“Yo quiero a quien no me quiere/ y me quiere quien no quiero/ y esto que a mí me sucede/ le sucede al mundo entero”, decía sabiamente aquella canción de los años cuarenta. Cada uno va por su lado, con sus anteojeras intransferibles, y los demás lo imitan. Por cortesía, vivimos como si nos entendiéramos. Para confirmar y evidenciar esa entelequia se inventó el matrimonio.
Por su parte, el mundo de la comunicación trata de hacernos ver lo importante que es la actitud del ministro respecto a tal tema, dedica montones de columnas a la oposición, al asunto de las comarcas, a la Expo, al Festival de Teatro de Burgóbriga o a la visita del Osasuna… Es cierto que la gente, a veces, se cuelga, claro está, con estas cosas pero, salvo el afectado profusamente de ayuno mental, el ciudadano se despierta con el sabor y el olor de su pareja, o de la falta de su pareja, con su pequeña batalla cotidiana para quedar bien con aquel que admira o aquel de quien depende.
Sin embargo, vivimos como si no fuera así: dedicamos mucho más tiempo a pensar en nuestros deseos, en nuestras aspiraciones, en cómo nos debía haber tratado la vida, en lo que uno haría si…, que en las cuestiones concretas de la supervivencia. La vida cotidiana la afrontamos cansinamente, como un deber, como una oposición, como un examen, y sólo hacemos las cosas porque las tenemos que hacer o tenemos un horario. O porque alguien nos las valora verdadera o afectivamente. Pero, sin duda, la verdad está en otro sitio.
Queremos la felicidad de nuestras parejas, de nuestros hijos, de nuestros padres pero también, nos engañamos a veces cuando pensamos esto. Todos somos pequeños y malos poetas en pos del ideal inaccesible y, cuando algún avisado informa de que el ideal inaccesible consiste en algo así como la muerte, huimos asustados o insultamos al mensajero. Sólo faltaba el “buenismo” de lo políticamente correcto para hacernos más tontos, más mentirosos, más patéticos.
Sólo somos nosotros cuando oímos a nuestra cabeza, cuando soñamos y desbarramos, cuando pensamos en el misterio o lo que pudo haber sido y no fue. De ahí salen las voces de la poesía, de la verdad, de la belleza, que es nuestra, sólo porque podemos pensar en ella. Luego, el día nos subvierte con su carga de magma, traición y basura.
Es verdad que los días me tienen que hacer más sabio, más entero, menos connivente. Es verdad que necesitaré dinero y que éste se fabrica en factorías ajenas a las palabras pero las palabras, los deseos, las aspiraciones, la mente de cada cual funcionan sin dinero. “La pérdida del reino que estuvo para mí”, escribió Rubén Darío. Cualquier humano suscribiría esa frase en algún momento de su vida y, hoy día, muchos vienen pensando que el reino reside en un programa de televisión. Tal vez están en lo cierto, hubo un programa que se llamó “Reina por un día”, hubo un escudero que pensaba en una ínsula y hubo quienes iban en busca de Eldorado con esa difusa quemazón en su cabeza. Supongo que también la llevan los bobos de Gran Hermano o quienes acuden a los miles de shows que hoy pintan de colores las pantallas domésticas. Es cierto que, visto desde el presente, parece más épico alistarse en la marinería que en el siglo XVI se disponía a cruzar el proceloso ponto a despecho de escorbutos, disenterías, capitanes pérfidos y selvas llenas de peligros, que esperar turno de maquillaje.
Pero hoy el espejo es común y barato. Y nos olvidamos que el espejo no reproduce más que la corteza. Las pelarzas, decíamos en Aragón, que van al cubo de la basura.
(Publicado en Aragón Digital, 5 de junio de 2006)
Cómo carajo ( con perdón ) se publica en feisbúuuu ???
Potentes y sabias palabras.
Muy poquitos ratos somos auténticos, la mayor parte del tiempo nos engañamos y vamos por la marcada senda de lo social y políticamente correcto.