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(Publicado en Aragón Digital, 27-28 de septiembre de 2012).

Ya se ha instituido el “¡Guau!” (“Waw”) como expresión de asombro que aparece hasta en la sopa. En la boba, claro. Por supuesto, se trata de un repelente, postizo y ridículo anglicismo, que ha desplazado al “¡Ahí vaaa!”, el “¡Halaaa!” o el “¡Hostiaaa!” lo que, naturalmente, soltaba cualquier español bien educado por sus padres cuando algo le llamaba mucho la atención. Como los padres ya no educan y a la escuela le parece inadecuado enseñar -no vaya a turbarse la felicidad que merecen niños y adolescentes-, cuando sobreviene una nueva tontería a través de la televisión, los móviles o los bocadillos de los tebeos, el mentecato la acoge con ánimo de impresionar al prójimo por la modernidad de su lenguaje.

Lo mismo sucedió con la comunicación gestual. El español, que en los siglos de oro hacía la higa, como ademán obsceno o de rechazo e insulto, pasó al corte de mangas, butifarra o morcilla. Luego, vino la peineta, promocionada por el intelectual Luis Aragonés, aunque no nos hablara de su origen griego. Todavía seguimos con ello, mostrando el puño y levantando hacia el cielo el dedo corazón. Hoy, muchas gentes gesticulan con manos y dedos. Estos dan mucho de sí pero no he conseguido penetrar en el intríngulis de su significación, que, como al parecer sucede con los tatuajes, tiene un sentido tribal. Primero fueron los negros neoyorkinos haciendo cosas raras con ellos. Vinieron luego los raperos y ahora se ha extendido hasta los más inesperados sectores sociales.

Además de interesarse por el tango, la zarzuela, el cuplé o la jota, a uno le atrae el rock, sea rockabilly, sinfónico o heavy. Con los practicantes de esta última facción me identificaba especialmente, por razones que no son del caso. Recientemente, vi un reportaje sobre un gran festival heavy que se celebra en Vivero anualmente y que reunía a la más completa nómina de grupos de este estilo. La multitud de seguidores –casi todos de la cuarentena a la sesentena- si eran enfocados por la cámara, apuntaban hacia la misma con el meñique y el índice separados. No me he perdido una actuación de Judas Priest, Deep Purple o Black Sabbath, si tocaban cerca de mis sucesivas residencias, pero confieso que no sé qué quiere decir ese ángulo agudo.

Como ladrar es fácil, me temo que no va a suceder con esta emisión de sílabas lo que ocurrió con otras que durante una temporada no se caían de la boca de la España Lerda: que se usen hasta el cansancio y desaparezcan con gozosa rapidez. Hubo tiempos en que la gente te llamaba “Fistro” o que te soltaba “¿Te das cuen? con guiño cómplice y voz chillona. Encima, había que reírse.

No sé cómo sentará a los perros esta suplantación de su ladrido. Según la Universidad British Columbia (Vancouver), ellos pueden distinguir más de 160 palabras pero, si les dices “¡Guau!”, seguro que lo que van a entender es que eres un majadero de alta gradación.

Por lo menos, mis lobos proseguirán con sus aullidos y el viento con su ulular. Es lo que espero, mientras los humanos van ladrando a sus congéneres porque han medio aprendido inglés o lo han visto en la tele o el móvil.

Nada más nuestro y personal que el idioma, ya que el Yo figura incluso en la misma palabra, de origen griego: “Idios” equivale a propio, personal, particular, privado, y la terminación “ma” sería la realización de esa privacidad. Por eso y por otras muchas cosas, a algunos nos molesta tanto que quieran convertirnos en guiris, sustituyendo nuestras hermosas palabras por términos ingleses. No sustituyendo, sino matando: cada vez más personas dicen “kit” en vez de lote, “casting” en vez de prueba, “on line”, en vez de en línea o conectado. Y, para fingir asombro, convierten la interjección inglesa “waw” en un ladrido, mientras aquel “¡Ahí va!”, que bastantes escribían “¡Aiba!”, se bate en retirada.

A la Real Academia de la Lengua, muchos, entre los que me incluyo, la han discutido siempre, con razones y sin razones. Hay motivos para ello y, también, para defenderla. Pero, sobre todo, debería haber razones para conocerla, ya que existe para defender aquello que nos es propio y, como todos nos pasamos la vida intentando saber quiénes somos, también para aclarar algunas de nuestras dudas. ¿Cuántos españoles de hoy saben que el presidente de la institución es Santiago Muñoz Machado, un jurista de Pozoblanco? Muchos menos que cuando la presidían Menéndez Pidal, Dámaso Alonso, Laín Entralgo o Lázaro Carreter.

Si los periódicos de tinta desaparecen, si muchos profesores escriben en la pizarra sin tildes y ruegan humildemente a sus alumnos que se callen usando el barbarismo “¡Callaros!”, en vez de “¡Callaos!” y si el modelo es el canal de televisión con más audiencia, es decir, con más burricie, cualidad que tampoco falta en el resto, ¿qué será de nuestro idioma con tales modelos? Tenemos la esperanza de que lo defiendan los hispanohablantes de la otra orilla del Atlántico, donde, al menos, su literatura anda por caminos más creativos que los hollados en su madre-patria. Pero también hay que lamentar que en Centroamérica la cercanía de los Estados Unidos y la deficiente situación económica y social de la mayor parte de estas repúblicas origine que el español ande amenazado y escasamente protegido. Las Academias de varios de estos países carecen de financiación y, con frecuencia, de sede.

