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¿Por qué admiras a Valle-Inclán? La cuestión fue planteada por José Joaquín Blasco, artista multidisciplinar, en una encuesta a varios valleinclanistas.  Había más, pero respondí usando la vieja fascinación acumulativa del decálogo: Primero: Su estampa. ¿Cómo un adolescente inadaptado no iba a adorar a un hombre así? No sabía lo que era la Institución Libre de Enseñanza, pero los pocos hombres con barba que se veían en los años cincuenta me parecían seres puros, sabios y superiores. La barba más descabellada era la de Valle y todo en él resultaba diferente. “Hoy es igual que todos los días distintos”, llevaba apuntado en la cubierta de mi cuaderno de apuntes. Segundo: Un Crisolín verde de mi padre, Jardín umbrío. Seguramente lo primero que leí del gallego. Y estaba en la edad de subsumirme en brumas, esteticismos, misterios, melancolías y periodos prosísticos cadenciosos y evocadores. Así, aunque con un añadido de rebanadas salpicadas de absurdo y de vanguardismo, fueron las primeras prosas de creación que publiqué. La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es valle-inclan002.jpg Tercero: Sus frases feroces, sus facecias. Siempre estuve dispuesto a perderme por la gracia verbal, por la ocurrencia, por la frase rotunda, mordaz y descalificatoria. En mi niñez todavía se daba esta habilidad entre el pueblo, hasta era una forma de triunfar socialmente. Yo siempre procuraba estar al lado del gracioso. Y aprender. La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es valle-inclan-el-embrujado-1922.jpg Cuarto: Los esperpentos de Martes de carnaval. ¿Qué lectura mejor para un veinteañero libertario y radicalizado política y socialmente pero que abominaba de la doctrina comunista? Humor, desmán, distanciamiento crítico, pirotecnia verbal. Como yo era o quería ser. La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es valle-inclan_lumieres-de-boheme.jpg Quinto: Periodo de inmiscusión en el ocultismo. Tres años de lecturas y actividades, en verdad, entre lo hermético y lo locario, pero afrontadas con convencimiento: La lámpara maravillosa. Nada más claro, más intenso y con más luz oscurecida iluminando la sombra. Pasaron años hasta que alguien empezara a prestar atención a esta nueva Tabula Smeragdina que alguien llamó la Biblia del simbolismo. La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es valle-inclan_la-lampara-maravillosa.jpg Sexto: Los poemas. Tengo cinco ediciones de Claves líricas. Tampoco se les daba bola entonces. Toda la originalidad ibérica y la del verbo valleinclanesco. Toda su fiereza, todo su humor, todo su genio verbal para expresar cualquier cosa: el misterio, el crimen, el humor, el esoterismo, el viaje, la España interna incomprendida por la España eterna. La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es valle-inclan_claves-liricas.jpg Séptimo: La cabeza del dragón. Veo una magnífica representación realizada por el GAT, un grupo de Hospitalet. Al final de la función me pongo a hablar con ellos. Los entrevisto. Leo el teatro completo y quedo volteado por todo el Tablado de marionetas, por todo el Retablo del amor, la avaricia y la muerteDivinas palabras me impele a marchar a Galicia, donde algo debe quedar de ese submundo. Dos viajes en solitario a la tierra galaica en la que trato de ver y escuchar. La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es valle-inclan_divinas-palabras.jpg Octavo. Soy profesor. Mis alumnos han de leer Luces de bohemia. Quienes me conocen afirman que soy un bohemio. Efectivamente, me apasionan las tabernas, las gentes excéntricas, la pobreza, la locura, el alcohol, los perdularios, la España que se va en lontananza. Casi termino por especializarme en el universo de la bohemia. Devoro a Zamora Vicente, me leo todas las parodias que puedo y termino por convertirme también en un experto en el teatro lírico de intersiglos. Adoro a ese hombre sabio, bueno, inteligente y tenaz que responde por don Alonso. ¿Qué más decir de Luces de bohemia, a la que homenajeo en el título de mi libro sobre ese mundo: Cruces de bohemia? Sí. Algo más que decir. Hago un canon para una revista de la red con las cien mejores obras de la literatura española del siglo XX en las que no se puede repetir el autor. De Valle, elijo esta. Y aunque no se me pide, lo digo ahora. De las cien, es la mejor. La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es valle-inclan_luces-de-bohemia.jpg Noveno. El cine. El siglo XX. Mi vida imaginaria. Descubro una entrevista desconocida en la que Valle-Inclán opina sobre el cine y la publico como apéndice a un artículo en los Anales Valleinclanescos de la Universidad de Colorado. Veo una extraordinaria adaptación de Tirano Banderas al cinematógrafo y una más que meritísima versión de Luces bohemia. Me quito el cráneo ante este genio de la imagen y genio del ingenio verbal que responde al nada encandilador nombre de José Luis García Sánchez y que es el autor de ambas. Prometo seguir haciendo méritos y deméritos para ser su amigo. La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es vall-inclan_esperpentos-x-jose-lus-garcia-sanchez.jpg Décimo: Hace menos de una semana, Pilar Cortés me obsequia con los dos tomazos de la obra completa editada por Espasa. Lástima que no se pueda llevar a la cama por lo que pesa. Hay que leerla en mesa, si vale la rima interna. Pero aquí hay nutrición para muchos años, miles de líneas políticamente incorrectas, una fuente de goces, un manantial de maestría para quienes gustamos de escribir. Los quevedos de Valle-Inclán junto a los quevedos de Quevedo mirarán la vida y yo siempre intentaré ver a su través. 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Publicado en Cruces de bohemia, Zaragoza, UnaLuna, 2011, pp. 7-11.

