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Javier, ¿cómo es que hay tan pocos libros, aparte de “los cancioneros” con sus notas y letras, que traten sobre la jota, en este caso la jota aragonesa?

Aragón se ha quejado siempre de ciertas versiones de lo aragonés que lo aproximan a lo zafio, obtuso y obcecado pero éstas son mucho más infrecuentes que las enaltecedoras. He escrito en varias ocasiones cómo, desde el siglo XIX Aragón ha sido la región más querida y admirada en España y los aragoneses presentados como gentes agradables y de fiar. Antonio Beltrán en el segundo tomo de su Introducción al folklore  aragonés, enumera un montón de testimonios. En cambio, fueron algunos literatos aragoneses los que, con afán satírico, difundieron un costumbrismo  de chascarrillo en el que la brutalidad y cortedad de entendederas eran patrimonio de nuestros paisanos rurales. Pero lo fundamental es que, mientras en la década de 1880 Antonio Machado y Álvarez “Demófilo” publicaba Cantes flamencos ysus estudios sobre el folklore andaluz y abría un camino que ha deparado miles de libros sobre dicho folklore firmados por estudiosos de cualquier procedencia, la bibliografía de la jota es escasísima y, salvo muy pocas excepciones, parcial y de ínfima calidad. Claro que nadie se ha preocupado de guardar sus documentos, editar a sus artistas y darle el vuelo que merecería. La primera empresa con cierto fundamento es la creación de la Fonoteca de la Jota y responde a iniciativas personales más que institucionales. La Universidad de Zaragoza ha estado no lejos sino totalmente ausente. Quizá, la no existencia en Aragón de los estudios antropológicos durante mucho tiempo haya pesado en ello. Y, de todos modos, algunos de los trabajos interesantes han surgido de esos hontanares: Ricardo del Arco, Marius Schneider, Arcadio Larrea, José Subirá… El caso es que la jota aragonesa, “la huerfanica”·, como la denominó García-Arista, sigue estando falta de investigadores.

-Jota aragonesa que se remonta, por favor, explícanos… ¿Cómo definirías el arte y cante folklórico de la jota aragonesa?  No se entendería sin su baile, ¿verdad?

Son tres preguntas en una, que trataré de sintetizar. La jota es primero baile y después, canto. En el terreno de las danzas populares, cuando son antiguas, es muy difícil fundamentar algo por la ausencia de documentos: historiar la danza es harto dificultoso pues consiste fundamentalmente en movimiento y éste no es reproducible hasta la llegada de la cinematografía. Mi creencia es que la jota procede de antiguas danzas guerreras o medicinales, como he defendido desde mi primer libro sobre la jota en el año 2000. Tiene que ver tanto con las danzas de espadas como con la tarantela, como aduje en el artículo “Tarántula, tarantismo, tarantela y jota»: (https://javierbarreiro.wordpress.com/2015/03/23/tarantismo-tarantela-y-jota-2/).

En cuanto a la definición, lo primero que habría que situarla en el terreno de lo artístico porque participa de dos de las seis artes clásicas: la música y la danza. Para definir lo aragonés, deberíamos recurrir a la antropología, con lo que no sería material para una entrevista sino para una enciclopedia o, al menos, un monográfico.

-Realizas el prólogo de Jotas para una guerra. Historia de la “Jota Aragonesa durante la Guerra Civil Española…es como dar repaso a una parte de la historia de la jota aragonesa, ¿no?

Tanto como para una historia, no. Sí, para situar la jota en un contexto histórico del que poco se había hablado y mucho, manipulado. Los años treinta fueron muy buenos para la jota con grandes cantadores, espectáculos en toda España, gran número de discos grabados por figuras como José Oto, Felisa Galé, Camila Gracia, Jacinta Bartolomé… y con la jota presente en obras importantes para el teatro (Lo que fue de la Dolores), en la zarzuela (La Dolorosa) y en la cinematografía (Nobleza baturra) .

-La jota, ¿en qué estado de salud crees que llega a la Guerra Civil?; ¿Y cómo se va desarrollando en la misma?

Como digo, su salud era excelente pero es natural que en cada una de las zonas en conflicto, además de cantarse las jotas de toda la vida, se privilegien aquellas que exaltan sus posturas y atacan las del adversario, mientras se prohíben las de éste. Como es natural, estilísticamente no cambia nada pero la situación provoca que cambie el panorama: En los dos lados se hacen festivales para animar a la población civil y también a los soldados en los frentes. Pero se deja de editar discos e incluso se destruyen gran cantidad de los ya grabados y sus matrices, ya que su material se utilizaba para fabricar munición.

-Como cualquier manifestación folklórica y artística, amigo Javier, la jota se integra dentro de los mejores y los peores momentos que vive una sociedad, ¿no?

La música tiene todo que ver con las emociones, así que la jota, que es la música y la danza del pueblo aragonés, integra emociones positivas y negativas. Se cantan jotas en los bautizos, en las bodas y en los sepelios, así que es evidente su potencial emotivo. La jota estaba en la vida cotidiana y, así lo revelan sus letras. Las de ambos bandos son parecidas y, en muchos casos, las mismas. Sólo cambian los nombres o las ideas que defienden.

