, amén de otros muchos trabajos dispersos publicados especialmente en la revista Alazet del Instituto de Estudios Altoaragoneses, de los que esta edición pretende recoger los más significativos entre aquellos que no han sido recogidos en volumen.
El propio Carrasquer ha explicado su fascinación por Sender basándola en la proximidad de origen, de formación y de vivencias en torno a la guerra y al exilio[5]. Únase a ello el que les separan tan sólo quince años en la fecha de nacimiento, es decir, una generación. Cronológicamente, Sender pertenecería a la del 27, mientras que Carrasquer -tres años más joven que Ridruejo, por ejemplo- se incluiría en la del 36[6]. Otros rasgos comunes, salvando las naturales distancias en intención, actitud y género, podrían espigarse en la multidireccionalidad temática, el estilo desafectado y el variado sustrato cultural no acomodado a escuelas o esquemas.
Además de una lectura exhaustiva y meditada de toda la obra senderiana a lo largo de muchos años, Carrasquer, hombre de probada formación cultural y filosófica como demuestran tanto su escritura como su denso currículum académico, encuentra en su paisano una similitud de puntos de vista y de actitud libertaria ante la vida[7] por lo que una buena parte de sus argumentos inciden en la vindicación del novelista sujeto a valoraciones cambiantes en relación con la agitada trayectoria sociocultural del acontecer hispano en el siglo XX. En efecto, Sender, que en los años treinta se había constituido en el novelista más sólido y prometedor del panorama nacional, padeció el arrumbamiento destinado a los exiliados políticos pese a que en los años cuarenta y cincuenta realizó, seguramente, la aportación más decisiva y más alta cualitativamente de toda su trayectoria narrativa[8]. Si desde muy temprano le acompañó el reconocimiento de la crítica, especialmente de la anglosajona, y fue repetidamente traducido, no corrió la misma suerte en los círculos críticos del exilio y hubo que esperar a los años sesenta para que en España se lo conociera y apreciara. A la primera recepción entusiasta -y más por parte de los lectores que de los orientadores de opinión- sucedieron las reticencias y guiños reprobatorios de una buena porción de críticos[9], en su mayor parte cómplices, conscientes o inconscientes, de la manipulación cultural comunista, que enfangó el debate intelectual durante tantos años. Quizá no haya escándalo ético más flagrante a lo largo del último siglo que la actitud de las mesnadas de intelectuales que, ya desde los años treinta y muchas veces pensando en su propio status, cerraron los ojos ante el genocidio, la barbarie, y el uso sistemático de la mentira, la calumnia y la descalificación ad hominem y colaboraron con los siniestros designios emanados desde Moscú. Francisco Carrasquer, especialmente en «El raro impacto de Sender en la crítica española», pero también a lo largo de muchos otros de sus escritos, es uno de los que con más tino han denunciado esa evidencia que sólo hoy empieza a suscitar las reflexiones oportunas[10].
Llaman, precisamente, la atención en los acercamientos críticos de Carrasquer tanto su sinceridad y claridad como la reciedumbre moral que le hace levantar la voz ante quienes no pueden escudarse en la ignorancia para justificar la malevolencia de sus argumentos. En este sentido es ejemplar su respuesta a Víctor Fuentes en el artículo que abre este volumen aparecido en Norte, revista en la que también se reproducía, con honestidad tan infrecuente en este mundillo, el trabajo que daba lugar a la réplica[11]. Uno de los argumentos más constantes en Carrasquer, utilizado en este trabajo y en otros que aparecen en la presente edición, es la defección de los intelectuales españoles ante la causa popular y al que dedicó un ilustrativo artículo[12]. Para Carrasquer «por desgracia, los intelectuales consagrados [del periodo de preguerra] no se habían enterado de nada»[13]. Crítica que se extiende en el caso español a la segunda mitad del siglo:
…han hecho más los locos experimentalistas holandesas (sobre todo los poetas) por revolucionar a sus lectores y concienciarles socialmente, que los literatos «sociales» españoles quienes no sólo han tenido que renunciar a su poesía voluntarista sino que provocaron hace unos tres o cuatro años una crisis de tal hastío que estuvo a punto de colapsar a toda la literatura de España.
