Mariano Algora había nacido en 1840, año del fin de la primera guerra carlista, en Pedrola, donde vivió siempre y donde también murió el penúltimo día de 1934. A la sazón, era el decano de los republicanos españoles. Afiliado al partido republicano federal desde los quince años, luchador en las cantonales de Cartagena y Levante, amigo de Pi y Margall, Estévanez, Ruiz Zorrilla, Salmerón, Nakens y otras ilustres personalidades de la causa, murió sin riquezas y se destacó por su generosidad y sentimientos caritativos. “Gran prestigio político en Aragón, por su honradez, su consecuencia y su limpia historia de republicano federal”, escribió Darío Pérez. El pueblo lo adoraba. Por sus ideas, fue condenado dos veces a muerte y encarcelado muchas otras. Sin embargo, yo no he conseguido encontrar a nadie que haya escrito sobre su vida o, quizá, no he sabido encontrarlo. Ojalá, estas líneas sirvan para que este personaje empiece a salir del anonimato.
Entre lo poco que he podido averiguar de él, unos cuantos apuntes: Hijo de un liberal que luchó en la primera guerra carlista y sobrino de un deportado a Filipinas, ingresó en el partido republicano a los quince años. Tras participar en la revolución de 1868 y en el alzamiento federal del año siguiente, en octubre de 1872 levantó en su pueblo una partida de quinientos paisanos, con el propósito de coadyuvar en la instauración de la república. Tras varias escaramuzas, hubo de esconderse en Madrid, junto a Nicolás Estévanez, pero el objetivo se conseguiría pronto aunque la nueva forma de gobierno durase tan pocos meses. Además de cultivar sus tierras, poseyó una fábrica de chocolate “elaborado a brazo”, que se anunció abundantemente en la prensa nacional de la penúltima década del siglo XIX, lo que demuestra que debió tener alguna importancia. Por esas fechas (1881), se había casado con Encarnación Urrea, quizá en segundas nupcias, porque la boda se celebró a las cinco de la mañana y esas eran horas que se buscaban para bodas secretas a fin de evitar la cencerrada y el recochineo popular, que debía de ser feroz. Prueba del talante de nuestros antepasados es que, en una de sus etapas como munícipe, hubo de disponer que los alguaciles vigilaran las clases de adultos, que el municipio había dispuesto en pro de la educación popular, por “los desmanes y abusos” de los educandos que, por ejemplo, colocaban alambres en las escaleras para que se escrismasen los docentes desprevenidos. Buena falta, pues, hacían esas clases.
En 1892 fue nombrado Vicepresidente del Consejo Federal y, en distintas ocasiones, fue alcalde de Pedrola, como lo fue su hijo, del mismo nombre y apellido, a la edad de 18 años. Entre sus medidas como regidor: suprimir la partida del culto para dársela a los pobres. Por los que debía tener especial preocupación pues, en las fiestas, consignaba una partida de cien pesetas para repartirla entre ellos. Y sabemos que los pobres de Pedrola eran exactamente cincuenta, pues tocaban a dos por barba. A los mozos que se incorporaban a filas también se les entregaban doce pesetas y tampoco faltaban medidas para hospedar a los pastores que, se tomaban un respiro de su dura vida en fiestas y acudían al pueblo para divertirse.
A su muerte, el 30 de octubre de 1934, El Sol estampó: “De historia brillante y ejemplar, fue un hombre de grandes virtudes ciudadanas”. Darío Pérez escribió en La Libertad un encomiástico artículo. También se ocuparon de él La Vanguardia, Heraldo de Aragón, que publicaba su barbada foto en primera página y La Voz de Aragón: “digno hasta la ejemplaridad, llegó a los 93 años dejando en el largo sendero de su vida hechos admirables para la educación cívica de las futuras generaciones”.
El caso es que, fuera por lo que fuese, “las futuras generaciones” prefirieron olvidar a don Mariano Algora y, no digamos, sus altos ideales.
(Publicado en Aragón Digital, 2-4 de mayo de 2012)
Ábside del la iglesia de Pedrola a principios del siglo XX