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(Publicado en Aragón Digital, 23-25 de agosto de 2021)                                                                        

Visito la exposición que conmemora el 150 aniversario del tranvía en Madrid. Se muestra en la antigua fábrica de cerveza El Águila, convertida en centro cultural de la Comunidad de Madrid. El hermoso ladrillo rojo de la antigua factoría es una vociferante denuncia de la clamorosa fealdad de la arquitectura moderna que le han adosado.

La exposición es ilustrativa para aquellos a quienes nos gustar saber cómo fue el pasado. Sin embargo, la parte de los libros dedicados al tranvía es muy pobre. Se reproducen artículos de Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna y Antonio Espina, una novela moderna de Manuel Rico, que lo único que tiene que ver con los tranvías es el título y el Diario de Juani, una universitaria bilbaína, a la que atropelló un tranvía en 1963. Los dos últimos títulos parecen una broma.

El año pasado se celebró el centenario de la muerte de Galdós. Una buena ocasión para recordar que el novelista canario, siempre atento a lo que ocurría en su tiempo y en fecha tan temprana como la de 1871, recién inaugurado el tranvía, publicó en la revista La Ilustración una novela corta que tituló La novela en el tranvía, una divertida narración que oscila entre lo psicológico, lo humorístico y lo policiaco. Este año el centenario le toca a la Pardo Bazán, de la que ya la Biblioteca Nacional ostenta una buena exposición, como sucedió con Galdós. Mira por dónde que también doña Emilia publicó en 1899 un libro con el  título, En el tranvía, pero en este caso el cuento que da título a la obra es hondamente dramático. Por su parte, un autor tan justamente popular en su día como Wenceslao Fernández Flórez editaría años después sus tan amenas como desopilantes, Historias del tranvía. Y, si recurrimos a lo local, José García Mercadal dio a la luz en fecha tan temprana como 1908, su Zaragoza en tranvía, del que hay edición facsímil.

En fin que quienes montaron la exposición lo tenían fácil para encontrar libros con que rellenar la patética vitrina sin tener que recurrir a la pobre Juani y el maldito tranvía que la sacó del mundo.

En estos relatos de los tranvías del pasado, además de su valor literario, podemos afrontar algún modesto apunte sociológico acerca de sus viajeros. La diferencia más patente con la actualidad es lo mucho que hablaban los desconocidos entre sí, lo mismo que sucedía en bares, tiendas y mercados. Si hoy alguien escribiera alguna página sobre los actuales viajes en estos vehículos eléctricos, quizá debería titularla “Epifanía del silencio”.

 

(Publicado en Clarín nº 135, mayo-junio 2018, pp. 42-46).

El muy raro libelo al que el título de este trabajo se refiere apareció, sin fecha ni pie editorial, en Madrid a finales de 1904[1]. En sus 32 páginas se pone como no digan dueñas a 84 escritores contemporáneos, entre los que figuran los de la vieja guardia, como Marcos Zapata, Eugenio Sellés o Galdós, que hacía poco habían superado los sesenta años, pero también a los modernistas y todos aquellos que después serían agrupados bajo el socorrido marbete de Generación del 98. Realmente, es a los jóvenes contemporáneos del autor a quienes se presta mayor atención. Allí se incluyen algunos como Julio Camba y Pedro de Répide, nacidos en 1882 o Juan Ramón Jiménez, que en 1904 cumplía los 23 años.

No es este el lugar para analizar las glosas del libelo, en general, abundosas en mala baba y, lamentablemente, no demasiado provistas de agudeza, lo que no deja de sorprender porque su autor fue celebrado por un ingenio que sí demostró en otros lances. Citaré, sin embargo unos cuantos fragmentos para dar idea del tono de la publicación.

José Martínez Ruiz: “Es la imbecilidad ensamblada con la memez…” (5)

Enrique Gómez Carrillo: “…se emborracha en el Boulevard y, por último, besa a la Cleo en los labios, en todos sus labios…” (6)

Mariano de Cavia: “Cuando no está en curda es el ser más imbécil de la tierra…” (7)

Alfonso Pérez Nieva: “…de su literatura puede decirse que es como la cagada de pavo: ni sabe ni huele…”  (9)

 José Ortiz de Pinedo: “En una noche de amor en que Juan R. Jiménez le entregó a Valle-Inclán su alma de violeta, fue concevido (sic) este gargajo glauco de la literatura…” (12)

Cristóbal de Castro: “Este feto pertenece a la familia de los Daguerre, orden de los Candamo, especie de los Zamacois. Su prosa es el mejor abono para las plantas de los pies…” (15-16)

Eugenio Sellés: “Imaginad una res, / sopladle bien por el ano / y abultará más que tres. / Pues así engordó Sellés / después de El nudo gordiano”. (16-17)

Jacinto Octavio Picón: “Congrio de la clase de republicanos, cuentista adormidera de los más insufribles…” (21)

En la breve introducción, tras una cita del Marqués de Premio Real: “Las introducciones deben ser violentas” en la que, con la polisemia del sustantivo, se alude a la homosexualidad del aristócrata, la puya se remacha en los últimos versos de la glosa a él dedicada:

«Me voy, pues, por el atajo / sin hablar de este señor, / el cual trabaja a destajo / y a quien deseo un… trabajo / mientras más grande mejor» (24).

Las alusiones al comportamiento sexual continúan con la primera figura del elenco, Emilia Pardo Bazán:

Es una gran protectora de sus paisanos. El número de gallegos que albergó bajo su techo no puede calcularse. Dícese que con Vahamonde ha llegado a 69.

Tiene dos hijas, pero no tiene marido. Buenas gentes afirman que lo tuvo a mediados del siglo pasado.

Ha escrito mucho sobre el amor y, últimamente, hace la vida de una santa.

El demonio, harto de carne… (5).