Una definición, engagée pero no sectaria, del intelectual figura en el tercer párrafo del trabajo «Sender y el exilio español». El narrador oscense resultaría, así, el único entre los autores de fuste que se acercó y comprendió críticamente el anarcosindicalismo[14] lo que le valió el ninguneo de la crítica durante mucho tiempo y, lo que es más grave, la neutralización de su obra. Si en los años cuarenta y cincuenta nada se podía esperar de los adictos al régimen ni de los comunistas[15], tampoco en los sesenta el auge de experimentalismos y estructuralismos le fue favorable. En el primer caso porque, por prejuicios y desconocimiento, se obvió el componente vanguardista que, desde la primera novela, recorre toda su obra y que sólo empezó a ser considerado lustros después. En el segundo, por el esnobismo de quienes se apuntaron a estas corrientes que permitían aplicar un esquema predeterminado al hecho literario sin tener demasiados conocimientos del contexto. Hecho que, como apunta Carrasquer, explica en parte la superficialidad de la crítica hodierna. Fueron los lectores quienes despertaron el interés por el autor, sobre todo a raíz de la publicación de Crónica del alba en una edición que no tenía nada de popular y de la que tampoco se comprendió su tercera parte, en gran parte vanguardista y resultado de la disolución de la personalidad del sujeto narrativo. La evolución del mercado editorial en beneficio de valores que no priman el compromiso, la especulación intelectual ni el rigor literario, tampoco ha favorecido la obra de Sender en los últimos años, pese a que la atención crítica, constante fuera de las fronteras peninsulares, haya crecido vigorosamente en las dos últimas décadas. Todos estos extremos se exponen con agudeza y claridad en el excelente trabajo «El raro impacto de Sender en la crítica española» y se remachan en otros, como «Sender para estudiantes». En suma, puede afirmarse que Sender, cuyo periodo de mayor presencia editorial puede cifrarse entre 1967 y 1976, ha dejado de estar de moda cuando en el mercado literario se fueron imponiendo las técnicas de marketing.
Independencia, claridad, poco temor a incidir en lo no «políticamente correcto» y un especial afán vindicativo constituyen otros rasgos de los acercamientos senderianos de Carrasquer, cuya personalidad, por cierto, se acerca más a la afabilidad, incluso a cierta timidez, que a la confrontación y a la beligerancia, aunque en su trayectoria personal siempre ha privado la insobornable defensa de sus convicciones en circunstancias tan adversas como las de la guerra, la resistencia interior y el exilio. Pese a sus galas universitarias, también observamos un cierto rechazo al academicismo, patente en los registros coloquiales de su prosa y en su mayor confianza en los argumentos de razón que en estériles plantillas perpetradas por tantos hacedores de currículum cuyas producciones nos proporcionan habitualmente una sensación de irrelevancia. Además del ninguneo de los centros de poder periodístico y editorial, tampoco Carrasquer ha sido muy afortunado en su recepción por parte del medio universitario. Exilio, ideas libertarias y carácter nada propenso al cultivo de falsas camaraderías ni arribismos no han debido de favorecerle en estos terrenos[16]. Y, como se apunta, tampoco su estilo y modo de razonar anda muy cercano a los cánones académicos, que implican la asepsia, el pensamiento castrado, la huida de la originalidad y la toma de posición en vagonetas sólo arrastradas por la inercia, el meritoriaje y la mirada puesta en el escalafón. En todo caso, la naturalidad y ausencia de afectación son rasgos que comparten el estudioso y el estudiado.