En la Real Academia española, sólo quedan siete académicos que ya lo eran cuando comenzó el siglo XXI. El más antiguo es Pedro Gimferrer que entró en 1985, cuando sólo contaba 40 años, los mismos que tenía Antonio Muñoz Molina al ingresar en 1996. Ahora es el más joven de todos ellos. El más veterano es el lingüista Gregorio Salvador que cumplió en junio los 93*. Ocupa el sillón “q” y su discurso de ingreso versó sobre esta letra. También fue de los que salvaron la Ñ en un informe al Ministerio de Cultura, cuando la CEE pretendía que no fuera necesario incluirla en los teclados comercializados en España. Es, pues, un hombre sensato, que en 1959 comenzó de Catedrático de Instituto en Algeciras y, cuarenta años más tarde, llegaba a vicedirector de la Academia. En 2007 publicó El fútbol y la vida, un libro sobre el deporte rey, y al año siguiente fue de los que criticó públicamente a la ministra Bibiana Aido cuando expelió lo de “miembros y miembras”:

 …casi nunca nadie está solo en su propia estupidez, siempre tiene acompañantes (…) lo que se siente es vergüenza (…) Si fuera, siquiera, para hacer una gracia, puede deformarse el género de una palabra que es masculina, porque pertenece al género, que no tiene nada que ver con el sexo (…) Ahora resulta que si se le hace un femenino a miembra, pues la pierna será será una miembra, no un miembro y el brazo será, en cambio, un miembro.

La mayoría de los políticos españoles de hoy son el mejor ejemplo de que una torpe expresión es vehículo de un torpe pensamiento. Generalmente, utilizan la lengua para manipular o engañar directamente, inducidos por unos asesores que sería mejor que, como los de la pandemia, no existieran. Estos sí que existen para ultrajar la lengua, el buen sentido y la verdad.  

(Publicado en Aragón Digital, 21-23 de septiembre de 2020)

*Fallecido Gregorio Salvador, en abril de 2023 el académico de mayor edad es el filósofo Emilio Lledó, nacido en Sevilla el 5 de noviembre de 1927.

EMILIO LLEDÓ

 

Cerdícola o Dios del materialismo escultura de un chino

La persistencia en el error, la contumacia no es exclusiva de la contemporaneidad. Como pulsión humana, siempre ha existido adobada de fanatismos, de ideas adquiridas, de obsesiones malsanas. Sin embargo, en los tiempos actuales resulta más culpable en cuanto que las fuentes de información, la posibilidad de contrastar ideas están al alcance de casi todos.

 El teclado con el que estoy escribiendo estas líneas, como el que tiene usted y su primo Paco, es un teclado QWERTY, nombre debido a las seis primeras letras a la izquierda de la fila superior. Un auténtico desastre para la rapidez y la soltura de los dedos. No tardará en cumplir los ciento cuarenta años porque fue ideado en 1873 para forzar al dactilógrafo a escribir lo más lento posible. Las letras más usuales están en el lado izquierdo para que la mayoría -los diestros- haya de lidiar con su mano menos feliz y letras como la A hay que pulsarlas con dedo tan inhábil como el meñique. Eso cuenta, al menos, el gran historiador de la cultura Jared Diamond, aunque Wiki lo discuta.

 La razón es que las máquinas primitivas se atascaban si se pulsaban con rapidez teclas adyacentes. Cuando en 1932 se solventaron definitivamente estos problemas de atasco, se diseñó otro teclado que demostró que permitía duplicar la velocidad y reducir el esfuerzo en un 95%. Sin embargo, con cientos de millones de usuarios y máquinas, industria y tecnología al efecto y métodos de aprendizaje consolidados, como aquel “asdf lkj-fdsa-jkl”, con el que mi madre había aprendido y con el que a mí me enseñó, siempre se han abortado los intentos de mejorar la eficiencia del teclado.

 Del mismo modo, la tolerancia de Europa con los fanatismos, hoy llamados multiculturalidades,  y que tanto, recuerdan a la que se tuvo con el nazismo; la de los gobiernos españoles con el desafío de los nacionalismos periféricos, a los que se han otorgado todas las bendiciones con el agravante de que defender la igualdad para todo el país es calificado como de “españolista”; o, yendo de mayor a menor, la de los ciudadanos zaragozanos con los desmanes de su ayuntamiento, sólo puede calificarse de persistencia en el error.

 Y habrá que recurrir a la lengua, la madre de nuestro pensamiento, de nuestro estar en el mundo y de nuestra racionalidad, para demostrar cómo la contumacia se apodera del terreno. Los ejemplos serían inacabables, desde la reduplicación en inexistentes femeninos de todo lo que lleve una O hasta la estupidez de utilizar la @ para la misma función, pero ahora prefiero apuntar hacia los majaderos anglicismos. La última gansada que he visto -si no es, ojalá lo fuera, un acto de humor- ha sido en un gimnasio zaragozano: a la ración de huevos fritos con chorizo y patatas se la anuncia como “Egging Extreme”.

God save the Spanish!

Publicado en Aragón Digital,28 de septiembre-2 de octubre de 2011 y Aragón Universidad nº 33, 1ª Quincena de octubre de 2011.