Personaje extraordinario pero muy poco conocido en España, tuve noticia de Petrus Borel d’Hauterive (1809-1859) a través de la edición argentina (1969) de Editorial Juárez, bien prologada y traducida por Fina Warschaver. En 2008 un buen amigo y novelista, José Giménez Corbatón, le dedicó un libro, Licantropia, (Huerga & Fierro), del que inmediatamente me hice eco con el título que aquí se reproduce.
Publicado en Heraldo de Aragón (22-V-2008) y, también, en literaturas.com. Revista literaria independiente de los nuevos tiempos (septiembre 2008).
RECONSTRUCCIÓN ÍNTIMA DE UN MALDITO
Si lo primero es la información habrá que decir que el título de esta profusa, compacta, multiforme pero a la vez estricta narración no responde a la pulsión que, según ciertas leyendas e incluso cierta literatura médica, afecta a algunos humanos hasta alcanzar algunos rasgos similares a los de los lobos, especialmente si la luna llena y otras circunstancias psícológicas se superponen, sino que hace referencia a Petrus Borel (1809-1859), escritor romántico francés, cuyo nombre auténtico fue Joseph d’Auterive y que, además del sobrenombre con el que es más conocido, aunque nunca mucho, se hizo llamar Champavert en su libro más famoso, Champavert, cuentos inmorales (1831) y, también, El Licántropo.
Para que en España se despertara el interés editorial por Petrus Borel hubo de pasar más de un siglo desde su muerte. A partir de que lo hiciera Alfaguara en 1977, sus Cuentos inmorales han sido repetidamente publicados y también su novela Madame Putifar fue editada por Valdemar en 2001. Únicamente faltaría la primera de sus escasas obras, Rhapsodies. Los escritos de Petrus Borel atraen no sólo por su iconoclastia, truculencia y gusto por los límites, sino por una violencia verbal insólita en su tiempo, que, sin embargo, se acompaña de una mueca distante y escéptica. Individualista y disolvente, a fuer de romántico, tradujo el Robinson Crusoe, en la que se ha dicho es la mejor versión francesa de la parábola que ideara Defoe. De ideas republicanas y solidario con los desfavorecidos, la vida de este rebelde seráfico y pugnaz fue una sucesión de desengaños.
Estandarte de malditos, olvidado y reivindicado por los surrealistas y, al parecer no traducido al español hasta la edición bonaerense de Juárez en 1969, Giménez Corbatón se sintió tan fascinado por él que le dedicó su tesis y esa sugestión ha culminado en esta novela que no es una biografía, ni una enquête, ni una propuesta vindicativa sino una reconstrucción posible de una vida con profusión de agujeros negros que permanece sepultada por la mitificación y la falta de datos y, a la vez, una meditación sobre la labor de un escritor, de un intelectual curioso, que se sirve de la novela para reflexionar sobre sí e inventar un mundo muchas de cuyas teselas ya están colocadas, pero, como a todos aquellos que buscan la reconstrucción del pasado, le toca rellenar el vacío y a ello se apresta con un bagaje que no puede ser más copioso. Parece también evidente que Giménez Corbatón tenía una deuda consigo mismo y la ha saldado buscando considerarse y que le consideraran un excelente pagador.
Novela culturalista, repleta de informaciones y con la voluntad estilística que es consustancial a un narrador tan riguroso en la construcción y el lenguaje como Giménez Corbatón. Metaliteratura también, como muestran desde el proemio las palabras del escritor, que no esconde sus presupuestos: “Los materiales que han trazado el itinerario de esta novela provienen de mi investigación personal, del juego intertextual con las ficciones de Petrus Borel y, sobre todo, de mi imaginación”.
La novela es un juego de voces: la del escritor, la del protagonista y sus desdobles, algunas mujeres, parientes y amigos que lo bien conocieron o creyeron hacerlo, textos literarios o textos apócrifos… pero siempre voces bien conectadas con la realidad histórica, sin que la voluntad literaria la aparte del intento de reconstrucción, como muestran las fotografías que acompañan al texto. Todo ello combinado con la exorcización de fantasmas y obsesiones personales del autor y la aparición de la música, la pintura o hechos históricos contextualizadores como algunos vinculados con la Revolución francesa, ya que sin ella personajes como Petrus Borel no hubieran sido posibles, u otros que están en el imaginario del protagonista, atraído y horripilado por lo terrible, como el famoso y escalofriante suplicio de Robert François Damiens o el del bandido Cartouche.
El carácter heterodoxo y revolucionario de Petrus Borel está bien presente en Licantropía, lo mismo que el humanismo y la repulsión por la injusticia. De forma directa o indirecta, José Giménez Corbatón nos va mostrando la construcción del fracaso humano y literario de quien quiso ser martillo de la burguesía, nos da las claves de una época fascinante y de una ciudad, París, donde se cocía la contemporaneidad. Este friso de la vida, de un tiempo fijado ante todo por la literatura y este retrato de las obsesiones, cavilaciones y búsquedas de un escritor está narrado con amenidad, originalidad e implicación en las profundas aguas del proceso creativo. No creo que nadie me deje de creer si subrayo que esta novela, de haber sido escrita por cualquiera de los escritores amamantados por el mercado por razones que nunca he comprendido, sería saludada con fuera gorros, pero lo previsible es que se quede –y es mucho, en estos tiempos de menorrea narrativa- como manjar para paladares exquisitos.