Otro de los puntos en que más han insistido los estudios de Francisco Carrasquer ha sido la constante presencia de lo americano en el escritor de Chalamera. «Novelista de ambos mundos», lo denomina en alguna ocasión y es cierto que muy pocos escritores españoles, ni siquiera entre los del exilio, pueden ofrecer un conjunto tan numeroso de obras dedicadas a América ni una imbricacion tan íntima con el espíritu y las mitologías del Nuevo Continente[17]. Además de La integral de ambos mundos (1994), libro específicamente dedicado al tema, son constantes en Carrasquer las referencias a este asunto. Se recoge aquí, concretamente, el artículo «Contratiempos de espacio: Epitalamio del prieto Trinidad de Ramón J. Sender», pero las alusiones aparecen por doquier en otros trabajos. Es un tópico aludir a la desatención y al desaprovechamiento que España ha tenido hacia las que fueron sus colonias. El lamento ante tal evidencia recorre todo el siglo que ha acabado pero, pese a tal certidumbre, nunca se han acometido iniciativas radicales para solventar esa carencia. Quienes como Sender -cuyo primer libro, El problema religioso en Méjico. Católicos y cristianos (1928), ya tiene como leit-motiv lo americano- han dedicado buena parte de su obra a tratarlo, no dejan de ser vistos desde el interior de un país tan aficionado a mirarse el ombligo y a dar vueltas de torno al «problema de España» con un halo de extrañamiento, de desconfianza, de excentricidad.
Los personajes femeninos senderianos constituyen otro aspecto sobre el que Carrasquer nos llama la atención repetidamente. De «galería fascinante de mujeres-niñas» las califica en una ocasión y es cierto que la inquisición sobre estas virginales e idealizadas mujeres podría aclararnos muy diversas claves de la psicología y las obsesiones del narrador. Lo mismo, el pudor para nombrar a ciertos miembros de su familia, en especial a la madre[18], a la que precisamente considera hontanar nutriente de esos personajes femeninos[19]. Más llamativo, en cuanto que Sender no es hombre que se caracterice por el temor ni la mojigatería para aludir a su propia interioridad. Carrasquer se pregunta si no será Sender uno de esos hombres-niños que tanto abundan entre los genios y lo compara en el trato con José Martínez, fundador y alma mater de El Ruedo Ibérico, en cuanto a su capacidad movilizadora y fascinante, unida a un trato personal, a menudo difícil. Carrasquer tuvo una relación continua con el editor exiliado, como se constata en la excelente aunque polémica biografía[20] editada recientemente en la que se reproducen numerosos fragmentos del epistolario entre ambos intelectuales antifascistas.
A menudo se pregunta Carrasquer por la paradoja de un escritor con tan profusa carga cultural pero de estilo tan «antiintelectualista», tan aficionado a reflexionar en voz alta, a través de autoinquisiciones para las que muchas veces no encuentra otra respuesta que otra pregunta de carácter mucho más ambiguo o la recurrencia al misterio. Es cierto que los «maestros de pensamiento de Sender» se encuentran mucho más en la corriente idealista, heterodoxa, poética y hasta esotérica, que partiría de Platón que en el racionalismo aristotélico. De hecho, en «Sender por sí mismo», Carrasquer enumera los autores que, a su juicio, influyen más en el pensamiento, la filosofía y la cosmovisión senderianas. Pitágoras, Parménides, Plotino, Simón el Mago, Spinoza, Servet, Pascal, Descartes, Schopenhauer, Nietzsche, Rudolph Otto, Kierkegaard, Bergson, Machado, Merleau-Ponty y Camus son los autores enumerados[21]. Quizá sobre en la lista el poeta sevillano y falten otros como Miguel de Molinos[22] y, desde luego, escritores no filósofos pero con los que Sender siempre ha reconocido su deuda y dedicado su atención. Me refiero, por supuesto, a Valle-Inclán pero también a autores del ámbito anglosajón a los que tan bien conocía. Por citar unos cuantos, entre muchos, sería indispensable aludir a David Herbert Lawrence, Simone Weil y hasta William Faulkner. A algunos de ellos se ha referido Carrasquer en otros lugares.
