EN LA MUERTE DE JUAN CARLOS CÁCERES: TANGO NEGRO Y BRUTAL COLORIDO

Publicado: julio 2, 2015 en Artículos, Canción popular, Tango
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Con tres meses de retraso, me entero de la muerte en Perigny, localidad de la costa atlántica francesa, de Juan Carlos Cáceres, a consecuencia de un cáncer. Extraordinario compositor y pintor, lo conocí en 2003, cuando llegó a Zaragoza para exponer en el Museo del Monasterio de Veruela y dar un par de conciertos (solos su piano y su voz rota) emocionantes de los que hacen llorar.

Reproduzco aquí el texto que escribí para su exposición: «Juan Carlos Cáceres: la fuerza interior» recogido en Tres argentinos hoy de la profunda Buenos Aires, Diputación de Zaragoza, 2003.

Cáceres, Juan Carlos  (2)

En la historia de la estética es muy difícil encontrar un artista de rango que incurra simultáneamente con un alto nivel en dos de las disciplinas catalogadas desde los griegos como artes. Justamente es éste el caso de Juan Carlos Cáceres (Buenos Aires, 1936) que pagó sus siete años de estudios de Bellas Artes con los ingresos que obtenía como músico. A partir de su llegada a París –un 14 de mayo de 1968- en plena orgía de barricadas, contracultura y esperanza, y adonde llegó para ser músico acompañante de Marie Laforet, decidió afincarse en la capital francesa y alternar sus periodos de mayor dedicación a la música y al arte hasta que en los últimos años parece haber conseguido fusionar sus dos placeres. “Hoy si sos multimedia, mejor”, declaraba a La Nación no hace mucho.Cáceres, Juan Carlos Burde

  Ha sido precisamente una música tan eminentemente sincrética como el tango el vehículo de esa fusión. Aunque Cáceres fuera un pianista de formación clásica que derivó hacia el jazz, tanto su educación sentimental, en una Argentina que a lo largo de los años cuarenta y cincuenta vivía su tercera época de oro del tango, como su traslado a París, capital bautizada por Enrique Cadícamo como la segunda patria del tango, propiciaron ese encuentro. Pero también el mismo carácter de esta música popular en la que confluyeron para su formación y llevan contribuyendo para su evolución géneros tan variopintos. El propio Cáceres recordaba una suerte de ripio con el que se anunciaba un programa radiofónico en su niñez:

                                         Del candombe a la habanera,Cáceres, Juan Carlos Duelo criollo

                                         de la habanera al fandango,

                                         del fandango a la milonga

                                         y de la milonga al tango.

  De la misma manera, la triple potestad del tango (música, poesía, danza). Respecto a la primera, no hay otra que durante más de un siglo se haya mantenido siempre en primer plano y asumiendo con propiedad las sucesivas aportaciones. Las letras, hace años que vengo estampando que no tienen rival cercano en la música popular del ámbito hispánico. Y, en cuanto a la danza, no hay más que observar alrededor para certificar como en cualquier ciudad de cualquier país del mundo se abren academias en las que se enseña a bailar tango a aspirantes de corta o mediana edad.

  A la hora de enfocar su acercamiento al tango, Juan Carlos Cáceres hizo hincapié en lo negro porque, puesto en la tesitura de hablar sobre sus orígenes, comprobó que ésta era la parcela más desatendida en su evolución. Aunque, como los extremos se tocan, después de muchos años de marginación, desprecio e indisculpable olvido, el componente negro esté hoy más presente que nunca en la música latinoamericana.

  El tango es negro desde el mismo vocablo que lo denomina -que significa tambor y, después, por metonimia, tanto el lugar donde los morenos se reúnen para tocarlo, como la fiesta y la danza que se originan- hasta el mismo momento de su explosión como música en las orillas del Río de la Plata hacia 1885, fecha en la que inevitablemente lo negro comienza a perder protagonismo en beneficio de otras aportaciones.  Las guerras civiles, las campañas de conquista del desierto, las confrontaciones con Brasil y el Paraguay, en que fueron utilizados como carne de cañón, y otros factores, como la elevada mortalidad por las deficientes condiciones de vida, el lento ritmo de reproducción biológica, la fiebre amarilla de 1871 y, sobre todo, el descomunal aporte inmigratorio fueron empequeñeciendo el componente negro. De la misma manera, en el último tercio del siglo XIX, el moreno, que hasta entonces había estado en el mismo plano de protagonismo social –que no, naturalmente, de igualdad- que el indio o el criollo va desapareciendo. No ocurrió lo mismo en la orilla oriental del Río de la Plata, donde no todos estos procesos se repitieron.