Como se dice en la mentada introducción, los textos no van dirigidos a un receptor cualquiera:

El público, el verdadero público, la clase neutra de los hombres cultos, nos juzgará. Para los imbéciles, las multitudes que ríen con  El rey del valor y lloran con Mancha que limpia sentimos un desdén profundo y misericordioso[2]

Sea como fuere, el motejo de hampones se extiende a todo el espectro literario: no se salvan novelistas, poetas, dramaturgos, comediógrafos ni periodistas. Rubén Darío, Blasco Ibáñez, Valle-Inclán, Dicenta, Baroja, Antonio Machado o Unamuno reciben el mismo trato. La palabra “hampón” era muy usada en esta época y aunque su sentido solía ser el habitual hoy, se extendía también a los golfos o a los que vivían del engaño. Es, sobre todo, este último significado el que parece aplicarse a los escritores.

El libelo en cuestión  está firmado con el cervantino seudónimo de Chiquiznaque[3]. La ficha de la Biblioteca Nacional –incluso hoy-  lo atribuye a Julio Camba y ha habido varios estudiosos que se han preguntado –e incluso alguno se ha respondido- por la identidad del mentado Chiquiznaque[4].  

La respuesta, sin embargo, está en el tomo inicial de la primera edición de las memorias de Cansinos Assens[5]:

El amigo Iribarne le ha dedicado en sus Hampones de la Literatura esta semblanza:

                           Don Benito tiene un perro que se llama Secretario,

                           El secretario de don Benito es Ángel Guerra[6].

Por lo poco que conocemos del personaje, el libelo se acomoda a su desfachatez pero extraña el poco cuidado y más bien chapucero lenguaje, aunque éste tampoco sería propio del joven Julio Camba y menos de Roberto Castrovido, los dos periodistas a quienes hasta ahora se ha atribuido la autoría.

José Iribarne es uno de los personajes más citados en La novela de un literato, donde casi siempre se le nombra con el apodo de Zaratustra que, es sabido, se aplicó a otros individuos en época tan nietzscheana como el comienzo del siglo XX[7]. Sin embargo, Iribarne es autor del que apenas hay huellas y parece que no ha suscitado el interés de los especialistas en este periodo, a pesar de ser uno de los ejemplos más fehacientes de la tan traída y llevada bohemia española.

Cansinos, que también aparece en Los hampones con el nombre de R. ben Cansino, es casi la única fuente para averiguar algo de las peripecias de este rebelde irredento, del que no he podido encontrar ninguna representación iconográfica. A través del erudito sevillano y de muy dispersas noticias hemerográficas, podemos reconstruir alguna parte de la historia de Pepe Iribarne, cuyo medio de vida no fueron, en realidad, las letras sino el dibujo y la pintura.

 

EL PERSONAJE

Pese a su apellido vasco y haber vivido en Bilbao, Cansinos Assens apunta que José Iribarne –Zaratustra en sus memorias- era de la tierra de Villaespesa, es decir, almeriense[8].  Hijo de un crápula, que fundió su capital, hubo de trabajar como cajista de imprenta. Durante un tiempo y junto a Joaquín López Barbadillo, que después sería redactor de El Imparcial, trabajó para el jerezano Manuel Escalante, otro editor y libelista que explotaba a ambos.

De su actividad como escritor en su primera época sólo conocemos el citado libelo, Los hampones de la literatura, y un folleto de 16 páginas, sin fecha pero de la primera década del siglo XX, con el título ¿La herencia del negro o la herencia del blanco? (sobre un litigio), que hace referencia a un tema omnipresente en la prensa de entresiglos y cuyo más cabal ejemplo es el galdosiano Electra: la apropiación con malas artes de una herencia, por parte de los padres Escolapios, sólo que en esta ocasión el autor defiende la inocencia de la orden.

Por su parte, Cansinos  asegura que, además de frecuentar las tertulias de El Colonial y El Universal, acudía a la de La Montaña[9], donde se imponía a todos por su mordacidad y su franqueza insobornables. Después, cambió los cafés por los tupinambas[10] de las cercanías de Antón Martín, más baratos y que acababan de aparecer. Segundo de Pujana, con el que tuvo relación amistosa, lo llamaba “Príncipe de la ironía”. En cambio, Iribarne escuchaba a éste con conmiseración y, de pronto, estallaba en una carcajada que dejaba perplejo al bohemio. Se reía de un modo falso, como atacado por la tosferina.

Cansinos, que le dispensó siempre gran amistad, lo admiraba, quizá, por decir en público, con una gravedad hierática y tajante, aquello a lo que él no se atrevía. El bohemio sólo admiraba a su hermano Paco, que no tenía nada de admirable y escribía en El intransigente de Lerroux.

Iribarne era de los muy escasos contertulios de Valle-Inclán que no se extasiaba ante el gran estilista gallego, a quien identificaba con un mendigo de sus propios cuentos, ni tampoco ante Azorín. A Baroja lo consideraba, con bastante razón, un anarquista de pega, un falso Gorki. Tampoco los literatos emergentes se salvaban de sus dicterios. A Julio Camba le decía que era un pequeño miserable y, a su querido hermano Paco, un pequeño pobre hombre.

Hacia 1912, dio por frecuentar junto al maestro San José[11] el teatro Noviciado, tildado de “barraca” por Cansinos, que a veces los acompañaba, todos ellos atraídos por los engendros que “hacían reír por su insulsez y procacidad”.[12]

Con barba y grandes bigotes rubios, tenía unos modales rudos, proletarios y francos y le cantaba las verdades, con acritud, al lucero del alba. En cambio, la mujer con la que vivía, Obdulia, conseguía sacarlo del café tan sólo con una seña. Rubia y de ojos azules pero poco agraciada, “prematuramente, envejecida por los partos[13],  mal vestida y sucia”[14], admiraba, sin embargo, con unción a su amante. Vivían en un cuchitril de la calle Tres Peces, “de lo peor que hay”, entre la plaza de Lavapiés y la calle de Atocha, donde el escrupuloso Cansinos rehusaba las patatas soufflé de Obdulia, que encantaban a otros cofrades de la pobretería. Iribarne cambiaba continuamente de aspecto cortándose la barba y/o el pelo. Los bohemios lo buscaban pues, aunque en absoluto le sobraba, manejaba más dinero que ellos y, frecuentemente, los invitaba.