A Sender le preocupaba especialmente su poesía, género que cultivó desde sus inicios literarios[23], y llama la atención el muy escaso eco qu ésta ha suscitado[24]. El propio Carrasquer (V. «Sender por sí mismo») expresa serias reticencias sobre la misma aduciendo que se encuentra más a menudo en su narrativa que en sus versos. En otro lugar, observa que, al entrar en trance poético el autor «se pone tenso, pierde la naturalidad»[25]. Sin embargo, Carrasquer publicó recientemente una antología, Rimas compulsivas, (V. Bibliografía) en la que le dedica un estudio más amplio. En todo caso, aparte de sus libros estrictamente poéticos[26], aparece intercalada en numerosas ocasiones dentro de sus novelas cumpliendo en alguna de ellas, como Crónica del alba, una función claramente estructural. En los libros de la última época, mucho más ricos en elementos líricos y sugestivos que puramente argumentales, se privilegia especialmente lo poético. Y es de reseñar que si el escritor acometía febrilmente su narrativa como un mecanismo de acción estricta[27] en la que encontraba elementos soteriológicos, en su vertiente lírica puso siempre una especial atención y no poco cuidado.
Otro aspecto crucial en Sender es su aragonesismo, que él mismo se encargó de corroborar sucesivamente y que alcanza su expresión más cabal en el tan citado y conmovedor prólogo a Los cinco libros de Ariadna. Carrasquer dedicó a esta cuestión un artículo específico, («Lo aragonés en Sender», Rolde, 65/66 [junio, 1993], pp. 49-58.), no presente en esta antología ya que está prácticamente reproducido en su totalidad en «Sender por sí mismo». Sería desmedido dar aquí una relación de las novelas desarrolladas en Aragón, de los personajes aragoneses o de las obras en que las reflexiones acerca de su región natal tienen una presencia fundamental, pero no citar El lugar de un hombre (1939), Crónica del alba (1942), El verdugo afable[28] (1952), Mosén Millán (1953), luego reeditada como Réquiem por un campesino español (1961), Bizancio (1956), Solanar y lucernario aragonés (1978), Monte Odina (1980) y Segundo solanar y lucernario aragonés (1981), como aquéllas en las que lo aragonés alcanza notable preeminencia. Carrasquer considera al novelista «un extremado representante del individualismo/liberalismo aragonés» siendo éste último lo que le permite liberarse de los probables excesos del primero. Claro que sin individualismo no hay rebeldía posible y tan peligroso es exacerbar uno como otro extremo. También resulta ilustrativa la repetida afirmación senderiana respecto al «ir por el mundo sin máscara», rasgo que considera altamente identificativo del aragonés. Carrasquer lo conecta con su concepto de la hombría[29], pero se cura en salud a través de esta afirmación irrebatible:
Después de haber pasado cuarenta años en el extranjero, puedo decir que, en efecto, todos los hombres somos sustancialmente iguales y sólo diferimos de más o menos esto o lo otro.
Como sucede con el aragonesismo, el compromiso con el pueblo, las clases trabajadoras o los desfavorecidos -elíjase o intercámbiense los sintagmas, ya que estas cuestiones han estado sometidas en los últimas décadas a vigorosas revisiones o, si se quiere, a versátiles modas- es otro de los núcleos de la obra senderiana. Sería perogrullesco o aporístico incidir en su mostración, por ello los dos trabajos que Carrasquer dedica preferentemente a esta cuestión: el fragmento que se incluye de «Cinco oscenses en la punta de lanza de la prerrevolución española» y «Sintónico Sender», convergen en la capacidad del novelista para empatizar desde dentro. Es decir que su escritura no surge de un apriorismo o convicción ideológica sino de una densa vivencia/convivencia que desdeña los presupuestos y pretextos previos porque desde ella se ve impelido sin remedio a escribir[30]. El que pueda unir a ello la capacidad de distanciamiento indispensable para el narrador de raza no es sino uno de los registros de la misteriosa clave del arte.
