Si ser libre es facultad digna y apreciada, lo es por ser empresa dificultosa y llena de riesgos. Siempre en Aragón se le dio primacía y nuestros visitantes estimaban esa fe en la libertad, esa arriscada lucha por la independencia de la persona y el juicio que, a veces, hasta podía derivar en insolencia. Don Francesillo de Zúñiga, el bufón bejarano de Carlos I que escribió esa extraordinaria y desopilante Crónica escandalosa, cuenta que, a su paso por Calatayud, el emperador, que visitaba por primera vez Aragón, iba montado a caballo con la boca abierta y el belfo colgante, tanto por el cansancio del viaje como por el acusado prognatismo que padecía. Sin poder contenerse, un rústico que se encontraba entre el gentío que flanqueaba la comitiva le espetó:
-Cierre vuestra merced la boca, que las moscas de este reino son traviesas.
No reaccionó mal el augusto personaje sino que ordenó entregar una bolsa de ducados a tan exacto representante de nuestro genio.
Así, otro de nuestros héroes, Pedro Saputo, que, con misión encargada por el Concejo de su lugar natal, marchó a la Corte para entregar personalmente al rey los tres magníficos higos que una higuera borde, inopinadamente, había generado. Sabido es que, como corresponde al folclore, Saputo se comió dos por el camino y al preguntarle el monarca por ellos: “¡Te los has comido! ¿Y cómo lo has hecho?”, respondió Pedro: “Así”, al tiempo que se zampaba el restante.
Pero no quedó ahí la libérrima desenvoltura de su lengua. Complacido el rey de esa mezcla de descaro e inocencia que, por lo sorprendente y exenta de malicia, suele caer bien a quienes nos tratan, en otra ocasión le pidió parecer sobre lo bien provisto de su mesa:
-…¿habrá algún príncipe en el mundo que, sin traer nada de fuera de sus estados, la tenga tan regalada?
La hipocresía y la insinceridad están reñidas con el respeto y el afecto que a todos prójimos debemos. Pedro no respondió como diplomático sino como persona de bien y hombre libre:
-Me parece que no, porque no hay ningún reino en el mundo que produzca tanta variedad de cosas y tan excelentes para el regalo de la vida. Pero faltan muchas, señor, en la mesa de V. M., que yo, siendo lo que son, las tengo cuando quiero mucho más exquisitas o las como, que es lo mismo. Porque vuestra Majestad no come el pan de Huesca ni de Andorra.
-No.
-Pues yo sí. V. M. no come el carnero de Monegros.
-No.
-Pues yo sí. V. M. no come los nabos montañeses y de Mainar ni el cardo ni la escarola de Alcañiz.
-No
-Pues yo sí. V. M. no come el queso de Tronchón, el aceite de Fornos, las uvas de Ráfales, las cerezas de Monzón y Torre del Conde, los higos de Maella ni las granadas de Fraga.
-No.
-Pues yo sí. V. M. no come la aceituna negra y curada de la Tierra Baja.
-No. (…) no me has nombrado ningún vino -le dijo el rey.
-Señor, no faltan muy especiales pero por ahora son mejores los de las provincias de Andalucía, que si mis paisanos los aragoneses no tuviesen el talento de hacer de buenas uvas mal vino, mandara vuesa merced traer de campo de Cariñena y otros, y la hombrearían con los mejores…
De bien nacido es hacer saber a los demás cosas que nosotros disfrutamos y ellos desconocen y, también, reconocer las tachas. Que, cuando no las hay, da qué pensar, que todo lo humano es perfectible y ponderación sin reserva es como elogio de abuela. Desde los tiempos míticos de Pedro Saputo, los vinos se mejoraron y hasta habrá de haber algo que se empeorara, pero subsiste la pasión por la verdad que nos hace libres, como libres nos puede hacer el amor hacia las cosas que nos rodean, hacia lo nuestro que es, también, lo de los otros, hacia los buenos frutos de la tierra que, como todo, saben mejor cuando los compartimos.