No sabemos dónde obtenía el monto que manejaba, pues su nombre apenas aparece en algún lugar[15] y, como ilustrador de libros, sólo hemos localizado su firma en una novela corta editada el 20 de febrero de 1913 con el número 5 en El Cuento Decenal. El autor de la misma, que firma con el seudónimo de “El Caballero de la Noche”, es uno de los más desconocidos, pintorescos y descabalados componentes de la bohemia madrileña, el ya mentado Segundo Uriarte de Pujana[16], y el título de su novelita, Norma. Iribarne era, sobre todo, caricaturista y, a veces, ilustraba las hojas que él mismo redactaba con seudónimos como “El terrible Pérez”, “Chiquiznaque”, “Peláez, crítico”, “Toribio saca la lengua[17]”… Incluso incluía su propia caricatura “en paños menores, con hongo y los pies descalzos con los dedos engarabitados y llenos de juanetes”[18]. En septiembre de 1910 varias publicaciones anunciaban que partía hacia las provincias del norte, para impartir una serie de conferencias sobre “La Pintura y la Caricatura en España” e intentar exponer su obra[19].  Esta debió de ser una de sus principales fuentes de ingreso, pues hay noticias de que pronuncia esta misma conferencia en Zamora en julio de 1913, mientras que el 22 de marzo de 1918 El Eco Toledano da cuenta de que ha llegado a la ciudad imperial “el prestigioso crítico de arte de El Pueblo Vasco” para impartir una conferencia sobre “Historia de la caricatura”, lo que da cuenta de que había conseguido esa colaboración en el diario bilbaíno, ya que la pareja Pepe-Obdulia se trasladó a la capital vasca a finales de la segunda década del siglo XX. Allí, en la Imprenta de la Viuda e Hijos de V. Hernández, editó en 1922 su primer libro, El arquitecto Pedro Guimón y las modernas orientaciones pictóricas en el país vasco, ilustrado por el mismo autor[20]. Únicamente tenemos algunos datos sueltos de su actividad durante la dictadura primorriverista. Tal vez estuvo temporalmente exiliado. A finales de 1927 publicó en Bayona dos números de una revista con el título de Tierra Vasca. También fue redactor y después ejerció la dirección de La Prensa, un diario en decadencia que desapareció en 1931. 

En 1925, casi perdido el contacto con Iribarne aunque todavía se escribían, Obdulia viajó de Bilbao a Madrid para realizar una gestión en favor de su hermana ante el general Martínez Anido y visitó a Cansinos[21]. El famoso y temido militar había sido su pretendiente cuando era un tenientillo pero la joven eligió al bohemio. A pesar de ello, el justamente llamado Severiano le profesaba gran afecto y le ofrecía empleos para Pepe, su querido compañero, que él, orgullosamente, rehusaba.

Obdulia  refirió a Cansinos que su Pepe figuraba como redactor en el diario La Tarde y seguía haciendo gala de sus excentricidades. Para que le subieran el sueldo, se hizo un traje de arpillera y se presentó así en el ayuntamiento para cubrir la información municipal. Al ser reprendido por  exhibirse de tal guisa en la corporación, replicó que con su sueldo era el único traje que podía sufragarse. Por otra parte, escribía críticas de pintura y chamarileaba con sus cuadros, con los que también viajaba a Biarritz. Obdulia lamentaba que, sobre todo, lo hacía para coquetear con francesitas. Lamentaba también que seguía comiendo con los dedos, manchando todo y gargajeando en el suelo. Ella tenía hasta que sonarle los mocos.

Caído Primo de Rivera, Iribarne abandonó La Prensa para ocuparse del diario nacionalista Acción Vasca, de corta vida. Según sus propias palabras, decidió volver a Madrid, harto de Indalecio Prieto[22]. Fiel a sus costumbres, se instaló en un cuartucho realquilado de la calle Cruz Verde “de una casa absurda, viejísima, cuya escalera arranca del mismo portal y cuyos inquilinos son esquineras y maleantes”[23].  Su viejo conocido Lerroux lo nombró vocal de un comité paritario en Segovia, lo que junto a las colaboraciones periodísticas le permitió sobrevivir. Sin embargo, el 14 de marzo de 1933 firmaba una carta con otros redactores de El Imparcial[24], en la que decían abandonar el periódico por el carácter comunista de sus dirigentes.

A finales de dicho año, con prólogo de Eduardo Barriobero[25], firma un nuevo volumen de gran actualidad, Las dos oligarquías capitalistas que devoran a España. El Concierto económico de las Vascongadas y la Autonomía de Cataluña, que requeriría un comentario que no es de este lugar y una reedición que, si no se ha llevado a cabo, es por desconocimiento. Sí puede resultar ilustrativo recordar que don Santiago Ramón y Cajal en El Mundo a los 80 años confiesa que esta obra y La rebelión de las masas son los dos libros que más le han impresionado en los últimos tiempos.

Nada sabemos de la peripecia de José Iribarne durante los años siguientes. Hubo de morir en los últimos meses de 1938 en su Almería natal y en no sobrada condición económica, ya que  Sánchez Hernández, a la sazón gobernador civil de la ciudad,  fijó un donativo a favor de Obdulia, su resignada viuda por la que suspiró el general Severiano Martínez Anido[26], que ahora, con mando en la nueva tesitura, tal vez influyera en tan generosa acción.