De una u otra forma, es palmaria su capacidad de sintonizar con sus sucesivas circunstancias y ámbitos humanos y para estar al tanto de los temas y problemas de actualidad tanto en su época de periodista como en la de novelista. Carrasquer aduce que no alcanzó su madurez en la conciencia crítica y en sus convicciones de rebelde social hasta mediados de los veinte. Y señala como en sus artículos de La Tierra o El Telegrama del Rif todavía denota cierto conformismo pese a que en su peripecia vital ya hubiese dejado abundantes muestras de su sintonía con los revolucionarios. Pero ya tanto su primera obra narrativa como en la anterior, El problema religioso en México, de índole reflexivo-periodística, revelan posturas mucho más radicales que las de los escritores considerados entonces como de vanguardia social[31]. Sin punto de exageración, Carrasquer lo considera como «uno de los tres o cuatro escritores que más influyeron en formar la mentalidad prerrevolucionaria en España» y, basta un repaso superficial a toda su obra de los años treinta y cuarenta para concluir que no existe una sola que no contenga un propósito de denuncia y reivindicación humana. Del mismo modo, en el artículo «Sender en la cruz del 27», nos recuerda que sus primeros libros son siempre «en contra de algo» y, por antonomasia, antirreaccionarios. Pese a su brevedad, el citado texto es uno de los más ilustrativos en cuanto a la consideración de los planteamientos sociales del escritor. Se constata allí de nuevo el mecanismo de la «escritura como acción», tan fundamental en Sender y en otros escritores del siglo XX[32], pero también su creencia en la función social de la literatura y la constancia de su compromiso libertario, que es como incidir en la ya comentada connivencia con la «descomunal arremetida del pueblo español en la preguerra», de la que tan escaso eco hay entre la intelectualidad española. Resulta literalmente impresionante observar la cantidad de empresas renovadoras, culminadas o no con éxito, debidas a esta pujanza del pueblo español en los escasos nueve años que van desde la proclamación de la república a la derrota bélica. Más, teniendo en cuenta las circunstancias socio-económicas de ese pueblo que apenas podía dedicarse a otra cosa que no fuese a su supervivencia. Por eso tiene razón Carrasquer cuando escribe: «No pertenece en absoluto a ninguna reacción contra la estética ‘turriebúrnea’ del 27, ni sirve de ‘eslabón’ entre la novela social de preguerra y la de posguerra». Efectivamente, Sender, aun siendo plenamente consciente de la función y las contradicciones del intelectual en sus contextos como demuestran sus novelas y su obra periodística en los años treinta, escribía «desde dentro», poseído de un entrañamiento visceral con el pueblo que, por otra parte, no contradecía su independencia. La única excepción sería Contraataque, obra al servicio de la causa, en la que, en cierto modo, el autor abdica de su creatividad y que corresponde a un momento histórico en que otros libertarios tomaron actitudes comprensivas o reformistas de las que no tardarían en arrepentirse.
A la significación global de la obra senderiana dedica Carrasquer especialmente los artículos «Sender. El arte de la totalidad» y «Nuestra materia prima literaria». En este último escribe: «…nos ha dejado una obra que funciona como la mejor síntesis conocida hecha arte literario de nuestra cultura, la más primaria con la más elaborada». Es cierto que de su universo creativo puede extraerse una suerte de síntesis representativa de los acontecimientos más reseñables de la pasada centuria aunque, por muy pocos años, su factor no alcanzase a contemplar dos episodios tan trascendentales como la revolución informática y el derrumbe del comunismo. Así, Carrasquer llega a predecir que, como sucedió con Camus respecto a Sartre, Sender recobrará la preeminencia entre los escritores de su época e incluso sustenta:
«habrán de pedirle perdón muchos que le trataron de traidor a la clase obrera cuando han podido constatar que eran ellos los enemigos, no ya de la clase obrera sino de la Humanidad entera. Porque Sender siempre ha sido el enemigo del poder -la institución del crimen impune y a distancia-, mientras que sus detractores lo han sido a lo lacayo, y ahora en aquel pecado llevan la penitencia».