  Cáceres, Juan Carlos CDCuando en 1993 Juan Carlos Cáceres decide cantar su música cuenta con 57 años, los mismos que Cervantes al publicar la primera parte del Quijote. Anteriormente, había formado tres grupos: Malón (1972), Gotán (1979) y Tangofón (1992). Su primer CD, Solo (1993), con sus propias composiciones y algún tango clásico, abre camino a Sudacas (1995) en el que ya lo negro, a través del candombe y la milonga, tiene un protagonismo. Tras el pianístico Íntimo (1996) y Live (1997), sus dos últimos compactos, Tango negro (1999) y Toca tango (2001), penetran decididamente en el campo de lo que hoy con notoria impropiedad se llama música étnica y que en realidad constituyen un buceo en las raíces de lo popular.

Para mejor comprender el sentido de la muestra que Juan Carlos Cáceres expone en Veruela y que privilegia la temática tanguera, es imprescindible tener en cuenta estas precisiones sobre su particular inmiscución en dicho mundo. Lo mismo para mejor penetrar en el resto de sus pinturas centradas en la época colonial, cuando el susodicho componente negro –después negado- era fundamental en el decurso de la vida argentina. Queda fuera otra de sus más interesantes vertientes, como es la abstracta

  De gran soltura y maestría técnica, el dibujo de Cáceres, de vastos trazos, revela una seguridad manifiesta en loCáceres, Juan Carlos El mío que quiere hacer aunque, como todo verdadero creador, el hallazgo se produce dejándose llevar. Estas sus figuras de tango son ensimismadas, seguras, reconcentradas, solitarias, como lo es la danza. El encuentro con la mujer se produce más allá de la identidad de estos personajes masculinos que se encierran bajo sus anchas solapas, su expresión dura y hermética pero que transmiten una desolada pasión interior

  Pintura muy sudamericana en su fuerza, en su fiereza, en su pasión por lo abigarrado y el color que, en cierto modo, la vincula con un maestro de la práctica y teoría pictóricas como Luis Felipe Noé pero, también, pintura de raíz literaria, tan rica en sugestiones, que es difícil hablar de ella sin incurrir en lo intrincado de sus propuestas. Si el expresionismo –un poco a lo Ensor- es evidente a primera vista, hay a la vez un tono lírico nada esteticista sino vinculado a cierto carácter moral que naturalmente, incluye una reinterpretación de la historia. Historia tan feroz que no es posible afrontar sin distanciamiento sin una suerte de autodefensa que, a veces, como en el caso de Solana, se resuelve por oposición y de hay el tono grotesco de muchas de sus figuras, por otro lado tan esencial en la coreografía e iconografía de los negros.

Cáceres, Juan Carlos Bandoneón en el Paraguay

  Aunque elemental, es imprescindible recordar a Pedro Figari (1861-1938), nacido y muerto en Montevideo, el pintor que supo reflejar lo negro con mayor fuerza y espontaneidad a la par que en su vida pública defendió a los pobres, valorizó lo autóctono y sacudió por su originalidad, audacia y fuerza épica, el arte sudamericano de su tiempo. Cáceres, como Figari, es antes que nada un pintor rioplatense, lo que quiere decir garra y quiere decir preocupación por la identidad. Si a través de  esta indagación,  en el tango ha llegado a lo negro, en su pintura a través de la historia, que es una pintura sobre la memoria argentina, se reencuentra con el hombre –blanco, negro o indio- pero siempre la figura humana -agresiva, inocente o estupefacta- protagonista a su pesar de una historia épica pero que hoy debe –necesita- ser mirada con otros ojos. El pintor nos entrega su figuración, libre y personal, su indesmentible gusto por la composición, el colorido brutal sin perder nunca la fidelidad al dibujo, su humanismo entre antropológico y lírico que a veces, privilegia al individuo y otras veces al grupo humano. El espectador percibe a la vez el estupor y la incandescencia, el distanciamiento se hace identificación y la comunicación sobreviene, a mitad de camino entre la memoria social y la pulsión íntima.

Tango negro: https://www.youtube.com/watch?v=9uQh5RfE2XA

Cáceres, Juan Carlos  (1)

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