 

OBRAS

-IRIBARNE, José (con el seudónimo de Chiquiznaque), Los hampones de la literatura, Madrid, s. e., s. f. (1904).

-, ¿La herencia del negro o la herencia del blanco? (sobre un litigio), Madrid, Imprenta Universal, s. f. (h. 1905).

El arquitecto Pedro Guimón y las modernas orientaciones pictóricas en el país vasco, Bilbao, Imprenta de la Viuda e Hijos de V. Hernández, 1922.

-, Las dos oligarquías capitalistas que devoran a España. El Concierto económico de las Vascongadas y la Autonomía de Cataluña, Madrid, Imprenta de Galo Sáez, 1933.

NOTAS

[1] En la línea del Charivari (1897) azoriniano, en esta época se publicaron varios libelos de esta especie, generalmente en verso, en los que la agresividad se imponía a la sátira.

[2] El Rey del valor fue una humorada en un acto de Antonio Paso y el periodista Carlos Crouselles, musicada por el maestro Rafael Calleja, que se estrenó en el Teatro Eslava el 7 de septiembre de 1904; Mancha que limpia un conocido dramón echegarayano, estrenado en 1895.

[3] Nombre de un rufián que aparece en “Rinconete y Cortadillo”

[4] La atribución de la Biblioteca Nacional la repiten varios estudiosos. Por su parte, José Esteban escribe: “…yo leí que se debía al ingenio del gran periodista Roberto Castrovido.”

[5] Rafael Cansinos Assens, La novela de un literato (Hombres-Ideas-Efemérides-Anécdotas…) 1. (1882-1914). Edición de Rafael M. Cansinos, Madrid, Alianza Tres, 1982, p. 432.

[6] Se refiere a José Betancort Cabrera (1874-1950), escritor canario que utilizó el seudónimo de Ángel Guerra y ejerció como secretario de Benito Pérez Galdós, que, efectivamente, tuvo un perro al que llamó Secretario.

[7] Gonzalo Sobejano, Nietzsche en España, Madrid, Gredos, 1967.

[8] Había nacido (15-10-1877) en Laujar de Andarax, en la Alpujarra almeriense, a 70 kilómetros de la capital.

[9] Entre otros, también frecuentaban este café Francisco Camba y el poeta americano Maturana, “alcohólico y sentimental”, según Cansinos.

[10] La marca Tupinamba a finales del siglo XIX, estableció varios tostaderos de café y hacia 1905 levantó un primer kiosco donde se despachaba dicho producto y otras bebidas. Pronto proliferaron estos puestos callejeros, que fueron vistos como una manifestación de modernidad.

[11] Teodoro San José (1866-1930). Músico y compositor madrileño, autor de numerosas zarzuelas.

[12] Rafael Cansinos Assens, La novela de un literato (Hombres-Ideas-Efemérides-Anécdotas…) 3. (1923-1936). Edición de Rafael M. Cansinos, Madrid, Alianza Tres, 1995, p. 50.

[13] Obdulia dio a luz en varias ocasiones pero todos sus hijos murieron  prematuramente.

[14] Cansinos Assens, La novela de un literato. 1, p. 175.

[15] El Caricaturista: 23-VIII-1910 y 1-IX-1910.

[16] Sobre él han escrito Emilio Carrère, Prudencio Iglesias Hermida, Guillén Salaya y José Esteban.

[17] V. https://javierbarreiro.wordpress.com/2013/01/15/toribio-saca-la-lengua/

[18] Cansinos Assens, La novela de un literato. 1, p. 179.

[19] Una reseña sobre su conferencia aparece en el número de la revista Cervantes correspondiente a  enero 1919.

[20] Un breve comentario firmado por F. P. S. en Revista de Bellas Artes, nº 16, febrero de 1923, p. 16.

[21] Cansinos Assens, La novela de un literato.3, pp. 187-193.

[22] Es posible que así fuera pero también que el recuerdo de Cansinos haya confundido al dirigente socialista con García Prieto, político que manejaba el diario La Prensa, donde Iribarne había trabajado.

[23] Cansinos Assens, La novela de un literato.3, p. 304.

[24] Salvador Martínez Cuenca, Antonio Fernández Lepina, Bernardo G. de Candamo, Federico M. Alcázar, R. Torres Endrina, Joaquín Corrales Ruiz, José Iribarne, Joaquín M. de Orense y Fernando García Jimeno.

[25] Eduardo Barriobero y Herrán (1875-1939). Abogado y prolífico escritor de rica y tumultuosa trayectoria, en 1912 ingresó en la CNT y participó en numerosas empresas políticas y sociales. En 1930 fue elegido presidente del Partido Republicano Federal. Tras una controvertida actuación política durante la Guerra Civil, fue fusilado en cuanto las tropas franquistas entraron en Barcelona. V. José Luis Carretero Miramar, Eduardo Barriobero. Las luchas de un jabalí,  Móstoles (Madrid), Queimada 2017.

[26] Franco había convertido en ministro de Orden Público al temible gobernador de Barcelona, que encabezó la represión contra los sindicalistas libertarios. Murió el 24 de diciembre de 1938, poco después de que lo hiciera Iribarne.

 Publicado en Oscura turba de los más raros escritores españoles, Zaragoza, Xordica, 1999, pp. 231-243. Actualizo la bibliografía.

