(Publicado en Aragón Digital, 16 de marzo de 2023)
Ya hace algún tiempo que empezó a anunciarse, con mucha pompa, fanfarria y no menos dispendio, el que llaman «Vino de las piedras». Tardé en enterarme a qué se refería y resultó ser el viejo Cariñena, cuyo Consejo Regulador de la Denominación de Origen había recurrido a este apelativo, quizá pensando que, pese a la excelencia del producto, algunos ignorantes asociaban Cariñena al vinazo de batalla de toda la vida. Lo cierto es que en el pasado, cuando se nombraban los vinos de Cariñena, el Priorato, Jumilla, Jerez o Valdepeñas, se hablaba de buenos caldos cultivados en tierras que eran las mejores del país para producirlos, Pero he aquí que, de pronto, el esnobismo apareció y señores químicos de mucha prosopopeya ayudaron a los nuevos ricos, en general, cantantes, futbolistas, actores y gentes a quienes les iba bien en sus negocios, a obtener vino tinto de alguna cualidad en lugares como Andorra La Vieja, a 2.000 metros de altura, Asturias, Segovia y otros desbarres por el estilo.
Daba igual que la relación calidad-precio fuera un desmán en relación a la de los vinos tradicionales. Quienes querían estar “a la page” se gastaban lo que fuera por beber el vino de Serrat, Julio Iglesias, Beckham, Brad Pitt o Antonio Banderas o por invitar a sus amigos a ese vino casi acariciado por las olas del Cantábrico o las nieves perpetuas. Los enólogos, bien dirigidos económicamente por el marketing bodeguero, recomendaban esos experimentos, como la caterva de doctores en perrología te aconseja como “mascota” un aborto de la genética perruna que no puede ni moverse, en vez de un pastor alemán, un perdiguero de Burgos o un chucho callejero de Valladolid, que de allí procedían los célebres Cipión y Berganza del cervantino El coloquio de los Perros, cuya lectura debería recomendarse a quienes hoy compran o adoptan un cánido.
Por cierto, ningún amante de los lobos y sus descendientes debía dejar de visitar en su visita a la capital la deliciosa estatua erigida por el Ayuntamiento de Madrid en memoria del perro Paco en la esquina de la calle Huertas que confluye con la de Jesús y a pocos metros del Paseo del Prado. La iniciativa se debe a Manolo González, presidente de la Asociación de Comerciantes de El Rastro y al empresario y promotor artístico Manolo Marqués y, ¿por qué ocultarlo? al firmante, que escribió una relación sobre la historia de este perro tan quierido por los habitantes de Madrid a mediados de los ochenta del pasado siglo XIX. Estar con el perro Paco es estar en la vanguardia, pero no en la de los lechuzos, sino en la de verdad, en la de Rimbaud y los fumistas.
Los queridos compañeros perrunos hacen que nos olvidemos del Cariñena, que, junto a otras, es la más antigua de las Denominaciones de Origen desde 1932. Se han encontrado vasijas que lo contenían del siglo III antes de la era cristiana y un monarca tan serio y respetable como Felipe II fue recibido en 1585 con sendas fuentes dispensando vino tinto y blanco. Lo mismo me sucedió a mí cuatro siglos después en las fiestas patronales. Ya no quedaba manando más que la de vino tinto, a la que me amorré con entusiasmo juvenil que disipó un tierno infante proyectando un balonazo al líquido que colmaba la pileta y me puso perdido, lo que llenó de alegría al nene y castigó mi afección al vicio.
Si no sabía usted que el Conde de Aranda obsequió a Voltaire con vinos de la comarca, se lo recordarán los sabios del Consejo Regulador que nos cuentan que el genial enciclopedista comentó: “Si este vino es de vuestra propiedad (…) la tierra prometida está cerca”.
Lo dijo François-Marie. No hay más que hablar: punto redondo.
Al paladear con amigos los tintos de Aragón evoco a los aqueos, sentados en sus trípodes, llenando su copa con el vino vertido en la crátera.
Como la tripulación del navío Argos, recién botado y en la danza que precede a la búsqueda del Vellocino de Oro, cuando Apolonio de Rodas nos cuenta que «luego hubo entre ellos el nutrido intercambio de dichos con que en el festín y en el vino los jóvenes placenteramente disfrutan, cuando la perniciosa insolencia no está presente».
Elegante manera para describir como Jasón vigilaba que su tripulación disfrutase y no tomase una copa de más.
Un saludo.
Aún me dura el disgusto de cuando me enteré, en la lectura de una novela de Cervantes, de un desperdicio.
Pues el protagonista, tras los asuntos de un Curioso Impertinente, se dedicó a dar cuchilladas en cueros que de vino tinto estaban llenos; horadados, al derramarse el vino tinto nadaba en un aposento.
Lástima del derroche.
Coincido en opinión con el ventero: «nadando vea yo el alma en los infiernos de quién los horadó».
Un saludo.