El conocimiento de la bohemia española primisecular preocupa a los estudiosos desde hace no demasiado tiempo. Sin embargo, gran parte de nuestra mejor literatura tuvo que ver con ella y su existencia no es un referente pintoresco y marginal sino una tremenda realidad que, a veces, parece haber querido borrarse. Verdaderamente, y pese a la relativa cercanía en el tiempo, resulta muy difícil saber de sus circunstancias. Es cierto que los auténticos bohemios fueron a menudo retratados con pretensiones estéticas por parte de quienes los conocieron o como sujetos de anécdotas con que amenizar los libros de memorias o ficciones, pero sólo en casos muy aislados, como los de Valle-Inclán o Gómez de la Serna, se penetró en su enjundia.

Muchos de los textos en torno a sus chuscos sucedidos y vidas desgarradas pueden parecer hoy excesivos o exagerados, fruto más bien de una selección de episodios que de una realidad patente, pero cualquiera que haya deambulado por los barrios bajos o las tabernas españolas de hace no tantos años sabe que el pintoresquismo más atroz, la arbitrariedad, la miseria y el dolor elevado a chascarrillo eran pasto común, y quienes hayan cumplido los sesenta tendrán noticia de lo que significó el hambre para gran parte de los habitantes de la piel de toro y de los extremos a que puede llevar el sufrirlo. La historia de la humanidad no es fundamentalmente otra cosa que la historia del hambre. Y hasta hace cincuenta años un buen número de españoles lo vivía cotidianamente.

Muchos de los bohemios escribieron acerca de sí mismos y de su ambiente. Pero muy poco nos dejaron de su auténtica identidad. Pinceladas abruptas, un poco de conmiseración y algo de risa. Pero a esos bohemios los recordamos porque escribieron. Muy poco podemos reconstruir de su vida. Los retazos con que los pintaron sus contemporáneos son, como se dijo, impresiones o recuerdos recogidos de otras impresiones. Por ellos sabemos que pedían, bebían, olían y dormían en la calle o en tugurios peores que la calle. En suma, era gente paupérrima y arrostraban la certeza de que no iban a gozar ocasión para dejar de serlo.

Si la bohemia en sus inicios románticos estuvo vinculada a la poesía, a partir de la Restauración se agrupó en torno al periodismo, todavía muy superficialmente estudiado, entre otras causas, porque gran parte de aquellas publicaciones se ha perdido. Fueron principalmente los diarios republicanos promovidos en torno a Ruiz Zorrilla los que congregaron el mayor contingente de bohemios activos, aunque no faltaron en la prensa de otros colores. Cuando la tripa suena, parece que se abaten los escrúpulos. Pero, como no podía ser de otra manera, los bohemios constituían una curiosa amalgama de idealismo y picaresca. Ambas actitudes se fundían o se disgregaban, según la circunstancia impusiera mecanismos de solidaridad o necesidad. De cualquier modo, la bohemia española, sin ánimo de categorizar sus rasgos y periodos, tuvo mucho más de forma de vida que de patrón estético.

