“¡Tristes tiempos en que hay que demostrar lo evidente!” Esta tan repetida frase, que se ha atribuido a muchos, la enunció por vez primera un famoso escritor suizo, Friedrich Dürrenmatt (1921-1990), y viene al pelo para ilustrar el momento actual en España en que los mantras sectarios de los privilegiados -que, como exactos racistas, quieren aumentarlos y consolidarlos- se van imponiendo ante la resignación y el silencio de los ciudadanos teledirigidos por un estado que parece aspirar a la autoinmolación deseada por sus enemigos. De nada valen evidencias tales como la de en el país vecino vascos y catalanes sean ciudadanos con los mismos derechos y deberes que el resto de departamentos.
Como no es el caso de cansar, aunque sea con argumentos menos repetidos que las falacias nacionalistas, daremos la palabra al sabio más respetado que ha dado la nación, al que por cierto, no hace ninguna falta que se le dedique en Zaragoza la avenida que todo el mundo ha nombrado siempre como Gran Vía, incluso en los tiempos en que se le dedicó a José Calvo Sotelo, el diputado cedista cuyo asesinato precipitó la Guerra Civil. La proverbial sensatez de don Santiago, que sabía que la grandeza de alguien no se mide por la importancia de la calle que se le dedique, no habría aprobado suplantar el nombre popular por el suyo. Ya ahíto de sabiduría y honores, en 1934 el año de su muerte, publicaba El mundo visto a los ochenta años (Impresiones de un arterioesclerótico), que aparecía un par de días antes de su muerte, cuyas exequias quiso que fueran laicas y que aconteció el 17 de octubre. He aquí un extracto:
En realidad Euzkadi y Navarra constituyen de hecho feudos vaticanistas, y son perdurable amenaza de guerra civil. Y esto a pesar de los halagos y generosidades del Estado, de los privilegios y exenciones otorgados, y de la exigua contribución con que acuden aquéllas a los gastos de la nación. Por el libro de Iribarne me entero de que el aborrecido régimen republicano, ha prestado 10 millones de pesetas sin interés a la opulenta Diputación de Vizcaya, amén de los 30 millones que, según Carner, se giran a Bilbao en concepto de primas a la navegación.
En la Facultad de Medicina de Barcelona, todos los profesores, menos dos, son catalanes nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos y de estudiantes, que no llega hoy, según mis informes, al tercio de los matriculados en años anteriores. Casi todos los maestros dan la enseñanza en catalán con acuerdo y consejo tácitos del consabido Patronato, empeñado en catalanizar a todo trance una institución costeada por el Estado. A guisa de explicaciones del desvío actual de las regiones periféricas, se han imaginado varias hipótesis, algunas con ínfulas filosóficas. No nos hagamos ilusiones. La causa real carece de idealidad y es puramente económica. El movimiento desintegrador surgió en 1900, y tuvo por causa principal, aunque no exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida irreparable del espléndido mercado colonial.
En cuanto a los vascos, proceden por imitación gregaria. Resignémonos los idealistas impenitentes a soslayar raíces raciales o incompatibilidades ideológicas profundas, para contraernos a motivos prosaicos y circunstanciales. « ¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del imperialismo castellano! ¡Y pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y gobiernos! Ella, despojada primeramente de sus libertades, bajo el odioso despotismo de Carlos V, ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias más vivas, mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan en cara su centralismo avasallador. No me explico este desafecto a España de Cataluña y Vasconia. Si recordaran la Historia y juzgaran imparcialmente a los castellanos, caerían en la cuenta de que su despego carece de fundamento moral, ni cabe explicarlo por móviles utilitarios. A este respecto, la amnesia de los vizcaitarras es algo incomprensible. Los cacareados Fueros, cuyo fundamento histórico es harto problemático, fueron ratificados por Carlos V en pago de la ayuda que le habían prestado los vizcaínos en Villalar, ¡estrangulando las libertades castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma primitiva y sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana y del descomedido hermano que lo representa!. La lista interminable de subvenciones generosamente otorgadas a las provincias vascas constituye algo indignante. Las cifras globales son aterradoras. Y todo para congraciarse con una raza (sic) que corresponde a la magnanimidad castellana (los despreciables «maketos») con la más negra ingratitud. A pesar de todo lo dicho, esperamos que en las regiones favorecidas por los Estatutos, prevalezca el buen sentido, sin llegar a situaciones de violencia y desmembraciones fatales para todos. Estamos convencidos de la sensatez catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos envenenados sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión o prejuicios seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas.
No soy adversario, en principio, de la concesión de privilegios regionales, pero a condición de que no rocen en lo más mínimo el sagrado principio de la Unidad Nacional. Sean autónomas las regiones, mas sin comprometer la Hacienda del Estado. Sufráguese el costo de los servicios cedidos, sin menoscabo de un excedente razonable para los inexcusables gastos de soberanía. La sinceridad me obliga a confesar que este movimiento centrífugo es peligroso, más que en sí mismo, en relación con la especial psicología de los pueblos hispanos. Preciso es recordar –así lo proclama toda nuestra Historia– que somos incoherentes, indisciplinados, apasionadamente localistas, amén de tornadizos e imprevisores. El todo o nada es nuestra divisa. Nos falta el culto de la Patria Grande. Si España estuviera poblada de franceses e italianos, alemanes o británicos, mis alarmas por el futuro de España se disiparían. Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar sus pequeñas querellas de campanario en aras de la concordia y del provecho común».
(Segunda Parte, Capítulo 8)
Sobre Ramón y Cajal, también puede verse en este blog: https://javierbarreiro.wordpress.com/2015/03/13/ramon-y-cajal-vaticina-el-futuro/
No conocIa el texto de Iribarne. Muy oportuno sacar a Cajal para ver que no hay novedad bajo el sol en cuanto al «problema» catalAn y vasco.
Si picas en el enlace de Iribarne, verás la entrada que le dediqué en la que cuento cómo su libro fue, junto a «La rebelión de las masas», el que más interesó al Cajal de los últimos años.
[…] si no se ha llevado a cabo, es por desconocimiento. Sí puede resultar ilustrativo recordar que don Santiago Ramón y Cajal en El Mundo a los 80 años confiesa que esta obra y La rebelión de las masas son los dos libros […]