¿Cómo no sucumbir a la tentación de adquirir un libro que se titula Ripios académicos y en el que al primer vistazo se verifica que allí se pone como no digan dueñas a dómines que uno ya tenía enfilados como Echegaray o Mariano Catalina? Al joven que uno era -de veinte y muy pocos años y todavía más provisto de iconoclastia que la usual en tales edades y calendas- le extrañó, pero no le arredró, la protesta final que pronto comprobó se reproducía en todos los libros de Valbuena: «Si alguna cosa apareciese en este libro contraria a la fe católica o a las buenas costumbres, téngase por no escrita». Por lo mismo, le sorprendió que anduviese por allí, igualmente sacudido, Menéndez y Pelayo. El joven, aunque ya sabía que el mundo era muy raro y le parecía bien, tenía con don Marcelino, la mosca detrás de la oreja: ¿Cómo un superdotado como él -que en los Heterodoxos nos proporcionaba interminable pasto para lecturas estrambóticas e incendiarias, que en la Historia de las ideas estéticas había logrado con unas pocas líneas hacerle entender a Kant o Hegel, cosa que no había conseguido con cuatro cursos de filosofía entre el Bachillerato y la Facultad y que, además, era sedicentemente borracho y mujeriego- podía ser reaccionario? Cosas que pasan.

Resulta que don Marcelino también escribía poesías y en este libro de Valbuena se ponían las cosas en su sitio. Por cierto, que el santanderino, atufado por los venablos del catón leonés aunque reconociendo indirectamente su valía, en una ocasión manifestó que no escribiría la historia de la sátira en España por no nombrar a Valbuena y que se iba a fastidiar porque él dejaría treinta volúmenes y el otro cuatro libelos. A lo que Valbuena respondió por escrito con la sensatez que siempre le caracterizó: «sosiégate y deja todos los volúmenes que quieras pero convéncete de que más te valdría no dejar éste de los versos».

Cuando uno empezaba a hincar el diente en las páginas de los Ripios, la lectura se hacía carcajada. Experiencia que se repetía con cualquier macho o hembra que hojeara el libro cosa que, luego me enteré, también sucedía al autor a la hora de escribirlos. Como en la contraportada apareciesen otras muchas obras de Valbuena, se convirtió desde entonces en uno de mis autores buscados aunque tardé muchos años en encontrar algún contemporáneo que hubiese escrito acerca de él.

¿Quién era este elemento jocundo, tradicionalista a machamartillo, solterón y regeneracionista a su modo?

Valbuena, Antonio joven

Había nacido (1844) en Pedrosa del Rey donde -son sus palabras- «nadie podía ser vecino sin ser noble». Ingresado a los quince años en el seminario de León, ya desde allí empezó a publicar versos sagrados y profanos en los periódicos leoneses. Para los últimos estampaba el seudónimo de Juan Paseante. Más tarde emplearía también los de Venancio González y Miguel de Escalada, tal vez para contrarrestar el apelativo que los demás le aplicaban, Melladín de Pedrosa, motivado por una brecha de nacimiento en el labio inferior -lo mismo le sucedía a su antípoda ideológico, José Nakens- a lo que acompañaba unos dientes ratoneros, peculiaridad física que no se olvida de resaltar alguno de los vates por él vapuleados. En justa correspondencia, porque Valbuena no detenía su crítica en lo estético o gramatical sino que, cuando a mano venía, derivaba hasta lo personal.

En 1865 deja el seminario y funda El Fénix y Pero-Grullo, antes de trasladarse a Madrid para estudiar leyes. Como primera publicación ya había dejado en 1866 un folleto con poesías a la Virgen publicado por la Academia Bibliográfica Mariana de Lérida.

Valbuena_Poemas a la Virgen

Al estallar la revolución de 1868 polemiza virulentamente desde la prensa tradicionalista y publica Sursum corda!, un folleto vibrante y arengatorio en defensa de sus posiciones. Ante el cariz que toman los acontecimientos se traslada a su pueblo y en 1870 a Vitoria donde su hermano mayor, José, es lectoral de la Catedral y persona de gran relevancia social. Allí ejercerá los cargos de presidente de la Juventud Católica, secretario del Círculo Carlista y director de La Buena Causa, periódico más que montaraz. Las campañas desarrolladas en éste le valen un breve destierro, lo que no obsta para que se licencie en Derecho Civil y Canónico en la Universidad Libre de Vitoria.

Vuelve a su pueblo natal para ejercer de abogado pero, pronto, deja el bufete para dedicarse a la defensa del Trono y el Altar y al ataque de cualquier mojón que huela a liberalismo o progreso. Sus dos intentos de salir como diputado fracasan pero, desatada la última guerra carlista, se alista como Valbuena, Antonio carlista 1874voluntario en las fuerzas del general Villalot y llega a ocupar el cargo de Auditor General del Ejército. Tras la derrota definitiva en febrero de 1876 ha de exilarse pero, cuando regresa a los pocos meses, los revolcones no han variado un ápice sus convicciones ni su pugnaz modo de defenderlas. En 1877 vuelve a las Vascongadas para dirigir en Bilbao La Voz de Vizcaya. El periódico es clausurado por la autoridad, amparada en el estado de sitio que todavía se encuentra vigente en estas provincias.

En 1878 comienza su colaboración en El Siglo Futuro. Su tan virulenta como ingeniosa sección «Política menuda» aumenta en progresión geométrica los lectores del periódico por lo que, cada vez, Valbuena ocupa más espacio en sus páginas hasta casi monopolizarlo. Colaborará después en El Progreso. Allí comienza a publicar su primera serie de Ripios, los Aristocráticos, donde baquetea inmisericorde a quienes amparados en títulos -con una especial predilección por los marqueses- se dedican a requerir a las musas y a perpetrar versos infames. La muelle vida de estos sujetos y el reconocimiento y sumisión que su mera presencia inspira les hace todavía más confiados en el aroma de sus ventosidades poéticas pero no cuentan con que allí aparecerá el justiciero Valbuena para dejar las cosas en su lugar. Nadie lo hubiera esperado de tan contumaz servidor del viejo régimen y él mismo, por medio de su editor, se ve en el deber de aclarar el asunto en el prólogo al libro que recoge buena parte de los ripios que ha ido publicando en El Progreso:

  «El título de esta serie de artículos y la circunstancia de haber salido a la luz en un periódico democrático han podido hacer creer a muchos que el autor es algún demagogo, enemigo jurado de toda aristocracia. Nada hay, sin embargo, más ajeno de la verdad que esta creencia. Ni el autor de este libro es demócrata ni por su origen ni por su educación ni aun por su mismo temperamento puede ser enemigo de la clase noble. Ni el libro, por consiguiente, puede tampoco ser una diatriba contra esta clase (…) El objeto principal del libro bien claro está que es puramente literario, y que si va contra alguna clase es a no dudar contra la clase de los malos poetas (…) Era un gran yerro tener al autor de los  Ripios por enemigo de la nobleza y suponerle movido, al escribir, por odios demagógicos. Todo lo contrario. Hijo de una familia noble y educado en aquellas ideas que hicieron a España grande y poderosa en mejores tiempos, es tradicionalista de raza y tradicionalista de convicción, ardiente y decidido partidario del antiguo sistema de gobierno con todas sus instituciones seculares…»

  De una forma u otra, el libro alcanzó siete ediciones, amén de varias fraudulentas en América, y dio a Valbuena la pauta de por dónde podía encauzar su pluma tan satírica como severa. Y ¿dónde mejor que en la Real Academia Española, poblada de tan campanudas medianías, iba a encontrar más apetitoso pasto? Por otra parte, desde 1885 colaboraba en Los lunes del Imparcial, lo que le daba ya carta definitiva de crítico prestigioso. Fue allí donde comenzó a publicar su Fe de erratas del nuevo Diccionario de la Real Academia (1891) que, luego, como libro, alcanzaría hasta doce ediciones. Como sus comentarios, tan malévolos como sensatos, le valieron, como era esperable, contraataques e inquinas de los tan poseídos de sí mismos académicos de la época, Valbuena, que se crecía en el castigo, publicó en 1891 los antedichos Ripios académicos. Allí arremete -y con motivo- contra prebostes tan prestigiosos como Alejandro Pidal, José Echegaray, Juan Valera, Antonio Cánovas, Víctor Balaguer o Núñez de Arce, además de los citados arriba y otros menos recordados hoy. El lector, aparte de carcajearse inconteniblemente con las citas y comentarios que Valbuena hace de los poetastros, no puede menos que estar de acuerdo con la inmensa mayoría de sus apreciaciones. Aparece también allí Manuel Cañete que fue quizá el blanco preferido de sus venenosos dardos. A don Manuel se le había ocurrido defender a cierto poeta atacado en los Ripios aristocráticos lo que le valió a partir de entonces ser vapuleado por Valbuena, viniese o no a cuento. Incluso lo había incluido, bajo el marbete de Paréntesis. Para Cañete, en este último libro, que fue el primero de los suyos de la vertiente satírica.

Para que no se le tildara de maniqueo, en 1891 publica Ripios vulgares donde pasa revista a varios vates escogidos entre lo Valbuena_Ripios vulgaresmás estéticamente vetusto de la época, que no era poco. Recordemos que, quién sabe si aplastado por su abundancia o con un íntimo regodeo, Cossío incluyó un epígrafe de «Poetas viudos» en su mamotreto sobre la poesía del XIX. En esta nueva entrega de Valbuena aparecen, pues, gentes tan denostadas como Grilo o el pintoresquísimo Carulla, autor de La Biblia en verso. (https://javierbarreiro.wordpress.com/2016/11/02/la-biblia-en-verso-de-jose-maria-carulla/) No faltan invectivas contra sus bestias negras: Cánovas y Cañete, aunque a éste se le aplica la férula en cabeza ajena. Concretamente, en la de Carlos Fernández «admirador de Cañete» a quien se le dedica mayor número de capítulos -tres- que a ningún otro de los fustigados en el libro. Naturalmente, no perdona a los poetas con veleidades liberales: Curros Enríquez figura aquí para ser aplastado a causa de un nefando soneto que tuvo la ocurrencia de dedicar a la ciudad de Aveiro.

Entretanto, iba publicando otros libros ensayísticos, críticos o narrativos que, sin ser aviesos, no incrementan su gloria literaria. Fracasado en su carrera política, no cejó, en cambio, en su labor de acometer mejoras para su tierra en el campo de las infraestructuras, terreno en el que logró notables éxitos por lo que fue reconocido por su coterráneos ya que nunca le movieron intereses personales. Soltero y pudiendo vivir con cierta holgura de sus publicaciones y de sus rentas, vertió todas sus energías en tales empresas beneméritas que contrastaban con su imagen literaria -jocunda pero feroz- a la que tan bien venían las polémicas en las que se enredaba: la Pardo Bazán, el mentado Cañete, Cejador, Gutiérrez Nájera, Julio Casares, Menéndez y Pelayo, Manuel Silvela… Fuese por razones ideológicas o estéticas, lo suyo era meter caña.

No se crea que su férula de dómine, aunque le granjeara odios africanos, no fue apreciada incluso -también la masoquista es condición humana- por quienes la sufrieron. Ya se vio el reconocimiento indirecto de don Marcelino y lo mismo podríamos decir de doña Emilia que califica así la escritura de don Antonio: «encantador desafeite del estilo (…), sabor neto y puro del lenguaje (…), dechado de naturalidad y frescura popular». Viniendo esto de quien había sido repetidamente mortificada por él, en especial desde que se le ocurrió escribir que las garduñas volaban, la cosa tiene mayor mérito. Veamos un fragmento de los muy numerosos dedicados a la condesa en Des-trozos literarios:

   «Una señora que cree que inhibirse es… lo Valbuena_Des-trozos literarioscontrario de lo que es realmente y lo escribe así, y llama pena de daño á la pena de sentido, y viceversa, y cree que vuela la garduña y la presenta volando y aun la mide la longitud de las alas, y habla de la densidad de la temperatura… y afirma que el sacerdote al imponer la ceniza dice quia pulvis eris… una señora que tales cosas escribe es académica por derecho propio». (p. 103).