Es cierto que algunos de los bohemios aquí retratados vivieron, aunque fuera momentáneamente, el triunfo. Dicenta, a partir del estreno de Juan José, sin que ello significara ni mucho menos que variase su preferencia por el alcohol, la pendencia, el mujerío y los barrios bajos. Vidal y Planas, durante el corto periodo que corrió entre el éxito del estreno de Santa Isabel de Ceres y el asesinato de Luis Antón del Olmet. Retana tuvo una vida desahogada hasta la guerra civil pero sus amistades y preferencias sexuales le hicieron hurgar, aunque irónica y distanciadamente, en las espeluncas de la condición humana. El resto apenas salió nunca de la compañía de la indigencia y la urgencia de emplear el «sable».

El nivel estético de sus producciones fue naturalmente diverso. De los aquí recogidos, Noel y Gálvez, excelentes escritores minusvalorados y siempre tratados con reticencia, han sobrellevado en su consideración crítica el estigma de su excentricidad y de su pobreza. Si todavía puede decirse que una gran mayoría de los escritores más notables del siglo XX español pertenecía a clases más o menos acomodadas, con todo lo que ello significa, la crítica en general poco hizo por reparar esa injusticia de base. El franquismo y las circunstancias del exilio coadyuvaron para que esa situación no se modificase. Joaquín Dicenta, tan famoso y posiblemente supervalorado en su tiempo, padeció en su prestigio la travesía del desierto que, durante los años inmediatamente posteriores, suele afectar al escritor que desaparece. Su virulento y sincero, aunque decimonónico, enfoque social propició que el franquismo derribase sus bustos y sepultase su obra bajo la socorrida losa del olvido. Retana fue un escritor de gran soltura y correcto estilo aunque cayó frecuentemente en facilidades y nunca le sonrió el genio. Sin embargo, su repercusión sociológica tampoco ha suscitado apenas atención. Pedro Barrantes y Vidal y Planas, a pesar de la abundantísima obra de este último, carecen de interés estético pero son el perfecto ejemplo de esa España descabellada, abrupta, feroz e inclasificable que da razón de nuestra historia.

Todos bebieron con voluntad, lo que, probablemente, costó la vida a Barrantes y Dicenta. Gálvez y Retana murieron de forma violenta; Noel, en la miseria. Contra toda probabilidad, fue Vidal y Planas el único que tuvo una muerte que podríamos calificar de corriente, aunque fuera en el exilio.

Prescindiendo de los memorialistas, que en sus libros de recuerdos utilizaron a los protagonistas de la bohemia para surtirse de anécdotas, los tratadistas de la crítica, salvo en los dos últimos lustros, se han acercado a ella armados de precaución y con toda clase de prevenciones. El polígrafo y arduo erudito Sáinz de Robles, que conoció y trató a muchos de estos escritores aunque fuera de modo superficial, tuvo el mérito inaugural de su reivindicación pero, hasta muchos años después de publicarse, sus libros fueron desatendidos. José Fernando Dicenta, que se aproximó a varios de estos pintorescos personajes por su parentesco con Joaquín y porque entre sus adláteres había quien los conoció personalmente, vio saldado su muy interesante libro sobre la bohemia. La crítica universitaria se acercó en principio a ella de manera tangencial. Zamora Vicente, en sus estudios acerca de Valle-Inclán y Andrés Amorós, en los que dedicó a Pérez de Ayala, hubieron sin embargo de tomarla en cuenta y a ellos debemos las primeras aportaciones. Allen Phillips, Iris Zavala, Manuel Aznar y Claire-Nicolle Robin siguieron desbrozando caminos. La publicación de las memorias de Cansinos y la reivindicación de figuras, en su día ya consagradas como las de Gómez de la Serna y González Ruano, comenzaron a poner de moda a esta turba de olvidados y en su creciente estima influyó la atención de escritores con eco público como Andrés Trapiello, Juan Manuel Bonet, Luis Antonio de Villena y Juan Manuel de Prada. Cada uno de ellos llegó a este puerto por razones particulares y específicas. Los primeros se los toparon con abundancia en sus correrías en pos de libros viejos. Villena, buscando coincidencias en una marginalidad que hoy ha dejado de serlo. El último, que nos ha dejado excelentes páginas afrontadas con voluntad literaria, probablemente, por razones estéticas. Sin que, por supuesto, podamos prescindir de un gusto común por lo desatendido y heterodoxo. Hoy día, con el interés, al fin, suscitado por las ediciones de Novela Corta -en el que, aparte de los mencionados, han tenido protagonismo gentes como Granjel, Lily Litvak, Abelardo Linares y Alberto Sanchez Álvarez-Insúa-, la atracción por el conocimiento de la bohemia ha aumentado, incluso existe una colección monográficamente dedicada a la misma. Pero, sin duda, falta la mayor parte del sendero por recorrer.