-¿En conflictos anteriores, sean de carácter social o bélico, la jota pone nombre, guitarra y baile….?

No sé si entiendo la pregunta. Desde el siglo XIX, que es cuando empezamos a tener  documentación de la jota en Aragón, hay muy poca cosa. Se ha dicho que en Los Sitios se cantó pero lo único que tenemos es una obra Los patriotas de Aragón, estrenada tras el primer sitio, donde no se habla para nada de la jota aunque se cantan dos breves himnos en sextinas;  Faustino Casamayor en su diario de Los Sitios tampoco se refiere a ella en algún momento… En la Cincomarzada, en cambio, sabemos que algunos de los que más se caracterizaron en la defensa de la ciudad eran joteros y en las guerras de Marruecos del siglo XX tenemos abundantes testimonios de cómo los soldados cantaban en sus horas de relajo y lo más común y característico eran las jotas y los cantes andaluces. También sabemos de jotas patrióticas con este tema, pero nada que influya en la historia y el rumbo de la jota. Como señalé, en ella simplemente se recogen temas eternos y, en ocasiones, temas de actualidad.  

-¿Qué figuras más significativas había en aquellos años y que quizás trataban de emular los soldados a un lado y otro de la trinchera?

Aparte de los cantadores citados, estaban de moda: “Redondo” de Épila, Francisco Caballero, que había trabajado en Nobleza baturra, Cecilio Navarro, Miguel Asso, Joaquín Numancia, Juan García, Ofelia de Aragón, Gregoria Ciprés, Pascuala Perié… Unos cayeron en una zona y otros en la opuesta, aunque a la mayoría les tocó en Zaragoza capital. El turolense Juan García emigró a Buenos Aires y ya no volvió. Son curiosos los casos de José Iranzo “El Pastor de Andorra” y Jesús Gracia, que, por sus circunstancias, cayeron alternativamente en uno y otro bando.   

-Después de la guerra, amigo Javier, ¿en qué situación queda la jota?

Lo más significativo es que se crea la Escuela Oficial de Jota y que la Sección Femenina va a tener entre sus funciones recoger y conservar el folklore popular. Por la situación económica, se van a grabar muchos menos discos que antaño pero la jota sigue con protagonismo en los pueblos, en los espectáculos y en la radio, dentro de la pésima situación socio-económica del país. La jota empezará a decaer con la emigración de los pueblos en los años cincuenta y sesenta y con la imposición de la música anglosajona.

-Es lógico pensar que la jota, en aquel momento, ya en el franquismo, digamos que se autocensurase y tendiese a volverse práctica (lo que, de entrada, me parece de lo más natural), a tirar de lo que son las jotas populares de siempre o ¿crees que el régimen pudo “apropiarse” de este arte en lo que pudo para imponer y/o expresar sus valores y que, a la vista de esto, otros sentires se fuesen apartando un poco de esta manifestación folklórica tan reconocida?

 Efectivamente, sucedió así. Todo régimen autoritario trata de acercar las aguas a su molino y los artistas populares, si quieren cantar, no pueden hacerlo en contra de quien manda. En cambio, en cuanto la censura se fue retirando, los protagonistas de la canción aragonesa (Labordeta, La Bullonera, Carbonell y muchos otros) utilizaron tonadas y formas cercanas a la jota para comunicar sus ideas.

-Amigo Javier, ¿cómo valoras como especialista en el arte folklórico de la jota, en perspectiva, este libro, Jotas para una guerra?

Un trabajo que se ocupa de un tema desatendido y que ofrece documentos valiosos para el conocimiento del mismo. En un horizonte tan estrecho como el del estudio de la jota cualquier aportación es importante.

-Por cierto, danos alguna pista, ¿en qué andas trabajando ahora…?

Como siempre, en demasiadas cosas a la vez: acabo de hacer una edición de la poesía completa de Joaquín Carbonell y estoy con un nuevo libro sobre la jota, asimismo, trabajo sobre la fonografía y discografía antiguas y el rescate de escritores y artistas de la primera mitad del siglo XX. También estoy organizando un conjunto de cuentos y otro de poemas, pues hace tiempo que no publico literatura de creación. Por otra parte, los artículos y conferencias me exigen bastante tiempo, así que no tengo muchas oportunidades para los vicios y hacer el oso, cosas buenas para el equilibrio psicológico.