Joaquín Serrano y Simona Fernández, de los pocos que en el último medio siglo han dedicado algún trabajo a Valbuena, explican en parte su éxito popular -fue junto a Clarín el crítico más leído y temido de su época- por su ausencia de respeto para arremeter contra los consagrados. Y a fe que lo hizo. Entre 1893 y 1902 publica cuatro tomos («montones» los llama él) de Ripios ultramarinos donde se ocupa de no dejar títere con cabeza en la poesía hispanoamericana: además de los muchos que la historia ha colocado en su olvidable lugar, se ocupa de machacar a otros, hoy situados en el Olimpo de las antologías generales, como Gutiérrez Nájera, Jorge Icaza, Miguel Antonio Caro, Rafael Obligado, Juan José Tablada, Salvador Díaz Mirón o Andrés Bello. No se priva ni siquiera de ocuparse de Rubén Darío en los montones primero y tercero:

  «…en comparación del cual todos los malos poetas, por muy malos que sean parecen buenos, ó, cuando menos, regularcillos.

Sus amigos le llaman decadentista pero eso ya no es la decadencia, es la deshecha más horrorosa (…) Entre las cuatro composiciones -dice Juan Valera;- en las cuatro estaciones del año, todas bellas y raras (eso sí; ¡lo que es raras!) sobresale la del verano (…) Nada más espléndido que su “Estival” (…) No trepido en afirmar que éste es uno de los más bellos trozos descriptivos del Parnaso castellano (…) El estío (…) está simbolizado en los amores de dos tigres de Bengala:

‘Con su lustrosa piel manchada á trechos

¡Caracolini!… Manchada á trechos… El de la Barra, que se entusiasmó con la armonía imitativa de aquello del agua glauca que chapotea se habrá entusiasmado también con la que resulta de esa profusión de ches del final del verso; pero por modestia no nos lo dice.

Como tampoco nos dice si la real hembra tenía dos ó tres kilómetros de larga… Porque para tener la piel manchada á trechos

Mas verán ustedes lo que hace la real hembra:

‘Salta de los repechos…’

¡Ah! para eso cuidó el vate de mancharla la piel á trechos‘; porque es cosa sabida que el tener la piel manchada á trechos ayuda mucho cuando hay que saltar de los repechos, si hay que saltar en verso, especialmente.

‘Salta de los repechos

De un ribazo…’

Serán de dos, porque un ribazo no tiene más que un repecho. De modo que ó la real hembra no salta más que de un repecho o son dos cuando menos los ribazos.

‘Salta de los repechos

De un ribazo, al tupido

Carrizal de un bambú, luego á la roca

Que se yergue á la entrada de la gruta…’

 Una roca no se yergue: se yerguen los seres animados; la roca estará erguida, pero no se yergue (…)

                  ‘Siéntense vahos de horno

Y la selva africana…’

¿Pero no decía usted que eran tigres de Bengala ¿Quién los ha traído á la selva africana?

¿Y así está el vate de Geografía, después de las ponderaciones de D. Juan Valera de que sabía tantas y cuántas cosas?…

‘Siéntense vahos de horno

Y la selva africana

En alas del bochorno

(¿El bochorno tiene alas?) alas?)

Lanza bajo el sereno…’

¡Ah! ¿También hay serenos en la selva africana? Eso es un adelanto (…) Vamos adelante:

‘Un rugido callado.’

¡Diantre! ¿Cómo serán los rugidos callados?

Rugido… callado… Nada, que no puede ser eso.

‘Un rugido callado

Escuchó (¡Buen oído!) Con presteza

Volvió la vista de uno y otro lado…’

La volvería á uno y otro lado…

‘Y chispeó su ojo verde y dilatado,

Cuando miró de un tigre la cabeza

Surgir sobre la cima de un collado.’

El collado no tiene cima: es la parte más baja de la unión de dos cimas ó dos cerros. Viene de collum, cuello. La academia no sabe nada de esto, ni el vate tampoco, por lo visto».

  En el mismo artículo Valbuena se espanta de que el nicaragüense escriba cosas como: «en el árbol en flor, junto a la poma» («¿No acaba usted decir que el árbol está en flor? Pues hay que esperar por la poma una temporada»); de que llame a la luna góndola de alabastro o aplique a la noche el calificativo de dorada: «¿Llamar a la noche dorada?… ¿Por qué, vamos, por qué?…»; respecto al verso «La armonía en tu alcázar tiembla y vuela» comenta Valbuena: «(¡Miren la picaruela!) Con que tiembla y vuela? Pues parecerá un cernolín si vuela temblando). O de que en la “Canción de oro” llame al vil metal feto de astros«.

Se podrá decir que Valbuena fue muchas veces injusto y picajoso, pero casi siempre ofició de sensato. Aún se descolgó en 1910 con el último de sus libros de crítica, Corrección fraterna, donde no se limita a los versos sino que en sus postreros coletazos, encuentra un blanco tan fácil como Unamuno sin que abandone su antigua propensión aversiva -si vale el oxímoron- hacia doña Emilia. Veamos alguna muestra de cómo trata al soberbio y campanudo vizcaíno:

   Mire usted, hombre, ó Rector, si usted quiere, ya que también lo quiso un gobierno atolondrado; mire usted, si toda la rima fuera como la de usted, y todos los sonetos como el suyo, habría que renegar de los sonetos y de la rima, porque, a la verdad, el soneto de usted es cosa tonta y desagradable; pero amigo, hay rimas muy dulces y sonetos muy hermosos, á los cuales no se parece el de usted sino como el áspero guarrear de un cuervo al dulce canto de un ruiseñor, ó como el gruñir de un animalejo de la vista baja á una sinfonía de Beethoven. De manera que de su soneto lo que se puede sacar en consecuencia no es que la forma poética deba desaparecer, ni que los sonetos sean cosa despreciable, sino que usted es un desdichado intruso á quien no le llama Dios por ese camino. (p. 84).