Especialmente en la última época del escritor aragonés se incrementan sus preocupaciones trascendentes hasta ocupar una parte sustancial de sus ficciones e incluso apoderándose de ellas, lo que ha constituido uno de los argumentos descalificadores más utilizados por la crítica para minusvalorar esta etapa de su creación. En «¿Escribir por pensar o pensar por escribir?» Carrasquer trata de dilucidar su idea sobre Dios que, en principio no comparte. Sin embargo, concluye que su pensamiento se acerca más a lo numinoso que a lo religioso y, quizá con algún voluntarismo, apunta: «…quiere creer en Dios porque no lo hay. En lo que cree de verdad, aun sin querer, si se me apura, es en la trascendencia del hombre». Se trata, probablemente, de una depuración del tan mentado esencialismo senderiano que, en una etapa menos condicionada por las urgencias históricas y ya aproximándose el final de su vida, toma un protagonismo cada vez mayor. Carrasquer ha demostrado en otros lugares que estas preocupaciones aparecen ya desde el principio de su obra narrativa y toman cuerpo incluso en obras tan comprometidas socialmente como puedan ser Imán, O. P. o Siete domingos rojos, por no hablar de Mr. Witt en el cantón, donde el distanciamiento y el propósito simbólico no obstan para que constituya un premonitorio friso de la inmediata circunstancia histórica española.
En resumen, puede afirmarse que en la obra crítica de Carrasquer aparecen casi todas las claves senderianas con una especial referencia a las carencias en los análisis de otros investigadores, cierto afán polémico que vindica la superación de ciertos tópicos apuntados que inciden en la desvalorización políticamente interesada del narrador oscense y la atención a cuestiones poco atendidas, como puede ser la reivindicación de su labor como cuentista que para nuestro autor está entre lo mejor del siglo. Pero, si hubiera que elegir un rasgo que caracterizase la postura de Carrasquer como crítico, escogeríamos uno que comparte con el principal objeto de su preocupación crítica: la independencia. Que tal virtud no acostumbre a ser favorable a los intereses de quienes la practican es harto sabido por lo que no dejo de felicitarme de que, al publicarse en un volumen conjunto, estas visiones críticas consigan mayor audiencia.
NOTAS
[1] «Imán» y la novela histórica de Ramón J. Sender -primera incursión en el «realismo mágico» senderiano-, Uitgeverij Firma J. Heijnis Tsz., Zaandijk, 1968. Reeditada, con numerosas corrrecciones y ampliaciones, bajo el título de «Imán» y la novela histórica de Sender (prólogo de Ramón J. Sender), London, Tamesis Books Limited, 1970.
[2] La verdad de Sender, Leiden, Ediciones Cinca, 1982. (Con bibliografía de Elizabeth Espadas). Recoge: «Sender a la hora de la verdad», Camp de l’Arpa nº 3, sept. 1972, pp. 21-22. «El derecho de autor frente al deber de enmienda», Camp de l’Arpa nº 17/18, feb.-marzo 1975, pp. 18-19. «Presentación de Ramón J. Sender», «La crítica a rajatabla de Víctor Fuentes» (con inclusión del artículo de V. F. criticado), «La parábola de La esfera y la vocación de intelectual de Sender», los tres artículos publicados en el número extraordinario dedicado a Sender de la Revista Hispánica de Amsterdam, Norte, año XIV, nº 2-4, mayo-agosto, 1973 en las páginas, 2-4, 43-55 y 67-95, respectivamente. «Samblancat, Alaiz y Sender, tres compromisos en uno», Papeles de Son Armadans, Año XX, nº 228, marzo 1975, pp. 211-246.
[3] La integral de ambos mundos: Sender, Zaragoza, Prensas Universitarias, 1994.
