Desde la publicación de este comentario que publiqué en la aparición de sus poesías completas: «(Fe en la poesía» El vigilante y su fábula de Rosendo Tello, Heraldo de Aragón, 30-VI-2005), Rosendo ha publicado, su primer libro de memorias, Naturaleza y poesía (1931-1950), editado en 2008, y seis nuevos poemarios, En el corazón de la luz (2006), Hacia el final del laberinto (2010), El regreso a la fuente (2011) y Magia en la montaña (2013), Revelaciones del silencio (2015) y Apología simbólica del jardín (2017).
Con el título de «Fe en la poesía» esta reseña de Rosendo Tello Aína, El vigilante y su fábula. Obra poética reunida, Zaragoza, Prames, 2005 fue publicada en Heraldo de Aragón, 30-VI-2005.
A pesar de la alta valoración de la poesía de Tello, en palabras de José Carlos Mainer: “la voz más importante, rotunda y original de la poesía aragonesa de hoy”, apreciación con unos u otros matices compartida por muchos, la triste situación que en España padece la poesía y la dificultad y exigencia que la aquilatada expresión lírica de Rosendo Tello reclama al lector han deparado que la atención crítica hacia su obra haya sido realmente escasa, salvo las consabidas reseñas pergeñadas a la aparición de cada libro. Creo que las diez páginas y media que Luis Felipe Alegre le dedica en su atinado prólogo son el texto más largo publicado hasta hoy sobre la poesía de este autor. En otro buen trabajo sobre ella, Enrique Molina Campos hacía notar cómo, siendo lo aragonés un destino que asume el poeta por instinto pero también con voluntad reflexiva, en cambio, no aparecían por ningún lado los rasgos distintivos que profesores como Blecua y Alvar atribuyen a la poesía aragonesa.
La edición de todos los libros publicados por Rosendo Tello, más uno inédito, significa eso que se ha dado en llamar un acontecimiento. Ningún poeta aragonés del siglo XX lo había logrado en vida, si exceptuamos el caso muy peculiar de Ramón J. Sender, que en 1974 publicó en Aguilar su Libro armilar de poesías, con casi toda su obra poética, pero, por muchas razones que no son del caso, pocas cosas hay parangonables entre ambos autores.
Contra lo que suele ser habitual en un terreno como el de la lírica en el que los gustos personales son tan decisivos, la poesía de Rosendo Tello apenas tiene detractores y desde hace tiempo disfruta del máximo reconocimiento entre los desperdigados lectores de este género. Es verdad que su fidelidad a la misma ha sido ejemplar. Pocos autores han vivido tan íntegramente dedicados en obra y vida a leerla, escribirla, pensarla, exponerla y discutirla; y quienes conocen al hombre saben que ostenta, señero y resignado, las cualidades y estigmas que, tradicional y tópicamente, se atribuyen al poeta. También la ha enseñado, supongo que a despecho de conocer la imposibilidad del empeño, y de sus cursos han salido poetas y poetisas de cualquier laya. Esta unidireccionalidad ha deparado que a los cuarenta y seis años de su primer título, Ese muro secreto, ese silencio y con catorce obras editadas en su haber, todavía no ha publicado un libro de género distinto al poético. Cosa a mi juicio lamentable porque Tello es lector atento y finísimo y pocas disecciones de obras de todo pelaje he visto yo con más entrega al texto, más sabiduría en la interpretación y más precisión en el concepto que las propiciadas por sus análisis. Así, es uno de los mejores presentadores de libros que puedan desearse aunque la memez ambiental prefiera periodistas y mediáticos, pero lo cierto es que su condición de escritor lento, minucioso, aplicado y exigente, ha deparado muchos menos textos críticos de lo que hubiera sido lógico en pluma tan excelente. Ni siquiera su ejemplar -y, en el método crítico, pionera en España- tesis sobre la poesía de Gil-Albert ha sido editada, a pesar de que el propio Instituto de Estudios al que da nombre el poeta alcoyano le haya pedido repetidamente un resumen para su edición como libro pero las preocupaciones del poeta transitan por cursos más etéreos. Sin embargo, sería harto juicioso editar sus prosas críticas, lo que casi culminaría, la obra completa de Tello, pues, salvo algún relato suelto, no conozco otros textos de su pluma.
El vigilante y su fábula recoge en el orden en que fue escrita, que no siempre coincide con el de publicación, una obra lírica de profunda coherencia, que acompaña el itinerario vital del poeta interrogándose sobre su lugar en el mundo, reconstruyendo míticamente la realidad exterior, fundando una expresión que se quiere vida, cosmovisión y resonancia. Si en las dos primeras obras del poeta, Ese muro secreto, ese silencio (1959) y Fábula del tiempo (1969) aparecen ya el rigor formal, la deslumbrante precisión rítmica y el sometimiento de una indomeñable intensidad emocional al designio y la necesidad de creación de una imaginación y un mundo poético propios, la pentalogía que constituyen sus libros siguientes, Paréntesis de la llama, Libro de las fundaciones, Baladas a dos cuerdas, Meditaciones a medianoche y Las estancias del sol, da cauce a una originalísima reflexión en la que fuerza telúrica y necesidad de trascendencia se baten, dando lugar a una expresión oscura y luminosa, a una mística panteísta y existencial, a un latido lírico bronco y, a la vez, sutilísimo y destellante.
Como argumenta el prologuista, en la segunda etapa de Tello “el mundo que antes se erigía en sueño imaginario se contempla ahora a través del sentimiento elegíaco”. Hay una asunción del tiempo serena y desencantada, la geografía real se convierte en reino utópico o legendario y el personaje se va diluyendo en sombra, como bien se advierte en Augurios y leyendas de un tiempo que se va. Aun en la imposibilidad de ser poco más que telegráfico, es de rigor que aquí se aluda preferentemente a la única de las obras no publicadas que incorpora esta edición, Hacia el final del laberinto, libro diáfano, de prodigiosa naturalidad expresiva y en el que el estupor reemplaza a la indagación pero fértil en relámpagos, en lucidez, en precisión sustantiva. La simbología, heliosística o lunar, de la anterior poesía de Tello ha dado paso a un léxico exacto y desengañado que nos recuerda al último Cernuda, las imágenes de filiación vanguardista que siempre habitaron su poesía se han convertido en reflexión desnuda, en anhelo de fundación, en distanciada mueca. Pero siempre esa música esencial, esa estudiada disposición de acordes y disonancias, esa fe en la palabra que, si tampoco nos salva, a veces puede hacernos olvidar que nada salva.
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