* Vid. mi prólogo al libro de y Blas Vicente y César Rubio: Jotas para una guerra. Historia de la «Jota Aragonesa» durante la Guerra Civil Española: https://javierbarreiro.wordpress.com/2022/11/29/prologo-a-jotas-para-una-guerra/

La pobreza de la bibliografía acerca de la jota aragonesa no puede sino llamar la atención de quien se acerca a ella, sea desde el conocimiento de su decurso o desde la escasez de referencias. Hasta la Guerra Civil, prescindiendo de cancioneros, apenas podemos encontrar dos o tres obras que la traten y, hasta la proclamación de la Constitución de 1978, apenas se sobrepasa la decena. Si llegamos al fin del siglo XX, el número total rondaría los treinta títulos. Es cierto que en las dos últimas décadas ha aumentado exponencialmente la cantidad, pero todavía sorprende el poco interés que uno de los folklores más impresos en el espíritu de la nación ha inspirado a los estudiosos. Por ello es de agradecer cualquier acercamiento a ella que vaya alumbrando sus zonas vírgenes o simplemente oscuras. El breve estudio de César Rubio y Blas Vicente incide en un tema hasta ahora soslayado pero que puede iluminar varios de los tópicos que, durante décadas, han circulado perjudicando la justa recepción de este folklore convertido en seña de identidad del antiguo reino.

Si el baile y la música de la jota carecen de ideología, en cambio, el canto popular puede transmitir unos valores, que serán los de la sociedad que los genera. Como folklore eminentemente rural, esos valores serán más bien conservadores y sin apenas diferencia con los de otras zonas del país.

La jota alcanza los años treinta del pasado siglo con pujanza. Sus espectáculos llegan a los escenarios de las principales capitales y sigue siendo un folklore que se integra en las presentaciones de danza española, de las grandes figuras o en la zarzuela y el cine, mientras las grabaciones discográficas continúan registrándose a un ritmo que se reducirá enormemente en las décadas siguientes. Todavía durante varios lustros la jota permanecerá viva en los pueblos -sus principales valedores- en sus formas de canto de trabajo, canto de bodega o de ronda, aunque la modernización de la sociedad provocará que vaya perdiendo fuerza, excepto en los lugares más apartados. Por otro lado, la radio, que todavía apenas llega al pueblo, servirá para su pervivencia en las capas sociales medias y altas, aunque en el futuro perjudicaría la identidad de las particularidades locales. En suma, como muestran aquí los autores, durante los años treinta, en los que se instaura la II República, el canto de la jota está muy vivo en España y, como es de rigor, algunos letristas y cantadores se sirven de ello para enaltecer sus ideas republicanas, mientras otros lo hacen con las de signo contrario. La guerra, como es notorio, no cambiará el panorama pero es natural que en cada una de las zonas en conflicto, además de cantarse las jotas de toda la vida, se privilegien aquellas que exaltan sus posturas y atacan las del adversario, mientras se prohíben las de éste.

El triunfo de Franco implicará, naturalmente y sobre todo, en los años iniciales de la dictadura, una inflación de letras de carácter reaccionario pero que no afectarán para nada al mundo interno de la jota, que irá cambiando al ritmo que lo hace la sociedad. Los autores recuerdan también el entusiasmo de las víctimas del exilio cuando algún cantador visitaba los países americanos.

Sin embargo, la llegada de la democracia propició por parte de muchos que se consideraban progresistas un descrédito del canto aragonés al que identificaban con el franquismo, en vez de analizar su uso y manipulación por la propaganda del régimen. Otra ideología hubiera deparado adulteraciones de distinto signo pero que el canto aragonés, como tal, fuera culpable de lo que algunas de sus letras transmitían no deja de ser un dislate. Es cuestión a la que me he referido desde mis primeros escritos sobre la jota y no repetiré aquí, pues el asunto empezó a cambiar sensiblemente a partir de los inicios del siglo en que vivimos.     

El canto en la Guerra Civil no ha despertado tanta atención como tantos otros asuntos relacionados con la misma, aunque sea imprescindible recordar Canciones para después una guerra (Basilio Martín Patino, 1971) y el documental Cantata de la guerra civil (Alfonso Domingo), que estrenó la segunda cadena de TVE en 2021. Sin embargo hay mucho que rascar en ese baúl de la cultura popular, que era la misma en los soldados de los dos bandos en conflicto. Es cierto que hay pocas letras inolvidables pero también que, inopinadamente, aparecen cantas que nos traen aromas de la frescura del Romancero:

En la sierra de Alcubierre

me dijo una catalana:

soldadito, soldadito,

vente conmigo a la cama”.

Entre los casos que recuerdan los autores no podía faltar el de José Iranzo, El Pastor de Andorra, auténtico y verdadero ejemplo de cantador popular, al que las circunstancias llevaron a servir como soldado en ambos bandos y que dijo cantar en las trincheras para “espantar el miedo”. Cantar a la Virgen del Pilar, o su contrario: blasfemar, es indudable que se hizo también en ambos frentes, poblados no por rojos y fascistas sino por un pueblo machacado que, en los ratos que podía hacerlo, defendía su intimidad con sus emociones, que son la base de toda cultura popular. Terminada la contienda, otros pueblos machacados e inocentes iban a llenar los campos de batalla de medio mundo al son de otras canciones, incapaces de sobreponerse al terrible sonido de las explosiones y al silencio de la muerte, aunque momentáneamente sirvieran para exorcizarlos. César Rubio y Blas Vicente, ya veteranos militantes en defensa de la jota aragonesa, nos recuerdan todo ello.