[4] Edición crítica de Imán, Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1992. Edición crítica de Réquiem por un campesino español, Barcelona, Destino, 1998. Rimas compulsivas (Antología de la poesía de Ramón J. Sender), El Ferrol, Esquío, 1998. Con posterioridad a la publicación de este escrito, Carrasquer todavía publicó otros dos: Ramón J. Sender, el escritor del siglo XX, Lérida, Milenio, 2001. Servet, Spinoza y Sender y Miradas de eternidad, Zaragoza, Prensas Universitarias, 2007.
[5] En los párrafos iniciales del artículo «Visión global del pensamiento de Sender», recogido en este volumen, Carrasquer comenta estos paralelismos.
[6] Cf. José-Carlos Mainer, «Periodización literaria» en Diccionario de literatura española e hispanoamericana (Tomo II), Madrid, Alianza, 1993, pp. 261-266.
[7] Una densa y actualizada exposición del pensamiento social de Carrasquer en su ensayo, El grito del sentido común. De los automatismos a la libertad.
[8] En «Sintónico Sender» Carrasquer apunta que el exilio probablemente favoreció artísticamente su escritura, como sucedió con otros autores. Aunque sea aventurado hablar de supuestos, puede concluirse que la tensión a que se ven sometidos los creadores en circunstancias vitales difíciles ha deparado muchas de las mejores producciones intelectuales de la historia («lo que es bueno para el arte es malo para la vida y lo que es bueno para la vida es malo para el arte», apuntó Ortiz-Osés) y sobran los ejemplos para certificarlo, aun teniendo en cuenta lo vidrioso de este tipo de generalizaciones.
[9] En este sentido, es reveladora la observación de Carrasquer acerca de la distinta recepción por parte de la intelligentsia de los premios Planeta concedidos a Sender y Vázquez Montalbán. Lo que en uno se interpretaba como achantamiento de cerviz y venta al todopoderoso capital, en el otro constituía el reconocimiento de la industria editorial a una trayectoria literaria y civilmente modélica.
[10] Carrasquer anota en este artículo con cierta dosis de voluntarismo: «Ahora que ser comunista es ser tan conservador, ser anticomunista podría ser todo lo contrario».
[11] También respuesta a los argumentos, por cierto nada fundamentados, de otro crítico, Rafael Bosch, en contra de la interpretación de Imán por parte de Carrasquer, lo constituye el artículo «Libro-homenaje a Sender en Arizona».
[12] Cf. Francisco Carrasquer, «La literatura española y sus ostracismos», Cuadernos de Leiden nº 7, Universidad de Leiden, 1981.
[13] Para él, sólo Baroja percibió en España el fenómeno anarquista, único en el mundo, y «¡sin comprometerse!», exclama.
[14] Carrasquer afirma, también con fundamento, que Sender es el autor español que a lo largo de la centuria más se ha inspirado en el pueblo y más ha conspirado con él.
[15] Especialmente, después de la feroz denuncia del estalinismo que acomete en Los cinco libros de Ariadna.
[16] Por su carácter premonitorio, reproduzco el encabezamiento de una entrevista que realicé con él, poco después de su regreso a España: «Lúcido, equilibrado, sin obviar la pasión, acostumbrado a trabajar siempre, depositario de mil desdichas históricas y, también, de abundantes satisfacciones personales, Francisco Carrasquer es casi desconocido en su tierra. Mucho por mor de sus peripecias político-sociales, algo por su adscripción a unas ideas en las que no cabe el compadreo, el arribismo, el do ut des ni la dejación de la difusa verdad en beneficio del sol que más calienta. Encontrará poco sitio aquí». Javier Barreiro, «La gran virtud del español en su capacidad de soledad» [Entrevista con Francisco Carrasquer], El Día de Aragón, 20 de marzo de 1986, p. 29.
[17] Carrasquer cuenta treinta y siete obras de asunto americano, muchas más que cualquier otro autor del exilio. (V. «Sintónico Sender»).