Esto es, que se vuelva a la cocina del presupuesto á comerse tranquilamente su nómina y deje en paz á la poesía, para la que su prosaica rudeza nativa le hace del todo refractario. (p. 89).

«Cuando salí de su casa iba por paseo ‘delante mío’ …»

No se dice así, grandísimo… Rector.Delante de mí’ es como se dice. ‘Delante mío’ es un disparate (p. 94).

Con esta soltura y naturalidad dejó escritas el leonés miles de páginas. Clarín, en muy diversas ocasiones, el Padre Blanco García,  Azorín… alabaron también los escritos de Valbuena que, según todos los indicios era una buena persona que sólo se investía de fiereza cuando cogía la pluma para defender la causa de lo que él creía buena gramática pero nunca se percibe en él la saña que ocasionalmente muestran otros autores más o menos contemporáneos (Astrana, Adolfo de Castro, Bonafoux, el mismo Clarín…) cuando entran en polémica. Gómez Carrillo y Soiza Reilly se habían hecho a la idea de un ogro y cuando le entrevistaron vieron a un hombre sencillo, bondadoso y amable. Escribe este último hacia 1907:

   «…es un hombre original del cual nadie ha podido hacer una semblanza fiel. Vive como un monje, recluido en una celda de la iglesia de San José, en Madrid (…) con un sobrino suyo que es sacerdote (…) Varias veces intenté hacerle hablar contra los literatos y contra la literatura de los jóvenes actuales. No pude. No pude… No me dijo ni una sola palabra en contra de ellos. Pero me escribió un artículo contra Lugones (…) Mientras Valbuena vibraba en su entusiasmo de católico célibe, yo me entretenía en contemplar las paredes desnudas de la celda, ¡tan desnudas, tan crueles! (…) Este hombre -cuyos artículos se pagan a precio de oro,- no debió nacer nunca en esta época de fiebre y de nervios…»

Bien vio Soiza Reilly la personalidad de Valbuena: filántropo Valbuena, Antonio viejointransigente, de una severidad en lo religioso que se aplicaba a sí mismo hasta llegar al celibato. Su integrismo no le impidió polemizar con obispos a los que, naturalmente, tampoco otorgaba el derecho de publicar malos versos. Hombre de otra época, en suma, supo darse cuenta a tiempo e ir retirándose de la actividad pública. Vuelto a su pueblo, pasó sus últimos años trabajando para mejorar las condiciones de vida de sus paisanos. En 1922 fue nombrado cronista oficial de la provincia de León y murió en 1929.

De cultura enciclopédica, con alrededor de treinta libros en su haber, con un epistolario -publicado fragmentariamente por J. F. Botrel- que contiene una más que interesante correspondencia con Rodríguez Marín, Clarín, Sinesio Delgado, Zorrilla o Castelar, Valbuena es otro castigado por la contemporaneidad que suele asimilar lo pintoresco a lo inane. Sus libros nos aguardan con un quintal de bienhumorada y severa prosa, con ardor justiciero ante el figurón poseído de sí mismo, con la atracción que suscitan los cachivaches arrumbados en el desván desde hace muchos lustros y que, en el cotarro literario, han sido sustituidos por una acaponada cerámica de Lladró.

                                                 OBRAS

Odas y suspiros. Poesías a la Virgen, Lérida, Academia Bibliográfica Mariana, 1866.

Historia del corazón (idilio), Madrid, 1878.

Ripios aristocráticos, Madrid, Tipografía Hispanoamericana, 1883.

Fe de erratas del nuevo Diccionario de la Academia Madrid, La España Editorial, 1887-1896, 4 tomos.

Valbuena_Fe de erratas del Diccionario de la Academia

Ripios académicos, Madrid, La España Editorial, 1888 (4.ª ed. aum., Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1912).

José Zorrilla, estudio crítico-biográfico, Madrid, Establecimiento tipográfico de R. Fe, 1889.

-Ripios vulgares, Madrid, La España Editorial, 1891.

-Capullos de novela, Madrid, La España Editorial, 1891.

-Agridulces políticos y literarios (3 tomas), Madrid, La España Editorial, 1892-1893.

Ripios ultramarinos (4 montones), Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1893, 1894, 1896 y 1902.

Valbuena_Ripios ultramarinos 4º

Novelas menores, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1895.

Cuentos de barbería aplicados a la política (con Enrique Hernández, Madrid, Imprenta de Enrique Fernández de Rojas, Madrid, 1895.

Agua turbia, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez 1899.

Des-Trozos literarios, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1899.

Rebojos (Zurrón de cuentos humorísticos), Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1901.

Sobre el origen del río Esla, Madrid, Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra, 1901.

Parábolas, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1903.

Ripios geográficos, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1905.

-Notas gramaticales. El La y el Le, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos 1910.

Corrección fraterna, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos, 1910.

-Caza mayor y menor (no hay metáfora), Madrid, Tipografía de los hijos de Tello, 1913.

Obras completas, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1912-1914.

Valbuena y sus poesías, ed. de F. de la Cuesta, León, Folletón de El Diario de León, 1944-1945.

Valbuena y sus poesías

Prosa crítica de Antonio de Valbuena, ed. de N. Algaba Pacios, León, Diputación Provincial de León-Instituto Leonés de Cultura, 2001.

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Soiza Reylly_Cien hombres célebres

-VALLADARES REGUERO, A., “Los trabajos cartográficos de finales del siglo XIX ante la crítica mordaz de Antonio de Valbuena”, en Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, n.º 169 (1998), pags. 647-674.

Valbuena, Antonio de5