 Categorizar a la bohemia española prescindiendo de consideraciones estético-históricas es tarea inútil y condenada al fracaso. Una sociología de la bohemia tendría fronteras siempre gaseosas. Aceptando el común componente de la indigencia, sí puede decirse que Gálvez, Noel, Barrantes se incluyeron en ella por vocación. Buscarini y Vidal y Planas, por temperamento enfermizo. Otros bohemios con posibles se insertaron en sus filas por estética, como fue el caso de Hoyos y Vinent. Sin que faltase la erotofilia, caso también de Retana. Ya se habló de la pasión personal de Dicenta por el limo. No la tuvo Carrère, que se encontró con esta forma de vida en los cafés y se apuntó con todo tipo de prevenciones al cotarro, como quien se inscribe en una sociedad con la que no tiene mucho que ver pero que, sin darle mucho que cavilar, le resulta útil. Los dos grandes Ramones, si estuvieron en la bohemia fue, evidentemente, por amor al Arte que ellos, como nadie, ejemplificaban.

Los seis trabajos aquí reunidos, fruto de varios años de recogida de notas sin propósito específico y de la predilección del autor por estos tan extravagantes como, en su mayor parte, desdichados artífices, quieren dar una visión parcial, aunque en la medida de lo posible coherente, de este universo relativamente cercano en el tiempo pero tan lejano ya a nuestros usos y formas de vida. Los repertorios de obras y bibliografías no llegarán a exhaustivos, pero incrementan de forma sensible lo hasta ahora publicado sobre estos autores y, desde luego, pueden dar pistas para indagaciones posteriores que, probablemente, ya debían haber sido acometidas.

La Cochambrosa (1905) es la primera y desconocida obra de Pedro Luis de Gálvez. No se sabía de edición alguna de esta novela hasta que Javier Barreiro la localizó publicada como folletín en el Heraldo de Cádiz a finales de 1905, fechas en las que el malagueño se encontraba preso en la cárcel gaditana, a la espera del juicio por las palabras proferidas contra la monarquía en un mitin republicano celebrado en 1904 en Jerez de la Frontera, que le supondría varios años de penal hasta ser indultado.

La novela tiene un carácter claramente autobiográfico, con abundantes excursos sobre Arte y Estética, ya que la pintura fue la primera gran vocación del escritor, que se relacionó con Pablo Ruiz Picasso, contemporáneo y vecino suyo en Málaga. Es también una muestra del malestar de la época de entresiglos y tiene concomitancias con otras narraciones de su tiempo en las que el protagonista se debate entre la persecución del ideal y la falta de voluntad para la lucha. Finalmente, es un documento desde el interior de la vida bohemia en el Madrid de los últimos años del siglo XIX, con la aparición de personajes tan representativos como Enrique Cornuty y Pedro Barrantes.

Javier Barreiro, ensayista, poeta, narrador y autor de Cruces de bohemia, es uno de los más reconocidos estudiosos de la literatura de entresiglos y ha publicado numerosos artículos y ediciones en torno a obras y escritores de esta época.

Sobre Pedro Luis de Gálvez también puede verse en este blog:

https://javierbarreiro.wordpress.com/2011/07/22/pedro-luis-de-galvez/

https://javierbarreiro.wordpress.com/2011/07/23/la-prehistoria-de-pedro-luis-de-galvez-en-la-carcel-cronica-y-narracion/

 

 

 El 3 de febrero, día de la tan aragonesa fiesta de San Blas, se cumplió el aniversario del nacimiento de  Joaquín Dicenta, hombre y escritor intenso, tendente a la desmesura y humanísimo, de talante contradictorio aunque poseyó en alto grado el sentido de la justicia y el de la empatía con los desfavorecidos. (más…)