[18] Algo parecido le ocurre con la ciudad de Huesca, en la que mataron a su hermano, y a la que alude en muy contadas ocasiones a lo largo de su obra, como poseído por un una suerte de profunda emotividad que la convierte en tabú. Y también con Zaragoza, a la que sólo alude larga y explícitamente en Crónica del alba.
[19] «Sender por sí mismo»
[20] Albert Forment, José Martínez: la epopeya de Ruedo ibérico, Barcelona, Anagrama, 2000.
[21] Una cata parecida en los pensadores influyentes en Sender pero referida a La Esfera, se encuentra en “La parábola de La Esfera y la vocación intelectual de Sender”, citado en nota 2.
[22] Para esta vinculación con el pensamiento molinosista, V. Javier Barreiro, «Bajo el signo de la perplejidad: El verdugo afable«. Alazet, 4. Monográfico dedicado a Ramón J. Sender. Huesca, 1992, pp. 59-68.
[23] Ya durante su estancia en Alcañiz como mancebo de botica, El Pueblo, periódico de la localidad, le publica el 29 de julio de 1918 «Las nubes blancas». V. José I. Micolau, «Un poema del joven Sender en la prensa liberal de Alcañiz», La Comarca, Alcañiz, 2-VIII-1991, pp. 20-21.
[24] V., especialmente, Javier Barreiro, «La poesía de Ramón J. Sender: Modernismo, Hermetismo y Vanguardia» en El desierto sacudido. Actas del curso «Poesía aragonesa contemporánea”, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1998, pp. 35-44, donde se dan más amplias referencias bibliográficas, y, también, José Manuel Blecua, «La poesía de Ramón J. Sender», que cierra el libro Ramón J. Sender. In memoriam. Antología crítica, Zaragoza, DGA-Ayuntamiento de Zaragoza-IFC-CAZAR, 1983, pp. 479-494. En las voluminosas actas publicadas con motivo del I Congreso sobre Ramón Sender (1995), aparece únicamente un artículo sobre la poesía senderiana: «La lírica popular de Sender», El lugar de Sender, Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses-Institución Fernando el Católico, 1997, pp. 401-408. Existe también una tesis que no he podido consultar: Julián Reyna, Dimensiones poéticas en Crónica del alba y obras poéticas de Sender. University of Southern, California, 1975.
[25] «¿Escribir por pensar o pensar por escribir?»
[26] Las imágenes migratorias, México, Atenea, 1960. Sonetos y epigramas, Zaragoza, col. Poemas, 1964. Libro armilar de poesías y memorias bisiestas, México, Aguilar, 1974.
[27] «…no repasaba ni sus escritos. Nada de rehacer ni deshacer sino hacer y nada más. Hasta su muerte que lo pilló haciendo». («Un Edipo extemporáneo (A raíz de Muerte en Zamora de Ramón Sender Barayón)».
[28] Sobre todo en lo que tiene de paráfrasis de la Vida de Pedro Saputo, para mí la obra más esencialmente aragonesa de nuestra historia literaria y a la que otro oscense, Andrés Ortiz Osés, ha dedicado páginas memorables.
[29] V. para este concepto, «La parábola de La esfera y la vocación intelectual de Sender» y «El pensamiento íntimo de Sender».
[30] «tendía a perderse en la escritura para encontrarse a sus anchas pensando«. («Sintónico Sender»).
[31] Si las comparamos con las de los autores adscritos al socialismo, republicanismo o radicalismo, la distancia es abismal.
[32] Por citar una trío perteneciente a la narrativa anglosajona, sin duda, la más pujante en el siglo XX, bastaría con nombrar a Henry Miller, Ernest Hemingway y David Herbert Lawrence. A los tres ha dedicado Sender excelentes páginas, especialmente en Álbum de radiografías secretas.
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Otras entradas sobre Ramón J. Sender en este blog:
https://javierbarreiro.wordpress.com/2011/09/17/ramon-jose-sender/
https://javierbarreiro.wordpress.com/2015/02/02/ramon-j-sender-el-lugar-de-un-hombre/